El efecto Diderot


Publicado el 29 de diciembre de 2019

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En el ánimo de no cambiar de guardarropa por un aumento de tallas, empieza uno a correr porque no ocupa más que el par de tenis arrumbados en el fondo del armario desde antiguas navidades. Pero en la primera vuelta a la Ruta Recreativa se percata de una cosa: no solo hay que ser corredor, también hay que parecerlo. 


Y cambia los viejos tenis de confección nacional por los nuevos Nike que lo hacen a uno flotar, y subimos a las pantorrillas para encontrar unas ajustadas medias de compresión, ya no las calcetas blancas de elástico dilatado como andares de un obispo; shorts desprovistos de bolsillos para cortar bien el viento desde un aerodinámico torso cervecero, la camiseta dry fit para no andar con espalda y sobacos mapeados por el sudor, no le hace que por debajo estemos de golondrinos como el primer Aureliano; harto bloqueador solar para no agarrar un cáncer de esos que mata a los güeros, va la gorrita coqueta, de marca y look europeos, escondiendo el despeinado. La joya de la corona: el reloj que marca calorías y la frecuencia cardiaca, distancias y elevaciones, y quien sabe que tanto más, porque hasta en bodas y funerales lo trae uno presumiendo. 


Es el efecto Diderot, y no es nada nuevo. Fue hace un cuarto de milenio (ojo, dije milenio, no siglo) que el filosofo francés Denis Diderot escribió un relatito llamado “Lamento por mi bata vieja”, en el cual el personaje hace el recuento de una cascada de gastos incurridos luego de recibir una lujosa bata como regalo: sábanas acordes con la fina tela de su bonita bata, almohadones a juego con sábanas, colchón de la mejor manufactura y una cama excepcional para no desentonar, empapelar las paredes, hacerse de cuadros caros y elegantes gobelinos, más y mejor mobiliario; en fin, una espiral infinita que lo dejó en la miseria. 


Ya vamos aterrizando. En época post-navideña, iniciamos con las pilas para que funcionen los juguetes eléctricos, los vestuarios y accesorios de las Barbies o el casco para la bici, los dijes y las pulseras complementan los aretes, ¿y para el set de la carne asada?, hay que comprar asador. Que felicidad cuando al balón de futbol solo había que agregarle un montoncito de piedras para hacerlas porterías y ya; con camiseta del PRI o la heredada del viejo, nada de esperar a que llegue la del Barza para meter autogoles. 


Pero bueno, no se trata de aguar la fiesta del despilfarro luego de recibir los regalos. De hecho, soy un gran creyente del consumismo: considero que un planeta con más de siete mil millones de personas no puede ser sustentable en lo económico sin el fenómeno del dispendio tan bien sembrado desde el mítico Bilderberg o la realidad de Davos, que viene a representar lo mismo. Porque si lo piensas un poco, así es como debe ser: para que nos llegue la señal de Netflix debemos enviar aguacates desde Michoacán hasta Michigan, para tener un celular made in China debemos enviar petróleo a no se que otra parte del mundo; y debemos atiborrar de tequila a medio Europa para que los suizos nos envíen esas navajitas rojas. 


Autos salen de Coahuila para el mundo al tiempo que tulipanes se cosechan en Holanda. Y ya no hay vuelta hacia atrás. Si dejasen los gabachos de vendernos espejitos y nosotros de proveerles café, a la vuelta de la esquina estaríamos acá matándonos por un chocolate Hershey´s y por allá expandirían su repudio hacia si mismos al encontrarse de pronto que no son inmunes a Darwin. Luego, en vez de tener programadas guerras por la riqueza que significa el petróleo, habría espontaneas matanzas por la supervivencia que el grano de arroz representa, y así como nuestra especie exterminó a los primos neardentales en ese camino evolutivo de tantas ramificaciones pero de solo un destino, alguna raza o región terminaría por imponerse sobre sus hermanos de distintos continentes. Y a manos del más fuerte podrían desaparecer asiáticos o africanos, oceánicos y europeos, y, aunque nadie desea que desaparezcan los americanistas, si queremos que pierdan hoy por la noche (Saludos Compadre Arturo).  


