Socarrat

publicado el 22 de diciembre de 2024 en Saltillo 360, de Vanguardia

HOY SE HABLA DE… SOCARRAT – Saltillo360

Metáfora a tantas cosas de la vida, saber si salió el socarrat solo es posible cuando el contenido del recipiente se ha vaciado. Por ahí de las tres de la mañana, luego de llenar un par de tupers con lo quedado, descubro que sí, hay socarrat: es el arroz que se pega al fondo de la paellera; hay un punto dónde el consomé ha evaporado por completo y los granos deben ser más suaves que al dente, el término aplicado a las pastas. El arroz necesita un poco más tiempo de cocción, es entonces que puede darse el socarrat, también llamado torraet; tropicalizando, diría que es como el quemadito de la plancha que algunos pedimos con los tacos de bisteck, esa inyección de colesterol tan deliciosa, tan asesina. Es un tema entre los amantes del arroz eso de presumir la base del sartén con un característico tostado, caramelizado podría decir, sin llegar a estar quemado; ni tan-tan, ni muy-muy.

Ser anfitrión de un grupo de amigos que retan el status quo social de evadir temas como la política, religión, filosofía o fútbol, siempre termina en reflexión. Dando bandazos en una mesa redonda desde la NASA hasta el centro histórico de Saltillo, del Sol del Norte a Vanguardia, de Vega Sicilia a Doña Pola, del liberalismo al estatismo y de Arjona a Benedetti, también aparecen los temas personales, familiares y laborales, siempre abarcados desde un plano conceptual antes que testimonial: si alguien nos platica de la pérdida del diente de su hijo, él mismo zanjará el tema con algo parecido a La persistencia de la memoria, no con los honorarios del dentista o los atributos de su recepcionista. Somos como el reparto de la nueva película navideña de Ben Stiller: a nadie apantallan las piruetas, logros y responsabilidades de tu vida personal cuando no conectas con otros; spolier: el personaje de Stiller presume a quien quiera escucharlo los pormenores de su “importante” trabajo, irrelevante para el contexto, intereses y necesidades de quienes le rodean.
El asunto es que, volviendo a la tres de la mañana, observando las etiquetas de botellas, los ceniceros, copas, caballitos y platos sucios, decido recoger un poco antes de ir a la cama. Mientras limpio, imagino y saboreó en la mente la textura y sabor del socarrat, y pienso que, si con la paella salí bien librado con mis invitados, esa costra crocante será una recompensa adicional al intercambio de ideas de hace unos momentos. Si existe un aforismo inglés diciendo que la venganza es un platillo que se sirve frío y nosotros afirmamos que lo que mucho hierve su sabor pierde, entonces, pienso que el agradecimiento es un plato para comerse al tiempo, como el socarrat.
Luego de un buen rato de ires y venires al bote de basura y de fregar trastes, raspo con la pala de madera el fondo de la paellera. Los primeros granos se desprenden con facilidad, pero conforme avanzo un poco más, el arroz restante está más y más adherido al hierro fundido. Paso los siguientes cuatro minutos peleando con utensilios de cocina, haciendo más ruido que adolescente con batería nueva y pienso que los vecinos me han de odiar, pero apenas me voy poniendo a mano con sus jueves de carne asada y música de banda.
Completo más o menos medio plato de socarrat. Mañana, no le aunque sea un día feriado, pesará la malpasada. A estas alturas de la noche y de la vida (¿o es que va siendo de día?), poco importa el maridaje, y me sirvo un buen mezcal; con el paso de las horas, de los días y los años, hay un punto sin retorno donde el gusto se acomoda, no a aquello del deber ser, sino al lúdico placer.
Aparece por la lavandería el afroamericano (en realidad, se llama Negro, pero por aquello de la corrección política, inclusión y todas esas banderitas de actualidad, aquí he de llamarle afroamericano), el gato que se parece a mí: ojos verdes y siete vidas en una sola venida al mundo. Maúlla, ronronea y pasea por mis chamorros. El sol se abre paso entre las persianas. Termino mi plato, apuro el mezcal y le sirvo agua con sus croquetas, o cómo sea que se llame la comida a granel para gatos.
Me voy a dormir. Y sueño con socarrat, con esa costra adherida, que, sin ser plato principal, es igualmente apreciada, tal vez por su brevedad, o quizá por su sabor, por brindar con los amigos, o por sentirme con vida.



La Güera Pasteurizada

publicado el 3 de noviembre de 2024 en Saltillo 360, de Vanguardia


“Muchas cosas carecían de nombre, y para nombrarlas había que señalarlas con el dedo”. Esto lo escribió Gabriel García Márquez en los primeros párrafos de Cien Años de Soledad.

