Camino de Cuatrociénegas

Publicado el 18 de Enero de 2015 en 360 La Revista, de Vanguardia

        En el ánimo de ilustrar pero jamás en un afán de insultar, ofender o menospreciar, trataré de describirte como era aquel muchachito que nos encontramos: Era el típico gordito buena onda, ese que tiene la sonrisa fácil y que de inmediato te cae bien, que se nota su convivencia cotidiana con adultos porque tiene la respuesta rápida e ingeniosa, que tiene el albur más rápido que tú. El gordito rebanoso, pues. Éramos un pequeño grupo de amigos dirigiéndonos a la que debe ser la ciudad del mundo mundial con mayor densidad de hermanos cuates por metro cuadrado: Cuatrociénegas, Coahuila.

      Yo, era un joven con la pretenciosa y petulante suficiencia de haber tenido acceso a la educación superior en un país donde una muy pequeña minoría podía (puede) hacer eso. Sin compromisos, disfrutaba de esa época de la vida en la que empiezas a ganar pesos pero todavía no ganas peso, de cuando el mundo te parece muy pequeño para engullirlo de un bocado pero suficientemente grande como para equivocarte una y otra vez sin consecuencias, de cuando las espinillas y el acné han cedido a la barba y el bigote, de cuando una credencial del IFE la concibes como el documento que abre puertas a mágicos sitios más que como algo para ejercer tus derechos y responsabilidades, de cuando eres puente natural entre astucia e inocencia, entre la experiencia del abuelo y la candidez del niño. 

        Lo que me habían inculcado en casa decía que había de cuidar los centavos; en la formación académica universitaria habían intentado dotarme de un instinto asesino que dictaba ser ferozmente agresivo a fin de conseguir el mejor trato para mis causas; pero en la temprana educación escolar me habían enseñado a actuar siempre apegado a principios más humanos que materiales. Es muy conocido como en las más triviales cosas sacamos a relucir todos nuestros introyectos, constelaciones, complejos, prejuicios y frustraciones.

      El fin de semana prometía mucho: La poza de Becerra, la poza azul y las playitas aún no eran zonas protegidas como ahora, asistiríamos a las dunas de día y a la feria de la uva por la noche, habría tiempo para jugar billar en el Ocho Negro, por nada nos perderíamos de ir a un baile “canchero” en los patios de un templo o alguna escuela, descasaríamos en El Nogalito y cruzaríamos la calle de la casa donde nos hospedaríamos para tomar una cerveza jugando dominó en el Casino. Y, si las cosas se daban como soñábamos, quizás, en algún momento del viaje incluso llegaríamos hasta el paraje que conocíamos como los Pinabetes con alguna bella señorita que por allá conociéramos. 

       Y sucedió que en algún lugar de Coahuila de cuyo nombre no puedo acordarme, pero situado entre Monclova y Sacramento, mi vida se cruzó con la del gordito. Ya sabes cómo es la red carretera nacional: Llegando a una pequeña ciudad, pueblo, ejido o ranchería, te recibe un tope o bordo de concreto para que entiendas así los letreros de límites de velocidad. Y allí estaba él con su gran sonrisa. Pidió que bajáramos las ventanillas y de inmediato adivinamos sus intenciones: Traía bajo el brazo una canastilla repleta de dulces de leche.

      Una de tantas debilidades en mí se hizo presente al ver aquellos conos rellenos de cajeta. E inició el regateo. Avanzamos a vuelta de rueda los ciento cincuenta y tantos metros que mediaban entre el bordo de entrada al ejido y el de salida. El lento avanzar de la vieja caribe roja era un trote presuroso para el muchachillo que, jadeando, iba a la par mientras los argumentos entre vendedor y comprador iban y venían. Por ascendencia familiar, algunos de los que íbamos allí teníamos la noción de cual era un precio justo para la bolsa de conos. Entre risas y bromas, y con un clarísimo deadline o límite que era el bordo final para cerrar el trato, llegamos a un acuerdo en el que yo no sería sorprendido como extranjero en mercado de playa, y donde tampoco él saldría con un espejo a cambio de esos dulces que si no vendía, probablemente se los comería. Pagué diez de aquellos todavía flamantes nuevos pesos por una bolsa con cinco conos.

      Satisfechos con la compra, continuamos nuestro camino en medio de mis sesudas reflexiones en voz alta sobre cómo había aplicado mis importantísimos estudios y empíricas lecturas empresariales en aquella insignificante ocasión. “Esto de pelear un descuento es una cuestión de principios, nunca de dinero” decía, “Debes siempre estar atento a pagar un precio justo, el dinero no se da en los árboles”, “es obvio que ante un inminente deadline, el vendedor tendría que bajar su precio al máximo”, ”la mercancía más valiosa en una transacción no es el producto que te ofrecen, es tu dinero que ellos quieren”, “la superioridad numérica siempre te da una gran ventaja psicológica para negociar”. Bueno, desmenuce toda la teoría durante los siguientes veinte minutos. Hasta que a Juan Manuel le dio hambre.

    -¿Me pasas un cono por favor?- le dijo a Osvaldo. –Los tiene el Camarón- respondió aquel. –Armando fue quien los tomó-dijo Luis. -¿Qué no los tienes tú?, tu pagaste¡¡-  me dijo Armando mientras cuatro pares de ojos me taladraban.

      Y fue entonces que la realidad del mundo de la experiencia abolló para siempre la corona de universitario frustrado: El gordito no solo se había quedado con mi dinero, también se guardó los conos. Todavía lo imagino carcajeándose mientras se come mis conos bajo la placentera sombra de un gran encino.


Mensaje abierto a mi diputado local

Publicado el 11 de Enero de 2015 en 360 La Revista, de Vanguardia

      Javier: No me lo tomes a mal, pero yo no vote por ti. Para mí no es nada personal, es solo que dentro de mi cándido idealismo y observando la historia, me he dado cuenta de que si bien es cierto que una suma de fuerzas puede hacer crecer a un imperio, solo el equilibrio de fuerzas puede hacer prosperar a la humanidad. Es por eso que tengo una visión daltónica cuando de ejercer mi derecho al voto se trata y no distingo colores ni partidos en un perpetuo y hasta hoy vano esfuerzo por encontrar ese balance entre institutos políticos. Y es que la propuesta ideológica de cada uno de ellos me ha parecido siempre un tratado de utópicos buenos deseos desde los puntos de vista sociales, políticos y económicos; todos se ven igual de bonitos en el papel.

     Por otro lado te ofrezco una disculpa porque en esta ocasión y contrario al estilo de crítica constructiva que he elegido, dirijo la atención a ti en lo particular. Pasa que en mis publicaciones en medios de comunicación y redes sociales he seguido la política de no señalar personas por su nombre porque considero que al opinar, juzgamos; y si juzgamos, habríamos de calificar simple y solamente actos, nunca individuos.