Pero entonces, ¿Cómo conciliar una necesidad común para el equilibrio mundial como lo es el consumismo, con la responsabilidad de no caer en lo particular en el efecto Diderot? No lo sé. Si lo supiera, andaría dando respuestas en lugar de hacer preguntas.    


cesarelizondov@gmail.com




El Patio de mi casa


Publicado el 27 de octubre de 2019






Hoy regresé a lo que fue un importante lugar de esparcimiento durante mi niñez. Me pareció tan grandioso en lo simbólico como pequeño en dimensión el resbaladero donde tantas veces me figuré estar en la cúspide del Everest, sobre la superficie lunar o encima de una colina con una espada en la mano. Y si he de serte sincero, diré que aun a través del lente de la nostalgia que lo bonito lo agranda y los defectos descarta, ese espacio de vivencias infantiles me pareció mejor conservado a como lo recordaba.


¿Lo puedes imaginar? Herencia de no sé cuándo, tenía a mi disposición una biblioteca incrustada ahí adentro entre empedrados y fuentes, en medio de muchos árboles de hoja caduca y de otros que no deshojan, y un puñado de frutales. Era terreno vedado por autocensura en aquellos años: le temía más a romper el silencioso palpitar de una biblioteca que a romper la inocencia intentando robarle un beso a las niñas con quienes alguna vez compartí columpios en las tardes veraniegas o en mañanas de domingo. 


En un tiempo mi padre fue funcionario público y absorbí la información que él veía y leía de periódicos locales, razón por la cual en variadas ocasiones pude reconocer la adusta visita de gobernadores y alcaldes, diputados y senadores, a ese remanso de paz y bellas coplas de pájaros que por unas horas se convertía en un recital de grillos, cuyo sonido asemeja tanto al de los alacranes. Y créeme, ahora hasta notas musicales escuché.


No corrían los tiempos de hoy, y no era mal visto tener animales en cautiverio. Por supuesto, hubo una jaula que fue alternada vivienda de un águila y de un buitre negro, de osos y venaditos, de zorros y de coyotes, y quien sabe que tanto más. Llegaron con plumajes y apostura, con la mirada salvaje, con sus colmillos y pieles; y cuando se los llevaron, salieron con párpados derrotados, dientes chatos y sin garbo, con sus plumas apagadas o un triste pelaje ralo.


Como un relojito suizo, justo al cumplir los doce años, cuando la vida comienza a tomar la velocidad de la fórmula uno en los sinuosos caminos de una bicicleta de montaña, a mis padres les dio por cambiar de domicilio, y el hogar se fue conmigo, pero la casa ya no. Seguro que en la mudanza se perdieron tantas cosas: yo no puedo presumir de pericias juveniles evocadas por Cortez a la sombra de su árbol, simplemente no sucedió igual en mí caso como seguro les pasó a otros. Atrás quedó también el viejo estanque de pocos patos y alguna muerte, sucedió en la madrugada de un funesto día para una familia saltillense mientras nosotros vacacionábamos. 


Y hoy, en ese regreso a lo que fue el patio de la casa de mi infancia, no me ganó la añoranza para medirme en altura con el gran resbaladero, no fue que me haya estirado, el mundo se comprimió. Pero me fue imposible evitar otra cosa: hurgué hasta el fondo de esos bolsillos que cuando niño guardaron de tuercas y corcholatas, y hoy parecen coladeras, no fue tanta la penuria y aparecieron diez pesos; fui hasta el borde de una fuente, y con más escepticismo que con la ciega esperanza, en contra del raciocinio pero a favor de la fe, pedí por un montón de intenciones, y entre todas ellas, pedí en especial por ti, que los domingos me lees y eres por quien escribo. Lancé el dinero hasta el fondo.

Ahí duerme mi moneda en el patio de mi casa, en el fondo de una fuente, de la Fuente de las Ranas. Si, yo viví en la zona centro de la ciudad de Saltillo, habité en casa modesta, pero el patio de esa casa, era toda la Alameda.