Pues bien, hoy les voy a platicar algo de mi madre, a quien hoy despedimos. Y es que, en dos circunstancias de su vida, no existieron palabras para describir su situación, como en la novela de García Márquez.
La primera palabra inexistente para identificar a mamá: a la muerte de mi hermano, nadie dio con un adjetivo para nombrar a ese dolor de una madre, cuando fallece su hijo. A partir de hoy me llamo huérfano pues quedo sin padre y madre, a diferencia de cuando murió Pepé, cuando para ella no hubo un vocablo para describirla, no hay una palabra para eso. Pero al rato regreso a esto para darle vuelta a esa situación.
Van un par de antecedentes para la otra palabra. Fue mi abuelo quien, en años de la post guerra, trajo la primer pasteurizadora a Saltillo; a mis tíos, a mi madre y a mi tía, les decían los Güeros Pasteurizados. Por el lado de mi abuela, aparece el lado dulce: un gusto por la elaboración (y consumo) de conservas y cajetas, de finos dulces de leche, y quién sabe qué cosas más; ahí anda mi tío Lucano, todavía cargando el nombrecito.
Con esto quiero hacer gala de sangre trabajadora. A sus nietos, los invito a hacer conciencia de la mezcla de su sangre, que reconozcan en ella, la ascendencia de la abuela.
Total, que viniendo de familias muy trabajadores, hace más de cincuenta años, platicando con mi padre, le comentó de sus planes de ponerse a trabajar, como lo hacía desde niña. Reconocimiento a mi padre: siempre con buenos empleos, llevando su casa con suficiencia, sin mediar necesidad ni restar en dignidad, apoyó en eso a mamá. Fundaron entonces un negocio del cual te ofrezco una estampa:
Ella levantaba la cortina en la mañana y realizaba algunas ventas. A la hora de comer, cerraba el negocio y pedía a un par de jóvenes que cargaran la camionetita, una de estacas, ya bastante vapuleada, le llamábamos, la Chimoltrufia. Regresaba por la tarde luego de entregar y comer a la carrera. Volvía a abrir y cerraba hasta la noche. Las ventas de la tarde se entregaban después del cierre, o al otro día antes de abrir. Así durante muchos años. Estoy hablando del siglo pasado, con la conciencia colectiva de aquellos años.
Hoy dicen que si algo no se nombra, no existe. Entonces, de alguna manera, aunque la palabra para describir lo que hacía mi madre sí existía en el diccionario o en el ideario, nadie la nombraba, por lo tanto, era letra muerta, pero ella de cualquier forma lo hacía. Esa palabra, que hoy está más viva que nunca, que la escuchamos y la vemos accionar en todas partes y en todo momento, es, feminismo.
Para mí, y para orgullo de sus nietas y nietos, ella fue la primer feminista de Saltillo. Podrá alguien no estar de acuerdo en algo de lo escrito aquí, pero como siempre digo: me pueden corregir un dato, pero nunca el garabato.
Volviendo a la primer palabra, nos encontramos con la promesa de la religión que bautizó a mi madre y también le dio su último sacraento, según esa creencia, hoy es recibida por su padre y madre, sus hermanos y su esposo, y por supuesto, su hijo.
Entonces, felizmente, podemos decir que esa primera palabra inexistente ya no aplica a mi mamá: hoy se ha reencontrado con su hijo. Es en esa doble cara de la vida donde, por consecuencia, tenemos que por acá nos quedamos tres huérfanos; pero en esas tantas cosas que la vida nos ofrece a sus nietos y sus nietas, a mis hermanas y a mí, nos queda el consuelo de repetir con mi madre lo que nos ha venido sucediendo tras las muertes de los Pepés: encontrar en cualquier sitio y circunstancia, a personas que vivieron distintas experiencias con ellos, y que nos platican de eso, pues ahí los vemos a ellos, sabiendo que siguen entre nosotros. Esperamos, expectantes y abiertos, todas esas historias de las cosas que en algún momento hizo ella en otras facetas de su vida distintas a ser abuela y madre.
Entiendo que ella fue diferente para todos, cada quien la recordará de acuerdo a la personalísima relación que cada ser humano tiene con los demás, pero para fines de comunidad, les pido que en lo general, conservemos de ella dos imágenes comunes, donde ella fue ella, sin más adjetivos que un ser humano con la gracia de vivir: les invito a recordarla en dos formas que para mi significan la esencia de su ser, además de abuela y madre: La Güera Pasteurizada, y la Primer Feminista de Saltillo.

Duelo silenciado y código mariposa

publicado el 13 de octubre de 2024 en Saltillo 360, de Vanguardia


Silencioso, desautorizado, secreto. De varias formas se nombra y de distintas maneras se entiende. Se trata del luto que llevan las personas que pierden un bebé en las etapas de gestación o primeros días de vida; en etapa perinatal, es el término adecuado.

No es que exista una falsa creencia indicando que no hay sufrimiento en tales circunstancias, es más bien como una laguna social que desatiende la necesidad de acompañamiento y respeto en estos casos.
El 15 de octubre, en el marco de la celebración del Día Internacional de las Pérdidas Gestacionales y Neonatales, se vivirá la Ola de Luz Mundial, evento que ilumina, reconoce y recuerda a cada bebé fallecido durante el embarazo, el nacimiento o sus primeros días de vida. Aquí en Saltillo, a las 7 pm en la explanada de la clínica 89 del IMSS, el próximo martes, puedes llevar una veladora y vestir de rosa y azul para acompañar a los familiares de esos bebés, también llamados ángeles.
La intención de mi escrito es hacer eco de organizaciones formales o en proceso de protocolización, como la asociación Es por Ti, no solo para el acompañamiento de la Ola en estos días, sino para generar esa comunicación y conciencia en nuestra sociedad para que juntos demos los pasos necesarios para atenuar ese inmenso dolor que sienten quienes pasan por esa pena. ¿Cómo se logra eso? Para iniciar, con pequeñas y desinteresadas acciones.
Ya sea que las leyes, normas y direcciones lo marquen o no, la atención que demos a los detalles nos puede convertir en valiosos apoyos para quienes sufren: sabiendo que nunca lo entenderemos igual por no estar en la misma situación, lo que nos queda es practicar la empatía desde las acciones, desde cualquier ámbito en el que nos encontremos.
Desde la familia, buscando y encontrando las palabras o gestos adecuados; desde las instituciones médicas, identificando a esas madres para evitar cualquier protocolo que les recuerde de forma innecesaria su pérdida; desde los centros de trabajo, concediendo los permisos necesarios hasta que el dolor permita reinsertarse a las labores; desde el compañerismo en cualquier ámbito, esforzándonos por cubrir obligaciones y responsabilidades de los dolientes; desde los gobiernos, liderando a la sociedad facilitando que todas las intenciones de sanación sean atendidas.
En esto último, recojo el concepto del Código Mariposa, que a grandes rasgos trata de hacer visible a la madre que ha sufrido la pérdida, para que todos los que la atienden y procuran, ya sea de forma directa o indirecta, entiendan la singularidad del caso y actúen en consecuencia. Por listar algunas cosas para explicarme mejor, te diré que sería certero legislar sobre este ú otro código similar, para que esos pequeños e inocentes detalles no sean pasados por alto: tener a una madre sufriendo esa pérdida en el mismo lugar donde otras reciben a sus hijos, les dan de comer y los disfrutan; personal de hospitales que no conocen el caso y hacen preguntas o en ocasiones hasta llevan cosas para el bebé que se esperaba; personal administrativo en clínicas y centro de trabajo, quienes tienen la obligación de documentar todo, pero cuando no reciben un código o no conocen un caso, pueden caer en bienintencionados comentarios o requisiciones que terminan por ser hirientes… igual en toda actividad que de ahí en adelante haga la madre…por el resto de su vida.
En el México de hoy, donde la sociedad civil y los gobiernos de cualquier nivel y partido encuentran resistencia a sus particulares puntos de vista, acompañar, difundir y legislar a favor de este tipo de movimientos que acogen a tantas madres, padres y familiares que sufren por la prematura partida de un bebé, es la empatía que podemos mostrar para ofrecer esa insuficiente piedad que puede ser leída desde la religión o la sicología, desde la sociedad y el gobierno, desde la niñez hasta la vejez, porque para todos significa lo mismo, en eso no tenemos diferencias, y nos puede servir muy bien para subsanar en algo, esas lagunas que sin querer, hemos dejado en nuestra sociedad.
Martes 15 de octubre Día Internacional de las Pérdidas Gestacionales y Neonatales, 7 pm en la explanada de la clínica 89 del IMSS, la Ola de Luz Mundial.



