Desesperación

Publicado el 28 de Junio de 2015 en Círculo 360 Domingo, de Vanguardia

       ¿Por qué ya no era como los otros niños? Todavía recordaba lo que era sentirse feliz y liberado como cualquier persona de su edad; un niño no debía sufrir lo que él pasaba. Arrastraba sus pies y con la mirada al piso veía como los sucios zapatos se ponían uno delante de otro sucesivamente en agónica procesión hacia la puerta de aquel colegio católico. Era viernes, y conforme dejaba atrás el último salón del corredor sentía como se acercaba al temido, triste y eterno fin de semana. Quisiera no abandonar la escuela; tenía semanas odiando estar en su casa. Lo tenía perfectamente cronometrado: sesenta y cinco horas más treinta minutos era la duración del receso para volver a clases. Y en medio de esas largas horas, desesperación.

      Ya en la banqueta, esperando desesperanzado a que su madre lo recogiera, una forma de envidia anidaba en él mientras observaba a los otros chicos que radiantes, estaban listos para el gozo que representaba el fin de semana: cine, salir a cenar, comer con la familia, jugar con los amigos, ver televisión, ir por un helado; vaya, hasta ir a misa les resulta divertido a quienes la vida no hiere.

      Llegó su madre. Él sabía que no podía decirle nada de lo que estaba pasando en su mundo. Quizás ella sospechaba, pero por algo no lo decía. A las preguntas de porque la cara larga y las respuestas monosilábicas, solo respondía con un gruñido; y ella se quedaba sin preguntas mientras un incómodo silencio los acompañaba hasta llegar a su hogar. Y durante la tarde de ese viernes pasó lo que venía sucediendo cada viernes desde semanas atrás. Y después llegó la noche.

      Luego de mucho tiempo pudo conciliar el sueño. Y soñó que era feliz. Jugaba fútbol en el patio de la escuela, y sentía la brisa en su cara, y las piernas le dolían de tanto correr y el sudor resbalaba por su cuerpo. Y era feliz. Pero cuando despertó, se dio cuenta de que apenas era sábado y que dos días faltaban para terminar con el detestable fin de semana. Y ese sábado durante el día, tuvo la misma experiencia que había pasado siete días antes.

     Por la noche nuevamente batalló durante horas peleando con las sábanas y almohadas. Asomaron por sus ojos unas lágrimas pesadas, las enjugó un par de veces, la tercera las dejó correr. Finalmente se durmió cuándo el sábado se había convertido en domingo. Y volvió a soñar bonito. Esta vez fue en una especie de feria con circo; los recuerdos incrustados aparecieron en sueños: los payasos y camellos, el carrusel y los dulces, los juegos para destreza, los leones domesticados. Soñaba lo más preciado, lo más inocente y puro; y es que en su sueño era un niño.

     Domingo muy de mañana. Cansado de no dormir, la cama le apetecía. Pero el deber le llamaba, igual que cada semana. Obligado por su madre se apersono ante la Iglesia, a la misa toleraba, más no solo por creencia, es que un refugio encontraba. La religión era duda, sin embargo practicaba por una causa que si bien no conocía, bien la podía percibir; te la digo a ti lector por si la sabes o la quieres consultar, por la Apuesta de Pascal es que aquel niño creía. Sería en la consagración cuando elevó una plegaria: “Dios: Por favor, desaparece el domingo, que acabe el fin de semana.” Y como ya era costumbre, no hubo respuesta a ese rezo.

     El resto del domingo para él fue como todos los que le precedían recientemente, un infierno en paraíso. Y otra vez cayó la noche. Esta vez durmió mejor, pero no registró sueños; no los tuvo o lo olvidó. Y llegó el lunes. Técnicamente había concluido el pavoroso fin de semana pero aún estaba en casa, una hora aún restaba para dejar todo atrás y regresar al colegio. Qué curioso, ¿no es verdad? Parece una gran mentira saber que alguien prefiere las aulas por sobre las vacaciones. ¿Será que así son los mártires? Distintos a los demás.

      Esta vez fue su padre quien lo llevó al colegio. No sabría cómo describir el inexistente dialogo entre padre e hijo cuando algo pasó el fin de semana; la mirada cómplice del padre, el sumiso mirar de su hijo. Un gélido adiós se dijeron cuando él bajó del auto. Y se encaminó al último salón del corredor.

     Inició caminando con la mirada baja, y, mientras veía los lustrosos zapatos que avanzaban uno detrás de otro, comprendió que con nueve años, ahí mismo una nueva oportunidad iniciaba, y poco a poco fue caminando con más brío y con la frente en alto. El fin de semana había quedado atrás y una vez más tenía cinco días por delante para darle un giro a su vida.

     Entró en el salón de clases y tomo asiento. Sabía lo que venía a continuación y estaba preparado. Y fue entonces que la maestra de tercero “B” de primaria dijo a su grupo: ¿Quién nos platica sus experiencias del fin de semana? Fue en ese momento que levanté la mano. Y cuando me dio la palabra, con temblorosa voz le dije cuántas cosas que parecerían divertidas había hecho el fin de semana con mi padre, mis amigos y mis hermanos. Pero a la hora buena no salieron las palabras de mi boca, y fui incapaz de decirle que nada había disfrutado por estar pensando en ella, porque estaba enamorado de mi maestra Leticia. Pero apenas era lunes, el martes se lo diría.

cesarelizondov@gmail.com

Crónica de la Carrera

Publicado el 21 de Junio de 2015 en Círculo 360 Domingo, de Vanguardia

       ¿Pues en que X%$&Q&% pensaba cuando decidí correr el 21k de Coahuila sin la preparación adecuada? Avanzaba por el kilómetro dieciséis cuando me percaté de que era muy tarde para utilizar el método Roberto Madrazo: No podía cortar camino porque estaba en el punto más alejado de la meta.

     Muy atrás había quedado el momento de sentir la piel de gallina al entonar el himno nacional junto a siete mil almas y arrancar codo a codo con mi colega y amigo regiomontano Eduardo de la Garza, atrás estaba también el compromiso y el ánimo de Álvaro Martínez y el Lic. Genaro Ríos de darle hasta el final a como fuera, atrás quedó el “vas muy bien” de Gilberto Gloria en el punto dónde la familia de mi Colegio Ignacio Zaragoza estuvo apoyando a todos los corredores, atrás quedó la orgullosa mirada y el saludo de mi hermana Cynthia así como el sprint de Gerardo del Bosque para alcanzarme y regalarme una bolsa con el agua de coco más refrescante y sabrosa que en mi vida haya probado. Atrás por supuesto estaba la promesa a mi esposa Paxy (Liliana) de hacer las cosas bien sin poner en riesgo la integridad física.