Subir bajando


Publicado el 06 de octubre de 2019


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Todo comenzó cuando acudí al masajista luego de cargar la maleta de equipaje: nadie me avisó que a cierta edad debí hacer estiramientos y calistenia antes de vaciar garrafones, para subirme a un caballo o cambiar la llanta al coche. Hubo un tiempo feliz en el que mis articulaciones y músculos estuvieron dispuestos para pasar de cero a cien con el único preámbulo de la voluntad para hacer algo.


Es el trágico momento donde llega la conciencia del cráneo lleno de canas y una cara con arrugas, cuando ya no solo necesito anteojos para leer las letritas de los contratotes, sino hasta para ver los canales de adultos en la televisión de paga. Es cuando también sé que la letra de los contratos nace muerta para algunos y un simple apretón de manos basta y sobra para otros, y que los canales para adultos sirven solo a los pubertos. Pienso que cada cana es un surco de experiencia y que las arrugas son el color de las risas, y que el grisáceo cabello ahuyenta a los timadores y que el arado del rostro esconde además, lágrimas rancias. 


Camino con menos prisa para pisar con firmeza, no compro más fantasías y busco vender conciencia, el tiempo ya no es mi aliado y se convierte en verdugo, no hay más cupo para enfados, ni para obviar desengaños, lo que me molesta ignoro y al traicionero descarto; ya no corro a guarecerme en una tarde lluviosa y disfruto más del sol cuando se muestra radiante. No hago caso a lo que digan, me ocupo de lo que soy. 


Mi referente en la historia ya no es el truncado Kennedy universal, sino el longevo Mujica del litoral, el virtuoso y joven Mozart dejó de asombrarme tanto al ver las glorias tardías del perene Saramago. No más Morrison o Hendrix, ni Mercury o Kurt Cobain, mi paradigma de hoy se parece más a Jagger o al McCartney siempre light. Y en cuestiones religiosas, ya le rezo más al padre que al hijo crucificado.


Encuentro mejor sabor en las uvas destiladas y en la nata fermentada que en la leche del estante o la fruta verde y dura. Dejo de perseguir al marranito encebado para ceder al sereno de tener pájaro en mano, me duermo contadas horas por no perderme la vida, consumo poco de todo, pero me gusta pagar el precio por ver el buffet entero. Ya no presto mis oídos a los incesantes ruidos de negras noches pasadas. 


 En el futuro hay un corte de género femenino, me guiña el ojo y me llama, me dice que de ser gato ya habría perdido tres vidas, capto al aire la advertencia y agradezco su desidia; yo le ruego por más tiempo, sé que un día me va a casar y no ha de soltarme jamás. Claro, a menos que exista Cristo.


Y salí del masajista dispuesto a cambiar mis hábitos: compré un veliz con llantitas y tiré lo que no sirve, me deshice de tiliches y de la ropa andrajosa, de los discos de vinilo y las cartas sin enviar, me quedé con quince fotos y el rollo de hilo dental, una tercia de cronopios y un cuchillo de metal.


No intento cargar en vilo y busco un puntal en todo o cuña para que apriete, ya no salto sin arnés ni soy aval de vivales. Si, quizá mi vista no es la misma y los ojos me traicionan, pero en mi mirar hay brillo, y tal vez no vea muy claro, pero cuando quiero observo, y observo con nitidez. 


“A media vida” le llaman al sitio adónde estoy, no ha de ser por aritmética pues pocos llegan a cien. Inicia el segundo tiempo de este juego desigual, donde al pisar cancha pierdes, no importa tu habilidad, la cuna donde naciste o la virtud aprendida, hay un túnel al final por el que todos nos vamos: es el precio de jugar. 


Estoy en medio del juego, me apegué a buena estrategia para la primera parte, ha pasado el escarceo y errores de ejecución, he marcado cuatro tantos pero he sufrido reveses. Y viene lo complicado: vivir más con menos vida; que crezcan las emociones con el tiempo en regresión. Pero es una paradoja cuando voy en deterioro, ¿cómo subir en bajada? Ya lo entiendo, ya lo veo, no juego contra la vida, el partido es contra mí y encontré cómo enfrentarlo, es con táctica sencilla, es clara y original: que, ante el decadente cuerpo, se revele el intelecto.