XXX Congreso de la Mujer

publicado el 22 de septiembre en Saltillo 360, de Vanguardia


Tienes doce años y te diriges a la escuela con tu madre. Falta una década para el ataque de Al Qaeda en contra de los Estados Unidos; Alemania es campeón del mundo en fútbol; se disuelve la Unión Soviética y Bryan Adams aparece en la cima de Billboard. Tiempos también de los etarras en España. Antes de llegar al colegio, una bomba instalada en el auto, estalla. Pierdes ambas piernas y tres dedos de una mano; tu madre pierde una pierna y un brazo.

Ese atentado es base del testimonio de Irene Villa, una de las voces invitadas al XXX Congreso de la Mujer organizado por Familia Unida Saltillo y Pastoral Familiar. La tragedia es solo el inicio de todo, en su conferencia “Saber que se puede”, Irene habla de superación, familia, trabajo y deporte; pero su mensaje más importante, es acerca del perdón.
Este 26 de septiembre, en el mismo evento y por el mismo boleto, también tienes la oportunidad de escuchar a alguien que bien podría alternar en el programa de Shark Tank: Pilar Jericó (no, nada qué ver con el diputado) te dará herramientas para superar los obstáculos en cada etapa de tu crecimiento personal. Aunque el expertise de Pilar va por el lado de emprendimiento, “Vencer el miedo” es una charla donde los conceptos de desarrollo aplican para todos los matices de tu vida diaria.
“Mundo Fani” (FANI: fragilidad, ansiedad, no linealidad e incompresibilidad), es un término acuñado tras la pandemia del Covid-19. El Dr. José Antonio Lozano, en el cierre del evento, hablará de la esperanza y la paciencia como parte del camino para sobreponerse a las circunstancias de un mundo caótico y cambiante en sus normas y desafíos. Te recuerdo que Lozano es doctor en derecho, prohibido acosarle con dudas sobre molestias físicas.
También el próximo jueves en Villa Ferré, Piki, alías Andrés Martínez, te platicará desde su experiencia en sus proyectos de Mundo Imayina y Dr. Sonrisas, cómo es que “Los sueños no se cumplen, se construyen”. Seguro compartirá ese simbolismo que él ve en la nariz de payaso que usan sus voluntarios en las visitas a los niños en tratamiento: sacarte el corazón del pecho y ponértelo en la cara. Interesante conocer la forma en que cumpliendo los sueños propios, se logra generar alegría para los demás.
Y dentro del programa, en esta edición se cocina algo inusual: una plática impartida por dos personas. Confieso que no tengo idea de cuál será el formato o la dinámica, pero por la pura curiosidad de ver cómo se desarrolla una conferencia compartida, me gustaría estar ahí. Martín y Lizzy Valverde, además de ser pareja, son motivadores que presentan “Habilidades de Resiliencia”. Ella, psicoterapeuta con amplias credenciales, él, músico profesional. Adelanto que va a ser interesante la combinación de su lírica músical, con el conocimiento científico de ella, todo desde la fe y la espiritualidad.
“Hoy me comprometo, creo y vivo”, es el eslogan o subtítulo del congres; “Reconocer los medios para fortalecer la esperanza que nos ayude a vivir el hoy” es el objetivo.
Jueves 26 de septiembre en Villa Ferré. Por la mañana inauguración a las 9:30 am, tres conferencias y luego cada quien a comer con su familia; por la tarde, otras tres charlas a partir de las 16:30. No quiero parecer locutor, pero… ¡No te lo puedes perder¡
Tel. 844 4160858. Facebook e Instagram @FamiliaUnida Saltillo. WhatsApp 844 3920462

GYM

publicado en septiembre de 2024 en Saltillo 360, de Vanguardia


Para cuidar del corazón acude uno al gimnasio; para cuidar de los sentimientos mejor refugiarse en misa, terapia, la reunión familiar, la carnita asada… o ver un capítulo de Everybody loves Raymond. Bonita condición humana esa dependencia de órganos que, entre otras cosas, sirven para que tantos profesionales tengan una digna ocupación: el cerebro no funciona sin irrigación sanguínea mientras el corazón no bombea sin órdenes del cerebro. No vive uno sin el otro, así como historia de amor apache, o de bachillerato.

