Rumbo al Super Bowl LV: los estoicos

léelo en Saltillo 360, de Vanguardia.

Mientras una treintena de primos gritaban horrorizados por lo que veían en la televisión de casa de mis abuelos, yo permanecía impávido. No es que fuese inmune a las sangrientas escenas o a los efectos visuales que se trasmitían en la pantalla: nunca me gustó el cine de terror, y entonces, durante las dos horas de la película, fijaba la mirada en el foquito verde de la videocasetera, esperando el final de aquel tormento para volver a salir con primos y hermanos a jugar con la pelota.

Es por ello que hoy entiendo a los estoicos de la NFL: esas personas ajenas al gusto por el fútbol americano que se pasan los fines de semana de enero y el primer domingo de febrero mirando a cualquier lado menos a la transmisión del partido, en espera del silbatazo final para que los demás pasemos del modo zombi al plan social.

Así es que, como cada año, hago mi pequeño apostolado para hacer más llevadera esta época a quienes se ven obligados a compartir con nosotros esa pasión por el mejor entretenimiento en la más organizada y rentable liga deportiva-comercial de nuestra civilización.

E inicio con un paréntesis, preguntando si alguien conoce de planes de estudio en las carreras de negocios donde se incluya la materia de la NFL, puesto que desde la segunda mitad del siglo pasado, más allá de lo deportivo, esta organización es un referente de cómo un ente comercial puede adaptarse a circunstancias y tecnologías, tendencias y guerras, culturas y hasta pandemias, para ir en constante crecimiento universal, siendo que se trata de un producto de componentes y lucros netamente estadounidenses. Pero no es tema, dirían mis amigos.

Entramos en materia. Y bueno, dado que esta columna aparece los domingos, omitiré comentar los encuentros de los sábados por obvias razones. Entonces, te platico de cuestiones a considerar para que disfrutes de los partidos desde una óptica más placentera a la resignación.

Empiezo por decirte que este año, la liga decidió meter dos partidos extra durante este fin de semana de eliminación. Esto, como diría Gaylord Focker, en un estúpido propósito de ganar más y más dinero, vendiendo nuevos derechos de trasmisión a cadenas televisivas, portales de internet y compañías de streaming.

Pero vayamos de lleno a los juegos de hoy con datos que pueden despertar ese interés dormido en los estoicos:

12:05 p.m. Baltimore Ravens en Tennesse Titans. Revancha de enero pasado. Los Ravens toman mística y nombre del poema de Edgar Allan Poe, y los Titans son los herederos de los Petroleros de Houston de mi generación. Tienes la oportunidad de ver distintos perfiles en una misma posición, algo que no sucede en otros deportes: el mariscal de campo (QB) de Baltimore es atlético y rápido, elusivo y…errático; mientras su contraparte de los Titanes es frío y calculador, de buen toque en sus lanzamientos, pero sin esa chispa que define a los superestrellas.

3:40 p.m. Chicago Bears en New Orleans Saints. Aunque la vistosidad de este deporte son los pases largos, el secreto para ganar es tan aburrido como correr con el balón hasta el hartazgo y lanzar pases cortos. Quien pueda hacer eso, se llevará la victoria. Apuesta a Santos sin dudar, yo digo que los Osos, harán el ídem.

7:15 p.m. Cleveland Browns en Pittsburgh Steelers. No alcanza a ser un clásico como Tigres-Monterrey, pero es algo así como América-Cruz Azul. Dejo a tu consideración decidir quién es el Cruz Azul de esta rivalidad. Bono: estate al pendiente de las alusiones a la relación entre Myles Garret y Mason Rudolph, una pequeña historia que inició como riña callejera (https://bit.ly/35dxpQp), y que presenciarás al final del partido en edificante mensaje.