La niña Greta


Publicado el 29 de septiembre de 2019




- ¡Me robaron mi niñez ¡- clama la niña Greta en la parte más sensible de su discurso. ¿Cómo no voltear a verla? ¿Cómo no ponerle más atención? Seguro has escuchado de ella, es una jovencita sueca que ha extendido sus quince minutos con el tema del calentamiento global o algo así. Socrático como soy, no me voy a meter a analizar los problemas de los que ella habla, me meto más bien al problema que ella representa.

Ahí tienes que, entre otras cosas, la niña Thunberg trae pleito casado con el villano mundial, a saber, Donald Trump (dicen que, si acá tenemos nuestro ganso, allá tienen a su pato). Y pues ya sabes: nada más redituable que subirse al ring con la piñata universal para darle de madrazos.

Y felices todos dándole vuelo y aplaudiendo. Total, es políticamente correcto tomar la postura ambientalista y apoyar a quien se planta a vociferar ante la ONU y en donde le pongan un micrófono. Todo muy bien y muy bonito en las formas, como para película cristiana o de Derbez, pero ¿y el fondo?

El asunto es que la niña se roba la atención que debemos darle a los expertos en el tema. Porque todo se sale de contexto cuando se convierte en show mediático. Hace tiempo hablamos en esta columna de los argumentos ad hominem, que son aquellas falacias en las que se desestima el argumento no por su lógica, sino porque quien lo dice carece de autoridad para defenderlo, y al decir autoridad me refiero a cuestiones morales, éticas, y por supuesto, técnicas o académicas; si recuerdas, es la forma que se utiliza en política para descalificar todo lo que haga o diga el contrario: si Hitler dice que el agua es incolora, sus detractores dirán que eso es falso, porque lo dice Hitler.

Pero existe una cara contraria, el argumento de autoridad, o como decía el querido maestro Galindo: magister dixit. En efecto, como la has pensado, en esta falacia se da por verdad cualquier cosa por el simple hecho de quien lo expresa, podemos decir que es la prueba que necesitan los fanáticos: para unos, si lo dice el Peje es verdad mientras para otros si lo dice Calderón es plata pura; es el argumento de las religiones (porque así está escrito), o más fácil, es el argumento del jefe de familia: porque lo digo yo.

De ahí todo el problema de la niña Greta, pues desde argumentos de descalificación al capital y a líderes del tipo Trump, se monta en una falacia de argumento de autoridad moral que se ha confeccionado gracias a nuestra voracidad por esta clase de historias, dejando, como lo cité párrafos arriba, a los verdaderos expertos sin voz audible para los temas que enarbola.

Total, que la niña Greta nos culpa a quienes gozamos del libre mercado por haber perdido su niñez; yo diría que culpe a sus padres y a quienes la patrocinan, pues no entiendo como permiten que se encasille desde tan joven en una imagen que pretende salvar el futuro del mundo, pero que a lo más le alcanza, para veinte minutos de fama y una vida para justificar sus dichos mientras le da de patadas al pesebre   

  

XXV Congreso Regional de la Mujer


Publicado el 14 de septiembre de 2019



“Alla es el trópico” fue una película mexicana de 1940 para la cual, una señora de 45 años se quitó todos los dientes frontales para hacer el papel de abuelita, actitud para parecer más grande. Casi ochenta más tarde, una actriz mexicana rompe las redes sociales cuando posa en bikini luciendo su cuerpo al celebrar medio siglo de vida, actitud para parecer más joven.

Poco importa si eres una Sara García y tu rol es el de la eterna abuelita o si te identificas con Salma Hayek y eres el prototipo de la mujer moderna, o como ha de ser más probable: que estés en el justo medio; tu actitud ante las cosas es lo que te diferencia y te saca adelante cada vez que la vida te exige y te pone a prueba.