      Me pesaba mi pasado. Y no me refiero al pretérito añejoso, sino al inmediato pasado de semanas anteriores entregado al sedentarismo y alejado de cualquier cosa parecida al deporte. Confiado en la memoria del cuerpo, nuevamente me embarqué en la estúpida arrogancia de pensar que la garra o los arrestos de un inspirado momento son más fuertes que la voluntad y el carácter de la ardua preparación. Se me olvida a cada rato aquello de que el éxito es solo uno por ciento inspiración, y que el resto es sudoración. Y ante la imposibilidad de la fácil forma de cortar camino o mi negativa macho-cultural de abandonar la carrera, opté por una variación del método Osler: Alternar minutos de trote con tiempo de caminar. Y fue tras el primer cambio de ritmo que sentí la advertencia de los calambres en mis chamorros. -Ya valió madres-, me dije.

     -¿Necesitas algo, te sientes bien?- Me preguntó aquel Gran hombre. Mientras veía colgado a su cuello un Rosario, le expliqué que no era deshidratación ni falta de aire, sino que mis músculos ya estaban quemados. Me dijo que intentara poner agua fría en mis chamorros, que eso ayudaría un poco, y que me lo tomara con calma. Por fortuna, además de los puestos de agua y otras viandas improvisados por miles de generosos saltillenses, ahí estaban cada mil metros los equipos voluntarios de los Boy Scouts con los bolis o bollos de agua; y ahí me la seguí llevando. Cuando aquel Gran hombre adelantó su trote, leí en el dorso de su camiseta la leyenda “We care about you” (cuidamos de ti).

      Y el consejo funcionó. En cada estación de abastecimiento aprovechaba para tomar agua y derramarla sobre chamorros y muslos, aunque el daño ya estaba hecho. Prácticamente había dejado de trotar y el aviso del inminente calambre era más fuerte e insistente a cada pisada. A la altura de la clínica dos del IMSS saludé a mi Compa de mil y todo tipo de aventuras y batallas que presenciaba la carrera, el Camarón Siller. Algo debe haber visto porque se montó en su bicicleta y emparejó mi ritmo haciendo no sé qué trucos para mantener el equilibrio mientras avanzábamos al lento paso de condenado hacia el patíbulo.

     Llegó el momento en que debía ordenar conscientemente a mi cuerpo poner un pie delante del otro para poder avanzar, mecánicamente ya no funcionaba. Y mi Compa Luis se la llevó tratando de hacerme el trayecto divertido, interesante, y a veces, irónico. Pasé bajo el puente interinstitucional dónde estaba mi amigo nutriólogo Luis Galindo, quien junto a su equipo de 3.0 Centro de Fortalecimiento y Nutrición, regalaba además de naranjas y plátanos, el comentario acertado a quienes pasábamos por ahí.

     Bajé a como pude el columpio del paso a desnivel para llegar a Presidente Cárdenas, la subida fue espantosa. Y ahí pude ver por segunda vez a mi hermana, pero esta vez su mirada era otra, era como de preocupación. Y sí, unos metros más adelante me sobrevino el espasmo muscular o calambre. Jamás me lo había preguntado, pero habría pensado que el chamorro es de una sola pieza, hoy sé que tiene dos músculos llamados gemelos. No imaginaba lo que era ver como los músculos gemelos del chamorro se abrían separándose uno del otro formando un impresionante hundimiento en mi pierna, como diría el personaje de Derbez: Fue horrible, fue horrible. El Camarón improvisó unos estiramientos y un masaje; me hubiese gustado decir que me levanté como nuevo, pero bastante fue levantarme.

     Penosamente, continué caminando hasta la recta final. Y ahí estaba esperándome como cuando iniciamos Guayo de la Garza, mi colega de Monterrey quien me insistía en tratar de correr los metros finales, pero fue inútil. Caminé sin muchos ánimos y crucé la meta sin aspavientos ni el júbilo de otras ocasiones. Treinta y cuatro minutos más tarde que en mi mejor cronometraje, doce más que mi anterior peor tiempo, media hora de diferencia ante mis marcas habituales.

      Ya en la zona de recuperación acudí con mis viejos amigos del club de corredores Mustang-Happy Feet, de quienes he estado distanciado organizacional y deportivamente por atender otras lealtades, pero aun así me recibieron con los brazos abiertos. Y entonces, mientras pasaba hielo por mis chamorros sopesé el resultado de La Carrera: Por temerarias decisiones o circunstancias de la vida he corrido riesgos y he caído, y siempre, como me sucedió el domingo pasado, encuentro en el camino amigos y familiares que me ayudan y me apoyan de distintas maneras para llegar hasta mis metas. Pero también encontré que a veces, en medio de los fracasos y reveses, la vida te ofrece además la oportunidad de encontrarte con Grandes hombres como Carlos Alberto Medina Charles, quienes sin conocerte te ofrecen su conocimiento y auxilio, y que más que una leyenda sobre una camiseta, son sus actitudes las que te dicen que puedes estar tranquilo, ya que ellos cuidan de ti.  


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Los enemigos de Coahuila

Publicado el 14 de Junio de 2015 en Círculo 360 Domingo, de Vanguardia

     No es el abstencionismo, ni son los priístas. No es el crimen organizado, ni la Iglesia Católica. Ni son los gringos y menos aquellos españoles de hace quinientos años. No, los enemigos de Coahuila son otros. Pero antes de decirte quienes son, habré de hacer unas precisiones: No trabajo para el gobierno. No recibo ningún tipo de pago, compensación, concesión o condonación de nada y de ninguna instancia pública. No asisto a eventos partidistas y procuro estar informado para tener mis propias opiniones. Pero eso sí, desde que cumplí la mayoría de edad en 1987 previo a las elecciones para gobernador de Coahuila, siempre he hecho uso de mi derecho como ciudadano para emitir una opinión en forma de voto. Dicho lo anterior y para no generar el sospechosismo de los amables lectores, diré que, aunque parezca broma o mentira, a mi juicio, los principales enemigos de Coahuila son los panistas.

    ¿Qué no eran los de la megadeuda quienes nos metieron en honduras? Si, ellos nos metieron y podemos estar seguros que en su agenda no contemplan rescatarnos de ese infierno, pero los panistas parecen empeñados en que nada cambie por estas tierras. En términos de fútbol, el panismo coahuilense no mete un penal ni siquiera sin portero. No quiebra un buñuelo a sentones, no estira la mano para alcanzar una fruta, no gana una pelea ante un adversario noqueado. Y el problema es que para subsistir, ese partido recibe millones y millones de pesos que vienen de los bolsillos de usted y de mí; ¿Y todo a cambio de qué? De cero diputaciones locales, de cero diputaciones federales.