Total, que ahí me tienes de visitante consuetudinario en el gym cuidando del corazón y tratando de recuperar el six pack que yo sé, se esconde bajo eso que mis hijas llaman la pancita legendaria. Acudo con regularidad, más porque recibo el cobro recurrente en la tarjeta de crédito que por dar mantenimiento a la carrocería que el sarcástico dios asignó a esta consciencia, alma, espíritu o caricatura; ya sabes cómo es esto: para suspender mi membresía tengo que llegar el día exacto, a la misma hora, con el mismo outfit y con la misma recepcionista, durante la semana del aniversario de la suscripción.
Aunque cuido de no establecer mucho contacto visual para no convertirme en Lord Mirón o algo similar, es imposible despojarme de la imaginación cuando me encuentro en este tipo de microcosmos. Entonces, para hacer la rutina más amena, permito a la mente divagar y juego un poco a la omnisciencia, conjeturando qué escuchan los demás visitantes en sus auriculares.
Por ahí anda alguien de mi generación que debe escuchar un heavy metal. Aquel otro, adivino, tiene en su lista de reproducción puros corridos tumbados; aquella jovencita tiene cara de Taylor Swift mientras su madre ha de escuchar un podcast de meditación. El mamado que arroja las pesas al suelo como si quisiera recrear en este edificio lo ocurrido en las torres gemelas, quizá le da vueltas a su playlist de música electrónica. El tristón reproduce una y otra vez los audios de su madre muerta, el estudiante aplicado repasa audiolibros para sus exámenes al tiempo que el funcionario público sintoniza Desayuno con Juan Manuel Udave. Anda también por ahí Narciso, quien luego de cada repetición comprueba en cuántas micras aumentó su musculatura, así como el proveedor de proteína y quién-sabe-qué otras sustancias, infaltable en todas partes.
Y sucede que, mi vecino de caminadora atiende una llamada telefónica. Al terminar, algo ocurre con su aparato, supongo que una tecla presiona, o sus auriculares se quedan sin pila, o alguna configuración tiene que se desactiva el bluetooth, y lo que antes solo él escuchaba en sus auriculares, ahora lo oímos quienes estamos a su alrededor. Por su facha, edad y lenguaje corporal, pensé que su música sería algo de moda, algo estridente para mí, algo más apegado al ruido que al ritmo o a la poesía, algo de lo que mis hijos ponen en mi camioneta cuando nos desplazamos del hoy al mañana y del ayer al hoy. Pero no, me parece reconocer una de esas frecuencias en Hz precedidas por un número como 33, 285, 396, 417, u otra cifra que por su trasmisión evoca más al orden de Fibonacci que al caos del mundo percibido; aclaro: no es que tales frecuencias y la citada secuencia tengan necesaria conexión, nunca falta el nerdcito que me corrige los datos, aunque nunca los conceptos. Es un agradable descubrimiento; un halo de paz, tranquilidad, vigor y optimismo se cierne sobre nosotros.
Me doy cuenta que a mi edad, con todos mis años, vivencias, alegrías y descalabros, sigo siendo un tipo prejuicioso que se deja llevar por las apariencias y primeras impresiones; esta experiencia puede cambiar eso.
Salgo del gimnasio con renovada perspectiva, pero no con una nueva visión del mundo, ese es tal cuál es por la suma de conciencias, esa configuración social que pretende igualar todo lo que por naturaleza es diferente, no es por eso que entendemos por conciencia colectiva, geopolítica u orden mundial, es más bien por otra forma de percibir a las personas que habitan este planeta: individuos como tú y como yo, que nunca son cómo los imaginamos, que siempre, pero siempre, son distintos, más virtuosos y complejos debido a la singularidad y no por usos y costumbres; seres que resultan ser más interesantes de lo que creemos ver en un gimnasio, en una cafetería, o en los pasillos del supermercado.



La vendimia de Casa Madero

publicado el 18 de agosto de 2024 en Saltillo 360, de Vanguardia


Sin duda, uno de los mayores beneficios de llamarse saltillense por domiciliación, es considerarse parrense por aproximación. Aunque, si bien es cierto que los habitantes de Saltillo apenas nos despegamos de la ciudad hacia el oriente para acceder a una sierra repleta de pinos verdes, si nos desplazamos hacia el poniente, el escenario no podría ser más distinto: el calcáreo desierto a ambos lados de la carretera.