Nos vemos en una semana, si mi editor quiere, con la segunda parte de esta serie Rumbo al Super Bowl: los empíricos. Si no, nos vemos en quince días con los racionalistas.

cesarelizondov@gmail.com

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Myles Garret - Mason Rudolph. Round 1

 


Maradona: confieso que he volado

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Entiendo a Maradona porqué yo, igual a él, confieso que he volado. No pienses que me iré por las ramas de una alegoría para salir bien librado de esa afirmación. Por volar, metáfora también, me refiero exactamente a eso en lo que estás pensando tan asociado al Diego.

Fue un domingo 22 de junio. Tenía 16 años y un hermano 20 meses mayor. Mi madre y mis hermanas andarían de vacaciones porque no recuerdo nada de ellas en aquel día. Papá, en su papel de padre, nos despertó muy temprano y nos llevó al patio de la casa. Había comprado materiales para que le diéramos mantenimiento al aljibe. Nos indicó que hacer y nos dejó mientras el se fue a hacer lo que hacía los domingos.

Para dos jóvenes en plenitud, sumergirse en un cuartito bajo tierra de treinta metros cúbicos, con una puerta de escotilla menor a un metro cuadrado, no suponía un reto mayor. Una escalera de tijera, tinas, cepillos y brochas. Listos para dejar como nuevo el depósito de agua.

Trabajamos un buen rato con la pintura especial para albercas y convivimos cómo no hacíamos desde niños: todo era risa y camaradería. Fue Pepé quien, en un momento dado, cayó en cuenta de que la falta de ventilación, aunada a la inhalación de disolventes, había producido en nosotros un efecto de euforia, un arrebato de exaltación. En lenguaje llano y universal, nos pusimos high.

Luego de tomar conciencia y, he de decirlo sin rubores ni rodeos, disfrutar de aquello, vino un momento de angustia: me era imposible coordinar brazos y piernas para subir por la escalera. Fue tanta la intoxicación, que salir de ahí fue una proeza de equipo por la que siempre he estado agradecido con mi hermano. Pero hicimos el trabajo.

Luego del susto, la intoxicación cedió poco a poco y para las doce del día todo era bonito, alegre y feliz. Nos sentamos a ver el juego de Argentina-Inglaterra. Mi padre llegó justo en ese momento: cuándo Diego se elevó por encima de Shilton, y con la mano de dios marcó el primer gol para la albiceleste.

Entró al cuarto de televisión y nos encontró riendo a carcajadas. Se sentó junto a nosotros. Nuestra estúpida risa no había mermado cuándo llegó el segundo tanto: Diego gambeteó desde la media cancha a tantos ingleses cómo naciones tiene la Commonwealth, y un disparo cruzado desató en nosotros otra oleada de risotadas ante una mirada entre curiosa y divertida de ese hombre que ya no era padre, volvía a ser papá.

Maradona volvió a cargarse a su selección en Italia 90 y siempre le seguí cómo lo hago desde entonces con otros personajes porque, ahora sí con retórica incluida, me hacen volar sin necesidad de otros potencializadores, cosa que les agradezco.

Me parece estéril discutir si fue mejor Maradona a lo que es Messi, sí es más poeta Benedetti o Neruda, tampoco cuestiono si hay más legado en los Beatles o en Queen. Ni siquiera argumento entre un Samsung o un iphone. Porque cuándo ves a los genios elevarse, lo mejor es dejarse llevar, y apreciar bien ese instante, obra o tecnología que han alcanzado, y disfrutar de aquello que esos seres tocados por dios, por la naturaleza o por la disciplina, nos ofrecen para nuestro regocijo, sin necesidad de otros detonantes además de la gracia que ellos tienen.

Por eso, me quedo con las genialidades de Mercury, Diego o Van Gogh. Me hago de la vista gorda a sus traspiés, los escondo con los míos, allá donde guardo las piedras que no he de lanzar, en el fondo de un aljibe, en la casa de mi padre.

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Causa de muerte

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No se lo pensó mucho para, con harto dolor, anotar en su registro personal lo correspondiente a sus dos queridos amigos. Tenía fresco en su memoria la última vez que los vio con vida, ante una mesa de viandas y vinos. No necesitó estar en la autopsia ni ver cómo acabaron los cuerpos para escribir su dictamen en la libreta.