     No han entendido que su complejo de superioridad y la forma despectiva en que tratan a los demás con términos como Come-lonches, idiotas, arrastrados, ignorantes, paleros y otra serie de adjetivos des-calificativos, no hacen más que alejar cada vez más al electorado de su simpatía. A nadie le gusta que luego de una elección lo insulten y un año más tarde regresen a mendigar votos.

    No han entendido que las redes sociales (desde una posición de poder) son para atender y resolver problemas y no para presumir sonrisas ni atiborrarnos de propaganda “yoyística” que no pone comida en nuestras mesas. No han entendido que la mayor parte de la gente es apartidista y que el hecho de criticarlos nada tiene que ver con recibir dádivas del otro partido. No entienden que el día de la votación no se gana una elección. No entienden que el ladrillito es muy pequeño y que los períodos son finitos.

      ¿Cuándo sería la última vez que vimos una candidatura panista respaldada por todas las fuerzas de su partido? No lo recuerdo. Solo vemos que una tras otra vez, sus más prominentes líderes y miembros pelean entre sí por aparecer en una boleta o acceder a un cargo público sin importar nada de lo que los demás quieran, y menos lo que el pueblo necesite. Se acogen una y otra vez a la filosofía de que es mejor ser cabeza de ratón que cola de león, y así, obstruyen los intentos de sus compañeros por ganar elecciones porque ser alto funcionario de su partido los convierte en cabeza de ratón.

      Ningún cambio de importancia espero de nuestros próximos diputados, me parece lógico que si desde puestos ejecutivos fueron disciplinados a sus preferencias partidistas más que a la ciudadanía, desde el legislativo más clara será esa lealtad. Pero esperaría que los panistas hagan algo por rescatar a Coahuila del unipartidismo que tanto daño nos ha hecho, unipartidismo que por definición de monopolio encierra todos los vicios y riesgos que la nula competencia genera.

      Espero que la única oposición coahuilense que en un pasado fue seria, encuentre la forma de revertir la percepción popular de que se han convertido en los enemigos de Coahuila por omisión. Y para quienes vivimos ajenos a la política no es un asunto de partidismos con buenos y malos, es una cuestión de competencia, única vía de mejora.

cesarelizondov@gmail.com




Haz de tu voto una imagen

Publicado el 06 de Junio de 2015 en Círculo 360 Domingo, de Vanguardia

        No todos los visitantes la conocen y para la mayoría pasa desapercibida, pero para muchos otros es una de las cosas imprescindibles que hay que ver en el Distrito Federal. Esta dentro de un edificio emblemático y majestuoso, de los más admirados de nuestro país, es en el Palacio de Correos de México. Situado en el centro de la ciudad de México en las esquinas del eje Lázaro Cárdenas y la calle de Tacuba, la Quinta Casa de Correos y también conocido como Palacio Postal, alberga un mural que a primera vista nos parece desabrido y que no aparenta gran cosa, pero cuando lo analizamos suele resultar impresionante: Un águila sobre un nopal devorando una serpiente.

       Y es que si uno observa con detenimiento la obra, esta te va jalando a que mires más de cerca, y de repente lo ves: decenas de miles de estampillas postales individuales fueron acomodadas por colores y matices para formar un mosaico que en su conjunto es un gran dibujo de nuestro escudo nacional.

      La técnica se llama mosaico de imágenes y la has visto utilizada en cualquier cantidad de publicidades, campañas, páginas web, museos y escaparates de arte moderno. Miles de fotos acomodadas de cierta forma se pierden en el universo de lo que todas juntas representan. Con las imágenes de toda la vida de Michael Jackson alguien hace un mural relativo a su muerte, estampas religiosas unidas forman un Cristo resucitado, las fotos de Cristiano Ronaldo metiendo goles terminan por formar un botín de oro, y un collage donde aparecen desde los nativos norteamericanos hasta las torres gemelas, pasando por Martin Luther King, George Washington y el beisbolista Jackie Robinson, hacen que el resultado sea un gran retrato de Barack Obama jurando ante la biblia y la bandera de su país.

      El simbolismo de pegar imágenes distintas para construir un todo es obvio y a estas alturas ya debes haber relacionado el tema de mi colaboración de hoy con todo esto. La suma de todos los votos mexicanos hacen un solo retrato, y eso es lo que somos como país. En cuestiones de informática, computación o electrónica, han dado en llamar pixeles a las unidades de cuadritos de colores que se acomodan en un área determinada para formar imágenes, dónde a mayor número de pixeles por área, mejor nitidez. Y el simbolismo vuelve a ser evidente, ahora en cuestión de volumen.

    ¿Y qué pasa cuando las fotos no son suficientes para formar un buen conjunto?¿Cuando los pixeles son insuficientes para la claridad de imagen que requerimos? Todo resulta en un cuadro mal acabado, incompleto, con aristas que dificultan su completa apreciación.

    ¿Qué pasa cuando en un país libre para elegir gobernantes la gente no quiere votar? Tenemos una imagen muy aproximada de la democracia, pero no tenemos la nitidez que quisiéramos porqué unos cuantos siguen tomando las decisiones que afectan a muchos.

     Por supuesto, todos entendemos que nuestro voto particular solo puede inclinar una balanza en las discusiones familiares, las decisiones en nuestros trabajos y quizás hasta en las votaciones para renovar al comité de la parroquia; pero sabemos que nunca veremos una campaña política decidida por un solo voto y eso parecería ser causa suficiente para convencernos de que no vale la pena gastar agua y jabón para desmancharse un dedo.

      Pero, igual que con la técnica del mosaico de imágenes, pienso que la suma de muchos votos puede enviar a toda la clase política (gobernantes y opositores) mensajes tan claros como una imagen que diga más que mil palabras. Hay muchas imágenes que podemos enviar a nuestra clase política con la suma de nuestros votos. Te invito entonces a votar hoy por quien o lo que tú quieras. Porqué siempre ha sido que en cualquier tiempo y espacio de este mundo, cuando las votaciones han sido copiosas, la clase política recibe el veredicto del pueblo de forma tan clara como la imagen de un dedo: Un pulgar hacia arriba si las cosas están bien, o el dedo medio si las cosas no van bien.

  cesarelizondov@gmail.com

Mi respuesta a tu crítica

Publicado el 24 de Mayo de 2015 en Revista 360 Domingo, de Vanguardia

Mi respuesta a tu crítica (1 de 2)

       Nada más presuntuoso que un escritor diciendo que tiene solo un lector a diferencia de Catón, quien dice tener cuatro; y es que en una simple aritmética sin abandonar la misma alegoría, ese escritor nos estaría diciendo que lo leen la cuarta parte de los lectores que tiene el cronista de nuestro Saltillo, lo que sin duda muy pocos editorialistas han de alcanzar en todo México y hasta dónde llegan las publicaciones de Don Armando. Pero bueno, habemos quienes, dejando de lado la metáfora de los lectores de Catón y la falsa modestia de algunos escritores, pensamos que hay un puñado de personas que gustan de leer lo que escribimos.