     Pero resulta que ahora si personalizo mi colaboración ya que vivo en el distrito 1 de Coahuila, al cual tú representas en el congreso local. Es que votarás por algo que me concierne más como humano que como coahuilense; tendrás que opinar ante una iniciativa que el poder ejecutivo te va a proponer según lo ha expresado nuestro gobernador.

   A estas alturas ya sabes a que tema me refiero: La despenalización del aborto en nuestro estado.

   No entrare (y espero que nadie lo haga porque no es necesario) en debates desde perspectivas de doctrinas religiosas ya que estas no tienen por qué normar nuestros criterios legales. Solo diré que el concepto de marco legal como el que te toca hoy actualizar y darle forma, nace de un principio idéntico a las religiones: En teoría, sus preceptos deben estar basados en la moralidad, con la diferencia de que las cuestiones jurídicas debieran siempre privilegiar el Deber Ser por sobre el Ser.

     Contextualizando diremos que el Ser no es ese abstracto concepto que en el afán de desapegos materiales coloquialmente contraponemos al Tener. No, el Ser es la entidad del individuo, la individualidad de la persona, lo que a cada quien concierne en su muy particular realidad; es distinto y de diferentes matices ético-morales para cada individuo. Y el Deber Ser es entonces lo que sería común a todos, lo que estaría en armonía con y para todos los humanos como especie, como nación, como Estado en este caso.

      Así entiendo que el Ser de una mujer tiene derecho sobre su cuerpo, igual que lo tenemos los varones. Pero el Deber Ser de la sociedad o el Estado no tiene derecho sobre la vida de los demás; de hecho se ha legislado que ni siquiera sobre la vida de los animales.

    Por otra parte tenemos también que para muchos códigos civiles el no nato (nasciturus en términos domingueros) tiene derecho a heredar. Ojo aquí, permitir el aborto sentaría un precedente contrario a eso abriendo una pesada y peligrosa puerta a jurisprudencia para interesantes casos de codicia, dónde sería perfectamente legal y conveniente el asesinato del heredero concebido antes de que este vea la luz del mundo.

    Y la vida según la ciencia, surgió en este planeta con los más primitivos organismos unicelulares y bacterias hace unos 3500 millones de años, desde entonces la vida es la única constante sobre la faz de la tierra. De ahí que la ciencia diga (no las religiones), que la vida nada tiene que ver con la conciencia, edad, especie, alma, gestación, estado civil, género o cualquier otra cosa que pudiésemos legal o religiosamente discutir. La vida no conoce de grados: O existe o no existe.

     Así pues, los argumentos científicos y morales que entiendo, sintetizan para mí la discusión en dos únicas preguntas a responder para este caso: ¿Cuándo inicia la vida de un ser humano? ¿Le darías a alguien el derecho a privar de la vida a otra persona?

     Por supuesto que la verdad no es propiedad de nadie y tanto la sociedad como tus representados debemos estar abiertos a entender otros argumentos. Pero sinceramente pienso que estarías haciendo lo correcto si no prospera la legalización del aborto en lo particular; y además en lo general, el Congreso local estaría enviando un excelente mensaje a la ciudadanía en el sentido de una verdadera división de poderes, esto en beneficio de un trascendente crecimiento humanitario para mi Coahuila, más que de insípidas victorias partidistas para tu mundo.


cesarelizondov@gmail.com

La Selva

Publicado el 04 de Enero de 2015 en 360 La Revista, de Vanguardia

    Recordé aquella película que se ha convertido en referente para entendernos como mexicanos: Mecánica Nacional. Comprobé nuevamente que nuestra educación, cultura, raíces e idealismos son reflejados por nosotros los mexicanos de formas que ni siquiera imaginamos, esta es una pequeña historia que se repite cada día, en cada ciudad del país.

     Era un día como cualquier otro, tan normal era ese día que creo haberlo vivido cientos de veces; tenía que hacer algunas compras y me dirigí en mi automóvil al supermercado. Como hombre de esta época, iba con el tiempo encima. Cuadras antes de llegar escuché el molesto ruido de una sirena.

 - Que mala suerte,- me dije -lo que menos necesito en estos momentos es darle el paso a una ambulancia-.

    En eso me percaté que venía detrás de mí y entendí mi oportunidad. Ya no sonaba tan molesto, el ruido se había transformado en canto de la sirena. Empecé a sonar el claxon, hice gala de humanismo, dejad pasar los heridos, era el mensaje que enviaba. Supe que sintió Moisés cuando ante mi se abrió el tráfico, así que me aproveche del camino que se despejaba. Primero ceder el paso, después pegarse detrás de la ambulancia, enseguida se pisa el acelerador y con cara de angustiado se hace como que uno sigue la procesión hasta el hospital. Dos minutos debí ahorrar gracias a aquella emergencia, dios bendiga a los enfermos.

     Ingresé al estacionamiento del supermercado que como de costumbre estaba totalmente lleno. Así que empecé el ritual de gastar gasolina dando vueltas por todas las filas para acomodar los vehículos en batería; al final del lote quedaban tres lugares disponibles, eran los más alejados a la entrada de la tienda y los rechacé al igual que la docena de automovilistas que buscaban el lugar más cercano posible en un afán de economizar pisadas, así perdieran todo el tiempo y combustible de que disponían. Después de varias vueltas observe que una familia salía del local, cada miembro de aquel clan cargaba una bolsa, como cazador furtivo, cuidadoso de no hacer ruido y de no parecer impaciente, sostuve la velocidad en lo más lento que pude para ir flanqueando a aquella familia hasta su automóvil. Y así llegamos hasta el final del estacionamiento, solo para verlos salir e irse a sentar en la parada de autobuses.

    Otra vez buscar lugar, ya con algo de impaciencia mis modales sucumbieron. Fue en una intersección donde  pude sentir la mirada de una mujer madura, tenía yo el honor del paso, pero bien lo podía ceder. Aquella dama esperaba un acto caballeroso, pero lo único que logró, fue saber que yo la ignoraba; está es la selva, pensé, yo tengo que ver por mí, ¿por ella?, no es mi problema, que por ella vean sus hijos, o su iglesia, o el Estado.

     Otras vueltas por ahí.... Por fin, la oportunidad, un joven su subía a su auto justo cuando yo pasaba. Me quedé yo por un lado, por el otro, otro vehículo, no veía al conductor, pero el querría mi lugar, a mí me pertenecía, por nada lo perdería. Mientras tanto aquel joven disfrutaba su momento, se sabía poderoso pues tenía a dos a su merced, con sus aires de nobleza primero admiro su coche, sabía que lo esperaríamos, gozaba al vernos sufrir, se subió como si fuera anciano, lento a pesar de su juventud; una vez estando adentro, vio primero sus espejos, ¡como si alguien los moviera mientras el hacía sus compras¡ Después encendió la radio, algo importante iría a oír; después la calefacción, pobre tipo, tendría frío; por supuesto el cinturón, era lo único importante; y por último se peinó, la apariencia es trascendente.