Pero justo en la mitad de la autopista a Torreón, en Paila, gira uno hacia el sur, y unos kilómetros más adelante se encuentra la cuna del continente americano en cuanto a industria, cultura, desarrollo, agro y festividades relacionados con la uva. Esto es, La Hacienda San Lorenzo, también conocida como Casa Madero. En cosa de unas décadas, mis lectores más jóvenes festejarán medio milenio de este acontecimiento; parece que fue ayer cuando mi generación conmemoró los 500 años del descubrimiento de América.
Esa fortuna de ser saltillense, fue la causa principal para ser invitado a un evento de talla internacional que consigue ensamblar pasado y presente, ritos ancestrales y cocina de autor, parrenses de cepa y agregados, trabajadores y socios, paganismo y religión, juventud y sabiduría, música pop y mariachis.
Junto a un reducido grupo de amigos contados con mano de carpintero (nota desde mi otro oficio: si tiene todos sus dedos, no es carpintero), luego de acomodarnos en nuestro hotel y, cómo chingados no, recrear ese lujo perdido en la capital del estado pero aún apreciado en Parras, la siesta parreña, nos dirigimos a los jardines de Casa Madero.
Ahí nos recibió el equipo de relaciones públicas para acomodarnos en una mesa alta con sillas a juego. Un estupendo grupo de meseros nos ofreció cocteles a base de productos regionales mezclados con el destilado de la casa, Blanco Madero, producto que no probaba desde la prepa. También, una selección de vinos de mesa que sería ocioso mencionar ya que la etiqueta de la empresa es reconocida por nuestros lectores.
Ahí, al igual que en las siguientes actividades, la sencillez y calidad humana de nuestros anfitriones, los hermanos Brandon y Daniel Milmo, llevaron a la realidad el anónimo aforismo mencionado en miles de mesas alrededor del mundo, credo de quien esto escribe: el mejor vino es aquel que se comparte con amigos.
En una noche llena de luces, sonidos, colorido y buenos sabores, fue gratificante tener consciencia de los sentidos: la tambora de los matachines y su vestimenta acompañada de sonajas y plumeros, descendiendo desde el cerro de la cruz hasta llegar a la hacienda para bailar alrededor del crepitar y calor de fogatas de cinco metros, la maratónica quenda de una campana hasta la extinción de la última brasa de la última fogata, la democrática emoción y sonrisas al ver los fuegos artificiales y percibir el olor a pólvora; durante la cena, una escenografía con una representación del penacho de Moctezuma, una cantante que interpretó canciones en por los menos tres idiomas, carne roja en mole, ceviche con leche de tigre, un increíble postre aludiendo artísticamente a la tierra y el agua, las uvas y la planta de la vid; el fraternal abrazo y saludo entre personas, que transmite y multiplica en ese gesto toda la buena energía que se recibe en eventos como este, cortesía de los organizadores.
Al otro día los festejos continuaron con el desfile de la vendimia desde la Plaza de Armas, la bendición de la cosecha y la representación de la molienda, o el pisado de las uvas; todo siguiendo un legado de siglos que resguarda en rituales y simbolismos, en productos, trabajo, creencias, investigación y camaradería, la esencia misma de la humanidad: la fusión del hombre con su entorno, con su obra, con la obra de la naturaleza, con la obra de dios o del universo; o con todo lo que cabe, en una copa de vino.



875 Metros

publicado el 28 de julio de 2024 en Saltillo 360, de Vanguardia


Desando el camino que en unos minutos recorreré a máxima velocidad, sin saber a ciencia cierta si iré huyendo o persiguiendo, notándome o invisible, como un león o un avestruz, yendo alegre o aterrado. Lo que sí tengo muy claro es que estoy aquí por voluntad propia, nadie me ha puesto en esta situación; una serie de eventos, algunos de ellos desafortunados, así como un voluble carácter, algo de historia familiar y la curiosidad por algunas cosas, me arrastraron durante años a rumiar varios anhelos. ¿Sabes lo que sucede cuando voy tras mis anhelos?: el miedo me paraliza al tenerlos a la mano, o no son lo que esperaba, o simplemente, no ocurren.

875 metros me separan de… de no sé qué. Pero por algo estoy aquí, en un lugar que no había estado, de nuevo como tantas veces, intentando metaforizar en sentidas experiencias el misterio de la vida. Y ya lo sabes, lectora, lector: le buscamos explicación a la vida al experimentar el absurdo, el sinsentido.
Un montón de sustancias creadas en el cerebro cuyas etimologías terminan en “ina” se reproducen a velocidad de conejos, siento aquella expectación de la línea de salida de cuando corría el 21k en nuestra ciudad, aquel hueco en el estómago antes del kickoff del fútbol americano, el miedo paralizante de invitar a una joven a bailar.
Contexto: apenas ayer estuve en el pueblo de Elizondo, de dónde se supone, salió algún bandido cuyo trasero o descendencia terminó en América, en Saltillo concretamente, según algunos genealogistas. Pero no me equivoco: sé muy muy bien que mi pasado está en las navidades con mis primos, en el pequeño hogar de mi infancia y en la casa de mi juventud, en el patio de mi escuela, en mis relaciones por trabajo así cómo en el brindis con amigos, en las relaciones fallidas, pero siempre agradecidas, en sobremesas y traslados con mis hijos. No es de dónde vienes, es con quién te has acompañado y hacia dónde te diriges. De Elizondo llegué a Pamplona, a los Sanfermines.
Un híbrido de fiesta religiosa y feria ganadera, aunado a la exposición mundial que Ernest Hemingway le dio a los Sanfermines con su libro llamado Fiesta, hacen de dos semanas de julio un acontecimiento cargado de esa libertad de antaño que hoy nos parece libertinaje: espacios libres para fumar y beber, comida y baile por todas partes, respeto a las minorías sin sometimiento ante ellas, ambiente taurino sin restricciones; todo lo anterior desde una libertad como la que en otras partes del orbe disfrutan la comunidad LGBTQ+, los animales domésticados, los pro-aborto y demás colectivos cilindrados desde sabrá dios qué intereses.
Investigo tantito del festejo religioso, y me doy cuenta que, igual a las figuras de yeso de mi parroquia, con rascarle solo un poco se desprende la pintura: carencia de rigor histórico para tener credibilidad más allá de la fe, pero eso no importa, toda religión se basa en eso.
Una insípida corrida de toros vangoghiana (solo una oreja) donde veinte mil personas alternan a capella entre “El Rey” de José Alfredo Jiménez que te pone la piel de gallina y “La chica Yeyé” inmortalizada por Martha Sánchez, que te pone los pies a bailar. Al otro día, el encierro: esa delirante carrera por las callecitas de Pamplona, entre ocho toros de casi 600 kilos, rodeado de miles de personas corriendo, cada quien por su loquera.
875 metros es la distancia del encierro, desde los corrales donde duerme el toro hasta la plaza de toros para la corrida de la tarde. La carrera del encierro dura menos que el coito de un adolescente primerizo. Vuelvo a tener esa increíble sensación del 21k y de la carrera de la vida: corres codo a codo entre una multitud de personas, pero sabes que vas solo. El encierro, el coito adolescente y la vida, una trilogía tan intensa como breve.
Mi reflexión final, un homenaje a mi abuelo, a mis amigos taurinos y a mi tierra: no siendo el santo patrono de Pamplona el mentado San Fermín, destaco que, para santos, San Fermín Espinosa “Armillita”. Olé !




