¿Y que esperábamos?


Publicado el 17 de enero de 2016 en 360 Domingo, de Vanguardia


     A mí no me lo cuenta nadie. Yo mismo lo escuché dentro de uno de mis círculos habituales directamente de la boca de uno de los niños que estaban en aquella ocasión.  -Yo sé lo que quiero ser de grande: Narco-.

     No hubo tiempo para el incómodo y largo silencio de todos, ni para el eterno y puntilloso sermón de la señora persignada, o para la complicidad de las nerviosas risas por nadie saber que hacer o que decir ante una sorprendente declaración infantil cargada de influencias adultas. Rápidamente el amigo buena-onda intentó una absurda salida que solo sirvió para que nadie cuestionara la raíz de lo que acabábamos de escuchar.

     Narco, dijo aquel niño. Mágico título que hace la ilusión de tener una Hacienda Nápoles como la que nos cuentan de Escobar, que nos acerca a las más hermosas e inalcanzables mujeres como pasa en el Señor de los Cielos, de ser vistos y tratados con las deferencias que solo compra el dinero y el poder; de poseer autos de lujo y viajar a los más exóticos lugares. Todo lo anterior debería venir siempre acompañado por un asterisco que te remita a dónde diga: si es que no te han matado para cuando cumplas veintitrés años.

     Y estarás de acuerdo conmigo en que no es algo ajeno al común del mexicano haber escuchado disparates por ese estilo. Entonces, ¿Qué nos puede sorprender el que una actriz en decadencia y un marginado de Hollywood hayan tenido intereses con el delincuente más buscado del mundo?

     Hace ya mucho tiempo que, en el ideario colectivo, la familia Corleone del Padrino se impuso a la familia Ingalls de La pequeña casa en la pradera, que Darth Vader encontró un recurso psicológico para justificar su maldad y ser modelo de conducta, que la virtud humana del Doctor Zhivago cediera a la petulante soberbia del Doctor House y que el Springfield de los Simpson desplazara a la vecindad del Chavo del ocho. Nuestra cultura fue daltónica y nunca supimos distinguir la diferencia entre un antagonista y un antihéroe. Y fue ahí que perdimos la brújula.

      Porque antihéroe es Don Quijote, mientras que antagonistas son quienes lo tildan de loco; antihéroes son las familias Montesco y Capuleto dónde el mutuo odio proviene de un cierto valor de competencia, antagónicos son los individuos que se oponen al amor entre Romeo y Julieta. Antihéroe dentro de una sociedad es un Don Ramón que en una familia disfuncional no paga la renta por estar eternamente desempleado, antagonista a la sociedad es Homero Simpson que dentro de una familia tradicional se deja dominar por el inmediatismo, la comodidad y el placer. Porque el vocablo lo incluye, en el antihéroe algo de bueno (héroe) reside ya que, aun pudiendo estar equivocado, es movido por sus creencias y siempre estará dispuesto a arriesgar y perder en la defensa de su escala de valores. El antagonista es diferente, es aquel villano cuyo valor anida en el simple hedonismo y el desprecio a lo que tenga que ver con los demás.

      ¿Y que son Kate y Sean el día de hoy en el entramado nacional? ¿Son anti héroes dentro de una sociedad ávida de personajes con ideales o son antagonistas a los intereses de un pueblo hundido por los vivales? Sin duda, habrán de ser lo segundo pese al sospechosismo que rodea todo el caso cuando la opinión pública lo califica de cortina de humo para cubrir cuestiones como el precio por el cielo del dólar y el precio por el suelo del petróleo, el fracaso gubernamental, la misma delincuencia y un hartazgo generacional que solo ha sido contenido por una fortuna económica que descansa más en la desgracia de ser vecinos de los gringos, que en la gracia de nuestros méritos productivos. Pero eso es otro costal.

      Jamás he escuchado a un niño o una niña decir que quieren ser como la internacional Madre Teresa, como el nacional Fernando Landeros o como nuestro local Padre Mario; y si, quizás sea un bostezo en cuanto a adrenalina y glamour pretender dejar legados humanitarios más que monetarios, pero al final es lo que todos deseamos para el futuro de nuestros hijos.

     No me las doy de moralista ya que sobraría quien me desdiga, pero si me pregunto a dónde iremos a parar. No es una cuestión menor, y si, pienso que existe correlación entre el dicho de un niño sobre lo que quiere ser cuando crezca y la forma en que los adultos encumbramos a esos personajes que hacen migas, amistad y negocios, con quienes inyectan el caos en nuestras ciudades.
cesarelizondov@gmail.com


   
   

Un Regidor de Saltillo


Publicado el 10 de Enero de 2016 en Círculo 360 Domingo, de Vanguardia



       Esto sucedió hace más o menos un mes. Fue en el mero día del informe de nuestro saltillense alcalde, pero sucedió lejos de las luces y flashazos del teatro de la ciudad así como muy alejado de la elocuencia y teatralidad de un informe de gobierno; sucedió allá dónde queda la sigilosa labor de los verdaderos hombres que se meten a la política por un noble idealismo social más que por la vana necesidad financiera o de autorrealización.


     Sabe el lector que no soy dado a nombrar personas en mis artículos por la convicción de un periodismo que objetivamente señale, aplauda o condene las acciones emanadas desde un puesto o posición pública y no que subjetivamente indique con índice de fuego los nombres y apellidos de quienes nos gobiernan, nos adoctrinan, nos manipulan, nos inspiran o nos rodean. Pero esta vez terminaré por decir santo y seña del regidor que me llevó a escribir esto.


       Entre los yerros y aciertos que pudieron tener mis padres durante mi crianza, estuvo la enseñanza de hacer las cosas de acuerdo a los lineamientos generales para todos sin brincar las trancas. En las taquillas del circo, del cine o de los toros, mi padre le decía mi edad verdadera a los boleteros sin importar que aparentase menor edad y pudiera entrar sin pagar. Se me decía que una de las finalidades de cualquier sistema democrático (de Estado, de empresa u organización) debía ser el respeto y el cuidado de los derechos de unos sin violentar las garantías, intereses y propiedades de los otros.


      Hacer las filas, entender los porqués de las reglas, respetar a quien está del otro lado de la ventanilla y sobretodo no ostentar compadrazgos, influencias o cualquier tipo de poder fue algo que sí cuando mi padre vivía yo observaba, ahora que mis hijos me vigilan desde el asiento trasero del automóvil lo hago con mayor razón. Y por supuesto que mi madre iba de acuerdo con eso. Por eso no me fue raro saber que, aún y cuando pudo pedir algunos favores y evitarse algunas cosas, decidió ir sola a pagar una infracción por estacionarse (sin saberlo dice ella) en un lugar prohibido.