Él es un médico legista que hace un ejercicio alterno a su trabajo profesional: lleva un diario dónde anota las que él considera, causas reales de muerte.

Así, aunque en la necropsia de ley aparezcan cosas como paro cardiaco, en su libreta privada anota síndromes como cáncer de páncreas. Piensa que, en rigor, todas las muertes son porque el corazón deja de latir, pero que igual sería decir que se muere por dejar de respirar. Es por ello que entre sus notas, puedes leer causas como “atropellado” en lugar de consecuencias como “estallamiento de vísceras”, o algo así como el coloquial “se cayó de un andamio” en vez del forense “traumatismo cerebral”

Utiliza seudónimos genéricos en su diario: se repiten una y otra vez nombres de pila como José, Juan o Ramón, para varones, y las consabidas María, Lupita o Laura, cuando son mujeres. En los penosos casos de niños se limita a escribir la palabra infante. Nunca viene un apellido. Suma o resta un año a la edad de los difuntos; e igual lleva un desfase entre las fechas para no dejar un rastro. Todo debido a una obsesión estadística por obtener sus números, independientes a las cifras científicas u oficiales.

Con un lápiz en la mano, recordó los últimos momentos con sus dos compañeros: conviviendo, con una luz de alegría por su sincera amistad, y una sombra de preocupación por el nublado futuro, entre la calidez de un hogar y el desapego de una sana distancia que no distingue lo físico de lo fraternal. La plática, cómo en los últimos tiempos y alrededor del mundo, fue de un lado a otro en torno al tópico predominante del año: la pandemia.

Igual a todas las charlas, la discusión aterrizó sobre dos pistas: la de José, por un lado, recitando, repitiendo y listando noticias obtenidas de cualquier número de publicaciones en redes sociales, con todo tipo de argumentación científica o carente de sustento. Algunas con un soporte periodístico o académico con fuentes e investigaciones citadas, las más, simples cadenas de palabrería bien exhibida, rumores, chismes y creencias sin fundamento. Y por otro lado la pista de Ramón; con la descalificación de todos los datos duros, así como a gobiernos e instituciones. Con la denuncia de un complot orquestado desde el capitalismo, la exposición teórica del caos social, y una enredada sinopsis de novelas distópicas escritas por autores angloparlantes, de esas que hablan de primero condicionar para luego someter para, entonces, manejar a una mansa sociedad civil.

Total, que de esa noche bohemia de ocho meses atrás, de conocer a sus amigos por tanto tiempo, del intercambio de mensajes escritos y llamadas desde esa jornada primaveral hasta mediados de noviembre, sin necesidad de estar presente durante sus días y horas finales de vida, ni en funerales ni autopsias, el médico legista derivó su dictamen de causa de muerte y así lo anotó en su diario:

José. 55 años. 2 de diciembre de 2020. Causa de muerte: miedo

Ramón. 54 años. 4 de diciembre de 2020. Causa de muerte: soberbia.

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Es que no entienden

 

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Alguno de mis lectores no entiende. Dice que nunca escribo de cosas trascendentes, que mis columnas tratan de temas y experiencias cotidianas que nada tienen que ver con la rotación de la tierra, la problemática mundial o la reciente verborrea del gobernante en turno. Otros de mis lectores piensan que la vida anda por distinto rumbo, y que, lo importante, es hablar de lo que parece trivial pero que a todos nos pasa. Para ellos va este escrito:

Sentado, alienado y sumiso, alcancé a escuchar los patéticos esfuerzos del hombre de mediana edad por conquistar a la joven cajera. Con la cálida sonrisa de la atención al cliente, pero con la elusiva mirada del desprecio, lo despachó haciendo contacto visual por encima de su hombro con el muchacho sentado en primera fila.

