Publicado el 21 de Junio de 2015 en Círculo 360 Domingo, de Vanguardia
¿Pues en que X%$&Q&% pensaba cuando
decidí correr el 21k de Coahuila sin la preparación adecuada? Avanzaba por el
kilómetro dieciséis cuando me percaté de que era muy tarde para utilizar el
método Roberto Madrazo: No podía cortar camino porque estaba en el punto más
alejado de la meta.
Muy
atrás había quedado el momento de sentir la piel de gallina al entonar el himno
nacional junto a siete mil almas y arrancar codo a codo
con mi colega y amigo regiomontano Eduardo de la Garza, atrás estaba
también el compromiso y el ánimo de Álvaro Martínez y el Lic. Genaro Ríos de
darle hasta el final a como fuera, atrás quedó el “vas muy bien” de Gilberto
Gloria en el punto dónde la familia de mi Colegio Ignacio
Zaragoza estuvo apoyando a todos los corredores, atrás quedó la orgullosa mirada
y el saludo de mi hermana Cynthia así como el sprint de Gerardo del Bosque para
alcanzarme y regalarme una bolsa con el agua de coco más refrescante y sabrosa
que en mi vida haya probado. Atrás por supuesto estaba la promesa a mi esposa
Paxy (Liliana) de hacer las cosas bien sin poner en riesgo la integridad física.
Me pesaba mi pasado. Y no me refiero al pretérito
añejoso, sino al inmediato pasado de semanas anteriores entregado al
sedentarismo y alejado de cualquier cosa parecida al deporte. Confiado en la
memoria del cuerpo, nuevamente me embarqué en la
estúpida arrogancia de pensar que la garra o los arrestos de un inspirado
momento son más fuertes que la voluntad y el carácter de la ardua preparación.
Se me olvida a cada rato aquello de que el éxito es solo uno por ciento
inspiración, y que el resto es sudoración. Y ante la imposibilidad de la fácil
forma de cortar camino o mi negativa macho-cultural de abandonar la carrera,
opté por una variación del método Osler: Alternar minutos de trote con tiempo
de caminar. Y fue tras el primer cambio de ritmo que sentí la advertencia de
los calambres en mis chamorros. -Ya valió madres-, me dije.
-¿Necesitas algo, te sientes bien?- Me
preguntó aquel Gran hombre. Mientras veía colgado a su cuello un Rosario, le
expliqué que no era deshidratación ni falta de aire, sino que mis músculos ya estaban
quemados. Me dijo que intentara poner agua fría en mis chamorros, que eso
ayudaría un poco, y que me lo tomara con calma. Por fortuna, además de los
puestos de agua y otras viandas improvisados por miles de generosos saltillenses,
ahí estaban cada mil metros los equipos voluntarios de los Boy Scouts con los
bolis o bollos de agua; y ahí me la seguí llevando. Cuando aquel Gran hombre
adelantó su trote, leí en el dorso de su camiseta la leyenda “We care about
you” (cuidamos de ti).
Y el consejo funcionó. En cada estación
de abastecimiento aprovechaba para tomar agua y derramarla sobre chamorros y
muslos, aunque el daño ya estaba hecho. Prácticamente había
dejado de trotar y el aviso del inminente calambre era más fuerte e insistente
a cada pisada. A la altura de la clínica dos del IMSS saludé a mi Compa de mil
y todo tipo de aventuras y batallas que
presenciaba la carrera, el Camarón Siller. Algo debe haber visto porque se montó
en su bicicleta y emparejó mi ritmo haciendo no sé qué trucos para mantener el
equilibrio mientras avanzábamos al lento paso de condenado hacia el patíbulo.
Llegó el momento en que debía ordenar conscientemente
a mi cuerpo poner un pie delante del otro para poder avanzar, mecánicamente ya
no funcionaba. Y mi Compa Luis se la llevó tratando
de hacerme el trayecto divertido, interesante, y a veces, irónico. Pasé bajo el
puente interinstitucional dónde estaba mi amigo nutriólogo
Luis Galindo, quien junto a su equipo de 3.0 Centro de Fortalecimiento y
Nutrición, regalaba además de naranjas y plátanos, el comentario acertado a
quienes pasábamos por ahí.
Bajé a como pude el columpio del paso a desnivel para llegar a Presidente
Cárdenas, la subida fue espantosa. Y ahí pude ver por segunda vez a mi hermana,
pero esta vez su mirada era otra, era como de preocupación. Y sí, unos metros
más adelante me sobrevino el espasmo muscular o
calambre. Jamás me lo había preguntado, pero habría pensado que el
chamorro es de una sola pieza, hoy sé que tiene dos músculos llamados gemelos.
No imaginaba lo que era ver como los músculos gemelos del chamorro se abrían
separándose uno del otro formando un impresionante hundimiento en mi pierna, como diría el personaje de Derbez: Fue horrible, fue
horrible. El Camarón improvisó unos estiramientos y un masaje; me hubiese
gustado decir que me levanté como nuevo, pero bastante fue levantarme.
Penosamente, continué caminando hasta la
recta final. Y ahí estaba esperándome como cuando iniciamos Guayo de la Garza, mi colega de Monterrey quien me insistía
en tratar de correr los metros finales, pero fue inútil. Caminé sin muchos ánimos y crucé la
meta sin aspavientos ni el júbilo de otras ocasiones. Treinta y cuatro minutos
más tarde que en mi mejor cronometraje, doce más
que mi anterior peor tiempo, media hora de diferencia ante mis marcas
habituales.
Ya en la zona de recuperación acudí con
mis viejos amigos del club de corredores Mustang-Happy Feet, de quienes he
estado distanciado organizacional y deportivamente por atender otras lealtades,
pero aun así me recibieron con los brazos abiertos. Y entonces, mientras pasaba
hielo por mis chamorros sopesé el resultado de La Carrera: Por temerarias
decisiones o circunstancias de la vida he corrido riesgos y he caído, y siempre, como me sucedió el domingo
pasado, encuentro en el camino amigos y familiares que me ayudan y me
apoyan de distintas maneras para llegar hasta mis metas. Pero también encontré
que a veces, en medio de los fracasos y reveses, la vida te ofrece además la
oportunidad de encontrarte con Grandes hombres como Carlos Alberto Medina
Charles, quienes sin conocerte te ofrecen su conocimiento
y auxilio, y que más que una leyenda sobre una camiseta, son sus actitudes las
que te dicen que puedes estar tranquilo, ya que ellos cuidan de ti.
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