        Como cualquier otro ciudadano fue mi madre a pagar su multa. Y supongo que como a ella la trataron es como tratan a todos los ciudadanos en la Dirección de Policía y Tránsito Municipal. En seis ventanillas tuvo que argumentar y recibir descorteses negativas para que finalmente le indicaran que tendría que pasar con un juez calificador a fin de ver como se podía solucionar aquel incorregible y delicado asunto: Al tener desconocimiento por no haber sido notificada de otras infracciones como las controvertidas y famosas foto-multas, algún que otro parquímetro y quizás algo más, la peligrosa abuelita solo iba preparada para pagar la multa que si le había sido notificada. Pero ahhhh, la burocracia del ayuntamiento dicta que, o pagas todo lo que debes o no recuperas tu placa.


       Luego de un pequeño viacrucis, de mala manera le indicaron como llegar hasta la oficina del juez calificador: A través de un oscuro y frío corredor rodeado de las celdas donde están los detenidos. Toda proporción guardada, pero no pude dejar de imaginar a Jodie Foster interpretando a la agente Clarice Starling en su caminar por el sótano de una penitenciaría para enfermos mentales en Baltimore, separada de los delincuentes solo por los barrotes de hierro para encontrarse al final del pasillo con el peligroso Doctor Hannibal Lecter, caracterizado por Anthony Hopkins. Pero,   de enfrentar el pavoroso pasillo es donde apareció un regidor de Saltillo, quien al percatarse de cómo era tratada y la ambigua información que le daban en ventanilla a una persona de la tercera edad, decidió que algo tenía que hacer.


     Y así fue que el regidor Roberto Villa, por la pura cara de miedo, desesperación e impotencia de mi madre decidió que uno de sus deberes como edil sería el de instruir a una anciana ciudadana para hacer más llevadero su trámite ante las autoridades. Amable y caballerosamente la acompañó por otro camino más amigable para ayudarle a gestionar algo con el juez calificador para que finalmente, sin menoscabo para las arcas municipales y con la dignidad que todos nos merecemos, mi madre pudiera pagar las multas a la que se hizo acreedora, no importa si el diputado se niega a pagar las suyas.


     Jamás he cruzado palabra con el tercer regidor Roberto Carlos Villa Delgado, emanado de la UDC, pero ni falta que hace: en él aplica aquello de que sus acciones gritan tan fuerte, que no permiten escuchar lo que sus palabras dicen. 

  cesarelizondov@gmail.com




   

La media truncada del IV informe


Publicado el 06 de Diciembre de 2015 en 360 Domingo, de Vanguardia



     Es fácil entender porqué: La opinión de los seguidores, amigos y beneficiarios directos va a ser algo más que excelente y el sentir de los detractores estará siempre cargado de más estomago que sesos. Lo que en mercadotecnia entendemos por media truncada es un término que nos sirve para estadística y consiste en eliminar los extremos de una encuesta o resultado con la finalidad de evitar que juicios nublados por la emoción afecten el sentido de la razón.


     Y es lo que algunos observadores nos dedicamos a hacer con los temas de interés público: tratamos de quitar toda la paja para encontrar el verdadero ánimo y estado de las cosas. Es obvio que la abuelita del ídolo juvenil del momento lo querrá equiparar con el Pedro Infante de su añorada juventud mientras los críticos más agrios dirán que cualquier borracho de cantina tiene mejor entonación, y es ahí donde entra la media truncada: quitamos igual de opiniones cargadas por ambos lados y nos quedamos con lo que la mayoría realmente representativa dice al respecto.


      Y en la semana que terminamos, los ociosos opinadores tuvimos en torno al IV informe de gobierno estatal mucho que truncar en las muestras de opinión pública para encontrar algo que nos diga cualquier cosa real del sentir ciudadano, del ciudadano de a pie. Porque ya lo sabes, el documento que la autoridad entrega a “nuestros” representantes en el Congreso local así como los mensajes subidos a plataformas de internet uno y trasmitido a todo el estado vía radio y televisión el otro, son simples formas dentro de lo que suponemos un estado republicano en dónde el legislativo habría de calificar verazmente el accionar del ejecutivo para que el pueblo no anduviera cortando y descifrando muestras de opinión.


     Fue así que desde el mismo lunes, nos dimos a la tarea de husmear en redes sociales, devorar columnas de análisis político, platicar en la calle, en el trabajo y en la cantina con los amigos, enemigos y perfectos desconocidos, escuchar los programas de radio y hasta releer a Montesquieu, Maquiavelo, Mafalda y a Sun Tzu en el afán de entender cabalmente lo que uno va descubriendo.


       Porque pasando de los aplausos del orgulloso, notorio y leal compadre del góber al previsible ataque y descalificación de algún compañero de plana en sus artículos, de los alegres encabezados y línea editorial del periódico a sueldo pasando a los oscuros chismes de más oscuros medios, de la defensa a ultranza de quienes siguen dentro del poder estatal ante el incongruente ataque de los que ayer fueron cómplices del sistema y hoy resultan paladines de la justicia y la veracidad, de las dirigidas publicaciones en redes sociales de quienes trolean lo que a su empleo, negocio o status quo convenga frente al airado reclamo de una mujer emparentada con el poder que ni siquiera leyó o escuchó la transcripción del informe para entender a lo que se refería el gobernador por monstruo, y de muchas cosas más; yendo de un extremo a otro del veredicto de quienes hacen notar su sentir, y procurando hacer una media truncada de opinión excluyendo esos extremos, fue que llegué a un rara e improbable conclusión: No existe media truncada.


       En medio, en dónde habría uno de encontrar un acercamiento a la verdad libre de apasionamientos, no existe sino indiferencia ante la cosa pública. Las posadas, los cumpleaños, los exámenes y los toros; desayunos con amigos, los negocios, la liguilla del fútbol. Peregrinaciones y mandas, el frio, la niebla y uno que otro video porno; los memes, el final de la novela, el teletón y un primer diente; carne asada y maratones, el trabajo y la familia, los proyectos y fracasos, la enfermedad y la muerte. Todo lo anterior es lo que sigue siendo más importante para el coahuilense ajeno al servicio público, y eso debe ser algo bueno.