      Y de vez en cuando recibes una de las principales satisfacciones que un escritor pueda obtener: La retroalimentación en forma de crítica por alguien ajeno a tus puntos de vista. Y es que muchos de quienes luchamos por obtener o conservar un espacio editorial donde publicar, lo hacemos porque la vida nunca ofrece muchas formas de compartir nuestros pensamientos, experiencias e ideales independientemente de que estos sean bien o mal valorados, aceptados o rechazados, entendidos o malinterpretados.

      Sin importar el lugar o grupo dónde quieres expresar tus puntos de vista, siempre contaminan lo que en comunicación se llaman ruidos, eso que hace imposible el intercambio genuino de ideas: En la familia existe un patriarca al que se debe escuchar por lealtad pero jamás contrariar por respeto, el sistema educativo está diseñado para contener miles de datos pero no para liberar mínimos debates, con los amigos nunca está exento el alcohol y la fiesta que todo lo trivializan y tergiversan, siempre en el trabajo hay una imperturbable línea jerárquica que inhibe la comunicación, y con los medianamente conocidos, la errónea percepción de una buena educación traducida como lo políticamente correcto, nos prohíbe polemizar sobre cualquier tema para no ser calificados de intransigentes, fundamentalistas, fóbicos, torpes o cerrados de mente.

      De ahí la catarsis que uno encuentra cuando puede verter sus “verdades” en una especie de monologo dándole rienda suelta a las percepciones que uno tenga acerca de todo lo que nos rodea. Pero sin que uno se dé cuenta, luego resulta que el monologo se vuelve predecible, uniforme, y peor aún, peligroso. Y entonces alguien hace sonar la campanilla que lo hace a uno abrir más los ojos y ponerse alerta ante la puntualización crítica de una persona que desde que tiene la decisión de hacer algo como escribir y enviar un correo electrónico, demuestra una sana intención de hacer del monologo, un dialogo.

     Pero ya entrando en materia, me escribe uno de mis lectores reprendiéndome porque en no pocas ocasiones he tocado temas en dónde la religión y la divinidad han sido abordadas desde mis personales creencias y la doctrina que profeso, las cuales son algo lejanas a las creencias científicas y a las doctrinas de Estado que imperan en casi todo el mundo. En primera instancia habré de decir que las páginas de opinión no están obligadas a tener la objetividad de la crónica periodística, pues precisamente y como su nombre lo indica, son una opinión.

      Dice mi lector que las personas, aterradas a la vida, buscan una explicación divina a las cosas que no pueden entender, me recomienda leer las noticias de lo que sucede en el mundo para hacer un análisis frío de las cosas. Me insta también a leer un poco de historia para darme cuenta de cómo las creencias en la divinidad han perjudicado sistemáticamente a la humanidad durante siglos.

    Finalmente remata diciéndome que debería utilizar mi espacio y habilidad para escribir sobre cosas menos perjudiciales, entendiendo lo complicado que eso sería para mí. No entendí que quiso decirme con la última oración, pero agradezco su interés de aportar al bien común.

   Desgraciadamente, la premura implícita en esa teoría de Einstein que habla sobre el tiempo y el espacio, me ha dejado sin oportunidad de responder a los cuestionamientos de mi amigo el lector enojado. Pero te prometo lector que si Dios, la ciencia, el Estado, la naturaleza o los humanos me prestan vida, estaré publicando el próximo domingo mi respuesta a tus comentarios.



Publicado el 31 de Mayo de 2015 en Círculo 360 Domingo, de Vanguardia

Mi respuesta a tu crítica (2 de 2)

         Me llevó toda la colaboración de la semana anterior establecer el contexto de la crítica. Crítica que recibí por parte de un iracundo lector que no está de acuerdo con mi forma de abordar en ocasiones las cosas desde la particular perspectiva de mis creencias teológicas y religiosas. Te platico más adelante un porqué de lo que me hace creer, algo que tiene que ver con el instante más triste de mi vida.

        Mi lector me recomienda empezar a leer, asumiendo quizás que soy un iletrado. Infiero que es del tipo de personas que piensan que si llegas a conclusiones sencillas ha de ser porque no te cuestionas lo suficiente y te quedas con lo que te dijeron cuándo niño, ya sabes cómo es eso: Para hacer gala de conocimiento y erudición, hay que explicarse de forma que nadie te entienda, citando a rebuscados autores, misteriosos libros e intrincadas teorías. Y leyendo las noticias de lo que pasa diariamente por todo el mundo, por supuesto que entiendo su entender de que un Dios bondadoso no permitiría tanto desmadre. Pero acá lo llamamos libre albedrío. Y no creo equivocarme cuando pienso que desde el simbolismo de todos los Dioses, los mejores padres son aquellos que dejan en sus hijos la libertad de elegir, así se equivoquen en sus decisiones. Porque la vida no se disfruta desde la cómoda y allanada tersura de un mundo utópico e ideal preconcebido, sino desde la lucha inteligente, espiritual y diaria por adaptarse a una realidad cambiante, imprevisible, y en ocasiones, injusta.

     ¿Dije adaptarse? Sí, y es que también he leído historia, pero no solo esa historia escrita por los ganadores de las guerras que para algunos “instruidos” viene a ser el opio del pueblo que achacan despectivamente a otros, esa historia contada por los vencedores que sí nos dice hasta qué punto el hombre puede hacer barbaridades en el nombre de Dios, o por un territorio, o por un sistema político, o por una calentura; lo cual sigue siendo el libre albedrío del hombre terrenal. Pero también me he tomado la molestia de leer algo de las ideologías de quienes perdieron las guerras, así como su versión no oficial de la historia; y pienso que confrontar interpretaciones de mismos hechos ayuda a formarse una opinión propia para no irse con la finta de la propaganda dogmática de cualquier tipo. Y claro que me ha gustado la historia que hoy tratamos de descifrar desde nuestra civilización, tan diferente a las tribus y primeros asentamientos de homo sapiens y Neandertales que habiendo salido airosos de ese proceso de adaptación por selección natural propuesto por Darwin, ya compartían con nosotros la noción de las religiones como vehículo para acceder al concepto de Dios, porque dentro de su cerebro ya se generaban las mismas interrogantes que a cientos de miles de años, nos siguen dando motivos de insomnio.

    ¿Dije interrogantes? Sí, y es que, aunque por encimita, algo de psicología y un poco de filosofía he tenido oportunidad de leer. Y pienso que más allá de la superficialidad e imprecisión del internet, la sesgada crónica de los diarios, las medias verdades de los libros de historia y la cuestionable cronología y apego a la realidad histórica de las escrituras sagradas, es en la introspección que nos ofrecen la psicología y la filosofía dónde hurgamos incansablemente para finalmente quedarnos siempre con la máxima del papá de los pollitos: Yo solo sé que no se nada. Y es el concepto de Dios quien vuelve a aparecer cuando seguimos buscando respuesta a esas interrogantes que nadie nos puede despejar sin caer en los mismos supuestos que nos critican.