     Finalmente arrancó su auto, a pesar de los pesares, buena cara le di yo. Y es que esto ya no era la selva, esto es civilización. Amablemente le di el paso, pues me cedía su lugar, por fin me estacionaría, ya podría yo hacer mis compras; en eso pensaba cuando me di cuenta del auto que estaba enfrente: Otra vez esa mirada, otra vez la anciana dama. Esta vez no pude esquivar su penetrante mirar, y está vez me suplicaba, con sus ya cansados ojos, el lugar para su auto, un lugar para sus años. Esta es la selva, pensé, aquí es la ley del más fuerte. Y como soy el más fuerte, escogí darle el lugar.


cesarelizondov@gmail.com

Serendipity

Publicado el 21 de Diciembre de 2014 en 360 La Revista, de Vanguardia

     Si la serendipia existe, mañana estaré desactivando mis cuentas de Facebook, twiter, teléfono celular, correo electrónico y cualquier otro medio para ser localizable. La serendipia se entiende como una forma de casualidad afortunada, una especie de golpe de suerte por algún tipo de señal, como una providencia inesperada.   

    Hay un lugar en el upper east side de Manhattan, a unas cuadras de la entrada frontal de Central Park, en dónde está ubicada una cafetería llamada Serendipity 3. De ahí toma su nombre e inicia la historia de una película ligera en la cual un libro de García Márquez tiene su rol en la trama.

     Pero volviendo a mi serendipia, te platico que el sábado por la mañana desperté tarde y con las secuelas del tipo de posadas más apegadas a las filosofías paganas del tío Sam que a los adustos festejos cristianos. Ignoro si por la madrugada el boiler se apagó solo o si alguien de mi casa urdió el maquiavélico plan de hacerme pasar un mal rato en venganza por no sé qué cosa. Arrastrando las pantuflas recorrí la casa en busca de cerillos o encendedor y maldije una vez más a los inventores de los dispositivos de encendidos electrónicos que hacen cada vez menos necesarios a los tradicionales fósforos, esto en perjuicio de fumadores y gente que gusta de encender el boiler.

      Salí a comprar un encendedor y me dirigí al supermercado más cercano para aprovechar y conseguir algo de comer que ayudase a mi organismo para enfrentar una mañana no exenta del trabajo cotidiano por la naturaleza de mi oficio. Con algunos víveres me formé en la fila de las llamadas cajas rápidas. Había tres personas delante de mí y la señorita cajera parecía no comprender el significado de rápido. Espere impacientemente mientras veía con desesperación como una especie de ley de las filas de Murphy se cumplía cabalmente: Por todas las cajas registradoras avanzaban los clientes con eficacia propia de reloj suizo mientras acá esperábamos a que un cerillo (vaya ironía) fuese al departamento de medias a checar un precio que no venía marcado en la prenda. Finalmente llegó mi turno. Y claro, en las cajas rápidas no tenían muebles exhibidores o displays como en las cajas normales; no había encendedores.

     Regresé al interior de la tienda y esta vez me formé en una de las cajas tradicionales, de esas que están flanqueadas por anaqueles repletos de hojas de afeitar, gel antibacterial, cepillos de dientes e hilo dental (del de los dientes, no del otro), revistas, chocolates, pilas, y claro, encendedores. Pero no contaba con que la señora que me antecedía tenía la intención de hacer valer y ejercer sus tres minutos de poder semanal, esa fracción de momento en que el cliente tiene aún el dinero en su poder y enfrente hay alguien con la consigna de servirle de la mejor forma posible, ese efímero momento en el que todo el yugo semanal de recibir y acatar órdenes en el trabajo se transforma mágicamente en tener la sartén por el mango y no solo tener el poder del consumidor, sino además la razón que al cliente siempre le asiste; ese momento que buscamos extender lo más posible porque sabemos que una vez que soltemos el dinero, junto con él desaparecerá el fugaz y pequeño coto de poder que nuestros consumos nos proveen.

       Eterna se me hizo la espera: Como si no supiera lo que venía a continuación, la señora preguntó dos veces por el total de su compra; luego, con una calma digna de burócrata en lunes, abrió su bolso y lentamente busco adentro su cartera. Volvió a preguntar cuanto había de pagar y sacó una tarjeta bancaria para liquidar. Una, dos, tres veces fue rechazada la tarjeta ante la insistencia de la señora de volver a intentar…. Y de repente, con una ensayada sonrisa que delataba su felicidad de extender al máximo su momento, anunció cándidamente que se había equivocado de tarjeta. Mi desesperación era total porque además me urgía ir al baño.  Del dos.

       Con prisas pagué mi encendedor tan pronto se fue la señora y me dirigí a los sanitarios que estaban justo enfrente de la caja. Pensarás que en el colmo de los males no había papel, pero esta vez no fue así. Y como rey sentado en su trono, tuve por primera vez un momento de calma esa mañana. Me serené y entendí que la vida es así, que debemos ir al ritmo de ella y no pretender que la vida se ajuste a nosotros.

     Salí, debo decirlo, en más de un sentido aliviado de aquel baño. Y justo en ese momento abrían la ventanilla de un negocio en una isleta del centro comercial, y fue ahí que pensé en la serendipia: Un boiler apagado, sin cerillos en casa, una lenta fila para no encontrar encendedor al pagar, otra lentísima espera tras una señora sin prisas, una urgencia de visitar un baño público; todo para llegar exactamente al momento en que abrían la ventanilla del expendio de Lotería Nacional.

    No creo en la suerte. Mi definición de buena suerte es cuando el trabajo, la preparación, la inteligencia y la oportunidad cruzan sus caminos, por eso pienso que es improbable ganar el Melate este domingo. Pero si la serendipia existe, mañana me desaparecería por un tiempo para pasar unos días en Nueva York y visitar el Serendipity 3, y ordenar ahí un postre de contenido calórico suficiente para una semana. Y si acaso no existen o no se me dan ese tipo de cosas, permaneceré haciendo lo que hasta hoy, y pasaré las navidades en Saltillo, y comeré las empanadas del Merendero, del Roble, de la Reina o de Mena. Lo cual tampoco está nada mal.



¿Santa Claus existe?

Publicado el 14 de Diciembre de 2014 en 360 La Revista, de Vanguardia

      Para Gilberto A. y familia, que recién pasaron por esto.

   -Papá, ¿Santa Claus existe?-

   -¿Qué dijiste?- respondí. Había escuchado perfectamente la pregunta pero trataba de ganar tiempo en ese ordenar de ideas para lograr dar con la respuesta adecuada para la duda existencial más importante de mi hijo durante la primera etapa de su vida.

   -Es que en la escuela me dijeron mis amigos que Santa Claus no existe, que tú eres quién me compra los regalos, que los escondes para que no los vea, y que, en algún momento de la Noche Buena, te las arreglas para ponerlos debajo del árbol navideño para que yo los encuentre al despertar por la mañana.