En sincronía con el cambio de números en la pantalla y con evidente alegría para la cajera, el muchacho se levantó y avanzó hasta la ventanilla con la firme pisada de la juventud y el éxito. La escena fue cómo al revés: él, con el garbo de los apreciados por el cadenero de antro y con la confianza que brinda una solvente chequera, haciendo alguna transacción bancaria en físico, pero con el pensamiento en otra dimensión. Mientras que ella, pareció disfrutar de su mejor momento del día, de un minuto Cenicienta en la liberación del yugo social que sólo se materializa en las telenovelas mexicanas. Con la misma agilidad del caminar, el muchacho terminó su trámite, y se esfumó dejando tras de sí un aroma a loción cara.

Solíamos decir que la fracción más pequeña de tiempo no era el cronón, sino el instante entre el cambio de luz del semáforo y el claxon del idiota de atrás. Hoy sabemos que no es así: hoy decimos que el mínimo intervalo temporal se da mientras un cliente le da las gracias a la cajera y quien tiene el siguiente número se apersona ante la ventanilla. Pero esta vez no sucedió así.

Busqué con la mirada a alguien de pie antes de que los números aparecieran en la pantalla. Seguía el E-153 y mi turno era el E-154. La cajera puso una especie de anuncio en su lugar y desapareció detrás del mostrador: ya sabes, la ley de Murphy que sólo se aplica en uno. Pasaron un par de peñanietistas minutos y ella regresó. Ya estaba yo de pie pensando que mi antecesor debió abandonar la sucursal. El cambio de números apareció.

Impaciente, paseé mi vista por todo el local para comprobar mi hipótesis. Pero no, en la hilera final, y en la última fila, se levantó un anciano con la parsimonia propia de su imagen. Volví a mi asiento.

Un largo intercambio de argumentos siguió. La empleada bancaria insistiendo en que el anciano debía contar con una aplicación en su teléfono para no acudir al banco, mientras que la lógica del señor decía que, si la institución bancaria le cobraba comisiones por todo, él tenía derecho a hacer sus transacciones de la forma que él decidiera. El tono subió cada vez más hasta que al final, el viejo le espetó: “no me importan tus protocolos ni tu pandemia, ni tus aplicaciones ni tu tiempo, mi principal ocupación es venir a realizar los pagos y nadie impedirá que yo siga con mi vida”. Ella no tuvo más opción que atenderlo. Él, ya más tranquilo, se despidió de forma cortés, diciéndole que mañana regresaría para pagar el agua. Pasó por delante de mí con el andar de un vapuleado cuerpo, pero con la actitud de un espíritu íntegro, dejando una estela de dignidad en el ambiente.

Por fin apareció mi número, con mucha calma me aproximé a la ventanilla. Llevando la mirada hacia el falso plafón del techo y con el suspiro de quien repite más escenas que un mal actor, me recibió con desgana:

—Estos viejitos no entienden. ¿Qué necesidad de venir hasta acá si pueden hacer todo desde la cama?

Pensé que, para ella, su retórica no ameritaba respuesta. Yo, me sigo preguntado: ¿quién entiende y quién no?

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Grupos de Seguridad

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Centro histórico de Saltillo, Coahuila. Transcripción y notas en torno a lo acontecido la noche del 20 de octubre de 2020.

8:48 pm (comandante P.V.): Buenas noches vecinos y vecinas. Andaré en turno para cualquier apoyo que requieran. Quedo a sus órdenes. Atentamente, comandante P. V.

8:50 pm (vecino 1): Se oye una mujer gritando ¡

      Años atrás, vecinos y comerciantes del centro histórico de Saltillo, iniciamos, de mano de la administración municipal, un novedoso programa de cooperación entre ciudadanía y autoridades para cuidar de nuestros trabajadores, de nuestras casas y de nuestros negocios.  

8:50 pm (policía 1): Pase domicilio exacto por favor para aproximar unidad.

8:50 pm (policía 2): Indíquenos dirección exacta de favor.