    ¿Dije supuestos? Sí, y es que, amigo lector enojado, ¿Tú has visto un átomo? ¿Has salido al espacio exterior para corroborar que la tierra sea redonda? ¿Has presenciado una aurora boreal? Si no lo has visto con tus propios ojos, con lo único que cuentas para creer que todo eso es real, es con tu fe. Esa misma fe ciega que tenemos los inocentes creyentes. Probablemente al igual que yo, tú crees en lo que te dicen los científicos sin cuestionar nada de sus postulados, pero yo también creo  en lo que dice mi voz interior, mis anhelos, mis dudas, y un humilde entendimiento que me hace fácil imaginar que si algún día explotó el Big Bang, pudo haber sido porque (por favor entiende la metáfora) algún viejo socarrón habría estado jugando con pólvora y fuego. O si no, ¿Cómo?

     Para terminar, te diré que el instante más triste de mi vida nada tuvo que ver con una pérdida o fracaso personal; eso sucedió cuando fui a ofrecer mis condolencias a un compañero ateo que había perdido a su hijo en un accidente. Saber lo que él pensaba de cuestiones fuera de nuestra comprensión y conocimientos científicos, me hizo compartir su dolor en el sentido de pensar que la existencia de su hijo había llegado a un punto dónde ya no había nada más adelante. Más que perder a un ser querido, pensar que este ha desaparecido para siempre de cualquier forma de dimensión, vida o conciencia, es el peor sentimiento que un hombre pueda experimentar.

     No sé si nos veremos algún día en esta vida, amigo Manuel, seguro tendríamos una interesante y larga charla, pero si no es así, espero que puedas concederme la razón en cuanto a que será preferible que nos saludemos alguna vez por allá en el espacioso y eterno paraíso de una conciencia post muerte que yo imagino, a que jamás nos encontremos en el infierno de la oscura inexistencia post vida que tu afirmas.      

cesarelizondov@gmail.com




Dios no necesitaba un Angel

Publicado el 17de Mayo de 2015 en Revista 360 Domingo, de Vanguardia.


Para quienes Dios llama prematuramente, y para sus allegados.
      Ante lo doloroso, incomprensible y prematuro que hay en la muerte de un pequeño o joven ser humano, los adultos tratamos de encontrar una explicación para lo que concebimos como un cruel y truncado destino. Buscamos consuelo en la creencia de que los hijos se van al cielo porque Dios necesita de más ángeles que estén con él. Pienso que eso es cierto para casi todos los que dejan este mundo antes de ser adultos, pero en algunas ocasiones, esto tiene una vertiente adicional.

     Resulta que de vez en cuando, Dios quiere saber cómo están las cosas realmente por acá en el planeta Tierra. Y es que Él escucha muchas oraciones de todo tipo desde cada rincón del universo y en la mayoría de ellas la gente pide su intervención para arreglar toda clase de problemas: Desde encontrar las llaves del auto hasta realizar milagrosas remisiones para personas que sufren enfermedades en etapas terminales; claro está, pasando por las peticiones para sortear dificultades económicas, para sanar corazones rotos por amores mal correspondidos, para aprobar un examen en la escuela, para conseguir trabajo y hasta para encestar el balón de basquetbol.

    Parecería que cuando nos comunicamos con Él, más que pedirle favores le estaríamos cuestionando por nuestras fallas, carencias, cargas, cruces, culpas, tragedias y destino. Pero todo se vale, dice Dios, y todas las peticiones son importantes para Él ya que, aunque en distintos grados, un pesado sentimiento se apodera de todos en el presente aunque el futuro pueda ser tan diferente: Hoy sufre angustia la niña que ha perdido su muñeca de trapo como la adolescente que terminó con su primer novio, sufre la joven solitaria que lleva en su vientre un inesperado bebe y mucho más la madre entregando al hijo que ha fallecido; aunque sabemos que en el futuro solo una de ellas continuará sufriendo por lo mismo. Por esa similitud en la angustia personal y presente, Dios nos dice que pidamos hasta el cansancio desde las cosas más trascendentales hasta por lo que parecería ser trivial siempre que nuestro libre albedrío haya sido rebasado.

      Pero a Dios le duele que jamás le pidamos algo en nuestras oraciones: Que el mundo creado por Él  sea exactamente como lo es. Y es por eso que escoge especiales personitas para llevarlas hasta su lado y que le platiquen los maravillosos testimonios que encontramos por acá. A Dios le gusta escuchar por voz de los niños de esa señora que cada mañana reza fervorosamente por la salud y resignación de los demás ante un templo vacío, de las virales cadenas de oración que surgen en las redes sociales; de sacerdotes, pastores y rabinos que dejan de lado dogmas y ritos para sintonizarse en una misma plegaria, del colega que nadie conoce en la familia pero que cubre parte del trabajo del padre, y del señor empresario que ofrece sus recursos para pagar cuentas hospitalarias de personas desconocidas, de los que corren maratones en beneficio de fundaciones altruistas, de quienes se afeitan la cabeza en un gesto de solidaridad; de los abuelos, padrinos y tíos en ambos géneros que son un baluarte al cual asirse aunque por dentro se sienten tan devastados como los padres; de los siempre alegres compañeros de escuela, y de los nunca olvidados amigos del barrio. 

     También Dios se enternece cuando un pequeño le cuenta de las muestras de amor fraternal entre sus hermanos y primos, cuando estos saben, presienten o sospechan que pronto alguno del clan ya no estará con ellos pero tratan de sobrellevar las cosas como siempre fue en la familia. Dios se alegra por los trabajadores de los hospitales como doctores, enfermeras, laboratoristas, equipo de cocina, administrativos y de limpieza, quienes más allá de sus responsabilidades cubren con un manto de cariño y solidaridad a sus pacientes.

       Al creador le gusta que los niños le cuenten cuan extraordinaria es su madre, esa mujer que ha dejado todo en la vida por el amor a sus hijos, esa persona que les ha dicho una y mil veces que desearía poder cambiar de lugar con ellos para evitarles un sufrimiento, esa dama que ha sacado fuerzas de quien sabe dónde para enfrentar su terrible situación y constituirse junto a su hijo en iluminación de muchos. A Dios le gusta escuchar de labios de los hijos las inspiradoras historias de esos padres de familia que día tras día tienen una rutina de casa-trabajo-hospital, y la cumplen con una estoica fortaleza digna del más recio de los héroes, y sabe también del noble corazón de estos hombres cuando los ha visto llorar en soledad ante la impotencia de no poder hacer más por los suyos.

