Publicado el 15 de Marzo de 2015 en 360 La Revista, de Vanguardia
Primero se vaciaron
las botellas de buen vino. Luego las lociones se terminaron, y finalmente
aquellos zapatos que me quedaban grandes se fueron desgastando hasta que los
deseché. Jamás supe dónde quedaron los discos de vinilo y acetato; y, por no
ser mi padre cinéfilo, nunca hubo películas que heredar.
Otras formas de herencia poco tienen que ver
con identificarse entre personas y son más bien bienes prácticos y enajenables.
Y así es que a varios años de la muerte de mi padre, las únicas cosas tangibles
que conservo para acercarme a él son los libros de su biblioteca. De cuando en
cuando, al regresar a lecturas pasadas de moda pero con temáticas vigentes
(vaya paradoja, lo vigente no pasa de moda) como el célebre libro del Doctor
Viktor Frankl, me encuentro con pasajes subrayados, notas a pie de página y
símbolos a lápiz que me indican pensamientos, conceptos, ideas o creencias que
me revelan más de la persona ausente que los mismos testimonios de quienes lo
conocieron.
E irremediablemente paso a la reflexión de
los tiempos modernos y como esto afectará la relación entre padres e hijos
cuándo los primeros hayamos partido. Y es que vivimos una era en la que las
pequeñísimas y desapercibidas costumbres de consumo que vamos adquiriendo
devalúan esa valiosa herencia que antes recibíamos: Objetos depreciados y sin
valor económico que nos develaban mucho de los individuos a quienes habían
pertenecido.
Empezando con los libros, pasando por las
películas, para llegar finalmente a los discos, era una buena forma de intentar
trasmitir algo a través de cosas materiales olvidadas en un estante para ser
valoradas por las próximas generaciones cuando fuese el tiempo correcto y en
caso de gravedad, una especie de manzana emocional cayera del árbol de la vida.
Ya sea que hablemos de Cien Años de Soledad, de Citizen Kane o Las Cuatro
Estaciones de Vivaldi, son obras para digerirse en un momento dado de la vida
que para cada individúo es diferente, no necesariamente cuando lo impongan los
programas estudiantiles o los intelectuales lo indiquen.
Y he aquí que los hijos de mi generación
recibirán por herencia un nombre de usuario y una contraseña. Y bueno, no es
que esto sea malo, es solo que refleja perfectamente la despersonalizada manera
de vivir que demandan los hábitos de consumo actuales. Amazon, Apple Store,
Netflix y un sin número de empresas acercan a un click de distancia lo mejor de
la literatura, la música y el séptimo arte, pero también parecería que alejan a
años de luz de nosotros el poder transferir a las próximas generaciones la
esencia de nuestros pensamientos, gustos, filosofías, creencias, miedos y demás
características y rasgos de personalidad que a menudo ni siquiera quienes
conviven con nosotros conocen.
Y aunque quienes producen, distribuyen y
venden esa clase de archivos digitales llevan puntual registro de nuestros
consumos y han desarrollado intrincados algoritmos para conocer mejor nuestros
hábitos y perfiles, evidentemente sus esfuerzos tienen como fin una cuestión
comercial dejando de lado cualquier matiz fraternal. Pero… Me niego a ser
pesimista.
Quiero creer más bien que la herencia en
forma de archivos digitales donde también se incluyen las fotografías, serán
mejores referentes de lo que fuimos en nuestro paso por el mundo que las
cosas
materiales que en el pasado legaban; y es
que, al no existir un objeto físico
de adoración o nostalgia como lo son el libro o el disco en su entidad,
nuestros deudos habrán de buscar hasta
encontrar en los contenidos artísticos,
sociales, intelectuales, ideológicos o doctrinales de esos mismos archivos
digitales las particularidades de nuestra personalidad que no siempre pudieron
conocer o descifrar. Si creemos de verdad que
metabólicamente somos lo que
comemos, entonces habremos de admitir que emocionalmente nos nutrimos de lo que
leemos, de lo que escuchamos y de lo que vemos, por lo que entonces para conocer y mantener presente a una persona ausente, habremos de valorar cuáles
fueron sus pensamientos, no cuales fueron sus pertenencias.
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