   -Bueno hijo,- le dije- te voy a decir la verdad, espero que la comprendas:

    Una parte de la misión de mi vida tiene que ver con ser tu padre, y lo más importante de esa parte es velar por tu felicidad, lo cual va estrechamente ligado a tu formación como ser humano. A grandes rasgos, la formación se da en base a principios que cada familia escoge o privilegia, y los nuestros han sido vivir en la realidad; esto quiere decir que hemos escogido llevar una vida de acuerdo a nuestra condición económica, social, cultural, religiosa y familiar. Esta forma de llevar las cosas a menudo nos impide obtener todos aquellos satisfactores materiales, emocionales o espirituales que deseamos y en ocasiones incluso, necesitamos.

     Así, como tengo que mantener una disciplina durante todo el año para cuidar de nuestro presente y el incierto futuro, me es imposible darme el lujo de comprar felicidad cuando en el supermercado me pides que llevemos el juguete que tanto te ha gustado; o cuando apruebas tus calificaciones en la escuela y mi primer impulso es darte una recompensa por tu esfuerzo, pero termino por admitir que tener éxito en los estudios no debe ser una cuestión de excepción, sino de obligación; o cada vez que salimos en familia, hago grandes esfuerzos para no caer en la sugestiva trampa de comprometer los recursos que están destinados para seguir subsistiendo en nuestro ámbito; igual pasa cuando planeamos que hacer con el tiempo de vacaciones, donde invariablemente ajustamos buena parte de esos días para que realicemos tareas que no son de tu completo agrado, pero que debemos alternarlas con el ocio y esparcimiento; o cuando tú y tus hermanos se quedan en espera de que su padre abandone el trabajo para jugar todo el tiempo con ustedes.

      En suma, mi labor como padre se asemeja mucho más a la de alguien que pone las trabas, de alguien que tiene siempre la encomienda de ser el aguafiestas, de poner el contrapeso que impide que todos los impulsos y deseos se hagan realidad. Pero todo, hijo mío, aunque hoy te parezca una gran y ridícula mentira, es en la búsqueda de forjar seres humanos felices que sean dignos de vivir en este mundo.

      Es por eso, que con el paso del tiempo los jefes de familia hemos tomado como pretexto el nacimiento del niño Jesús para poder romper por una sola ocasión al año el yugo que frena los deseos que nacen de muy adentro del corazón, pero que por responsabilidad debemos contener en la mayoría de los casos. Es de alguna manera simbolizar con regalos lo que con palabras y aparentes buenas acciones no alcanzamos a decir todos los días, es tratar de equilibrar en una fecha lo que durante toda la vida nos hace parecer duros, avaros, exigentes. Es por eso que hemos inventado un personaje inspirado en alguien que efectivamente existió, porque así, cuando nos transformamos en Santa Claus o Papa Noel, podemos lograr lo que nuestra condición de padres de familia nos impide hacer normalmente: Dar rienda suelta a nuestros impulsos y deseos por demostrar materialmente amor a nuestros hijos sin restricciones y sin caer en la complacencia de una deficiente formación humana.

     Es por todo lo anterior hijo, que lo que te dijeron es en parte verdad ya que efectivamente soy yo quién consigue tus regalos cada navidad; pero también es cierto que Santa Claus existe, y es que en tu caso soy yo. Así es que recuérdalo siempre: Seguiré cumpliendo mi deber de procurarte la mejor formación por más difícil que esto sea para ambos, pero también debes saber que durante toda tu vida, el mejor regalo no será el ostentoso o modesto juguete que recibas del decembrino Santa Claus, sino el testimonio de amor que tendrás de tu padre día tras día durante todo el año.

       Pero también quiero que sepas algo más, y es que como tu padre, siempre conservaré para ti guardado ese disfraz rojo de las botas negras, con la barba blanca y las botonaduras de oro.


cesarelizondov@gmail.com

Prólogo para el Libro Los Buenos Días de Ricardo Sala

Saltillo, Coahuila. Diciembre de 2014
Prólogo de los Buenos Días.
      Dicen que se cosecha lo que se siembra, claro que entendemos el sentido de la frase en función de obtener aquello por lo que nos esforzamos personalmente. Tengo una pequeña y añeja historia que exactamente ilustra eso…. y otra actual que perfectamente lo desmiente:
      Durante parte de nuestra niñez, Ricardo y yo acompañábamos a su padre los sábados a pagar los sueldos de los trabajadores de su rancho. Era abandonar la ciudad temprano por la mañana para regresar cuando la tarde se confundía con la noche. Llegaba un momento del día en que Don Oscar nos decía: -“Tomen una arpillera cada uno y vayan a sacar papas, pueden llevarse todas las que puedan desenterrar y cargar.-“  Se me iluminaban los ojos pensando en llenar al máximo el bulto de papas para llegar a casa con algo gratis entre las manos, pero la realidad era muy distinta: A los pocos minutos de escarbar la tierra para sacar tubérculos, los débiles brazos empezaban a doler y el abrasante sol del campo se volvía insoportable, y a los pocos metros de cargar una bolsa con unos cuantos kilos de peso, las pocas fuerzas de muchas ganas pero limitadas aptitudes y nula preparación, no daban para más. Teníamos la oportunidad de cosechar lo que otros habían sembrado, pero no estábamos preparados para eso.
    Pero hoy, para desmentir la frase, luego de muchos años de amistad y de andar por distintos caminos aunque siempre en líneas paralelas, la magia de las comunicaciones me ha permitido cosechar lo que Ricardo ha sembrado. Y es que día con día, Ricardo nos saluda a sus seguidores con los Buenos Días en diferentes plataformas de redes sociales en una forma de aportar a nuestra comunidad esa porción de necesario y honesto positivismo entre el mundanal ruido de este mundo.
     Con toda clase de temas amanecemos cuando leemos los Buenos Días: Civismo, salud, creencias, valores, política, ocio, economía, nacionalismo… Y luego encontramos todo tipo de sentimientos cuando seguimos con las reflexiones que Ricardo agrega a los Buenos Días: Soñamos, reímos, pensamos, sufrimos, nos estremecemos, nos inspiramos, nos comprometemos…
    Y más tarde llega la noche, y es entonces que nos damos cuenta de que esa semilla sembrada durante los Buenos Días, ha germinado a lo largo de la jornada para hacer de nuestras labores algo con un mejor y más claro sentido. Y vemos que con la suma de los Buenos días se van completando semanas, y que a la consecución de éstas llegan los meses, que los meses hacen años y los años forman vidas. Y claramente entendemos que al final de muchos Buenos Días, hemos cosechado para nuestra propia vida lo que un gran hombre con alma de niño, ha sembrado para nosotros cada mañana, cada buen día.
    Disfruta los Buenos Días.