            Así, pienso que hoy, Dios no solo necesitaba un Ángel. Creo que Dios hoy quiere platicar con una persona de verdad, alguien que le diga la clase de estupendos seres humanos que existen aquí en la tierra. Por lo que si conoces de alguien que Él haya llamado a su lado prematuramente, debes saber que además de ir como un Ángel, va también como un embajador de quienes permanecemos aquí por mientras, es un emisario que le está diciendo a Dios lo grandiosa que fue su corta pero fructífera y feliz vida, y le está comentando como son esas amorosas personas que le acompañaron durante estos fugaces años, rápidos meses y pesadas semanas, es alguien que a nombre de todos nosotros está parado de frente a Dios mirándolo a los ojos diciéndole que su creación, aún con todas sus interrogantes y aparentes injusticias, ha valido bien la pena. Y es a través de él, que Dios nos dice a nosotros: Todo va a estar bien.

    cesarelizondov@gmail.com




Por Cuarta Vez

Publicado el 10 de Mayo de 2014 en Revista 350 Domingo, de Vanguardia


Por cuarta vez.

Escuchó otra vez el llanto, de nuevo se despertó
Por cuarta vez en la noche, que cansancio, que fastidio,
A pesar de su entereza, su espíritu era un quebranto,
Esto era solo el principio, que difícil, cuanto hastío.

El sueño que le contaron, más parecía pesadilla,
Conocía sus deberes, su razón los comprendía,
Aquel pequeño indefenso, solo de ella dependía,
De niña a madre viajó, presurosa, así es la vida.

Más dormida que despierta, se levantó y caminó,
Por cuarta vez en la noche, que cansancio, que fastidio,
Otra vez, cruzar el cuarto; y otra vez, prender  la luz,
Por cuarta vez en la noche, que pesado, cuanto hastío.

Con cada paso que daba, la entereza regresaba,
Aclarando sus ideas, pensamientos, sentimientos,
Nuevamente en la balanza, lo primordial más pesaba,
Se dibujó una sonrisa, ya disfrutaba el momento.

Y así, llegó hasta la cuna. Le dijo cuanto lo amaba,
Con solo escuchar la voz, aquel sollozo amainó,
Lo envolvió en sus brazos mozos, así siempre lo arrullaba,
Y, percibió algo muy lejano, algo que ella conoció.

Unas lágrimas brotaron, que no las quiso guardar,
Era un llanto de alegría, porque a la vida entendía,
Y así, durmiendo a su hijo, se le escuchó musitar:
-Por tu entrega a mi persona, te agradezco, madre mía.-


  César Elizondo Valdez

Construyendo Amistades

Publicado el 03 de Mayo de 2015 en Revista 360 Domingo, de Vanguardia

          ¿Se pueden construir amistades sobre la crítica de la obra y legado de otros? Pues de alguna forma fue algo que me sucedió en días pasados. Me gustaría decir que invité a un colega a cenar, pero la verdad es que tengo la suerte de compartir página editorial en esta publicación con el Poeta y escritor Jesús R. Cedillo, lo que quizás nos hace compañeros de plana dominical, pero disto mucho de considerarme colega de un reconocido bardo y periodista profesional en distintos medios. 

         Llegando a dónde cenaríamos, aires de renovación nos invadieron cuando veíamos que cientos de niños salían alegres y con juguetes y dulces del edificio luego de haber sido festejados por su día; llevaban dentro de su ser el abstracto de la felicidad, representado en sus manos con lo material de sus regalos. Tenía la impresión de que Cedillo era una especie de Ebenezer Scrooge pero rápidamente cayeron mis prejuicios al escuchar lo maravillado que estaba de ver tanta alegría en tantos niños.

      Aún no llegaba la primera cerveza cuando se unió a nuestro grupo Luis H. C., de quien también me gustaría considerarme similar pero cuyo altruismo y entrega a causas y organismos nobles nos hace parecer inhumanos a los demás. Y ya sabes, el inicio de una plática entre gente de distintos perfiles nunca es sencillo, así que metafóricamente hablando, rápidamente nos encontramos con un árbol frondoso, grande y saludable para tumbarlo y hacer leña de ello una vez caído. Villamelón de todos los temas y experto en venderme bien, pude salpicar la charla con algunas ocurrencias.

       De ahí, fue fácil seguir la plática por disímbolos derroteros que fueron de la anécdota de ir en motocicleta a 250 kilómetros por hora en la carretera Saltillo-Zacatecas con un Federal cada vez más rezagado, a la poética muerte del lagunero Valente Arellano que a los pocos días de haber recibido la alternativa moría en los cuernos como siempre fue su deseo, decía él que serían los cuernos de un toro o de una motocicleta, y fueron en estos últimos dónde murió. Hablamos del Padre Usabiaga, impulsor del Instituto Seglar de Estudios Religiosos y cuyo libro aterriza los porqués de los dóndes, de los cuándos y de los cómos de la religión católica que tanta picazón provocan entre la comunidad intelectual no creyente; y concluimos que en bastantes ocasiones, el agnóstico y el ateo caen en lo mismo que critican porque al elegir lo que son, lo hacen por seguir una corriente de apariencias e ignorancia, más que por un razonamiento propio.

     Hablamos de los partidos de fútbol de Tigres, Rayados y Santos; y de nuestros Saraperos en el parque Madero; también de los conciertos a los que fuimos y resultó que hace un cuarto de siglo, sin arrugas y sin canas, y una gran expectativa, los tres asistimos al estadio del Tecnológico de Monterrey a rendirle tributo a Bon Jovi.

    Ya para cenar pasamos de la cerveza al vino tinto. La segunda botella la abrimos aún con esa mirada de complicidad que ponemos cuando todavía pesa más el manual de Carreño que el manual de la felicidad; para la tercer botella de 3V, todas la barreras de comunicación estaban por el suelo. Es a la par de las copas que uno pasa del educado y político “discúlpenme un momento” al honesto y directo “voy al baño”, para caer al irreverente y campechano “voy a mear”. 

       Y así fue como de aquel inicio de plática dónde criticamos la pequeñez de Frida Kahlo en cuanto al tamaño de sus cuadros, la cantidad de sus obras, pero sobre todo la calidad artística de las mismas, brincamos a cuestiones de mercadotecnia que nos dicen como se le da valor comercial a lo que se quiere impulsar, en este caso desde una plataforma llamada Diego Rivera. Entre lo comentado párrafos arriba, también pasamos a comparar las letras de José Alfredo Jimenez con una filosofía de la vida entendida igual por diferentes artistas en distintas culturas; comparamos el carisma de Pedro Infante con el arrastre de algún ex gobernador y fue imposible dejar de lado la analogía de como la temeridad truncó ambas carreras. Todavía hubo tiempo, estómago y ganas para tomar un digestivo, y ahí accedió el poeta a abrir una cuenta en alguna red social; aún estoy esperando la invitación.