      Y es en esa media truncada que no opina mucho de las cosas públicas dónde está la oportunidad de quienes lo quieran ver: esa aparente indiferencia, tarde o temprano convertirá ese hastío en un sentido de votos ajeno a los extremos de opinión. No siempre es cierto que quien calla otorga; en ocasiones, aquellos que permanecen callados lo están porque no ha llegado quien les de voz, no ha llegado esa persona que identifique el problema de muchos que son la muestra de todos para ponerse al frente de ellos y acepte el compromiso de llevarlos hasta donde nadie los ha querido llevar. La mesa puesta para los candidatos ciudadanos.






      

     

    

Código Postal 25 mil


Publicado el 29 de Noviembre de 2015 en 360 Domingo, de Vanguardia



        Ha quedado como monumento a la aberración de las decisiones tomadas desde el mullido sillón detrás de un escritorio: La bienvenida a nuestro  Histórico de Saltillo es una obra de estilo modernista que contraviene todas las disposiciones arquitectónicas y de diseño coloniales.


       Por supuesto, la respuesta que he encontrado siempre ha sido que técnicamente, lo que podríamos llamar el arco de entrada al código postal 25 mil que está sobre el paso a desnivel dónde termina el bulevar Carranza y comienza la calle de Allende, está fuera de los límites del Centro Histórico. Pues sí, técnicamente así es, pero las letras anuncian claramente que ahí comienza el centro de la ciudad.


      Es solo una pequeña muestra de cómo los comerciantes y habitantes del código postal más emblemático de Saltillo han sido ninguneados sistemáticamente por las autoridades municipales. Y estamos claros que nadie está en contra de las obras que se han venido haciendo en pro del embellecimiento de la ciudad, la queja mayor sigue siendo por la afectación logística que las obras mal planeadas tienen sobre los inquilinos y visitantes del centro histórico saltillense. Entre paréntesis habré de reconocer que la administración actual ha rehabilitado en esa zona más calles, espacios y metros cuadrados de lo que se había realizado en lo que va del siglo; igualmente, la moderna y chillante obra de bienvenida al centro fue realizada por algún gobierno anterior, aunque torpemente pintada de azul por algún genio actual de la política barata.


         La estocada que en años pasados le dieron al centro de la ciudad con las hoy abortadas rutas troncales de transporte público, ahora es acompañada por los inentendibles cambios en el flujo vehicular, por la desaparición o reubicación de paradas de autobuses, por el desconocimiento y nulo apoyo de comunicadores, políticos, empresarios locales y sociedad en general para la riqueza cultural, histórica y de oferta comercial que ahí existe.


     Para poner en contexto las cosas, en el centro de la ciudad hay más sitios dónde comer que en los principales bulevares de la ciudad…. Juntos ¡¡. Sólo en la calle de Aldama, existen más zapaterías y tiendas de ropa que en Plaza Sendero, La Nogalera, Plaza Real y Galerias…. Juntas ¡¡. ¿Quieres más? En las postales que uno puede encontrar de Saltillo, la proporción de edificios que se encuentran en el centro es de cuatro a uno con respecto a los que están en otras partes. ¿Quieres más? Al centro, a pesar de todo, llegan más rutas de transporte público que a cualquier otra parte de nuestra capital; también hay más sitios de taxi y más taxistas andan de paso aunque no tengan lugar asignado. ¿Quieres más? Pues en el centro histórico de Saltillo existen más cajones de estacionamiento y más estacionamientos privados y con seguridad para tu coche que en cualquier otro lugar del sureste de Coahuila. ¿Quieres más? Los principales bancos que operan en el país tienen sucursales y cientos de cajeros automáticos en el centro. ¿Quieres más? A la vuelta de cada cuadra encuentras un museo que algo tiene que contarte. ¿Quieres más? Ahí tenemos los principales, más antiguos y venerados templos, lo cual expongo como cuestión turística para que mi amigo ateo no se me venga a la yugular. ¿Quieres más? Ya no lo pienses, quítate las ideas preconcebidas y date la oportunidad de descubrir por ti mismo el código postal 25 mil, el corazón de nuestra ciudad.


      Los esfuerzos financieros de la autoridad municipal son aplaudibles en cuanto a rehabilitación y embellecimiento de arterias en el Centro Histórico de Saltillo, pero es una realidad que la logística ha fallado desde la perspectiva del visitante al código postal 25 mil. ¿Qué hacer para que las obras sean aprovechadas por los saltillenses? Sin duda, lo primero sería dejar de tomar decisiones por una burocracia sentada detrás de un escritorio y hacerlas en consenso con quienes cotidianamente están en el centro, siempre tras el afán de que las buenas ideas e intenciones no queden en aberrantes obras públicas alejadas de la población.


cesarelizondov@gmail.com

El triunfo del Amor

Publicado el 15 de Noviembre de 2015 en 360 Domingo, de Vanguardia

         Aquí voy una vez más a derramar miel sobre las páginas de 360 Domingo. Desde el título te podrás imaginar del empalague que viene a continuación, así que si eres como esos amigos míos que dicen les va a dar un coma diabético por leerme, o como alguno de mis colegas comunicadores que me llama el Coelho de los editorialistas por la escasa profundidad literaria, técnica e intelectual de mis aportaciones, te recomiendo dejar de leer ahora mismo. Te lo advertí.

     Semanas atrás nos llegó la invitación. Y aunque el noviazgo llevaba tiempo, no dejó de sorprenderme un poco que en estos tiempos de pragmatismo total, decidieran poner en riesgo lo que era una relación que marchaba sobre ruedas a pesar de tres cuestiones que para muchos podrían parecer insalvables. Resultó que la boda sería en un lujoso hotel de la ciudad de México, y quienes me conocen bien, saben que con eso se daban dos cosas que no puedo dejar pasar en esta vida: una es la visita a cualquier ciudad cosmopolita lejos de la pegajosa arena de mar o de las interminables filas de los parques temáticos, y la otra cosa es echarme unos tragos con cargo al padre de una novia, quinceañera, o candidata a reina.

        Molidos, llegamos con un día de anticipación al enlace y acudimos a una pequeña y familiar cena en casa de mis tíos políticos (no, no se pagó la fiesta con dinero público, quiero decir que son tíos de mi señora). Tras unos segundos, luego de que timbramos a la puerta apareció el novio que reconocí porque lo había visto antes en las redes sociales de la familia. Antes de que yo dijera nada, nos saludó con un perfecto, natural, y educado “Que bueno que llegaron, me da mucho gusto conocernos”. Y claro, esto no tendría nada de especial a no ser que él es estadounidense, y que el pulido español lo ha aprendido por respeto a su ahora esposa y todo lo que ella representa.