     César Elizondo Valdez
Portada del libro





Lección de economía doméstica

Publicado en tres partes el 23 de Noviembre, 30 de Noviembre y 7 de diciembre en 360 La Revista, de VANGUARDIA

Lección de economía doméstica (1 de 3)

      En cierta ocasión acompañaba a mi madre en una de esas tiendas que venden cualquier cosa que nunca has necesitado, pero que nos producen una extraña fascinación por adquirir un producto llamativo y novedoso que ofrece una alternativa o aparente solución a pequeños detalles que jamás habrías notado a no ser por los diabólicos inventos del salvaje capitalismo.

    Mientras yo esperaba ansioso a salir de aquel aburrido lugar para ver cosas realmente importantes como una gorra para ir de pesca, una navaja suiza o el calendario de las cheerleaders de los vaqueros de Dallas, ella estaba absorta con una especie de espátula para sacar toda la mayonesa, mermelada u otra cosa de los recipientes en que vienen envasadas.

      Era un accesorio que permitía llegar a las zonas inaccesibles para los cuchillos de untar, cucharas o palas utilizadas para embadurnar aquellos alimentos que se quieren aderezar con dichos ungüentos comestibles. El precio no era precisamente una baratija al ser un artículo hecho con materiales de calidad y ostentar el sello de una marca reconocida de utensilios de cocina. Como joven crecido en el ambiente y la cultura de la practicidad (de ser prácticos), con ese aire entre engreído y condescendiente que todos tenemos en algún momento de la juventud, y con la petulancia de quien quiere dejar bien en claro su gran astucia, pedí una calculadora al encargado del lugar y procedí a hacer el siguiente análisis económico-financiero-contable a mi madre:

      Compraría un artefacto cuyo costo era diez veces superior a un frasco de mayonesa, dicho artilugio serviría para rescatar del frasco un estimado del uno por ciento de producto antes de botarlo a la basura, esto le produciría un retorno de inversión (recuperar lo gastado) después de haber consumido unos mil botes de mayonesa. ¡1000 tarros de mayonesa !  Si dijera que podría consumir uno por semana, estaríamos hablando de casi veinte años exprimiendo hasta el último gramo del fondo para que ese pequeño ahorro semanal justificara al gasto actual.

    Por supuesto que mi madre pareció no escuchar mi argumentación. Continuó husmeando por toda la tienda y jamás soltó aquella espátula que yo había sentenciado sería un gasto incosteable. Finalmente se aproximó a la caja registradora con un semblante de dignidad que en nada se debía relacionar con una acción tan vacua como comprar un aparatejo para su cocina. Una vez lista para pagar, y sintiendo una penetrante y cuestionadora mirada clavada en su espalda finalmente volteó a verme y simplemente me dijo: -¿Acaso tú me lo vas a pagar? Si no es así, no tienes derecho a opinar.-

    ¡¡¡ PUUMMMM ¡¡¡.  Con eso me dejó sin palabras, y aún no iniciaba mi enseñanza de aquella experiencia.  Continuará el próximo domingo.    

Lección de economía doméstica (2 de 3)

     Después de mi arrogante explicación de cómo un gasto inútil en una especie de espátula que servía para sacar la última porción de mayonesa del frasco, que tardaría unos 20 años para recuperarle vía ahorro aquella inversión a mi madre, y también luego de que ella me dijera clara y dignamente que si ella lo pagaba, yo no tenía derecho a cuestionar nada, salimos del lugar con el nuevo artefacto para su cocina. Una vez afuera del establecimiento, estuvimos en silencio mucho tiempo y seguimos haciendo las compras que teníamos que completar sin apenas abrir la boca en uno de esos incómodos impases en que ambas partes saben que no se ha dicho la última palabra pero que pareciera que nadie quiere volver a sacar el tema.

    Finalmente nos dirigimos al estacionamiento, ahí abordamos el auto y comencé a manejar en medio de un sepulcral silencio. El regreso era largo y por eso mi madre no tenía prisa por iniciar las hostilidades, así que yo fui el que arremetí con un largo discurso de cómo es que la gente caía en las garras del consumismo sin medir las consecuencias de darle rienda suelta a sus deseos de poseer cosas inútiles.

     Nuevamente estuvo callada mientras yo daba mi perorata. Una vez que hube terminado, fue ella quien tomó la palabra, y más o menos me explicó lo siguiente:

    -“Tu y yo venimos de diferentes mundos, y tus abuelos venían a su vez de otro mundo. Ellos nacieron en el mundo de la primera guerra mundial y eran adultos durante la segunda guerra. El mundo de ellos, desde la niñez hasta ser padres, fue de grandes sacrificios, de economías irregulares donde el desabasto alimenticio era cosa de todos los días. Su vida fue de constante escasez y eso fue algo que marcó a toda una generación, generación que nos educó a nosotros en la cultura del ahorro, del  no desperdicio y del  pavor al futuro. En el mundo de tus abuelos, la mayonesa era un lujo que pocos se atrevían a darse.

   Entonces mi mundo y el de tu padre estuvo de alguna manera marcado por las carencias de tus abuelos, y si bien es cierto que al final de nuestra infancia estaba por terminar la segunda guerra, los traumas que ésta dejó en todo el planeta hicieron que las recuperaciones económicas y culturales, pero sobre todo emocionales, se dieran a paso de tortuga. Así que en nuestros hogares no existían los lujos, el derroche o lo superficial. Todo gasto tenía una razón de ser y debía dar un servicio exacto, medible, económico y necesario. Aún y cuando se vislumbraba un futuro prometedor y lleno de oportunidades, el fantasma de la escasez rampante del pasado era un freno psicológico que impedía a una generación disfrutar de la vida y tenía a la descendencia presa de los miedos a sufrir lo que sus antecesores platicaban.

     Luego los tiempos cambiaron, pero la semilla de la prudencia ya estaba sembrada en nosotros y por mejores que fueran las cosas nunca nos apartamos de las enseñanzas, constelaciones, introyectos o cualquier otra definición de herencia  que quieras utilizar para explicar porque un hijo adopta las usanzas de sus padres. En ese mundo que me tocó vivir, la mayonesa fue un gusto que muchas familias empezaron a disfrutar, pero nunca a desperdiciar.”-

     Ya iba entendiendo la lección, pero todavía no acabábamos. Continuará el próximo domingo.  

Lección de economía doméstica (3 de 3)

    Me había dado mi madre las explicaciones de como las dos guerras mundiales desde sus inicios y hasta sus secuelas habían marcado a dos generaciones llevándolas a una cultura de ahorro que a veces parecía rayar en la locura. Esto a raíz de su compra de aquel utensilio de cocina y de mi cuestionamiento argumentado desde la petulante postura económica donde yo había calculado que tardaría décadas en recuperar ese gasto a través de rascar desde las áreas más inaccesibles de los frascos hasta el último gramo de mayonesa. Luego siguió diciendo:

   -“Y después llegaron ustedes, los herederos de un orden global que parece privilegiar a la economía por encima de las necesidades, de una aldea mundial en dónde todo está al alcance de la mano y dónde un bote con mayonesa es un artículo que encuentras en prácticamente cualquier hogar. Hoy tú perteneces a una cultura que da por sentado el tener cubiertas las necesidades básicas y que entiende que parte de su misión es ser productivo y desarrollar su entorno para que más habitantes de este mundo alcancen la tan perseguida estabilidad económica y cubrir sus necesidades. Si, quizás mal harías en detenerte a exprimir la última gota de un tarro de mayonesa cuando tal vez por eso pierdas la oportunidad de producir miles de litros o kilos del mismo producto.