     Finalmente, cuando la hora oficial dictaba que era tiempo de retirarnos, abandonábamos el edificio ya desértico de la gente de ese día pero pletórico de vivencias de muchas personas y años. Y me pareció que al igual que unas horas antes, seguían saliendo niños de ahí; y es que llevaba conmigo además del abstracto de buenas y divertidas historias, de sabios puntos de vista e interesantes creencias, lo material de una cosa que representa las vivencias de un pasado y que promete un futuro: Un corcho con una fecha y tres firmas.

cesarelizondov@gmail.com



Cultura Light

Publicado el 26 de Abril de 2015 en Revista 360 Dominical de Vanguardia

     Hace años escuche por primera vez el término “Padres light”. Alguien lo utilizó para etiquetar a todos aquellos jefes de familia que estamos desperdiciando la oportunidad de forjar auténticas familias al equivocar prioridades en la formación de los hijos. Creemos que darle valor a la familia es salir todos en bola a dónde haya mucha gente, pasando las horas cada quién con el grupo de personas afines a su edad o género, restando solo el tiempo de traslado entre lugares como oportunidad para realmente convivir en familia. Nos equivocamos también al escudarnos en aquello de que es mejor calidad a cantidad; claro que la calidad es importante, pero por poner un ejemplo casi podríamos asegurar que si la cantidad no es suficiente, tu pareja buscará a alguien más. Igual los hijos.

       El concepto light, en mi opinión, se extiende hasta cada rincón en lo referente a las relaciones humanas. Las relaciones cada vez pierden más el significado de humanistas para convertirse en relaciones convenientes. Así, es común ver en el ámbito político a personas con los más bajos niveles de moralidad o sin capacidad profesional, ejerciendo responsabilidades y tomando decisiones que afectan a cientos de miles de individuos, esto producto de alguna relación de interés al representar estas personas un malentendido activo político. En los deportes, cuando era niño tenía una fuerte predilección por algún equipo en cada disciplina ya que cada plantel tenía una mística que era compuesta por una mezcla de las capacidades y personalidades de sus integrantes. Hoy en día, el mundo del deporte ha cedido al poderoso caballero y es prácticamente imposible ver a un representativo que pueda mantener una plantilla de jugadores y cuerpo técnico estable a través de los años. Así, las franquicias cambian de sede, nombre y uniforme a la primera oferta económica, derivando esto en escuadras carentes de identidad, sin tradición.

    Todavía peor, en la formación académica, es común escuchar razones como el roce social siendo factor de decisión al elegir escuela para los hijos, extendiéndose esto hasta las relaciones afectivas de cada miembro de la familia. En el trabajo, la cultura light se ha metido en las relaciones laborales, comerciales y legales llegando a despersonalizar en su totalidad el trato entre seres semejantes; por supuesto que la tecnología ha puesto su grano de arena en esta corriente, ya que poniendo al alcance de todos la rapidez en las comunicaciones, al final aparece culpable por el pobre entendimiento entre interlocutores cuando no es lo mismo manifestarse que entenderse. Solo de pasada, la cultura light llegó hasta el Vaticano cuando se eligió un Papa de transición.

      Pero es lógico y entendible debido al ritmo de vida que llevamos, todos necesitamos descansar un poco en la cultura light. Y es que los tiempos actuales nos demandan interactuar más y con un mayor número de personas, es difícil poder llevar con todos las relaciones humanas que quisiéramos, por eso caemos en las frías y convenientes relaciones que después se van haciendo hábito hasta que el concepto light termina por regir nuestras vidas. Es por eso que recordamos rostros pero olvidamos nombres; por eso cuando nos invitan a un bautizo o una boda vamos a la fiesta pero nunca a la misa; recordamos cuando es el cumpleaños del jefe pero olvidamos el de nuestro hermano, por eso sabemos los derechos y obligaciones de nuestros trabajadores pero ignoramos cuáles son sus sueños y no conocemos a sus familiares. Luego queremos conocer a nuestros hijos sin conocer a sus amigos, sin conocer el entorno en el que viven. Nos convertimos en el más resplandeciente candil de la sociedad, al tiempo que somos la más parca oscuridad de nuestra propia vida.

      Debemos reconocer que las relaciones humanas, sobre todo las que tienen que ver con nuestro cercano círculo familiar y de amistades, tienen la prioridad de no devaluarlas con esa cultura light de apariencias. En ese pequeño grupo, no debe haber espacio para lo que hemos dado por llamar políticamente correcto; en las relaciones humanas que valen la pena, aquellas que deseamos conservar o queremos perfeccionar, lo correcto, es correcto a secas, sin adjetivos. En relaciones humanas, sería deseable desechar la cultura light para emprender una cultura “strong”, dándole fuerza a lo importante.


cesarelizondov@gmail.com

La petición final de un hombre serio

  Publicado en Domingo 360 La Revista, de Vanguardia, el 19 de Abril de 2015

 Cada persona que pasaba junto al féretro no podía creer lo que sus ojos veían: Aquel respetado hombre había sido enfundado en la camiseta de su equipo favorito de fútbol para las honras fúnebr
es. Para un puñado de amigos no era secreto la gran pasión que en vida tuvo por esos colores, pero para la mayor parte de la gente resultaba chocante la imagen actual de un individúo que de lunes a sábado era reconocido por sus aportes a la sociedad desde diversos ámbitos así como un hombre de familia responsable y dedicado a los suyos.

     Si un perfil era asociado con aquel cadáver era el del hombre de oficina, con traje oscuro, serio y comprometido con los demás. No era el anónimo hincha que los domingos se transformaba a quien la gente había conocido, le restaba estatura a su memoria aquella prenda tapizada de anunciantes y colores chillantes, atuendo que incluso algunos conocedores pudieron identificar como de una calidad inferior a la que las marcas oficiales ofrecían, era lo que se conoce como un producto alternativo o similar, aunque sin llegar a ser pirata.

    Pero eso pasaba a segundo término cuando veían a los deudos. Sus hermanos, la viuda y sus hijos varones no podían ocultar el dolor; era evidente que el tipo dentro del ataúd había dejado en ellos ese hueco que jamás puede ser reparado. Sólo la menor de sus hijas tenía en su cara algo parecido a una sonrisa. No, no era una sonrisa, pero era un reflejo del rostro que claramente denotaba orgullo, satisfacción, o la tranquilidad de saber que se hizo algo correctamente.