         Si tuviera que describir físicamente al papá del novio con una figura pública que todos pudiéramos reconocer, diría que es del tipo de Donald Trump, pero más alto; y su esposa sería una sencilla y bella dama de raza caucásica. Vaya, serían el estereotipo del norteamericano que vemos en las películas. El hermano del novio viajó con su mujer y dos de sus tres pequeñas hijas desde Filadelfia y se dijo feliz de conocer el verdadero México, pues me contó que solo había conocido Cancún en su temprana juventud, y en su mirar advertí que no era algo de lo que quisiera hablar. Supuse que no tiene muchos recuerdos de La Riviera Maya; tal vez por ser caballero, o quizá por otro tipo de amnesia.

       Entre viandas, tequilas, mezcales y buenos whiskys directos, pasó la velada de rompehielos y ahí supe que ellos eran una típica familia del noreste de los Estados Unidos, es decir, el tipo de personas que suelen tener los mismos prejuicios que nosotros cuando se trata de entender a quiénes son distintos a uno mismo por diferentes razones, además de raza y nacionalidad. 

       Al siguiente día, no sé qué arreglos hubo o si la ceremonia tiene validez, porque entiendo que no en cualquier sitio se puede celebrar una misa católica; pero en algún lugar del hotel se montó todo y fui testigo presencial de un evento dónde nació una familia de mujer católica, y varón judío. Antes habían tenido su boda judía allá en su lugar de residencia. El sacerdote católico, un legionario de Cristo más parecido a Jo-Jo-Jorge Falcón que a Jesús, supo encontrar en Moisés al personaje común de ambos y más cultos para dar un mensaje desde lo que sería la óptica del Dios que une a todas las religiones: un éxodo hacia el amor.

    
Mafer y Mike
  Ya durante la recepción, los novios bailaban. Y sus padres iban y venían físicamente andando de la pista a las mesas, e iban y venían mentalmente de la inmensa alegría por la nueva pareja pasando luego al terrible vacío en el estómago por los hijos que fundan nuevos linajes. Veía a los novios bailar y disfrutar tanto su unión que olvidé cuestiones como raza, nacionalidad, religión e incluso trabajos de ambos que podrían haber sido causales para jamás encontrarse o decidirse; y en cambió, pensaba mucho en los padres de ambos, a los que veía totalmente convencidos del camino que sus hijos habían elegido, los vi convencidos del respeto que los padres debemos a nuestros hijos en sus decisiones y al libre albedrío del que son inherentes por su calidad de seres humanos, ese libre albedrio que cualquier Dios, nación o padre de familia hace bien en reconocer y fomentar entre los suyos.

       Faltaba mucha música por bailar, muchas bebidas por disfrutar y mucha labia por hablar. Pero la más joven de mis hijas se encontraba en el limbo entre la fiesta y el sueño, entre la infancia y juventud, entre su familia y su libre albedrio. Así que intentando imitar a ese admirable par de parejas que a todos nos daban una lección del respeto y amor a los hijos, y aún en contra de mi “religión” mundana, fui de los primeros en abandonar la fiesta para irnos a dormir.

     Y por primera vez en mucho tiempo, dormí como si no debiera nada. Supongo que esa noche debe haber estado ahí acompañándome el Dios de los judíos, así como el de los católicos. Porque me queda claro que con los precios del hotel, no me acompañaba más el dios dinero.

El fin del Buen Fin

Publicado el 08 de Noviembre de 2015 en 360 Domingo, de Vanguardia

       Es tiempo de reconocer que en algo nos hemos equivocado. Las cosas no se logran por un esfuerzo o deseo unilateral sino por la suma de voluntades y sinergias de todos los involucrados. La buena estrella con la que hace algunos años nació el Buen Fin, empieza a desvanecerse.

      En un principio fue el sector comercio que por impulso de sus dirigentes nacionales, acogió el concepto norteamericano de eficientar inventarios y proponer tendencias de consumo por medio de verdaderos descuentos y condiciones de pago favorables para el cliente final, de cara a la temporada navideña. El gobierno federal se sumó adelantando el pago de aguinaldos en diversas dependencias para impulsar la iniciativa a fin de hacer un mercado interno más dinámico.

     Tras una excelente primer experiencia, al año siguiente fueron más los actores que se sumaron a la gesta de los comerciantes por llevar mejores alternativas para el consumidor final, entendiendo que si ellos no lo hacían, alguien más estaría dispuesto a correr el riesgo de sacrificar utilidades: transportistas, fabricantes, profesionistas, materialistas, prestadores de servicios, maquiladores y un largo etcétera de gremios que hacen posible que el producto final llegue hasta las tiendas, se incluyeron en una cadena de valor que tras la suma de un pequeño descuento por cada uno de ellos, se lograba un fabuloso ahorro para las familias mexicanas.

     Exitosamente se integraron más tarde las ventas por internet y prácticamente toda la actividad económica alcanzó algo de presencia. Y hasta ahí se pudo hacer. Las autoridades de cualquier nivel y competencia han sido desde entonces una piedra en el zapato en algunas ocasiones, un caro ornamento en otras: Parecería que dependencias como PROFECO tienen la consigna no de proteger al consumidor, sino de madrear al comerciante; usted se ha enterado de los abusos que en complicidad moral con esa procuraduría han hecho algunos malos mexicanos en perjuicio del comercio, mexicanos que si el tiempo que dedican a buscar errores no dolosos de publicidad lo utilizaran en algo productivo, no tendrían que estar delinquiendo cobijados por la autoridad.

      Luego tenemos que institutos como el FONACOT son al comercio lo que otros programas a distintas ramas económicas: dejaron hace tiempo de ser una opción de financiamiento económico para el mexicano sin tener nadie conocimiento de adónde va a parar el revolvente que ya no se inyecta a la economía vía créditos; y se convierten esas dependencias en hordas de subempleados federales que ven como sus capacidades y experiencias son desperdiciadas en burocrática tramitología que ahuyenta al beneficiario. Imposible lograr que por unos días, los combustibles para los transportistas se equiparen al menos a los precios internacionales para que por medio del servicio de fletes extiendan el beneficio al comercio. Imposible que por un fin de semana al año, se reduzca el IVA para que también ese beneficio vaya directo al bolsillo del mexicano. Pero eso no es lo más grave.

