Publicado el 01 de Junio de 2014
-¿Porque siempre guardas una torta para
llevar a tu casa?- le pregunté.
- No es para mí, es que mi madre siempre
hace una torta de más y me pide que se la entregue a cuando regreso por la noche.
Es para su cena- respondió él.
Así pasaron varios meses, y cada vez que
hacíamos un alto para comer en los paradores al pie de la bajada empedrada
entre los cañones del Tunal y la Carbonera, pensaba que la petición de una
madre de regresar con una torta sería una especie de plegaria o alegoría por el
buen regreso de un hijo. Hasta que de repente me dijo en una ocasión:
-Es que mi madre dice que saben más sabrosas
las tortas paseadas.-
Por supuesto que lo entendí. ¿Quién no ha
probado una torta, taco o gordita paseada después de un largo día de trabajo? Nos
saben mejor que el más exquisito manjar en el más caro restaurante. Pero llego
el día en que Eulalio ya no llevó una torta de más a esas jornadas laborales por
los ejidos y rancherías de Arteaga en aquellos tiempos cuando el trasiego en
esas zonas se refería únicamente a la manzana y la papa.
-¿Qué pasó, hoy no te hicieron una de
sobra?- pregunté.
-Es que ahora dice mi mama que no le han
gustado las tortas paseadas que le he llevado. Me estoy preocupando, quizás esté
enferma.-
Al transcurso de más tiempo, la madre de
Eulalio jamás dio muestras de cansancio físico ni problemas de salud. Comía
bien, tenía buen humor, dormía bien, descansaba en su casa gracias a su pensión…
Pero ya no le gustaban las tortas que le paseábamos.
Horas de conducir sobre caminos rurales y
de traslados entre un punto y otro nos dejaban largo rato para pensar y
analizar los misterios de la vida, como por ejemplo el gusto por las tortas
paseadas. Y así, en una de esas filosóficas cavilaciones develamos el enigma:
No es el sabor de la torta paseada lo que nos gusta, es más bien que el
cansancio y el hambre se juntan para que la recompensa sea apreciada en todo su
valor; esa era la causa por la que su madre ya no tenía ese gusto: Su todavía
fuerte cuerpo no se cansaba al estar merecidamente reposando en su hogar tras
una vida de trabajo. Así que luego de una tarde viendo televisión y con bocadillos
entre comidas, la humedecida torta que por la noche llegaba ya no era atractiva
en forma alguna.
Y hoy veo algo similar con la menor de mis
hijas: Como el recreo es para jugar, olvida siempre comer lo que mi mujer le
envía como tentempié para pasar la mañana, y es común que en el camino de
regreso a casa la vean disfrutando de alimentos paseados y aplastados que
cualquier madre primeriza calificaría como no aptos para el consumo humano,
pero que nosotros vemos como gratuitas inyecciones de anticuerpos.
Y espero que en este domingo tú tengas el
gusto de probar una aplastada, olvidada, tibia y sobretodo deliciosa torta paseada.
Esa que no puedes disfrutar a tiempo porque la vida va demasiado aprisa, esa
que pospones por atender tus responsabilidades, esa que sabe a merecimiento y
orgullo y no solo a materia y aderezos, esa que aun siendo alimento, la dejamos
al final.
Que la helada cerveza que hoy consumas sea
acompañada por amigos porque la amistad, aunque a veces olvidada, sabe genial. Que
la comunión que hoy tengas con cualquiera que sea tu Dios, te dé la certeza de
que a pesar de que su credibilidad este aplastada, la religión conserva su
sabor. Que la carne asada sea en compañía de la familia, dónde en ocasiones las
relaciones son más tibias de lo que quisieras, pero dónde sabemos que como una
torta paseada, la familia siempre regresará.
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