Igual, te puedes quejar de tu marido que nunca lava los trastes o agradecer por la pareja que pone alimento en la mesa, es tu opción lamentarte por no tener autos de lujo o agradecer que tienes como trasladarte, tú sabrás si agradecer por un nuevo día o maldecir por tener que levantarte. La vida está ahí como un lienzo, para que dibujemos sobre él lo que queramos y luego meternos dentro de esa pintura a vivir, y es verdad que algunos cuentan con todos los colores en su paleta mientras otros tienen un lapicito de carbón, pero de cualquier forma es tu buena actitud la que decide si pintar un bonito arcoíris multicolor o bellos trazos de arquitectura en blanco y negro con lo que tienes, o es tu mala actitud la que prefiere dibujar lóbregos paisajes deprimentes con un lápiz de carbón o con el negro resultado de mezclar mal los colores.

Con pláticas que van desde lo motivacional hasta lo didáctico, de los testimonios de vida a las cuestiones filosóficas, impartidas por damas y caballeros, por doctores y maestras, psicólogos, profesionistas y clérigos, este año, el tema toral en el Congreso Regional de la Mujer es, actitud.

“Actitud como motor de cambio” es el eslogan. Identificar y encauzar tus actitudes de manera positiva, es el objetivo que Familia Unida Saltillo y Pastoral Familiar buscan para ti los próximos 19 y 20 de septiembre en el evento anual que desde hace un cuarto de siglo organizan en nuestra región. Ya sabes dónde: en Villa Ferré. Ponle toda tu actitud y asiste. Informes 844 416 0858 y 844 415 7487.

 cesarelizondov@gmail.com


Wall Street y el centro de Saltillo

publicado 25 de agosto de 2019




Así es el libre mercado: mientras Wall Street en el llamado downtown de Manhattan es símbolo de la prosperidad y la opulencia, la riqueza y las finanzas, al otro lado de los Estados Unidos, en el centro de Los Angeles, es justo en la calle del mismo nombre donde inicia la interminable sucesión de carpas improvisadas, de techos de lámina y de cartón, y de vagos viviendo en las banquetas dando fe del sometimiento del hombre ante los caprichos y debilidades del individuo; los llamados homeless californianos son la cara oculta y manchada de la brillante moneda de los yuppies neoyorkinos.

Y así es el libre mercado. Seguro has escuchado aquello de que California, solito ese estado, tiene una economía más robusta a la mexicana y a la de la mayor parte de lo países de la tierra, entonces, ¿si la riqueza se produce por muchos del lado del pacifico, porque va y se administra por pocos del lado del atlántico? ¿Por qué tantas diferencias entre tan iguales barrios? Y así pasa en todo el mundo: en cualquiera de los San Pedros (de las colonias, Garza García o el Vaticano) conviven indigencia y burguesía con la naturalidad del tiburón que se pasea con sus rémoras. Perdón por tan burda estampa, pero créeme, así es el libre mercado.

Pero a donde quiero llegar, es a lo que pasa hoy en el centro de Saltillo, dónde ya nadie sabe a dónde vamos a parar: al Wall Street de Manhattan o al de Los Angeles. Y es que surgió durante la semana la enésima lucha de un gremio ninguneado sistemáticamente por autoridades de cualquier nivel: iniciando el fin de semana anterior con un evento propicio para hacerlo en cualquier sitio de sobradas dimensiones, fueron a dar espectáculo en las callecitas y banquetas por donde, cuando pasa una carreola, ya no cabe nada más. Y bueno, en los tan cacareados chats ciudadanos, los comerciantes del centro de la ciudad se quejaron con entendible amargura de cuatro días perdidos mientras las rentas, impuestos y sueldos corren a la velocidad del chita. Y para rematar, nos sale el eterno funcionario que en su momento vendió el agua y que en su juventud orquestó la más memorable huelga en la historia de la ciudad, con que analiza el municipio un programa para cerrar a la circulación de vehículos algunas calles del primer cuadro.