Un fantasma en un estanque dorado

publicado el 14 de abril de 2024 en Saltillo 360, de Vanguardia



He visto un fantasma. Claro, sabes que saldré con un giro o plot twist barato e innecesario, como siempre. Pero también como siempre, espero que me leas, y que esta lectura aporte un poco a tu día. Va el contexto, la revoltura, el dizque nudo, y al final, pues el principio:


Pensé que a mi padre le gustaba Jane Fonda. Y que por eso estuvo chingue y chingue y chingue una vez para ver juntos, un sábado por la noche, una película con grandes actores y una trama sencilla pero profunda: “On Golden pond”, con Katharine Hepburn, Henry Fonda, y la hija de él. En aquellos tiempos de televisión abierta y un par de canales para ver, ya tenía pensamientos similares a los de hoy, por ejemplo, el que cuando un padre, de la nada, quiere forzar un momento “Disney” con un hijo, es porque ha hecho alguna burrada fenomenal en esa u otra relación importante de su vida. Es decir, por una cruda moral de antología.

Cambiemos un poquito de canal, y al rato regresamos a la historia. Nos resulta inevitable buscar con los hijos el tipo de experiencias y pláticas que además de ser patéticas -perdón, quise decir poéticas-, dejen también alguna huella o aprendizaje, así como fue expuesto en la serie de Cosmos en sus distintas temporadas con el caso de William Herschel y su hijo. En ese capítulo, a la pregunta de su hijo acerca de la existencia de los fantasmas, el científico Herschel le responde que, desde luego, existen. Luego le explica cómo es que vemos a las estrellas en el firmamento, brillantes y vivas, cuando en realidad muchas de ellas han muerto y desaparecido hace miles de años, pero por la distancia a la que estuvieron de nosotros, resulta que su luz apenas nos va llegando. Esto en el contexto de la velocidad de la luz, la distancia, el infinito universo y demás.

—La luz que vemos de muchas estrellas, es el fantasma de algo que ya no existe, pero que existió— termina por decirle Herschel a su hijo.

Muy bonito todo, pero, volvamos al tema. En lo que ha parecido un siglo más tarde, iniciando un fin de semana con todas las posibilidades por hacer, pero sin ánimo para repetir la secuencia conductual de tantos años, a la trecientos veintisieteava vez que cambié de canal, me encontré con aquella película ochentera que en su momento, igual a todo, no comprendí. Por supuesto, había de inventar una paradoja para justificar el gasto en talleres de escritura: la vi con nuevos ojos, aunque más cansados.

Resultó agradable ver una historia que no corre a la velocidad de la luz y cuyo único gancho subliminal es contemplar a Jane Fonda en bikini durante una escena irrelevante para la trama. No arruinaré mi columna contando de qué va la película ni me las daré de conocedor en fotografía, actuación, locaciones o música; solo diré que, a pesar de tener un guion predecible ante la artesanía en comunicación creativa de estos tiempos, me quedé varias horas con la historia dando vueltas dentro de mi cabeza.

Fue entonces que apareció el fantasma: el fantasma de mi padre, y entendí que él no me arrastró a ver esa película porque le gustara Jane Fonda, sino porque él se veía reflejado en el padre de ella…y en todo caso, le gustaba el papel de Katharine Hepburn, su pareja en la película.

Nunca supe ni sabré qué habrá hecho papá esa semana para andar de capa caída e invitarme a ver algo que tal vez no tenía que ver conmigo, sino con mi madre. Por ello es que hoy, a una distancia donde apenas me va llegando su luz, le digo: tranquilo viejo, aquí sigue mamá muy bien, a pesar de todo.




Billie y el gato negro

publicado el 17 de marzo de 2024 en Saltillo 360, de Vanguardia



Escuchaba “We didn´t start the fire” de Billy Joel entrando al estacionamiento de la plaza comercial. Ahí decidí que, independientemente de adoptar macho u hembra, su nombre sería Billie.


Era una gatita de ese color gris que algunas personas saben portar bien entre tanto ruido y color: un gris brilloso, elegante, digno, justo en medio de los contrastantes blanco y negro. Mes y medio tenía de nacida y buscaba un hogar.

Por primera vez en mucho tiempo, me dormí sin necesidad de encender la televisión, regresé a la clase de papá primerizo uno y lo poco que dormí fue en posición de momia. Con tristeza, observé que no comía durante la noche y primera hora de la mañana. Decidí llamar a mi mentora en cuestiones animales para que me explicase qué hacer.

Más tarde visité la clínica veterinaria. Ni con las ballenas en el mar de Cortés, o la majestuosidad del cóndor en Perú o la víbora pitón reticulada en no recuerdo qué sitio, me sentí tan impactado ante la presencia de un animal.

Apenas crucé la puerta y ahí estaba: un gato negro con una estampa digamos, señorial. Era más negro que la noche, sentado en medio de la veterinaria, me observó con sus típicos ojos de arriba abajo, no sabría decir si él medía mi altura, mi precaución o mi carácter. Desvió la mirada y regresó a hacer lo que estaba haciendo: nada.