      Pero aun así, debes entender que la forma de ser de tus antepasados tiene largas raíces y un porqué de cada acto, costumbre o manía, por inusual o impráctico que todo eso parezca. Así que por favor, no vuelvas a sermonearme con datos duros sobre la economía y finanzas de la realidad actual cuando lo que necesito son suaves asentimientos para mi forma de vivir en un escenario que tiene un porque en el pasado”-.

      Por supuesto que me callé y asentí a todo lo que mi madre dijo, lo comprendí de inmediato y también supe que aunque en el nuevo orden globalizado un ahorro mal entendido se puede traducir en pérdidas al final de un balance, por simple definición, el ahorro nunca podría considerarse como algo negativo.

    Por cierto, muchos años después de aquella plática con mi madre, la observaba en su cocina con su vieja espátula ordeñando una mermelada que seguramente tendría una fecha de caducidad vencida, y recordé que además de mayonesa, el artilugio aquel había servido durante años para sacar todo aquello que se pudiera untar, por lo que mis fríos y duros cálculos de aquel lejano día habrían estado faltos de variables. 

    Volví a hacer unas pocas operaciones mentales, y me di cuenta de que desde todos los ángulos y a través de muchos años, escarbando dentro de cientos de frascos de aderezos, conservas, especias, cremas y mantequillas, la dignidad de hacer lo correcto desde una perspectiva de ética con la que mi madre había salido de aquella tienda, se había impuesto a la pedantería de hacer lo ventajoso desde la visión económica que yo había argumentado.

 cesarelizondov@gmail.com



Pasa en las mejores familias.

Publicado el 19 de Noviembre de 2014 en VANGUARDIA para la campaña de LEER MATA.

http://www.vanguardia.com.mx/pasaenlasmejoresfamilias-2206287.html

      Al amanecer de aquel último día de su amorío, él permaneció como cosa inanimada en nuestra cama al lado de ella, así como amanecen los hombres luego de una larga noche pasional. Le resultó un conveniente alivió mi salida de días antes para un viaje de trabajo, también le facilitó las cosas el que nuestros hijos estén en una edad en la que ya no necesitan de ella para todo, pero que donde todavía en su inocencia, no les interesa unir cabos para entender porque mamá había estado tan rara a últimas fechas, como ausente.



   Luego supe que para ella fue una sensación agridulce: decidió que aquella noche pondría punto final a su fantástica y apasionada relación. Y es que sin excepción alguna, todos los finales dejan vacíos y ciertamente hay cuestiones para los que concluirlas nada tiene que ver con alcanzar una meta. Dicen que el ansiado premio o la evasiva recompensa siempre hay que buscarlos en el camino porque como ya sabemos, en esta vida, al final no puedes volver atrás. Aunque para este caso en particular ella si podría regresar si así lo decidiera; pero, ¿Querría hacerlo?


     No la culpes por gozar al máximo de ese placer que, aunque está al alcance de casi todos, no todos saben disfrutar en la vida; de eso que a veces se hace sin pensar pero que es mil veces más disfrutable si se hace con plena conciencia, de algo que por lo general hacemos en la cama, pero que igual lo hicimos en todas partes: desde el viejo sillón de la casa de sus padres hasta en algún olvidado rincón de una oficina pública; de eso que en algún momento de la vida, hay quienes lo hacen más por obligación que por placer, y que se convierte en un falso placer hacerlo en la pegajosa arena de una playa. Pero volvamos al cuento:


    Como venía siendo desde semanas atrás, pero sin duda por última vez, todo el día esperó ansiosa a que llegase la noche para entregarse de nuevo a él. Presurosa y no sin cierta culpabilidad despachó a nuestros hijos para el colegio con rapidez y un poco más tarde salió a trabajar sin poner en su arreglo personal la atención que le caracteriza desde su aún atisbada juventud. También igual que a últimas fechas, mal hizo sus tareas en aquella jornada laboral dónde se sorprendió una y otra vez imaginándose sobre nuestra cama con su reciente, efímero, y ya pronto, extinto amor. Sus pensamientos regresaban a él en automático y no la dejaron concentrarse en nada ni en nadie. ¿Es eso normal?


     Ya le había pasado con anterioridad en más ocasiones de las que puede recordar. De hecho, hoy sé de otro intenso amorío que tuvo pocos días antes de nuestra boda. En esa ocasión arguyó los clásicos nervios de novia para mantenerme alejado en las vísperas, y así se entregó a un amor alternativo. Distintas e ingeniosas salidas y explicaciones encontró otras veces, y una y otra vez se salió con la suya ante mí, creyendo que nunca me percaté de su falta de atención cada vez que se enredaba. Y siempre hubo una constante: Desde un primer contacto ella se dejaba envolver por ellos y conforme más los conocía, menos los podía dejar. Pero no le juzgues tan duro, estimado lector. ¿Quién lanza piedras a una mujer por ser apasionada?


   Y se hizo de noche. Llegó presurosa a la casa donde otra vez atendió a nuestros hijos con más prisas que conciencia, poco caso puso en el contenido de las tareas a revisar y, distraída, estampó la rúbrica en los trabajos de los vástagos para poner fin al día convencional; y tuvo un sentimiento de culpa al mandarlos a dormir temprano siendo que ellos terminaron sus deberes y deseaban mirar la televisión. Ni siquiera vio su teléfono móvil para consultar mensajes en toda clase de redes sociales; más de cien mensajes en una decena de conversaciones se quedaron sin leer hasta el siguiente día, incluido ahí un mensaje mío, dónde le informé que ya venía de camino en un regreso días antes de lo previsto.


    Una vez más y sin saber de mi regreso, abrigó culpabilidad al sentirse agradecida por la conveniente falta del marido ausente. Pero de cualquier modo, sabía que tenía una cita en nuestra misma cama y que nada en el mundo echaría abajo sus planes.

    Pero ya estaba yo ahí, espiando a través de las ventanas. La vi entrar en nuestra recamara y con aire de coquetería fingió no verlo. Pasó de largo hasta el vestidor y tras breves minutos apareció con sus prendas preferidas para la ocasión. Ya no fingió, le clavo los ojos y le observó por última vez junto a nuestra cama: Imponente, interesante, robusto, y con un clavel en la solapa. Entonces fue que lo tomo entre sus manos, y se recostó. Y luego de un prolongado suspiro, abrió su libro para empezar a leer el cápítulo final de esa historia que tanto le apasionó desde la primera vez que hojeó aquella obra. Sigiloso, entré en la casa y sin que ella se diera cuenta me recosté en el sofá, y deje que disfrutara de su amor a los libros y el placer de la lectura mientras yo descansaba de mi viaje.
cesarelizondov@gmail.com

http://www.vanguardia.com.mx/pasaenlasmejoresfamilias-2206287.htmlhttp://www.vanguardia.com.mx/pasaenlasmejoresfamilias-2206287.html

Cenizas

Publicado el 16 de Noviembre de 2014 en 360 La Revista, de VANGUARDIA

      Triste semana. Una coincidencia en la muerte por la truncada vida de jóvenes personas, muchas diferencias en la oportunidad para afrontar un duelo.