Y solo para no ir a favor de nada y en contra de todo, hago mía la principal demanda de los comerciantes del centro: si no arreglan antes lo de las rutas del transporte urbano para que la gente llegue hasta allá, continuaran aniquilando al centro de manera sistemática. Y de pretender hacer un San Miguel o un Guanajuato, lo van a convertir en un fantasmal distrito, lleno de antros y vicios nocturnos propios del libre mercado, lleno de secuelas por lo mismo durante las mañanas.       




Pigmentocracia

publicado el 18 de agosto de 2019




Llegué al auditorio luego de caminar un rato y adiviné que al fondo estaría alguna mesa con refrescos y galletas. Me aproximé y, despreocupado y con naturalidad, le pedí al joven que ahí estaba me sirviera un vaso con agua; me lo entregó, diligente, y me fui a sentar, expectante.
Al maestro de ceremonias le siguieron algunos conferencistas con temas técnicos y después de un rato se anunció el plato fuerte del evento: la plática motivacional a cargo de un gurú de las ventas y el autoempleo. La atronadora ovación y las chorrocientas mil personas que se pusieron de pie impidieron que viera al personaje entrar por en medio del pasillo central antes de subir al escenario como todo un rock-star.
Me quise hundir en la silla y hacerme invisible cuando vi que el conferencista era el joven que me había servido el vaso de agua: lo confundí con un mesero; ¿quién le manda andar vestido de traje negro?
Platicó de como pasó de cruzar la frontera de mojado y adentrarse en los Estados Unidos en la cajuela de un chevy, a chapotear en la piscina de su lujosa mansión y manejar un Ferrari por las calles de Oregón. Por supuesto, habló de sus estudios en Chiapas como técnico en programación antes de emigrar, y de cómo inició su carrera en una empresa líder de computación mundial…limpiando los baños.
Actitud, actitud, actitud. Una y otra vez machacó sobre lo mismo dejando de lado el tema del racismo que enfrentó en algunos sitios. Al final, se mostró más agradecido con la nación que lo trató despectivamente pero le dio oportunidades, que con el país que lo vio nacer y donde era uno entre millones de prietos chaparritos con un futuro entredicho. Y no pude sino estar de acuerdo con él en cuanto a la meritocracia por encima de la pigmentocracia.
Y si, cuando piensas en Hugo Sánchez o Fernando Valenzuela, en Eugenio Derbez o en Iñarritu, en Tiger Woods o Michael Jordan, caes en la cuenta de que nunca los escuchaste hablar con lástima hacia si mismos ni exigiendo concesiones por ser de tez diferente.
No le ganan el contrato un par de ojitos azules a una excelente propuesta, no reclutas al güerito si le falta un documento, no pondrías a París Hilton al frente de una nación ni le entregas tu negocio al bebé del frasco Gerber. No, la basura esa de la pigmentocracia es una coartada donde bien nos escondemos para eludir una pobre cultura del mérito y el esfuerzo, son los brazos de una madre que consiente y que malcría, que piensa que su retoño es el blanco de todas las injusticias de este mundo; darle importancia a la pigmentocracia es peor para nuestros pueblos que los peores gobernantes.
Total y para terminar, te digo que al final de la conferencia me levanté y aplaudí como poseído a aquel motivante orador, pero, ¿sabes a quien aplaudía?, al que me dio el vaso de agua.  





Popotes mata-ballenas

publicado el 04 de agosto de 2019



Quizá recuerdas el caso de quien sabe cuál aerolínea, cuyo flamante director ordenó retirar la aceituna del platillo de cortesía a bordo. En todo curso, simposio o diplomado de administración te platican de ello: por una acción apenas perceptible para los usuarios, se lograron “ahorros” por cientos de miles de dólares. La historia oculta que nadie te dice la encuentras en el entrecomillado: tuvo que idear una acción clara, medible y contundente para que la junta de accionistas aprobara el sobresueldo por el que fue contratado; es decir, quitándole beneficios al cliente, el nuevo gurú compensó su aumento salarial.