Durante los siguientes días visité el lugar para ver la evolución de Billie. E intenté hacerme amigo del gato negro, más por reto que por sociable. Tres comprometidas jóvenes veterinarias, con un alto grado de profesionalismo y responsabilidad animalista, ayudaron a Billie en su aferro a la vida mientras me enseñaron a darle de comer y acercarme al gato negro mientras este mostraba tanto interés en mi como los los rockeros a Peso Pluma.

¿Qué mueve a una persona madura para compartir sus tan preciados momentos y espacios de aislamiento con un animal? No lo sé, lo seguro es que no suplen la ausencia de hijos en casa ni de amigos en la barra. Debe ser algo relacionado al futuro.

Pero el futuro no llegó para Billie. Murió en una madrugada sin llegar a cumplir los dos meses. No puedo decir que me haya afectado tanto su partida; apenas la tuve un día conmigo y los demás estuvo bajo la supervisión de profesionales. Pero algo se movió dentro de mí al ver los arrasados ojos de su veterinaria.

En un arranque de impotencia, animalismo, despecho o egoísmo, pregunté por el destino del gato negro. Me dijeron que estaba disponible en adopción, a pesar de su tamaño. Imaginé los tan distintos escenarios que las parejas en proceso de adopción han de descubrir dependiendo la edad entre un bebé, un niño o un adolescente. Porque por una simple letra, adoptado no es igual a adaptado.

Acordé visitarlo durante la semana para generar algún vínculo de confianza para luego llevarlo a casa. En eso ando con cierto éxito, pese a tener, por mucho, más compatibilidad con los perros (ya sabes: eso de no atinarle a la taza del baño, dejar huellas por todas partes y babear casi por cualquier cosa).

Pero, sabes una cosa, dicen por ahí que, cuándo piensas mucho en alguien es porque ese alguien también piensa en ti. Y aquí me tienes, pensando en el gato negro y la posibilidad de brindarle un hogar, compañía, independencia y cariño. ¿Estará allá, en la soledad de la veterinaria pensando en mí? Lo dudo, pero no me importa, a veces hay que empezar a mover las cosas por este lado para que también se comiencen a mover por el otro. Esta decidido: mañana voy por él, y si el protocolo de adopción me aprueba, ya le tengo un nombre, aunque sea prestado: el Negro.

Arriba dije que adoptado no es sinónimo de adaptado, así es que viene tarea por delante para ambos. No tengo idea de lo que va a pasar; luego de criar cuatro hijos esto no debería ser tan abrumador, pero por alguna razón, lo es.

Pienso, como lo dije antes, que tiene que ver con el futuro. Quiero imaginar un futuro dónde el Negro, además de significar una adición positiva en mi cotidianidad, tenga cierta importancia en mi vida y yo pueda ser su sustento emocional y compañía, a la manera de los gatos. Y dónde Billie, y todas esas criaturas de cualquier especie que se han ido prematuramente, sean recordadas por quienes las tuvimos en los brazos por muy breve tiempo, pero el tiempo suficiente para darle un giro de cuidados a su existencia, y de posibilidades a la nuestra.

Una forma de evadirse

 publicado el 10 de diciembre de 2023 en Saltillo 360, de Vanguardia. 

Hay una constante entre los personajes juveniles de la literatura que llama la atención cuando se leen novelas ambientadas en épocas del pasado. Ya sea que te adentres en la vida de Jo March durante la guerra de secesión norteamericana en “Mujercitas”, o sigas el monologo de Paul Bäumer viviendo la primera guerra mundial en “Sin novedad en el frente”, o que leyendo “El guardián entre el centeno” te enteres del pensamiento de Holden Caulfield a finales de los años cuarenta, resulta que salpican sus diálogos y reflexiones con una que otra alusión, citas y demás formas de intertextos a lo largo de la obra.

Es cierto, ellos son caracterizaciones creadas por sus autores, y sus acciones y dichos provienen de la imaginación o experiencias del escritor. Pero también es verdad que los personajes tienen la obligación primaria de ser realistas, es decir, que de entrada sean un fiel reflejo de la cotidianidad del común de la gente para que el lector se pueda identificar con ellos. Y de ahí parte lo que me llama la atención.

Resulta que estos y otros personajes de la literatura de antaño, muestran, aun siendo muy jóvenes, un acervo cultural y literario lo suficientemente amplio como para sonrojar a cualquier cincuentón de actualidad que se las dé de muy culto. Ya no digamos frente a las nuevas generaciones de edad similar a la de ellos. Y pues, si los jóvenes protagonistas de esas historias son representativos de la juventud de la época retratada, tenemos que, cualquier chamaco enmarcado en las generaciones de boomers hacia atrás, tenía una forma de evadir la realidad más sana a las que escogimos los “X”, los millennials, y los “Z”, o contemplativos en México.

Junto con el auge en las comunicaciones y la globalización, fuimos complacientes al entregarnos primero al cine y la televisión, para luego volcarnos en video juegos, internet y redes sociales. Dejamos los libros de lado por razones entendibles: una imagen vale más que mil palabras. Sí, pero… si una imagen transmite más que las palabras, quizá debimos voltear al arte plástico ante el colapso del hábito de leer. Por desgracia, no fue así.

Todo esto va al encabezado del artículo: una forma de evadirse.

Porque entre las distintas realidades que se pueden encontrar en una guerra civil, una guerra mundial y el mundo de la guerra fría, han de ser todas más crudas y difíciles de sobrellevar que a una sociedad de consumo, a la economía del demonio, de culto a la imagen e inmediatismo como lo hacemos ahora. Lo distinto es que aquellos se evadían por medio de la lectura, hoy lo hacemos en el consumismo, la superficialidad, el alcohol y las drogas, sin caer en la inocente creencia de que antes no existían.