    Pobrecita,- susurraban algunos- no entiende que su padre ya no estará para ella y que jamás podrá hablar con él. Y él, ¿En que estaría pensando al pedir semejante capricho para su adiós?- se preguntaban otros-, seguro que ni pensó en la última imagen que sus hijos tendrán de él. ¿Vale la pena entregarse así a un equipo o afición? ¿Habría en el sepelio algún directivo, entrenador o jugador de aquel equipo?. Todos sabían que la misma respuesta aplicaba para ambas preguntas: No.

     Tampoco correspondió la homilía que más tarde ofreció el párroco en misa. Nada de lo que el sacerdote decía parecía acomodarse a la vista de un simple mortal dominado por sus pasiones cuya última voluntad fue ser enterrado con aquella suerte de disfraz. Las miradas iban del difunto a la familia, de la folklórica camisa de fútbol a la negrura de los ropajes en los demás. A las palabras de agradecimiento de un miembro de la familia, siguieron las lágrimas de aquellos pocos que las habían podido guardar pero que algo les decía era la última oportunidad de soltarlas a tiempo. Casi todos lloraban, a excepción de la menor de las hijas; seguía en esa especie de trance que le daba un aura de paz.

     Ya en el panteón, los sepultureros invitaron a la concurrencia a dar una última mirada antes de cerrar para siempre aquel ataúd de aquella página de aquella vida. Aún en ese momento, para casi todos seguía pareciendo absurda la petición final de un hombre serio. Pero ahí estaba esa joven, la menor de sus hijas, pensando en aquella Navidad de años atrás cuando aún era una niña e insistió a su madre que la llevase de compras. Recordó entonces como estiró lo más que pudo sus ahorros para completar el obsequio perfecto para su papa: Un yérsey de su equipo favorito. Recordó también la feliz mirada de su padre al desgarrar la envoltura de aquel regalo y las palabras que ese hombre había dicho en aquella ocasión: No tengo certezas ni los porqués de la vida, pero para el día de mi muerte si tengo una certeza y un porqué. Sé que ropa voy a utilizar para mi funeral, y lo haré porque simboliza el mejor regalo que cualquier persona pueda recibir.

   Y cuando cayó la primer palada de tierra sobre el ataúd, otro involuntario reflejo hizo que apareciera una sonrisa en el rostro de aquella muchacha. Jamás imaginó que el regalo para su padre le fuera devuelto de aquella forma que se sentía tan reconfortante dentro de sí. Y mientras ella recordaba felizmente cómo había sido su relación con su padre, los demás continuaban preguntándose los porqués de un burdo ropaje.


1,2,3...

       Publicado el 29 de Marzo de 2015 en 360 La Revista, de Vanguardia

   Por César Elizondo Valdez

Fue en una noche fría y oscura. Me encontraba arrodillado, agachado, inmóvil; desesperado por encontrar un silencio absoluto que se antojaba imposible. Pensé que los latidos de mi corazón serían los delatores, me parecieron como grandes campanadas en medio de la silenciosa noche, o cómo el fuerte y ruidoso sonar de los tambores de guerra en el campo de batalla. Sabía que si levantaba la cabeza o hacía cualquier movimiento sería descubierto con las consecuencias que eso acarrearía. Agazapado, temeroso y con el sentido de la vista anulado por la oscuridad y el propio escondite, solo lo escuchado me dio una idea de que hacer a continuación.

Luego de unos minutos de relativo silencio, y después del alivio al oír alejarse y desaparecer el sonido de las pisadas de quienes me buscaban, tuve el arrojo de levantar un poco la cabeza y enderezar el cuerpo. Por arriba de mi escondite miré y luego que mis ojos se habituaron a la oscuridad comprobé que no había nadie cerca. Supe que era mi oportunidad y no perdí más tiempo en ponerme a salvo. Salí corriendo a toda velocidad, tanta que resbalé y caí de bruces porque mis zapatos no alcanzaron a tener tracción sobre la tierra; me levanté como pude y continúe mi correr hacia la salvación. Pero, como habría de suceder para ser digno de ser contado, me descubrieron y aquello se convirtió en una frenética carrera. Te podría describir de forma hollywoodesca, en cámara lenta y con lujo de detalles como fue que llegué primero a mi destino para ponerme a salvo antes de que ellos me atraparan, pero ese no es el tema.

Así fue que llegué a toda velocidad hasta lo que era la base, y grité a todo pulmón para que los demás miembros de mi equipo escuchasen: ¡Un-dos-tres-por mí y por todos mis amigos!

Ya sabes: era la señal de que todos podían salir de sus escondites, estaban a salvo. Democrático juego de niños al alcance de todos los mexicanos que quizás en la juventud tuvo sus variaciones un poco más subidas de tono, de acuerdo a la edad.

Así pasé las vacaciones de Semana Santa durante la infancia y lo mismo era jugar en el rancho de los Gonzalitos entre media centena de primos y agregados o hacerlo en la céntrica privada aledaña a la Alameda, en el Club de Leones o en la escuela, en las fiestas de cumpleaños o en las posadas, después de los partidos de fútbol o mientras los mayores atendían misa.

Y aunque prefería andar tras el balón, jugué bastante a las escondidas con mis hermanos, primos, amigos del barrio, compañeros de escuela, hijos de los colegas de mis padres y aun con perfectos desconocidos. Pero a la hora de tocar la base, el grito nos unía a todos en una sola definición que muchos han dicho, es lo que escogemos en la vida más que lo que nos ha sido propuesto: amigos. Una y otra vez se formaban nuevos equipos y terminabas por salvar o ser salvado por nuevos o renovados amigos; metáfora de la edad adulta.

Pero recientemente me topé con una especie de déja vu. Igual a cuando me escondía en mi niñez, de rodillas y en silencio, en la oscuridad de una noche sin luna, me encontré sin saber que decir, ni como actuar. La ignorancia, que siempre aparece ataviada de torpeza, no me dictaba la forma de orar, de pedir, de confesar. Prestarle demasiada atención a quienes su basto raciocinio, intelecto y soberbia no les alcanza para admitir lo incomprensible, era un fantasma durante mi madurez. Pasaron muchos minutos y más que rezar parecería que simplemente descansaba, lo que también era verdad.

Luego y sin saber porqué, repentinamente algo hizo que me levantara. Aun compartiendo el concepto que tienen algunas religiones distintas a la que profeso en cuanto a la adoración de imágenes, figuras u objetos como una práctica sin sentido, me fui acercando al altar.

Subí los pequeños escalones para luego rodear el altar y llegar hasta la pared posterior del templo. Y llegué ante Jesús crucificado. Acerqué mi mano hacia aquella figura de yeso, toqué los pies de Cristo clavados sobre la cruz, y al hacerlo, sin lugar a dudas brotó de mí la más sincera y pura oración que hice en toda mi vida. En voz muy baja, casi imperceptible, sólo atiné a decirle esto al patrón: uno-dos-tres-por mí y por todos mis amigos, para que seamos salvados. Amén.




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