Más o menos para llegar al mismo punto, te platico que durante el verano pasé treinta días en la soleada California en distintas tareas según el cristal con que se mira: yo digo que estuve en entrenamiento, mi esposa piensa que tomé un sabático mes, mi ahijado Dany espera el souvenir de Mickey Mouse, los gringos me vieron como ilegal inmigrante, mi editor espera un best seller de migrantes con visado y profesión, mi madre lloró como si hubiese ido a la guerra, mis acreedores pensaron que me había pelado para no pagar…en fin, cada cabeza es una barbacoa. Pero a lo que voy es que, en un mes completito que pasé por allá en plan de ciudadano angelino, no pasó un día sin haber ido al supermercado o a comer en un establecimiento de comida rápida. Y adivina de que me di cuenta: cada vez que compré mandado me preguntaron si quería una bolsa plástica para llevar mis víveres, y en todos los restaurantes me dieron popotes de plástico, y hasta en un bar, el whisky, además de venir en vaso desechable (wtf ¡¡) vino con un popote mata-ballenas.

Entonces empecé a creer en algo que dicen aquellos que de todo se quejan: aquí en México permean desde arriba de la pirámide social trendings o tendencias disfrazados de bonachones movimientos, ocultando casi siempre la verdadera intención. Tiene lógica, si como consumidor calculas cuantos millones de pesos dejan de gastar en bolsitas los supermercados que ahora te tienen como malabarista cargando melones, cereales y desodorantes, tal vez empieces a exigir que se apliquen y actualicen las regulaciones ecológicas en la misma industria que surte a esos supermercados y a los transportistas que lo mismo distribuyen, antes de permitir que te quiten los popotes y las bolsas, así como a los usuarios de aquella aerolínea les quitaron la aceituna nomás para contratar a alguien más caro.

En un país donde las cúpulas inducen a que las bolsas de granos y cereales pasen de la presentación de kilo a la de 900 gramos, o donde la pastilla de jabón antes era de 200 gramos y luego de 170 sin bajar el precio, en una sociedad donde las ganancias y los méritos se obtienen por darle cada menos beneficios al noble consumidor y más medallas al cínico administrador, ¿debemos permitir que encima nos quiten las bolsitas y popotes con argumentos ecologistas, pero con fines mercantilistas?  

Amor del bueno

publicado el 23 de junio de 2019



Jamás aprendí el truco de los actores de esas películas romanticonas dónde despiertan como recién bañados, sin ojeras ni bolsas bajo los ojos, sin la hinchazón de la cara ni la mirada vidriosa, apenitas despeinados y con pijama planchada; pienso que cuando a las salas de cine llegue la tecnología archi-recontra-VIP, hasta oliendo a loción despertarán. Ahhhh, y encima amanecen con despampanante modelo a su lado, quien gustosa corresponde, sin hacer gestos al aliento, a un largo y apasionado beso francés, no el tímido de piquito. Eso es amor, no chingaderas.
Pero bueno, acá la gente normal también tiene sus ocasiones de experimentar el amor del bueno, aunque, justo es decirlo para no defraudar al lector, aterrizado a la realidad de uno, con algunas variaciones de esas historias que nos cuentan a través de personajes y situaciones difícilmente igualados en la vida real.
Entro en materia: ahí tienes que el domingo pasado, día del padre para más señas, abrí los ojos cuando el sol aún dormía. Ya sabes cómo es eso: como cuando los niños se levantan de madrugada aunque se hayan acostado pasada la media noche, claro, es un 25 de diciembre; o cuando escuchas la regadera a las cinco de la mañana de un sábado y recuerdas con horror haber prometido acompañar a tu pareja de compras. Tardé unos segundos en recordar quien era y donde estaba, y un poco más en establecer desde la cama toda la activación neuronal que se conecta mejor cuando te levantas y vas por una taza de café, pero no fue el caso. Seguí acurrucado en la cama.
El recuento de la ingesta de la noche anterior dio la explicación de mi sentir. Como todo buen mexicano wanabe de primer mundo, empecé con una prudente cervecita de 3/4 para terminar con el hormigueante licor 43, tú métele en medio lo que la imaginación te dicte. Pero el problema en realidad no fue lo bebido, a mi edad ya no pasas de cuatro copas; así como fui de un extremo a otro en cuanto a líquidos, igual fue iniciar con guacamole para seguir con cebollitas asadas y salsas a base de ajo, con frijoles charros y embutidos, con tortillas y carnitas, ¿y de postre?, unas glorias de linares.
Imagina pues mi estado a la mañana siguiente, día del padre. Luego de unos minutos de quejarme por lo bajo, sentí que alguien se movía a mis espaldas. Me volteé y ahí estaba en el centro del colchón pegada a mí, la tomé de la cabeza con ambas manos y acerqué mi rostro a ella, y pretendiendo ser uno de esos galanes de Hollywood que desde el despertar hacen su voluntad, acerqué mis labios a su boca, y sin importar mi aliento me aventuré a someterla a una prueba de amor… y la superó: no solo aguantó el buqué de mi marinado aliento que le lancé en prolongada exhalación, hasta quiso llenarme de besos pues intentó llevar su boca hasta la mía, pero yo la rechacé. ¿En qué momento se fueron esterilizadores y biberones para subir en nuestra cama a una cachorrita cocker que todo lame y destruye? No lo sé, así es la vida, supongo.  