       El problema mayor que enfrenta el comercio en vísperas del Buen Fin, es haber reducido márgenes de utilidad durante dos años de gasolinazos y devaluación de la moneda. El empresario se encuentra con que la cadena de valor que en años pasados gustosamente participó de diferentes formas para bajar costos, hoy no solo está impedida para eso, sino que incluso tendría que ajustar sus tarifas al alza para seguir subsistiendo. Podríamos decir que la mitad de toda nuestra economía esta dolarizada mientras la otra mitad depende del precio del petróleo, algo que afecta directamente a los precios aun desafiando leyes de lógica económica en el caso de la gasolina. En el lado amable de la moneda tenemos (al menos en nuestra región) una economía doméstica sana gracias a las industrias automotriz y maquiladora, con lo que efectivamente hay circulante; pero con los precios del dólar y la gasolina boyantes, es técnicamente imposible ponerle freno a la inflación. Y mientras exista inflación, los posibles descuentos se evaporan antes del cálculo de costos, al ser estos rebasados una y otra vez por la escalada de precios.

      Importante, muy importante hacer notar que la inflación no la origina la cadena de valor de la que  párrafos arriba hablábamos. La inflación se da cuando la parte económica que maneja el gobierno como la moneda (paridad peso-dólar) y las áreas estratégicas como la energía (gasolina) son desbocadas en un afán de fácil recaudación gracias a una balanza comercial preferente como exportadores por un lado, y como contrapeso a la caída de los precios internacionales del petróleo por el otro. Y parecería que no hay correlación, pero un Buen Fin carente de verdaderas oportunidades para el consumidor, es reflejo de un gobierno ignorante del principio de que la riqueza se crea cuando agregamos a lo que hacemos un valor que puede ser material, abstracto o de transformación, dónde entonces se recauda más como consecuencia de un crecimiento del contribuyente, y no por un decreto del gasto público.


cesarelizondov@gmail.com 

Halloween

   http://www.vanguardia.com.mx/articulo/halloween

    Publicado el 01 de Noviembre de 2015 en 360 Domingo, de Vanguardia

       Me pregunto si el señor T. habrá llegado al cielo a bordo de su viejo pero impecable Dodge Coronet dorado del año sesenta y algo. Me gustaba sentarme en la defensa delantera y el tiempo parecía detener su marcha mientras observaba la estatuilla del cofre o capó: una estilizada figura femenina en acabado cromado. Iracundo, salía de su casa para decirme que ese era su automóvil y que yo no debía estar ahí. Nadie se podía acercar a ese coche y lo cuidaba como su más valiosa pertenencia. Si una pelota se nos iba hasta el patio de la familia T., suspendíamos el juego hasta que un par de  días más tarde alguno de sus empleados domésticos se apiadaba de nosotros y la devolvía por encima de la barda.

        Con esas rápidas pinceladas te puedes dar una idea del lugar que ocupaba el señor T. dentro del microcosmos que era la especie de vecindad en la que pasé mi niñez; una privada, pues, dónde había de todo: los renteros, los riquillos, los jodidos, los fiesteros, los de alcurnia, los huraños, los viejitos, los invisibles, los recién casados, los persignados, los solidarios y por supuesto nosotros, los normales.

       Resulta que en una ocasión, un día primero de noviembre amanecieron algunas casas de la privada con una leyenda escrita en grandes y gruesas letras verdes, la sentencia era aquella con la que nadie querría ver manchado su domicilio: Codos. Para quienes se quejan de que vamos en regresión como sociedad, les puedo asegurar que esa práctica de graffitear las casas dónde no daban golosinas era común durante mi infancia por la mayor parte de quienes salían a pedir dulces cuando octubre agonizaba.

       Imaginarás que una de las casas marcada era la del señor T., quien supongo, conocía el proverbio de inexacto origen que habla de la venganza como un platillo que se sirve frío y se come lento porqué dejó correr un largo año con aquella inscripción en la pared de su vivienda; y volvió a llegar el día de Halloween. Siendo el hogar de míster T. el primero de la cuadra, por ahí iniciamos la tradicional visita a las familias del barrio con el anuncio en la frase que todos utilizábamos más como la inocente adaptación del original anglosajón que como una forma de amenaza: Halloween o travesuras.  Ohhhhh, tremendo error.

      En una acción impensable para los usos y costumbres de hoy, aquel decrépito hombre nos obligó a pasar a la sala. Ordenó que nos sentáramos en sus vetustos sillones y nos recetó un sermón que ya lo quisiera el más fundamentalista de los obtusos. Que sí sabíamos lo que significaba aquella celebración, que sí las tradiciones mexicanas, que sí los dulces producían caries, que sí éramos buenos estudiantes, que si asistíamos a misa, que sí nosotros habíamos pintarrajeado su pared. Claro que nosotros no habíamos rayado su casa, pero él no buscaba culpables, buscaba venganza.

     Finalmente, después de más de una hora de recibir sus regaños y con la magnificencia de quienes piensan que han dado una gran lección, nos dio un miserable chicle que no serviría ni para disimular el mal aliento. Para cuando nos dejó en libertad ya era hora de meternos en nuestras casas. Al día siguiente la vida era la misma de siempre, con la diferencia de que muchos niños disfrutaban de sus golosinas mientras yo rumiaba un ridículo chicle más pequeño que una muela.

     Desde entonces le he dado vueltas y vueltas a esa historia tratando de encontrar el lado positivo, y a cerca de cuatro décadas de eso sigo sin rescatar nada bueno de aquella noche. ¿Era justo que por culpa de otros me sermonearan a mí?,¿Tenía ese señor derecho a cuestionar la educación que yo recibía en mi hogar?,¿No podría haber sido más ancho de criterio para entender distintas culturas?,¿No se dio cuenta de que en la vida de una persona, sé es niño una sola vez y que las repeticiones de las festividades anuales de la infancia se cuentan con los dedos de una mano?,¿Porque endosarnos su amargura?

        Es cierto que la vida es larga, pero más cierto es que la infancia es corta. Sigo pensando que los adultos no tenemos derecho a restringir aquellas cosas y creencias que pronto dejarán de ser deslumbrantes para nuestros hijos, siento que la niñez se debería disfrutar libre de los yugos sociales, religiosos y aún académicos a los que más tarde el hombre solito se someterá por necesidad, convicción o conveniencia. Pienso que el mismo respeto que nos merecen los mayores, ellos se lo deben a los niños, y viceversa claro está.

