publicado el 04 de agosto de 2019
Quizá recuerdas el caso de quien sabe cuál aerolínea, cuyo flamante
director ordenó retirar la aceituna del platillo de cortesía a bordo. En todo
curso, simposio o diplomado de administración te platican de ello: por una acción
apenas perceptible para los usuarios, se lograron “ahorros” por cientos de
miles de dólares. La historia oculta que nadie te dice la encuentras en el entrecomillado:
tuvo que idear una acción clara, medible y contundente para que la junta de
accionistas aprobara el sobresueldo por el que fue contratado; es decir, quitándole
beneficios al cliente, el nuevo gurú compensó su aumento salarial.
Más o menos para llegar al mismo punto, te platico que durante el verano
pasé treinta días en la soleada California en distintas tareas según el cristal
con que se mira: yo digo que estuve en entrenamiento, mi esposa piensa que tomé
un sabático mes, mi ahijado Dany espera el souvenir de Mickey Mouse, los gringos
me vieron como ilegal inmigrante, mi editor espera un best seller de migrantes con
visado y profesión, mi madre lloró como si hubiese ido a la guerra, mis
acreedores pensaron que me había pelado para no pagar…en fin, cada cabeza es
una barbacoa. Pero a lo que voy es que, en un mes completito que pasé por allá
en plan de ciudadano angelino, no pasó un día sin haber ido al supermercado o a
comer en un establecimiento de comida rápida. Y adivina de que me di cuenta: cada
vez que compré mandado me preguntaron si quería una bolsa plástica para llevar
mis víveres, y en todos los restaurantes me dieron popotes de plástico, y hasta
en un bar, el whisky, además de venir en vaso desechable (wtf ¡¡) vino con un popote
mata-ballenas.
Entonces empecé a creer en algo que dicen aquellos que de todo se
quejan: aquí en México permean desde arriba de la pirámide social trendings o tendencias
disfrazados de bonachones movimientos, ocultando casi siempre la verdadera
intención. Tiene lógica, si como consumidor calculas cuantos millones de pesos
dejan de gastar en bolsitas los supermercados que ahora te tienen como
malabarista cargando melones, cereales y desodorantes, tal vez empieces a
exigir que se apliquen y actualicen las regulaciones ecológicas en la misma industria
que surte a esos supermercados y a los transportistas que lo mismo distribuyen,
antes de permitir que te quiten los popotes y las bolsas, así como a los
usuarios de aquella aerolínea les quitaron la aceituna nomás para contratar a
alguien más caro.
En un país donde las cúpulas inducen a que las bolsas de granos y
cereales pasen de la presentación de kilo a la de 900 gramos, o donde la
pastilla de jabón antes era de 200 gramos y luego de 170 sin bajar el precio, en
una sociedad donde las ganancias y los méritos se obtienen por darle cada menos
beneficios al noble consumidor y más medallas al cínico administrador, ¿debemos
permitir que encima nos quiten las bolsitas y popotes con argumentos ecologistas,
pero con fines mercantilistas?
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