8:50 pm (vecino 1): En Hidaldo, entre Lerdo y Múzquiz.

      Apoyados en tecnología al alcance de las mayorías y en el surgimiento de las redes sociales, el primer grupo de seguridad municipal por WhatsApp fue puesto en marcha con la coordinación de Salvador Rodríguez Saade, líder de los comerciantes del centro. En tiempo récord, bajaron los índices de robos por farderismo, allanamiento y violencia. Igual, se incrementó la captura de delincuentes in fraganti o en huida gracias a la comunicación clara y oportuna en tiempo real.

8:51 pm (policía 3): Próxima unidad. Próxima unidad de preventiva.

8:52 pm (vecino 1): Sigue gritando horrible. No sé qué pasó.

8:53 pm (policía 1): Unidad próxima.

8:53 pm (vecino 2): Qué pasó (sic)

8:54 pm (comandante P.V.): Ahí me aproximo.

       Con reglas claras y firmeza, administrados por agentes probos e identificados, estos grupos de seguridad se multiplicaron por cada zona de la ciudad. Se sanciona con baja a quienes publican falsas alarmas y se insiste en utilizarlos sólo para emergencias, dejando de lado las cuestiones personales e ideológicas. 

8:55 pm (policía 1): (envía foto del lugar, se ve la unidad con torretas encendidas)

8:55 pm (comandante P.V.) (audio, seguido de un par de fotos in situ): Aquí nos encontramos en el lugar.

      Ejemplo de cooperación entre gobierno y sociedad civil, quienes participamos en estos grupos de seguridad por una convención particular, aplaudimos las políticas fincadas en inteligencia más que en gasto, en programas incluyentes más que en dádivas, en tecnologías accesibles más que en despampanante armamento. Dicen los que saben, que la casa más limpia no es la que más se barre, sino la que menos se ensucia, que el cuerpo más sano no es el que se atiborra de medicinas, sino el que mejor se alimenta…y que las ciudades más seguras no son las que tienen más rifles, sino las que cuentan con más ojos. No le hace que, en ocasiones, una alarma verdadera devenga en fiasco de crimen, ojalá así fuera siempre:

8:56 pm (vecino 2): ¿Qué pasó? Mis papás viven cerca, para decirles.

8:56 pm (comandante P.V): Es un cortometraje que están haciendo.

8:56 pm (policía 1.): Se está grabando un cortometraje de La Llorona, para que no se alarmen.

    Yo pensaba que un parámetro para medir grandes ciudades era el índice delincuencial. Hoy creo que una gran ciudad se mide por la participación ciudadana y porque en sus calles se filman cortos y películas. Por cierto, denle un Oscar a esa actriz que hizo de La Llorona: excelente histrionismo ¡¡

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Una ida a la tienda

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Publicado el 27 de septiembre de 2020


Por César Elizondo Valdez

 

Siempre en busca de señales, sintonizo una película que promete y me siento a verla. La historia camina bien de mano de la gastronomía con innumerables escenas donde los protagonistas dan cuenta de suculentos platillos y postres. Con la digestión luchando contra un ceviche de atún, nada de lo que veo en la pantalla despierta en mi algún deseo culposo... hasta la aparición de una dama fumando.

        Soy fumador social, y como el distanciamiento social se me da bien desde antes de la pandemia, no hay cajetillas en casa. Continúo viendo el filme; más o menos, siete escenas de comida por una de alguien fumando. Cualquiera que disfrute de un cigarro ocasional sabe que algo se dispara en el cerebro cuando vemos a través de la pantalla a un personaje dar largas caladas a un cigarrillo.

       Termina la cinta. Igual a tantas cosas de mi vida, el control remoto no funciona bien, la pila se está acabando. Me levanto del sillón sin hacer ruido para no despertar al rey de la casa, el perro. El proceso mental es automático para dar con una excusa que me obligue a ir a la tienda: debo conseguir nuevas baterías para ese control. Antes de salir, otra solución perfecta se suma a mi plan: iré caminando.      

