Sigo pensando que los candidatos equivocan su estrategia en materia de seguridad pública cuando se empeñan en ligarla a la generación de empleos, el bienestar económico, cuando proponen la mano dura y mayores partidas presupuestarias para combatir la delincuencia. Dejaron como siempre de lado el fondo del asunto que es la cultura del respeto a los demás y a uno mismo.
Basta voltear a los países con mayores índices delictivos para comprobar que la bonanza económica no es sinónimo de seguridad pública, para muestra están nuestros poderosos vecinos. Debemos también aceptar que los gobiernos represores producen pueblos violentos, la ley del más fuerte no acaba con los problemas, solo los esconde. Así mismo podemos reconocer que las fuerzas de protección más prestigiadas en el mundo no portan armas.
La violación no es una cuestión de instintos, es un conflicto psicológico provocado por complejos acumulados; el secuestrador no tiene hambre, es un negociador mal encausado; los narcotraficantes no se matan por dinero, lo hacen por ganar territorios; el ladrón no se hace por falta de oportunidades, su pereza no le permite aprender a trabajar. Cuando como sociedad civil admitamos nuestra responsabilidad por la pobre cultura que confunde las prioridades que como humanos debemos tener, los gobiernos tendrán mejores resultados en materia de seguridad pública.
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