Publicado el 22 de Febrero de 2015 en 360 La Revista, de Vanguardia
Aquello fue el paraíso: Mis tíos se habían hecho del local de Librería Excélsior en la calle de Aldama
para expandirse en el rubro zapatero; antes de las obras de remodelación, había que vaciar el edificio
para los contratistas, así que en hordas de 3 a 6 personas fuimos invitados los cercanos para escoger
de los atiborrados anaqueles aquellos libros que quisiéramos leer. Como borracho en barra libre,
escogí más volúmenes de los que podía cargar, pero como siempre fue y ha sido, la tía Rima se
esmeró en la forma de como sí hacer que las cosas sucedan sin mirar el cómo no se pueden hacer, y
encontró la manera de enviar todo a mi casa.
Así como pasaba las páginas de aquellos libros, pasaba también de la niñez a la juventud entre
historias tan disímbolas que iban del Colmillo Blanco de London a toda la bibliografía de Sherlock
Holmes escrita por Conan-Doyle; de la Operación Jesucristo de Mandino al Copo de Nieve de un
desconocido Sagarin y de la Rebelión en el Desierto al sugestivo título para un adolescente de Quo
Vadis?
Ese gusto por la lectura lo había sembrado inteligentemente mi madre (pedagoga de profesión) al
poner en mis manos desde muy pequeño toda clase de publicaciones que tuvieran que ver con mi
gran pasión de la infancia: El fútbol americano. Así es como una persona migra de las noticias de su
equipo en el periódico a las revistas deportivas, de ahí a publicaciones de temas variados, luego a
libros de fácil lectura y de ahí espero algún día saber digerir las grandes obras.
Pero luego emerge brutalmente la comunicación de la mano de la tecnología y pone cualquier
contenido al alcance de un click, de una suscripción satelital para TV o de una sala de cine. Entonces
descubre uno que La Rebelión en el Desierto no es otra cosa que Lawrence de Arabia y que Winona Ryder es más atractiva que Josephine. Se deja uno caer en la comodidad de los 24 cuadros por segundo que narran en una imagen más que mil palabras y los puristas comienzan a acusar a una sociedad que prefiere la integralidad de vivir más experiencias a la curiosidad de profundizar en contenidos.
Y ahí se la lleva uno hasta que es envuelto por El Silencio de los Inocentes por enésima ocasión, el magistral filme me deja una vez más fascinado con la personalidad de Hannibal Lecter y en cosa de unos meses esa fascinación me lleva a devorar toda la saga de los libros de Thomas Harris sorprendiéndome en varias ocasiones despierto por pesadillas que nunca sufrí al ver las películas. Lo mismo me pasa con El Padrino y con otras películas que me han arrastrado a los libros al quedarme con ganas de más. Hace poco, vi en una misma semana los filmes del Atlas de la Nubes y La Vida de Pi; en la primera sospecho (y luego compruebo) que la obra escrita debe profundizar mucho más en los nudos de la original historia mientras que en la segunda me asaltan dos incógnitas: ¿Porque el protagonista lee algo tan bizarro que ha tenido gran influencia en mí como es El Extranjero de Albert Camus?, y me pregunto también si la escondida referencia (cameo literario diría yo) a la obra de Edgar Allan Poe en el nombre de un tigre de bengala es abordada en el libro como una casualidad, como una deliberación, o simplemente es ignorada.
Me doy cuenta entonces de cómo es que el cine y la televisón pueden convertirse en estupendos promotores de la lectura. Seguro existen miles de adolescentes que empiezan a descubrir al verdadero Sherlock al ser enganchados por el personaje de Downey Jr., otros se transportan a fantásticos mundos gracias a Harry Potter y algunos más se adentran en las penumbras del Crepúsculo. Y, claro, como pasar por el alto el fenomeno actual de las 50 Sombras de Grey, que además de ser una fábrica de dinero, ha llevado a miles de personas a iniciarse o a continuar en ese fantastico vicio que es la lectura.
Por lo pronto, quien esto escribe se acerca finalmente a leer Cien Años de Soledad gracias a que la serie del Patrón del Mal transmitida por Unicable lo motivó a leer la Noticia de un Secuestro, del gran Gabriel García Márquez.
cesarelizondov@gmail.com
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