Publicado el 28 de noviembre de 2019 en Saltillo 360, de Vanguardia
Sigo siendo el
hijo de mi papá. No importa la edad, los amigos y conocidos de nuestros padres
se refieren a nosotros como “el hijo de…”. Y pues, ahí ni como hacerle, así nos
conocieron y a veces hasta te llaman como tu progenitor, no le hace si tu eres
Pedro y él es Arturo. En la familia extendida, si tu nombre no es muy repetido
entre abuelos, tíos y primos al estilo de Arcadio o Aureliano, tal vez con un
poquito de suerte se aprendan tu nombre y no hablen de ti con el aclaratorio del
“hijo de…” en su referencia. Hasta ahí, bien con el sello de amistades y familia.
Luego sucede que uno se refiere a las nuevas
generaciones de la misma forma, glosando triunfos y pecados de la ascendencia
cuando queremos ubicarlos, saber quienes “son”. Así es que el Potrillo siempre
será el hijo de Vicente, el Gómez Morín actual extiende hasta el infinito sus
apellidos para aclarar de quien es nieto, Benny es hijo de Julissa y así nos la
llevamos. También, bien hasta ahí con el sello que otros nos endilgan.
La bronca
viene cuando nosotros mismos nos moteamos (no, nada que ver con la mariguana)
con calificativos como tigre o rayado, virgo o acuario, metalero o
cumbianchero, carnívoro o vegano, cervecero o tequilero, ingeniero o
administrativo, dodger o yanqui, ventas o producción. Solitos nos apegamos a
algo que suponemos nos da identidad. La verdad, de lo que hablamos es de fútbol
o beisbol, de música o esoterismo, de comida y de bebida, de oficios o
profesiones. Y uno es igualito al otro, nomás con diferente logo. Ahí si, mal
con un sello autoimpuesto de pertenencia, pero no de identidad.
¿Empirista o
racionalista? ¿nihilista o existencialista? ¿idealista o materialista? Quizás,
si nuestra cultura nos llevase a definirnos desde la filosofía, a conocernos y
que nos reconozcan como simpatizantes de algunas corrientes de pensamiento, nos
ahorraríamos el andar preguntado fechas de nacimiento para saber de
compatibilidad según la luna y las estrellas, para saber no que música nos
gusta, sino que tipo de expresión humana buscamos ahí, para entender que
esperamos del deporte, no para llorar por un partido perdido, para saber porque
trabajamos, no lo que hacemos para sobrevivir. Para saber quién soy y hacia
donde quiero ir, no para exhibir al mundo otros rasgos de personalidad.
Un gran paso
es pensarse liberal o conservador, demócrata o republicano, de izquierda,
centro o derecha; ateo, agnóstico o religioso. ¿Será posible que algún día así
nos reconozcamos? No sé, pienso en quienes llegan a casa con mis hijos a jugar,
estudiar o pasar un rato conviviendo. Nunca les pregunto si les gusta más la
música o el deporte, si creen en dios o dudan de él, si votaron en las pasadas elecciones
o si piensan estudiar un postgrado. Siempre, siempre la pregunta es: ¿Cómo me
dijiste que te apellidas?
cesarelizondov@gmail.com
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