      A principios de semana acompañé a un buen amigo en una misa. Su hermano, un hombre joven, fue prematuramente llamado por Dios cuando media vida le quedaba por delante. Siempre es muy duro ver a una familia encabezada por madre y padre avanzar por el pasillo central del templo con las cenizas del hijo.

    También durante la semana, estuvimos escuchando la repetición de las tristes, desafortunadas  y en ocasiones frívolas declaraciones de funcionarios mexicanos en torno al caso de los normalistas desaparecidos/muertos de Ayotzinapa. Sacos de cenizas recuperados del supuesto lugar de los asesinatos (a decir de algunos detenidos) fueron enviados hasta Austria para intentar relacionarlas con los nombres de los desaparecidos.

     Aun cuando originalmente fue presentado para entender el proceso de aceptación cuando se sufre de una enfermedad terminal, el modelo de cinco pasos propuesto por la psiquiatría es hoy extendido para entender todo tipo de pérdidas, desde quedar sin empleo hasta perder a un ser querido. Iniciando  por la negación, experimentar y superar la ira, intentar una negociación con Dios o lo que entendamos por poder supremo u orden del universo, y dejarse caer en la inevitable depresión; todo esto nos conduce finalmente hasta la quinta y última etapa: Aceptación.

     Pero grandes diferencias encontramos cuando el modelo de cinco etapas es manipulado mañosa y marrulleramente desde las instancias o dependencias que, si bien es cierto no las podemos culpar por apretar el gatillo, tampoco las debemos exonerar como responsables por no apretar a tiempo los tornillos y tuercas flojos que todo México señalaba a lo largo y ancho de la república antes de la masacre.

    Y es que resulta burdo, obvio y hasta maquiavélico la forma cómo, con una precisión de relojeros suizos (timing es el término anglosajón que lo define perfecto pero que no tiene equivalente en castellano), nuestros gobernantes esperaron largos días mientras el país pasaba de la negación –aunque ya nada nos sorprende- a la ira. La infinita paciencia y seguro cansancio de la burocracia esperó sin muchos resultados a que el enojo atemperara, para salir entonces con su atuendo de dios o amos del universo para negociar la pérdida: No los hayamos, es probable que estén muertos pero no lo podemos asegurar porque no tenemos evidencia. Y sabemos que nunca la tendrán.

    ¿Qué sigue? La depresión, el hastío, la indiferencia. Y, cayendo simplistamente en las teorías de manipulación mediática, de pronto nos encontramos con nuevos escándalos o buenas noticias que nos hacen más llevadera u ocultan la depresión: Que se cayó  la licitación del tren, que si la casa de la primera dama aguanta una auditoría, que se consumó la venganza por el penal inexistente ante Holanda, que se llegó el tiempo del Buen Fin…. Y ahí la podemos llevar ante la fácil salida que siempre nos han propuesto e invariablemente hemos aceptado: La vida sigue. Y es entonces que vendrá la aceptación. Y entra ahí la gran diferencia entre las formas de afrontar el duelo ante la pérdida.

    Por más que duela, como seres humanos podemos voltear hacia arriba e intentar comprender los designios en el llamado de Dios para llevarse prematuramente a un joven hombre como el hermano de mi amigo, dándole a la familia la oportunidad de vivir los cinco pasos para llegar a la aceptación por una irreparable pérdida, esto ante unas cenizas que nos remiten a las creencias religiosas de la mayor parte de los mexicanos.

    Pero por ningún motivo, podemos como país aceptar que la pérdida de los normalistas se vuelva otro hecho más sin consecuencias para la clase política en la historia de una nación. Nación dónde no hemos querido entender que se nos agota el tiempo, la paciencia y las instancias como ciudadanía para tomar una de dos disyuntivas que nos llevarán a distintos futuros: O tomamos en nuestras propias manos las cenizas de los normalistas y de los niños de la guardería ABC para poner casos representativos de la incapacidad y/o complicidad gubernamental, para desde ahí, desde las mismas cenizas resurgir como el Ave Fénix; o, dejamos vivas las brasas aún calientes de tanta impunidad para que otros vientos reaviven el fuego, para que esta vez sea todo México el que quede reducido a cenizas.

cesarelizondov@gmail.com

Los fósiles de la Vergüenza

Publicado el 09 de Noviembre de 2014 en 360 La Revista, de Vanguradia

     Se dice en paleontología que sacar conclusiones de un fósil es como tratar de imaginar un rompecabezas ya armado cuando se cuenta con una sola pieza. De cualquier forma, la ciencia ha podido deducir importantes hechos a partir del modesto registro fósil que se tiene del ser humano: Parece ser que el homo sapiens fue quien propicio la desaparición de su primo el Neanderthal así como del mamut, sin duda existió el canibalismo como práctica común entre nuestros antepasados, la caza significó un adelanto más progresista que la rueda, el fuego o el internet, y dos veces fue que nuestro género salió de África para conquistar el mundo, extinguiéndose luego una decena de especies homo para quedar en la actualidad solo nosotros como representantes de esa familia.

    Y en esa línea de evolución, el hombre de nuestro tiempo será enviado al banquillo de los acusados. Seremos severamente cuestionados por las generaciones de un futuro todavía muy lejano, dónde, aún y cuando los avances tecnológicos de hoy sirvan para legar historia al hombre o especies del mañana dentro de pequeños chips, por medio de ondas, en las nubes de respaldo de información o en satélites, y a pesar de existir un acervo escrito, digital y virtual de lo que hoy vivimos, nadie entenderá que fue lo que paso a principios del siglo XXI en México; los historiadores no podrán responder a las preguntas que los paleontólogos plantearán cuando descubran algunos yacimientos de  fósiles.

     El proceso de fosilización para el caso de los vertebrados se da bajo circunstancias muy especiales: Una vez muerto el ser, rápidamente debe ser cubierto por barro a fin de preservar el cuerpo de los depredadores, a lo largo de miles de años los huesos sirven de molde para la mineralización, de modo que al final lo que tenemos es una roca con la forma de lo que antes fue un hueso. Por eso es que, por ser el humano una especie relativamente nueva sobre la faz de la tierra, es complicado encontrar cadáveres que hayan sido enterrados por deslaves o avalanchas y que estén en sitios accesibles. Muy diferente por ejemplo a los dinosaurios que dominaron el mundo por más de 50 veces el tiempo que lleva el hombre en su línea evolutiva independiente de otros primates. De cualquier forma, hoy en día se sabe de arcaicos individuos que en sus osamentas quedaron marcadas las secuelas de enfermedades, accidentes fortuitos o provocados, mordeduras de animales, la dieta alimenticia que seguían, su forma de caminar y hasta hemorragias mortales causadas por la embestida de un alce. Todo trauma recibido por el cuerpo queda grabado en el esqueleto fosilizado.

