Publicado el 15 de
Junio de 2014
En medio de su irremediable y trágica pérdida,
el poeta y activista Javier Sicilia dijo en alguna ocasión que ya no sabía si
creía en su religión puesto que el cristianismo basa su doctrina en la entrega
de un hijo por su padre, un precio excesivo que pagar, dijo el escritor.
Por
supuesto que las palabras de Sicilia están dictadas desde el umbral de un dolor
al que pocos hombres son sometidos como lo es enterrar al vástago, pero si lo
vemos desde la perspectiva de la persona promedio, descubrimos que en los
cimientos del cristianismo está la complicada y no pocas veces incomprendida labor
de un padre: Entregar al hijo.
Desde que escuché la declaración hace unos
años, nunca pude dejar de pensar en la frase de Sicilia y en sentirme
identificado de algún modo con eso. No hay nada más difícil para un hombre que
separarse de su descendencia, finalmente entendí el gran amor de Dios para
enviar a su único hijo, ya que más allá de filiaciones religiosas, el concepto
tiene acepciones filosóficas.
Y es que desde la concepción, la naturaleza asigna
la protestad del hijo a la madre para que esta lo lleve durante la gestación.
Luego, una vez que ha nacido y aún en la incapacidad física de la madre por
obvias razones, el retoño es arrebatado al padre desde la cuna porque es el
varón quien tendrá que brindar diversas formas de protección a la familia y ahí
comienza esa forma de ausentismo llamada paternidad.
Vienen entonces una serie de
desapegos que continúan en la temprana infancia al abandonarlos en la escuela
para convertirse en fiero inspector de calificaciones, luego hay que ceder a
los hijos a la seductora e incansable juventud donde se disfruta con amigos, se
hace cómplice con la madre y se choca con el padre; y de ahí los hijos salen a
conquistar el mundo en la búsqueda de un oficio con mejores expectativas de las
que tuvo el ya vetusto progenitor, quien para ese tiempo ha pasado a ser como
un cuadro en la pared del hogar.
Y por supuesto que la pérdida más
significativa que tiene un padre es ante el altar cuando hace entrega de su
hija a otro hombre, siendo la única tarea que le confían las mujeres en ese
importante día, una vez más siendo ornamento. Y encima se espera que sea modelo
de fortaleza y contenga las lágrimas.
Los hijos habrían de saber que cuando nacieron, trajeron consigo la
mayor alegría que un ser humano pueda experimentar, y que un padre quisiera
congelar el tiempo en esa fracción de eternidad en que el médico pone en sus
brazos al bebe para que acto seguido tenga que entregarlo a la ansiosa madre,
sabiendo que ese doloroso desprendimiento habrá de acompañarlo por el resto de
sus días. El hombre sufre demasiado desde el primer momento en que suelta a los
hijos para que tengan sus propias experiencias y rijan su propio destino. Pero
habremos de entender que el sacrificio del padre y las experiencias del hijo
son caras de una misma y muy valiosa moneda: La vida.
Un padre debe estar consciente de su
responsabilidad para entregar a su hijo al mundo como lo dicta la naturaleza,
lo cual no está peleado con los rasgos de amor y humanidad que nos distinguen
de los animales no racionales. Un padre no puede caer en la trampa de ser amigo
o maestro de sus hijos, de esos tendrán muchos a lo largo de su vida, la
definición de padre no debería ser devaluada en amistad o maestro, debe ser llanamente
la de padre, vocablo que abarca mucho más. Por eso habríamos de aborrecer a
quienes desperdician la oportunidad de ser padres viviendo en la infantil y
cómoda creencia de que hay que ser amigos y maestros de los hijos. Y es que si
bien es cierto que los buenos maestros escasean y los amigos se cuentan con los dedos de una mano,
la figura paterna solo puede ser numerada por un solo órgano: El corazón.
Felicidades a todos los padres en su día ¡¡
cesarelizondov@gmail.com
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