Publicado el 18 de Agosto de 2006
Eran las tres de la mañana, estaba profundamente dormido cuando me despertó mi hija, me dijo que no la dejaban dormir los ladrones. Apenas escuche la palabra y me levante de inmediato, ¿Qué dices?, le pregunté tratando de no evidenciar el pánico que sentí. Ya te dije- respondió,- no puedo dormir por culpa de los ladrones, los acabo de oír por la ventana de mi cuarto.
Eran las tres de la mañana, estaba profundamente dormido cuando me despertó mi hija, me dijo que no la dejaban dormir los ladrones. Apenas escuche la palabra y me levante de inmediato, ¿Qué dices?, le pregunté tratando de no evidenciar el pánico que sentí. Ya te dije- respondió,- no puedo dormir por culpa de los ladrones, los acabo de oír por la ventana de mi cuarto.
Dentro de todo el shock que yo sufría me di cuenta de la tranquilidad que mi hija demostraba ante tales circunstancias y no supe si lo que sentí fue orgullo de saber que confía en mí ó miedo de corroborar que los niños no miden el peligro en el que pueden verse inmersos aún sin darse por enterados. Le pedí que se quedara junto a su madre mientras yo iba a dar un vistazo. Como usualmente sucede en la películas, me pasó lo que tantas veces hemos visto en esa forma de humor tan eficaz que es la parodia: Como en casa no guardamos armas, estuve de un lado a otro en lo que pareció una eternidad buscando algo que me sirviera para intentar defenderme, pase del bate de béisbol a un pisapapeles, de eso preferí una escoba y finalmente me decidí por un cuchillo cebollero al que muy tarde recordé que le faltaba filo.
Prendí algunas luces para hacerle ver a quien estuviera afuera que adentro nos habíamos percatado de su presencia, esto siempre será más eficiente que el tradicional “¿Quién anda ahí?”, y como mi teoría es de que la mayoría de los ladrones de casa son personas con un bajo nivel de auto confianza, pienso que les basta saber que han sido descubiertos para desistir en sus planes Encendí luego los focos exteriores para tener la claridad de visión necesaria y entonces apagué nuevamente todo el interior de la casa para aventajar en el conocimiento del terreno y por supuesto en la visibilidad. No pude ver nada, no escuche nada tampoco, solamente estaban nuestros perros Goliath y Burbuja, autenticas caricaturas de lo que es un guardián del hogar.
Volví entonces a la cama convencido de que no había nadie que amenazara a mi familia, mi hija ya estaba dormida y no daba muestras de haber escuchado ruidos perturbadores minutos antes. Me calme pensando en la dificultad que alguien tendría para llegar hasta alguna ventana de la casa. A pesar de no vivir en un fraccionamiento privado, la casa se encuentra rodeada de propiedades individuales que a su vez colindan con más predios particulares, todo en terrenos rústicos que hacen que la privacidad sea posible por una cuestión de urbanismo (falta de) y no de bardas ó guardias. Así que me convencí que para acceder hasta mi propiedad se tiene que pasar por varias viviendas que cuentan también con sus respectivos caninos que si bien no son los mejores celadores al menos hacen compañía.
Cuando no puedes dormir pasan las horas como si fueran minutos, el reloj pasó de las cuatro y en poco tiempo ya eran las cinco de la mañana. Intente leer un poco pero no pude concentrarme y no tenía humor de hojear uno de esos libros ligeros que algún maestro bautizo como de cuarto de baño. Sabía que si conciliaba el sueño sería en plan de siesta más que de sueño, en ese momento empezaron los gallos a cantar y enseguida los perros se pusieron a ladrar. Se despertó de nuevo mi hija y me dijo: Ya lo ves, ahí están otra vez esos perros ladrones. No se dice ladrones- la corregí, - lo correcto es decir ladradores. Es lo mismo, de cualquier forma me entendiste- respondió ella con ese tono que usan los hijos para hacer olvidar a uno cualquier noche de insomnio.
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