Los sueños y la pesca: El Paraíso

  Publicado el 01 de Febrero de 2015 en 360 la Revista, de Vanguardia

 ¿Será que así es ese cielo que la religión me ha prometido? Imagino el paraíso exactamente así, como en una dimensión distinta a las que conocemos aquí: Inmaterial, intangible, etéreo. Pero donde conservemos una forma de conciencia que nos permita percibir aquellas cosas que nos gustan, que nos motivan, que nos apasionan, e incluso, que nos preocupan. 

     Seguramente fui incentivado por lo que acababa de leer. Me dormí unos minutos después de cerrar el libro clásico de Ernest Hemingway, “El viejo y el mar”. Y tuve entonces un tipo de sueño que jamás había tenido: Soñé que pescaba.

     Estaba con mi hermano a la orilla de una especie de estanque, presa o laguna cuando sentí que un pez mordía la carnada, al tiempo que giraba lentamente el carrete le di un jaloncito a la caña de pescar, el inmediato cosquilleo en las manos me dijo que ahí seguía la presa comiéndose el camarón; entonces di un decidido y fuerte tirón hacía atrás y tuve la inequívoca sensación de haber enganchado al pez. Empecé a recoger el sedal y la resistencia del pez fue lo que todo pescador conoce, ese súbito y ciego pero cierto gozo de saber que algo viene y lo puedes imaginar, casi palpar, pero, que en la analogía de un hijo dentro del vientre de su madre, no podemos conocerle hasta que sale.

     Así como en la vida real, la lucha y los jaloneos del pez hacían parecerlo de un gran tamaño, ¿Será que al igual que un hombre peleando cuando está en su elemento, el pez luchando dentro del agua tiene más fuerza y peso del que tendrá estando afuera, una vez que lo han vencido? En mi sueño, experimentaba la misma felicidad de cuando pesqué mi primer curvina en La Pesca, en Tamaulipas; felicidad que a diferencia de otras experiencias, nunca disminuye de intensidad, así la hayas repetido mil veces.

     Duró poco la pelea. En ese lapso de tiempo indefinido que hay en los sueños repentinamente lo saqué del agua. Era un truchita pequeña y muy delgadita, nada para presumir y sin mucho chiste; pero vaya que me hacía sentir muy bien, contento. Como generalmente sucede con los sueños, los detalles de lo que hice después con aquel animal han quedado diseminados en algún olvidado rincón del subconsciente. Pero al despertar estaba radiante.

    Entonces recordé mis sueños recurrentes preferidos: Emprender el vuelo con movimientos similares a los que hacemos para nadar y observar los árboles y el campo desde las alturas, jugar fútbol soccer aun cuando no es mi deporte favorito, en ocasiones sueño que estoy cantando como un Sinatra y en otras bailando como Travolta, me gusta cuando sueño que conduzco mi camioneta sin saber hacia dónde me dirijo con mi esposa y con mis hijos. Y, ya sabes, todavía me sorprenden de vez en cuando los sueños que el hombre tiene a partir de la adolescencia.

     Es curioso como en mis buenos sueños no se reduce mi abdomen, no tengo brazos más fuertes ni me agrando en lo viril, tampoco ando mejor vestido ni viajo en autos de lujo. No sueño con un mejor trabajo ni siendo galardonado; a veces sueño con quienes se han adelantado pero nunca con quien no ha llegado. No me sueño dentro de una taberna, bar o cantina en un brindis con extraños. Y si me sueño en la escuela, es a la hora del recreo.

     Si, románticamente así debe ser el paraíso que promueven los vendedores de la fe. Un consciente sueño eterno salpicado de incorpóreas vivencias estimuladas por las experiencias, pensamientos, sentimientos, anhelos y, ¿porque no?, miedos que acumulamos durante esta vida.

     ¿La alternativa racional a lo que pienso, lo que habría en lugar de ese paraíso, edén o nirvana? Sería como una noche sin sueños. Dormir sin tener conciencia, navegar en soledad y a la deriva eternamente en un oscuro mar, siempre de noche; sin sedales y sin cañas, sin anzuelos ni carnadas; sn recuerdos ni ambiciones, sin presente ni pasado. Sin futuro.

     Puedo tomar mis decisiones. Y elijo seguir acumulando vivencias y pensamientos en esta vida que me lleven a capturar ese marlín o pez espada que hasta hoy se me ha negado. Porque en mí no hay lugar para la duda: O lo hago viajando a un puerto pesquero de forma convencional, o lo espero a que llegué sin avisar en un sueño, así como llegó la truchita…O será en la vida eterna, que por medio de experiencias y de sueños nos avisa, nos sugiere y nos anuncia, como son allá las cosas. Amén.


cesarelizondov@gmail.com

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