Por supuesto, tampoco es que sea muy sano evadir sentimientos y emociones por medio del arte, el trabajo o el deporte. Pero sí hay gran diferencia entre evadirte mientras cultivas el intelecto, el cuerpo o tus finanzas, a hacerlo mientras te matas o vulneras tu capacidad.

Y sí, es muy delgada la línea entre ser adoctrinado por medio de las palabras impresas en un papel, a también ser encauzado por los usos y costumbres de un mundo sin objeciones. Es casi lo mismo para fines de autonomía intelectual, ideológica o religiosa, pero uno de ambos condicionamientos deja una brasa que se puede convertir en cuestionamiento, y de ahí, en libertad de pensamiento, la otra no. 

 Al final, a nadie se va a engañar, se evade uno como quiere, porque tanto aquel que lee historias que no ha vivido, como el que vive la vida, en el fondo buscan algo para complementar su ser. Tú, ¿cómo te evades?






La importancia de que no te llamen Ernesto

publicado el 6 de octubre de 2025 en Saltillo 360, de Vanguardia

HOY SE HABLA DE… LA IMPORTANCIA DE QUE NO TE LLAMEN ERNESTO – Saltillo360

Vanguardia HD

Desde mi perfil de vendedor que me da para comer, entiendo que un buen juego de palabras atrae la atención; luego, desde el aspiracional de escritor que me da para vivir, procuro destacar lo conceptual sobre lo cuantitativo para eficientar la comunicación. De ese híbrido de oficios es que siempre salga con disparates distintos a lo que en principio promete el escrito.

Dicho lo anterior, sabes que este artículo no trata sobre Oscar Wilde. Aunque partimos de la premisa de su obra entendida desde la importancia de actuar de acuerdo con las propias convicciones más que la expectativa de otros, la conclusión será cuándo sí resulta importante la percepción de alguien más. Tenme dos párrafos de paciencia, y luego vamos a despegar.
Es una paradoja que desde nacer nos atengamos a una cédula de identidad determinada por fecha, lugar, sexo, progenitores y seudónimo de pila escogido por razones tan justificadas como el nombre de la abuelita, el santoral en el almanaque, el amor platónico, lé artisté del momenté, o ya de plano, la marca del malogrado condón que hizo posible la hazaña. La paradoja y el espíritu de este artículo radica en el hecho de que esa identidad tan detallada nos acerca más a lo genérico que a lo particular; toca entonces hacer un intento por rescatar la individualidad. Me explico:
Esa CURP mexicana que en otros países equivale a DNI, pasaporte, CI, o kimlik karti entre muchos otros (gracias, IA), termina por invisibilizarnos como individuos ante los demás. No voy a extenderme en el sobajado discurso de ser simples numeritos ante un gran hermano vigilante y todo ese rollo; no, el sentido es reconocer aquellas relaciones en las que somos algo muy distinto a una identificación numeraria o al nombre que serviría para que seres de otro planeta supieran más o menos quién dice el mundo que somos. ¿Somos datos alfanuméricos y biometría? ¿O también somos aquello que es único para quienes procuramos y nos procuran?
De ahí que un servidor siempre regrese allá dónde le conocen por Tocayo, o disfrute los asados con aquellos que le dicen Checharleone, acuda al llamado de los que le llaman Primo, Compadre, tío, sobrino, cuñado -cuñis o ñáo-, padrino o ahijado. Irremediable tristeza de medio siglo sin escuchar a mi tío Antonio llamarme su Compadrito y nostalgia de décadas sin que mi tío Rodolfo me diga Chicharito Mondingo.
Siempre será más fraterno referirse a alguien por un apodo que por su nombre oficial. Sabemos que al escuchar nuestro nombre tal y como viene escrito en el acta de nacimiento, pero de boca de nuestra madre, ya valió ídem; distinto a cuando nos dice mi´jito. Lo mismo aplica si escuchas tus generales en un aeropuerto, ante el notificador de hacienda, o por un sacerdote oficiando.
Abriendo un poco el abanico, existe algo de individualización colectiva, si me permites el oxímoron, en pequeños grupos como han sido en mi caso los Olindos, Bóxer, Vaqueros, Pumas, Mineros, Atléticos, Mustangs, Compayitos y Generación XXI. Gremios, asociaciones, religiones y demás colectivos también caben.
Fuerte dosis de realidad me cayó al descubrir que alguien me tiene guardado entre sus contactos como “Elizonso” y otro me llama scarface a mis espaldas, o al sospechar que en el ideario de algunas personas pueda ser el tóxico, intenso o malnacido; en ningún caso he sido Juán Mecánico o algo así. Un par de sobrenombres surgidos de la imprudencia: caza-fantasmas y caballo loco.
Otros motes como Gansito (por tener una embarradita de fresa) y Cri-Cri son mi esencia con queridos grupos; gracias al paso del tiempo en el trabajo terminaron por llamarme Don César; personas cercanas a mis hijos e hijas me han dicho Tío por evitarse el señor, don, licenciado o… suegro. Por supuesto, una tía me dice Mirrey, aquel amigo que casi no frecuento me dice hermano, el otro me dice Mel, y uno más me dice simplemente Amigo mientras comemos cabrito.
Total, quisiera uno tener más apodos y menos cédulas de identificación. Cierro tratando de empatizar contigo que me lees, deseando que tengas y aprecies quien te diga Hijo como hicieron aquel par conmigo, o como ese que cuando nos emborrachábamos me llamaba Kid Acero, o esas que se refieren a mí como Hermano, esos cuatro que dentro de su economía de palabras y su incondicional cariño, me dicen “Pa”; y también, deseo para ti, alguien que te llame Amor.