        Llevo una docena de metros andados cuando miro al suelo. Descubro que tengo puestas las ridículas chanclas para las cuales no existe un sustantivo sofisticado, entonces, las sigo nombrando por antonomasia: las crocs. Ni siquiera considero la idea de regresar y me justifico pensando que no he salido en pijama.

        En distancia lineal, la tienda de conveniencia está a unos cien metros de mi hogar. Pero, no tan rápido, vaquero: la colonia donde vivo cuenta con una barda perimetral que no la tiene ni Trump. Debo rodear un buen tramo para después regresar por fuera del muro hasta llegar a la tienda. No me quejo, pues tanto vecinos como autoridades han decidido que la promesa de seguridad se antepone a la garantía de libre tránsito.

         Todo el camino saboreo el cigarro que, con calma y al aire libre, fumaré mientras regrese. También me pregunto, igual a todos los días, qué me querrá decir la vida con todo este rollo que vivimos desde marzo. Es que yo me siento bien, además de ser bastante torpe para entender los mensajes cifrados de la existencialidad, o para ver las señales.  

        Apenas cruzo las puertas de cristal, un reflejo instintivo no anticipado por Darwin lleva mi mano derecha a un bolsillo de la camisa, luego la izquierda va al otro, y después van en sucesión a los cuatro bolsillos de mis jeans. Repito en dos ocasiones los movimientos con ritmo acelerado, como coreografía de la Macarena, y el horror se hace presente: no encuentro mi cubrebocas.

      —¡Fuera de aquí, no puede entrar sin cubrebocas!

      Me cubro la boca con una mano e intento mi cara de ojos rogones.

     —Por favor, sólo vengo a comprar unos cigarros.

     —No se puede, hay cámaras de seguridad grabando y me despiden si lo atiendo así. ¡Sálgase, pero ya!

       No pienso pasar a la posteridad como “lord-cigarros” y salgo sintiéndome Quasimodo. Lo primero que veo es la interminable muralla que habré de rodear para sentirme de nuevo en casa. Maldito tapabocas, desgraciada pandemia, estúpidos muros. Ahí encuentro las señales.

 cesarelizondov@gmail.com  



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La increíble predicción de Jal Pisarcik

 

Publicarse el 24 de mayo de 2020

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Publicado el 24 de mayo de 2020


Por César Elizondo Valdez

Para quienes piensan que con las comunicaciones de hoy nada pasa desapercibido, la distópica historia de Jal Pisarcik ha de parecer increíble, pero te han repetido el cliché hasta el cansancio: la realidad supera a la ficción.

      ¿Te acuerdas? Fue en la semana del Súper Bowl cuando una televisora habló de contenido borrado de internet y la desaparición de un acaudalado inversionista inmobiliario. Un video de ochenta y cuatro segundos compartido originalmente en tiempo real por las redes sociales del hoy desaparecido Pisarcik.

      Ahogado en alcohol y quizás algunas sustancias más, durante la fiesta de año nuevo para recibir el veinte-veinte, el tal Pisarcik tuvo a bien grabarse con el mar caribe como fondo en el balcón de lo que dijo él, es el hotel más increíble del mundo.

      Y dijo algo más o menos así: que no estaba festejando la llegada de un nuevo año sino de una nueva civilización. Dijo que ahí, en el mismo pent-house del hotel, estaba brindando con algunos de sus amigos y otros agregados, los muchachos más poderosos del mundo, The Boys, fue como se refirió a ellos.

      Explicó que juntos viajaron a principios de año a Ushuaia y de ahí al Chimborazo, luego en abril estuvieron en Finisterre, y que finalmente fueron estafados en octubre cuando quisieron conocer las pinturas de Lascaux y terminaron en un tour guiado dentro de una réplica de las mismas. Se quejó de que, en todos esos lugares, le pareció que estaba en un mitin político en lugar de vacacionando.