       Y veníamos en mi vieja camioneta la semana pasada de una fiesta de disfraces, mi señora al volante voltea a verme entre divertida e intrigada y me dice: -¿Qué fue eso de hoy? Nunca te había visto así, de verdad que bajo ese disfraz te transformaste-. En ese momento no supe que contestarle; pero ahora entiendo que finalmente, pude cobrarle a la vida aquel Halloween que me robó el señor T.
http://www.vanguardia.com.mx/articulo/halloween

Colisión Mx

        Buscaba parecerme al Robert de Niro de Taxi Driver…pero tras una intensa, incesante e infructuosa búsqueda en mi guardarropa, me di cuenta que terminaría más parecido al De Niro de su última película con Anne Hathaway o con el de Despertares al lado de Robín Williams. No encontré ropajes negros acordes para la ocasión y lo más dark que pude ver fue una vieja camiseta de mis devaluados Oakland Raiders. Decidí entonces irme así como estaba, con mi ropa de trabajo. El cabello no creció mucho en un par de semanas y sigo sin atreverme a usar un tinte para cubrir las canas.

       Así fue que el sábado pasado llegue al Bar Moose minutos antes de la media noche. Ya me había disculpado con Patzke porqué antes tenía un evento familiar impostergable, pero quería estar ahí para la presentación en vivo del primer disco (¿así se les dice todavía?) de Colisión mx. Totalmente alejado de mi zona de confort entré en el lugar sin saber que buscaba o que encontraría en el antro.

     Sobra decir que, al igual que para un montón de cosas más, la música es para mí una asignatura en la que tengo tanto conocimiento y experiencia como sacerdote en burdel; o como burócrata en millonarios negocios; o como defensor de los derechos y dignidad de los animales en restaurante parrillero de carnes. Bueno, bueno, la idea es esa.

      Desgraciadamente, no alcancé a ver los grupos que habían abierto el concierto o la tocada. Pero llegué con tiempo suficiente para tomarme unos güisquis mientras saludaba y me ponía al día con Cristina, Leyla, Felipe, Juan Carlos, Buitre y Poncho; y más tarde se unió Gustavo. Y empezó la época del álbum Resurgiendo de Colisión mx. ¿Qué te puedo decir a manera de crítica desde mis nulos conocimientos musicales? Pues, entendiendo el arte como la obra del ser humano para expresar sus ideas y valores de forma estética, pienso que las letras de Resurgiendo de Colisión mx se erigen como una doble manifestación de protesta y de propuestas ante diversos enemigos y aliados del hombre en lo general, del mexicano en particular y de la persona en lo individual: corrupción, guerra, opinión, Don dinero, Dios, incompetencia, evolución (colisión).

    En cuanto a los arreglos musicales, también entendiendo que toda expresión artística encuentra ascendencia en técnicas, movimientos, tendencias, escuelas e influencias de cualquier tiempo y espacio, puedo decir que lo escuchado me recordó al Iron Maiden de mis épocas de metalero light, tiempo en el que por cierto, quede atrapado en cuanto a renovación de material, nuevos intérpretes y distintas bandas bajo la acertada filosofía y programación de Radio Concierto para los villamelones como yo: lo más popular de los clásicos, y lo más clásico de lo popular.   

     Encontré en los arreglos también un singular recurso que no me pareció haber escuchado antes: una voz gutural a manera de un tipo de coro o segunda voz, donde el bajista Carlos “Parka” Martínez realiza unas intervenciones y acompañamientos en el micrófono con un grave, prolongado y aguardentoso tono que le da a las canciones un toque muy original. Una institución saltillense en la batería como lo es Sergio García, se constituyó en el concierto y en la grabación como el ancla perfecta que deben ser las percusiones en toda banda para la correcta y sincrónica cohesión de los esfuerzos de cada uno de sus integrantes.

     Mi amigo de muchísimos años, el “Jipi” Garza, tuvo su momento de gloria con un espléndido solo en la guitarra y comparte la autoría de la letra de una de las canciones, o rolas, pues. Y yo sigo preguntándome como le hace para ser un hombre exitoso en su trabajo y su vida privada, y encima darse tiempo para darle rienda suelta a su pasión.

       Y en la voz, también mi amigo y compañero de viejas andanzas, Alejandro G. Patzke. Quien tuvo la gentileza de recordar que en el pasado fui insistente en querer conocer y presenciar su trabajo, por lo que me extendió la invitación para el lanzamiento. ¿Cómo puede uno conservar objetividad cuando son sus amigos los que están sobre el escenario? Imposible.   
  
      La tranquila personalidad de Alejandro en la calle, se transforma radicalmente en el tablado para interpretar con voz, gesticulación y lenguaje corporal lo que tantas personas sentimos y sus letras bien describen, lo que tanta gente quiere hacer pero no se atreve a pisar un escenario o a publicar sus creaciones, lo que tantos le quisiéramos gritar al mundo: Aquí estamos quienes no nos conformamos; evolucionando, colisionando, Resurgiendo ¡¡.

     Te invito a conocer estos creadores locales en www.colisionmx.com, iTunes, Google Play,  en Spotify y en la tienda Heavy Machinery de Rock, sobre la calle de Hidalgo, en Saltillo

No hay Bronco, ni hay nadie.

Publicado el 18 de Octubre de 2015 en 360 Domingo, de Vanguardia

         No ha sido escuchando los estirados monólogos de aquellos que se autodenominan intelectuales, ni ha sido recibiendo información de los que viven de la política, tampoco ha sido por los análisis de mis amigos periodistas y menos en las organizaciones gremiales, sociales o no gubernamentales de las que he sido miembro activo o invitado. No, el saber quién resultará ganador de las contiendas electorales lo he descubierto sentado mientras bolean mis zapatos en la Plaza Acuña de Saltillo, también conocida coloquialmente como la plaza de los huevones.

