publicado el 18
de agosto de 2019
Llegué al auditorio luego de caminar un rato y adiviné
que al fondo estaría alguna mesa con refrescos y galletas. Me aproximé y, despreocupado
y con naturalidad, le pedí al joven que ahí estaba me sirviera un vaso con agua;
me lo entregó, diligente, y me fui a sentar, expectante.
Al maestro de ceremonias le siguieron algunos
conferencistas con temas técnicos y después de un rato se anunció el plato
fuerte del evento: la plática motivacional a cargo de un gurú de las ventas y
el autoempleo. La atronadora ovación y las chorrocientas mil personas que se pusieron
de pie impidieron que viera al personaje entrar por en medio del pasillo
central antes de subir al escenario como todo un rock-star.
Me quise hundir en la silla y hacerme invisible cuando
vi que el conferencista era el joven que me había servido el vaso de agua: lo
confundí con un mesero; ¿quién le manda andar vestido de traje negro?
Platicó de como pasó de cruzar la frontera de mojado y
adentrarse en los Estados Unidos en la cajuela de un chevy, a chapotear en la piscina
de su lujosa mansión y manejar un Ferrari por las calles de Oregón. Por
supuesto, habló de sus estudios en Chiapas como técnico en programación antes
de emigrar, y de cómo inició su carrera en una empresa líder de computación mundial…limpiando
los baños.
Actitud, actitud, actitud. Una y otra vez machacó sobre
lo mismo dejando de lado el tema del racismo que enfrentó en algunos sitios. Al
final, se mostró más agradecido con la nación que lo trató despectivamente pero
le dio oportunidades, que con el país que lo vio nacer y donde era uno entre millones
de prietos chaparritos con un futuro entredicho. Y no pude sino estar de
acuerdo con él en cuanto a la meritocracia por encima de la pigmentocracia.
Y si, cuando piensas en Hugo Sánchez o Fernando
Valenzuela, en Eugenio Derbez o en Iñarritu, en Tiger Woods o Michael Jordan,
caes en la cuenta de que nunca los escuchaste hablar con lástima hacia si
mismos ni exigiendo concesiones por ser de tez diferente.
No le ganan el contrato un par de ojitos azules a una
excelente propuesta, no reclutas al güerito si le falta un documento, no
pondrías a París Hilton al frente de una nación ni le entregas tu negocio al
bebé del frasco Gerber. No, la basura esa de la pigmentocracia es una coartada
donde bien nos escondemos para eludir una pobre cultura del mérito y el
esfuerzo, son los brazos de una madre que consiente y que malcría, que piensa
que su retoño es el blanco de todas las injusticias de este mundo; darle
importancia a la pigmentocracia es peor para nuestros pueblos que los peores
gobernantes.
Total y para terminar, te digo que al final de la conferencia
me levanté y aplaudí como poseído a aquel motivante orador, pero, ¿sabes a
quien aplaudía?, al que me dio el vaso de agua.
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