    Imaginemos entonces la desagradable sorpresa que se llevará un paleontólogo del futuro cuando descubra en algún lugar de lo que hoy es México, un yacimiento de lo que fue un cementerio clandestino de personas ejecutadas. Los fósiles aparecerán por miles al ser estos desaparecidos enterrados en parajes inaccesibles, en recónditos ranchos, en brechas poco transitadas, en los patios de algunas casas, hasta en basureros municipales.

     Entre otras vergüenzas de la humanidad, podemos decir que de la barbarie nazi no quedarán huellas físicas dentro de mil años ya que ellos exterminaron toda evidencia material al utilizar la quema como recurso para borrar pruebas, del circo romano ha quedado el Coliseo como un monumental pero mudo testigo, y aunque a la muralla China hay quienes la vemos como símbolo de tiranía y esclavitud, otros la perciben como una de las maravillas del mundo. Pero a diferencia de eso, el salvajismo que hoy azota a nuestro país está siendo sepultado con todos los ingredientes para convertirse en libro abierto cuando el dios tiempo haga su trabajo.

     Y en ese futuro entonces, dónde palabras como México, catolicismo, nazismo, Disneylandia ó Ipad hayan dejado de ser utilizadas en el mundo y sean solo referencias de muy remoto pasado, alguien encontrará enterrados los fósiles de la tortura, de la desaparición forzada, del levantón y del secuestro, de la deshumanización y del tiro de gracia. Y estos fósiles darán cuenta de una etapa y un sitio, de un espacio y un tiempo en la historia del hombre en dónde el homo sapiens dejó las más grandes evidencias de que la definición de evolución quiere decir solo cambio, y no necesariamente progreso.

cesarelizondov@gmail.com

El fenómeno oculto del Buen Fin

Publicado el 02 de Noviembre de 2014 en 360 La Revista, de Vanguardia

       Si, ya sé que algunos de mis colegas comerciantes pensarán que estoy en contra de todo y a favor de nada. Pero sabemos que expresar opiniones propias en ocasiones te acerca un poco a la verdad aunque también a veces te aleja un mucho de tus semejantes. La realidad es que, aun considerándome una persona cuyo optimismo raya en la ingenuidad, veo las cosas desde una óptica diferente a las cuentas alegres o triunfalistas, a estimaciones maquilladas y tendenciosas.

    Siendo objetivo, he de decir que en el pasado publiqué diversos artículos aplaudiendo la ingeniosa iniciativa que las cámaras de comercio propusieron y llevaron a cabo: El Buen Fin. Decía en esas columnas que los líderes empresariales interpretaron muy bien que las políticas económicas dictadas hace más de un cuarto de siglo por el Fondo Monetario Internacional y cumplidas responsablemente por gobiernos de distintos partidos en el poder, finalmente habían traído condiciones financieras que acercaban al consumidor mexicano oportunidades que antes solo estaban al alcance de los habitantes de países desarrollados; esto es, tasas bajas en los instrumentos bancarios (tarjetas de crédito entre otros) para incentivar el consumo doméstico; observaron que esa ventana en la microeconomía era consecuencia de una escueta estabilidad en lo macroeconómico que permitía al empresario hacer planeaciones con una expectativa de éxito realista. Hasta ahí todo sigue siendo más o menos similar.

     Pero hoy me encuentro por tercer año consecutivo viendo que a quienes yo llamo el empresariado puro (los que no venden institucionalmente al gobierno desde posiciones ventajosas) cierran un mes de octubre atípico en cuanto a actividad comercial. Años atrás, luego de la natural caída de ventas en el verano producto del final de ciclos escolares, seguido por las vacaciones y rematando con el regreso a clases, iniciaba un repunte con las fiestas de independencia en septiembre para continuar su ascenso hasta llegar a su máximo grado en temporada navideña. Entonces, ¿Por qué ahora octubre es uno de los meses más flojos para el comercio cuando antes era un período superior al  promedio?

      Es que tenemos en economía algo que hace añicos la estabilidad y lo hemos sufrido en nuestro país en todo tiempo y espacio, ese algo, -ensanchando la ortodoxia académica-, diría que es un único concepto económico que tiene su causa en el futuro: La especulación. Y si la especulación de los grandes capitales solo sirve para postergar y encarecer el desarrollo, la especulación de los consumidores en lo individual simplemente frena de golpe toda la actividad económica; y si, como usted ya lo dedujo, el consumidor ha interrumpido sus compras esperando la llegada del Buen Fin. Pero sería torpe e injusto señalar al consumidor por cuidar de su dinero y por esperar las mejores oportunidades para gastarlo. Y ese es el fenómeno que viene atormentando las cuentas de los comerciantes que, a cambio de unos extraordinarios días de noviembre, ven pasar prácticamente en blanco un mes completo al que de bonito solo le quedaron sus lunas.

      Sumemos a eso condiciones locales de importantes obras de infraestructura y esto es el acabose comercial: Cerrada la calle de Aldama en el primer cuadro de la ciudad durante los trabajos de embellecimiento, inicio de un puente vehicular en Valdés Sánchez (Plaza Sendero) cuando aún no se termina el de Abasolo y LEA (Plaza Real). Imagine usted los malabares que están haciendo no pocos negocios que tienen sucursales por esos tres rumbos; y encima, está corriendo la licitación para arreglar la calle de Allende con sus obvias afectaciones para el comercio. Pero también sería necio señalar esto porque todos estamos de acuerdo en que la obra pública siempre será prioritaria sobre los intereses (en estos casos a corto plazo) de un gremio, es solo que no deja de ser algo que afecta.

     Agreguemos a esto la contracción, burocratización o franca estatización (de permanecer estático) de institutos federales como el Fonacot por citar solo un ejemplo, que de rebote eran motores de desarrollo económico regional y que hoy parecen empeñados en obstruir formas de reinsertar recursos a la economía, siendo que en el pasado fueron importantes agentes revolventes del dinero que por ley pertenece a los mexicanos en forma de prestaciones laborales para los trabajadores, y que de paso eran incentivos para la productividad de la iniciativa privada.

    Y entonces, ¿Que queda? Nos queda el programa del Buen Fin que en principio funciona muy bien para el consumidor, pero que se ha vuelto un arma de doble filo para el comercio ya que concentra toda la demanda de dos meses en un fin de semana largo. Fin de semana en el que las horas del día y la logística no alcanzan para satisfacer las necesidades de los clientes y porque, al final de cuentas, la suma del trimestre Octubre-Diciembre en términos comerciales, termina por ser menor a lo que fue en el pasado.