        Ahí supe que Los Amigos de Fox, el movimiento de finales del siglo pasado y principios de este que rompió con la hegemonía priista, era una cruzada que había rebasado las estructuras del PAN, y que por esa razón la propaganda y recursos estaban llegando más rápido y mejor a un mayor público. Me enteré ahí que el PRI no metería ni las manos en 2006 y que en mi ciudad el PRD recibiría una copiosa votación porque alguna importante estructura local se movía en favor del Peje más que de Madrazo. Entendí que a un gobernador, en su eterno afán de preservar su nombre e imagen institucional aunque se pierda todo para los demás, se le alborotó muy temprano la sucesión y la misma estructura que antes lo apoyo ahora le daba la espalda. Supe que el poder se heredaría entre hermanos sin mayores contratiempos y ahí tuve conocimiento de que en busca de una alcaldía, el candidato con nombre de bulevar terminaría por imponerse a alguien que si bien no era popular en algunos círculos, en otras partes había tejido fino y además nunca había perdido una elección.

      ¿Es que la gente que acude a la plaza tiene poderes sobrenaturales? ¿Poseen algún tipo de oráculo? ¿O tendrán información privilegiada que nadie más conoce? Nada de eso. Algo de lo que pasa es que ahí concurren las personas que son representativos del grueso del voto popular: Obreros, campesinos, albañiles, microempresarios, servidumbre doméstica, choferes, desempleados y trabajadores en general. Además que esas personas llegamos desde de cada punto cardinal de la ciudad, desde cada colonia y asentamiento humano de la capital coahuilense. Y siendo que el bolero es una especie de peluquero, cantinero o taxista en cuestiones de comunicación, ahí obtiene uno toda la información que los demás clientes y paseantes dejaron antes con el lustrador de calzado.

       Pero no te confundas, no es un termómetro del sentir ciudadano lo que uno capta en esa plaza mientras conversa con los boleros, porque para eso están las redes sociales e iluso sería pensar que ese sentir es el que decide las elecciones. De lo que uno se entera ahí es de cómo y por quién están llegando los recursos (léase despensas, cemento, tinacos, etc.) a las bases partidistas, o más que el cómo, es el cuanto y que tan seguido. Y hasta ahí llegaron los Amigos de Fox; y ahí los sindicatos se fueron por uno de los suyos para gobernador, y luego por su hermano; y ahí, alguien con mucho poder local operó para el PRD en 2006; y ahí fue notoria la falta de mucho aceite a la maquinaría para dejar el camino libre permitiendo que otro ganara la alcaldía, aún desde una endeble plataforma política cuyo único ofrecimiento era un cambio de siglas y la promesa de portarse bien (él, no sus colaboradores).

         Y ahí tienes que al día de hoy, la apatía hacia la política es lo que reina en el ambiente de la Plaza Acuña. No hay buenos, no hay malos, ni hay mesías, ni bronco, ni indómito, ni dama, ni nada. Hay desosiego ante la vida, eso sí; y entre paréntesis diré que a veces pienso que los estragos de las políticas económicas que ya no sabemos a cuál doctrina endosarle, finalmente han acabado con el espíritu de realización entre los coahuilenses al seguir siendo tierra fértil para ser los reyes de la mano de obra, que si bien es cierto permite al trabajador llevarse algunos centavos en los bolsillos, no le permite ascender en la pirámide de Maslow.  Pero ese es tema para otra ocasión.

        Volviendo a la Plaza Acuña, buscando en ese reducto de información de lo que pasa en las colonias desde las organizaciones territoriales, mientras bolean mis zapatos le pregunto a quién hace el trabajo que es lo que ha escuchado de Riquelme o de Guerrero, de Guadiana o de Noé, o de Lenín y de Isidro, la Senadora y el Diputado, y el bolero se encoge de hombros para simple y lacónicamente decir: no patrón, ahora sí pienso que estamos bien jodidos, de todos los que usted dijo, ninguno ha traído ni sal pa´l aguacate.



     

Imagen y contenido, forma y fondo

Publicado el 11 de Octubre de 2015 en 360 Domingo, de Vanguardia

      “No preguntes que puede hacer el país por ti, pregúntate mejor que puedes hacer tu por el país.” Esa frase matona (como diría mi tocayo) le dio al discurso de toma de posesión de John Kennedy como Presidente de Estados Unidos un lugar preponderante en los anales del mundo de la oratoria. Después de haber terminado en las urnas con un empate técnico en el voto popular dos meses antes y por lo tanto con mucha opinión pública en contra, la retórica de su mensaje fue el catalizador para el inició perfecto de una administración que terminó de la forma más imperfecta que pudo haber sido.

    Para los estudiosos de la imagen, la política y la televisión, la campaña presidencial de Kennedy ha sido objeto de diversos y profundos análisis debido a la forma en que este se impuso al entonces vicepresidente Richard Nixon. Y los vendedores de la imagen y la televisión han sabido explotar el fenómeno desde hace más de medio siglo; y los simples mortales hemos caído en la creencia de lo que nos dictan desde su perspectiva.

    En una rápida googleada, podemos encontrar lo que siempre nos han presentado como el punto de quiebre o decisivo de aquella contienda política: el primer debate televisado en la historia. El fresco y juvenil senador de Massachusetts se impuso al agrio y experimentado candidato del partido republicano frente a un público ávido de conocer a través de la magia de la televisión el futuro no solo de un país engrandecido tras la segunda guerra, sino también el de un angustiado mundo por la tensión implícita de la guerra fría. Como reguero de pólvora en todos los ámbitos de comunicación, corrió el borrego de que la imagen física de Kennedy había sido el factor decisivo para ganar el debate y luego la presidencia. Y de ahí hasta nuestros días, el culto a la imagen ha ido al alza sin contrapeso que lo detenga.

     Difícil sería hoy, calcular un porcentaje de importancia a la imagen de esos candidatos con relación a los votos recibidos, porcentaje que sin duda existe. Pero por esa atractiva ventana de porcentajes cuando hablamos de cómo se conforma un todo, es por dónde, desde mínimos porcientos, se cuelan imprecisas teorías que luego se maquillan como tendencias y que al paso del tiempo se les asignan más y más importancias de las que realmente tienen.

     Y todo podría quedar en el simple y vago anecdotario de las cosas y personas públicas…. de no ser porque ciegamente nos llevamos la premisa a casa, y educamos a nuestros hijos poniendo más énfasis en el culto a las formas (imagen) que en la importancia del fondo (contenido). Cuando se ejemplifica con un tipo como el de Kennedy, es fácil caer en el cándido error de atribuirle más carisma que capacidad.