Anar de paella

Publicado el 16 de junio de 2019







Todas las paellas son arroz, pero no todos los arroces son paella.

Doña María Vanaclocha


“Anar de paella” es un termino utilizado por la comunidad valenciana alrededor de lo que ha venido a convertirse el platillo al paso del tiempo: un acontecimiento social, gastronómico y cultural. Es pues, toda la festividad y tradición que rodea a la elaboración de esa receta original valenciana, hoy extendida a todo el mundo.

Y en mi Saltillo, claro esta, siendo entusiastas participantes de la globalización, de la camaradería y del buen comer, tenemos nuestra versión local del Anar de Paella auspiciado por la Cámara Nacional de la Industria de Restaurantes y Alimentos Condimentados delegación Saltillo, CANIRAC. Si, el próximo sábado 22 de junio celebraremos el XI Festival de la Paella Saltillo; y lo mejor: en un evento abierto al público con un costo de recuperación para beneficencia.

Imagina un aproximado de ochenta apasionados equipos elaborando paellas para tu degustación; desde familias enteras que gustan de cocinar hasta profesionales de la gastronomía, desde clubes de servicio hasta los grupos de amigos, desde la fórmula tradicional hasta recetas gourmet. Ahí estaremos también una tropa de jueces honorarios liderados por una institución saltillense como lo es Don Pastor López Atilano calificando en el grano de arroz los sabores, aromas, colores y texturas, así como los procesos, presentación del platillo, escudería (imagen de vestimenta) y ambientación del stand de los participantes, y observando aspectos como la inocuidad alimentaria, la creatividad, limpieza y originalidad.

También, tendrás oportunidad de probar los vinos que se producen en nuestra privilegiada región vitivinícola, un maridaje perfecto para la paella. ¿Te gusta la cerveza artesanal? Una docena de marcas regionales tendrán a tu disposición toda la oferta que puedas imaginar de cerveza clara y oscura, y quizás hasta algún exótico sabor encuentres por ahí. Mucha música y cantantes, más música y bailables, folclor ibérico y mexicano por todas partes.

¿Algo más que haya hecho la CANIRAC de Fabio Gentiloni para hacer el evento más atractivo? Ufff, la dirección: Parque Centro, inmejorable lugar por el fácil acceso desde cualquier parte de la ciudad y su céntrica ubicación, además que, con tu boleto pagado al evento, tienes derecho a un lugar asignado dentro del estacionamiento de Galerías Saltillo.

Total, que la ciudad “anará de paella” el próximo sábado en el Festival de la Paella Saltillo. Te invito a participar en este enorme esfuerzo de tantas instituciones y personas para tu esparcimiento y en beneficio de la Cruz Roja y de la asociación civil Cañón de San Lorenzo.