      —¿Acaso debo vacacionar en Punto Nemo para tener privacía?,¿por qué tengo que alternar con negros, amarillos y latinos cuando quiero divertirme?— preguntó a la cámara de su teléfono el achispado Pisarcik.

      —Ya no más— él mismo se respondió.

     Y entre frases inaudibles, discurrió algo relacionado con la fermentación de las uvas y el costo de una barrica de roble francés, para continuar diciendo que durante los próximos doce meses el mundo se frenaría. Que ellos mismos alcanzarían a ser beneficiarios de su visión sin necesidad de esperar generaciones para ver el fruto de los cambios emprendidos, cuando lo bueno se vuelva inaccesible para las masas y cuando las mesas no excedan de ocho lugares. Cuando los estadios se achiquen y las distancias se agranden, cuando los mares sean navegados por yates particulares y ya no por trasatlánticos abarrotados, cuando en el cielo haya un puñado de Learjets ejecutivos y en los museos un montón de aviones comerciales, cuando el volumen de ricos y pobres disminuya, pero la proporción de desigualdad entre las orillas permanezca inalterable. Cuando las economías colapsen y las leyes de Darwin migren de la naturaleza a las camas de hospital y se sometan a su mismo postulado para quedar obsoletas dando el paso definitivo a las leyes de la selección financiera. Cuando el mundo sea el edén que el progreso se comió, cuando la democracia se limite a la política estudiantil y nadie busqué democratizar el buen estilo de vida.

      —En menos de doce meses estaré viviendo en la nueva civilización— dice sonriendo Pisarcik casi para finalizar el video. Y remata:

      —Creo que no me alcanzará la vida para ver el mundo reducido a cuatro mil millones de habitantes, pero me conformo con no cruzar mi camino con los más de tres billones— (así lo dice el pendejo)—que por hoy salen sobrando.

cesarelizodov@gmail.com

 


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Bandidos

 

Publicado el 15 de mayo de 2020

Por César Elizondo Valdez

Dadas las actuales circunstancias, se figura a si mismo como un furtivo Sean Connery o Steve McQueen en una de esas historias de ladrones, hasta el insólito clima brumoso pone su parte para eso. Demasiado tarde se percata de no traer puesto el cinturón de seguridad. Ha llegado hasta el retén y alcanzó a pasar la mascarilla del cuello a la boca; se asoma fugaz al espejo retrovisor, y su reflejo, ahora sí, asemeja a un bandido de película western más que al citadino de pandemia universal.

     Por instinto, al hacer alto total ante el agente voltea hacia el asiento contiguo donde está el periódico, y se fuerza una sonrisa que nadie observa debajo del cubrebocas al ver una fotografía donde aparecen gobernantes, médicos y encumbrados empresarios con indumentaria facial similar a la suya.

     —A ellos les sienta bien— dice apenas murmurando. Con las cejas enarcadas regresa su mirar hacia el agente y percibe en él la misma identidad de la fotografía y el espejo.

     El tránsito le indica con impaciente ademán que circule, así como director de orquesta cuando marca un tempo vivo. Se le suaviza la cara al superar el retén y le envuelve la ironía de la exigencia a enredar el rostro en una fétida máscara mientras el cuerpo se expone sin amarres ni seguros. Batalla para respirar normal al tiempo que unas gotas aparecen y descienden por su frente; va de nuevo el tapabocas al cuello.

     Llega al centro comercial y otra vez a detenerse ante el franjeado amarillo. Atraviesan familias enteras con carritos repletos de mercancía varia, no del todo abarrotera. Luego, pasa de largo la puerta principal del supermercado, aparca en la soledad del estacionamiento del lado de los locatarios, se estaciona en el primer lugar, inmediato a los pintados de azul. 

     No hace un repaso mental de lo que viene a continuación, lo tiene bien aprendido. Baja del auto, mira en todas direcciones para saber que nadie le sigue y se encamina sin disimulo y con descaro a una de las puertas de servicio.

