Publicado el 23 de Febrero de 2014 en Revista 360 de Vanguardia
Plática que algún día escuché entre
jóvenes padres de familia haciendo gala de ignorancia en una faceta de esa mexicanísima
práctica que intenta medir hombría a través de los hijos: Ja,ja,ja,ja, compadre
-dijo el primero-, ponle atención a tu hijo porque está jugando con una Barbie,
se ve que le gustan las muñecas. Por supuesto que le gustan las muñecas
–contesto el otro alterado-, lo más natural del mundo es que a un hombre le
guste el cuerpo de la mujer, malo sería que jugase con figuras masculinas como
el tuyo, señal de que le atraen los hombres.
Claro que es una exageración cargada de
homofobia y cultura machista descalificada desde un mínimo análisis pedagógico,
docente o psicológico. En la temprana infancia un niño juega con cualquier objeto
porque sus sentidos están ávidos de descubrir nuevas cosas y todo lo que cae en
sus manos es caso de estudio. Pero el ejemplo sirve para ilustrar la inocencia
de autoridades y sociedad cuando se piensa que los juguetes son precursores de
una realidad.
Si los juegos infantiles fueran indicios
de lo que el futuro depara, no andaríamos tras el autógrafo del Chicharito
porque nuestro primo habría sido la estrella del Real Madrid; el grandote de la
escuela habría usado el cuerpo más que su cerebro para lograr el éxito que
alcanzó; la vecina pesaría 150 kilos porque le gustaba jugar a las comiditas y
la verdad es que hoy sufre de anorexia. Y por supuesto que sí, todas las que de
niñas jugaron a ser mamas tendrían que dar largas y penosas explicaciones a sus
padres durante algún momento de la juventud conforme los meses avanzaran.
Pero
no se trata de descalificar los intentos de distintos gobiernos por impulsar
campañas cuyo espíritu nadie podrá cuestionar al ser política y socialmente
correctas, pero si debemos señalar la anuencia de una sociedad que le endosa al
Estado la responsabilidad y método para hacerse cargo de una tarea que al
democratizarla o generalizarla como política pública, se convierte en un tipo
de paternalismo ideológico en el que desgraciadamente termina por quedar
arrumbado el mejor esfuerzo que debería
hacer la gran diferencia: La formación dentro de la familia.
No puede –ni debe- un gobierno entrar en tu
casa para darle formación a tu familia. No puede una política pública evitar
que nuestros hijos hagan sentir cómodos a quienes facilitan y propician la
decadencia social cuando “likean” sus publicaciones en redes sociales y cuando
los adultos los recibimos con los brazos abiertos en las mismas entrañas de las
escuelas, iglesias, clubes sociales, gremios, centros de trabajo, hogares y
otros grupos.
Los juguetes del Sicariato no son las
pistolitas de plástico ni los violentos videojuegos que a pesar de todo los
podemos entender tan lejanos a la realidad cuando comprobamos en el boliche que
las horas invertidas jugando con el Wii no han acrecentado en nada nuestras limitadas
habilidades físicas.
No, los juguetes del Sicariato se llaman
dinero fácil, alcohol a menores de edad, cerveza clandestina, padres que no
saben dónde ni con quien duermen sus hijos, hijos que no saben en que trabajan
sus padres, culto al poder en cualquiera de sus manifestaciones. Pero sobre
todo, la receta para formar delincuentes se cocina cuando tanto educadores como
familiares y amigos solapamos y en ocasiones incluso aplaudimos los pequeños
abusos, vicios y delitos de los menores escudándolos en la torpe creencia de
que si los demás lo hacen, debe ser imitado para no ser marginado.
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