      Tú sabes lo que pasó más adelante. Primero fue muerto Kennedy y años más tarde Nixon llegó a ser Presidente. Y lo que nos interesa de sus vidas, es aquello por lo que la historia los ha juzgado: Una vez en el poder, las formas de Nixon provocaron que sus compatriotas conocieran el fondo de sus intenciones y ese fue el acabose como servidor público; mientras que a Kennedy, ni toda su buena y arrolladora imagen y personalidad le fueron suficientes para evitar que la amenaza contra ciertos intereses representada en el fondo de sus políticas, fuese la razón por la que sus enemigos terminaron con él.

    Quizás nuestros hijos piensen que la sola imagen es suficiente para encumbrarlos como los publicistas y asesores han hecho creer que pasó con Kennedy, pero mejor harían en creer que el máximo legado de ese hombre fue reflejado en aquel discurso inaugural donde supo conectar su pensar con el verdadero sentir y anhelar de su pueblo que había recogido de ellos en campaña. Los estudiosos de la política (no de la grilla), saben que los factores determinantes de aquellas elecciones fueron la mayor cercanía de Kennedy con los ciudadanos tanto corporal como ideológicamente ante un Nixon distante y ausente. Y los que saben de oratoria, entienden que la magistral pieza pronunciada en ese frío enero de 1961 tuvo que ver más con el conocimiento y la preparación que recogió de saber escuchar y entender a la gente en sus comunidades, que con los ademanes, tonos de voz y arreglos que hubo puesto en su persona y sus palabras a través de la televisión. El pecado o el fondo que finalmente tumbó a Nixon fue descubierto por la sucia forma de hacer las cosas, la mala imagen solo lo sepultó; el legado de Kennedy no tuvo que ver con su imagen física y el impacto de esto ante públicos masivos, sino con su cercano trato con la gente y la empatía que existía por afinidades humanas, no estéticas.

    Por supuesto que la imagen y la forma son importantes, pero, ¿En cuánto porcentaje con relación al contenido y el fondo?
cesarelizondov@gmail.com



         

Trump

Publicado el 20 de Septiembre de 2015 en Círculo 360 Domingo, de Vanguardia

     Lo he dicho antes: pocas cosas son más divertidas y reveladoras a leer los comentarios que los cibernautas hacemos en torno a la publicación de una noticia, un post, imagen, pensamiento o chisme que alguien más divulgue en la red. El pulso, cultura, información y hartazgo de un pueblo se deja ver en las democráticas redes sociales y páginas web por la propia voz y decisión de participación de quienes interactúan, más que en la oligarquía de acudir a las urnas.

       Y déjame decirte algo antes de que desestimes las redes sociales como medio de comunicación e indicador social y político por tener el candado de la conectividad a internet: Las aplicaciones de telefonía móvil y las necesidades laborales de hoy, hacen posible que la inmensa mayoría (casi la totalidad) de los adultos tengan acceso a las formas más comunes de redes sociales y navegación virtual. De ahí a que no nos sorprenda si en el futuro inmediato, nuestros diputadazos tengan la brillante y fascista idea de promulgar una ley que regule las publicaciones en la web y redes sociales.

       Pero ya me fui por otro lado, como diría Madrazo. A donde quiero llegar, además de al fin de quincena, es a la genialidad con la que el partido republicano de los vecinos del norte ha pavimentado su camino para las inminentes elecciones presidenciales en aquel país. Como tú sabes, los comentarios vertidos por latinos que ni siquiera viven o vivirán en Estados Unidos han inundado la red a raíz de las escandalosas declaraciones de Donald Trump en relación al tema migratorio; y tenemos que durante esta semana, los republicanos dieron un sutil golpe de timón al barco que Trump puso en marcha y en la agenda de propios y extraños, esto para empezar a posicionar en la mente del electorado a su verdadero candidato, me explico:

      Siendo el puntero en las encuestas dentro de los simpatizantes de su partido (ojo con la primer variable, su partido no es el país), pero siendo muy mal visto fuera de los ultra conservadores, míster Trump tuvo un primer y medido revés ante el fuego amigo en días pasados cuando fue evidenciada su falta de pericia en política exterior por sus contrincantes de partido. Resulta que el hijo (o hermano) del ex presidente Bush (ahhh, hijo y hermano), anda por ahí queriendo recuperar la franquicia que su familia ha construido a través del tiempo, lo que además nos dice que allá también hace aire.

    ¿Y adivina quién será visto como un pan de dios cuando hable de muros e indocumentados en un discurso mucho más conciliador que el del magnate inmobiliario, aunque más rudo que el de los demócratas? Así es, el tercer Bush. Cualquier tono que le ponga quien sea candidato republicano al tema migratorio será visto como humanista ante los incendiarios dichos de Trump, quien, dicho sea de paso, también pavimenta su futuro empresarial al prestarse para el maquineo de la política, ¿Verdad que no está tan alejado de la cultura mexicana?

     Mientras tanto, aquí seguiremos satanizando al despiadado Trump por hablar de muros fronterizos, omitiendo en nuestro juicio las grandes bardas que cercan las colonias donde cómodamente vivimos para protegernos de nosotros mismos, aun violentando el derecho constitucional de libre tránsito; seguiremos juzgando a los gringos de mente corta por no aceptar a nuestros paisanos siendo que aquí no aceptamos a los centroamericanos; y tristemente, seguiremos condenando a un país que expulsa a nuestros hermanos cuando nosotros los expulsamos del propio por falta de oportunidades; y aquí hago el paréntesis más importante: no estoy hablando de oportunidades en un trabajo solamente, porque es verdad que en una vuelta por las zonas industriales, comerciales y hasta habitacionales, veremos las insistentes lonas y escucharemos perifoneo ofreciendo más vacantes de las que se pueden cubrir; no, estoy hablando de oportunidades de una vida digna, de educación realmente garantizada por lo menos hasta la enseñanza media para nuestros hijos, de un sistema de seguridad social sano y sustentable, de recursos fiscales reflejados en obra pública y no en burocracia partidista, de lugares de esparcimiento comunes, bien mantenidos y gratuitos, de seguridad pública y combate a la delincuencia desde la inteligencia y no desde la fuerza bruta o la complicidad.

      Seguiremos llenando las páginas web y redes sociales de comentarios en contra de gente que poco tiene que ver con nuestro país y que juegan a jugar con la opinión pública como lo hace el señor Trump, pero mientras no aceptemos que es aquí mismo dónde hacemos que se gesten esas opiniones, junto a esa victimización que nos colgamos patrioteramente ante el mundo, le damos más vida a la nefasta oligarquía que nos tiene en la lona como pueblo.