     Empuja la barra horizontal de la puerta, ésta cede. Sus ojos se ajustan rápido a la leve oscuridad, brota en sus brazos sin mangas la piel de gallina y le tiritan los dientes al adentrarse en el grisáceo pasillo de bloques sin acabados ni aislantes. Camina y empieza a contar: una trampa para ratas, un acceso, otra trampa, segundo acceso, tercera trampa, y ahí está su puerta. 

     Gira de nuevo su mirada en todas direcciones antes de acercarse a la puerta, sin dejar de mirar a izquierda y derecha da un par de pasos al frente para llevar sus manos al candado, a puro tacto encuentra las cavidades necesarias, no necesita ver lo que hacen sus dedos para esta parte del trabajo; se escucha el chasquido de las trabes para liberar el arco del candado chino. Se introduce en el localito, cierra la puerta tras de sí. Checa su teléfono móvil, desliza su índice por la pantalla de una aplicación a otra y desde arriba hacia abajo; no tiene mensajes nuevos. Activa la lámpara de su teléfono y se dirige a donde debe estar el dinero. Abre sin problemas la tapa de un costado de la caja registradora, con sus dedos expertos encuentra la palanca que libera por mecánica el cajón de la gaveta, jala de ella y aluza. Encuentra el resplandor del dinero.

     Sale de ahí con igual sigilo. En el trayecto de regreso ve en un baldío a las mismas personas de la imagen del periódico entregando despensas para acortar las distancias entre los ricos y pobres, entre pandemia y tornados, entre elección y elección. Más allá observa grandes negocios abiertos con pancartas donde ostentan sus tecnicismos legales para seguir operando, y por andar de mirón, por poco choca con un autobús de transporte de personal llevando gente a la industria.

     Llega a lo que llaman hogar y le entrega el dinero a su pareja. Ella lo cuenta una y otra vez en franca urgencia y sus ojos pardos desorbitan mientras se inyectan de sangre.

     —¿De verdad es todo lo que nos queda? — pregunta.

     —Si, se acabó la caja chica. 

     Ya no se figura a Connery o a McQueen, ni a ladrón de cuello blanco, es solo un microempresario.

cesarelizondov@gmail.com

 


El día después de mañana (un día sin mujeres)

 

léelo en la edición digital de Saltillo 360


Publicado el 08 de marzo de 2020

Por César Elizondo Valdez

¿Debemos ser feministas? ¿O erradicar el machismo? Te confieso que no alcanzo a comprender a cabalidad de que va la importante fecha del día de mañana. Lunes nueve de marzo, un movimiento donde las mujeres no se moverán en protesta por una cultura donde la discriminación hacia ellas ha escalado hacia el maltrato y la vejación, el sexismo y violación, la invisibilidad y falta de garantías, hasta llegar al funesto feminicidio, término que indica el asesinato de un ser humano por el hecho de ser mujer, no por otra circunstancia.

     Habríamos de ser expertos en psicología y antropología para entender porqué los mexicanos hemos ido unos pasos más allá del resto de la humanidad en relación al machismo, esa condición que igual brota de una madre que es comparsa de sus hijitos varones, que de un sacerdote que justifica el adulterio masculino, o de una cervecería que no concibe sus eventos sin presencia de edecanes.

     Y claro, existen muchos matices entre lo arriba citado, pero seguro has escuchado aquello de “encierren a sus gallinas que mi gallito anda suelto”, o “si se lo dieras en casa no buscaría nada afuera”, o también la consabida de que, en convenciones de trabajo, así como en eventos deportivos se asegura un éxito cuando hay “atractivo visual”. Y quizás no sea tan claro ese hilo conductor, pero la dilatación de trabas o usos y costumbres abona un fértil terreno para que el machismo blanco despliegue sus alas hasta convertirse en crimen social.

     Pero ¿ya te diste cuenta? Me pongo a culpar a todos, menos a mi mismo, al hombre. Para mí, es fácil señalar a las madres que crían machos, o a la religión machista, o al vicio que lo fomenta. Pero ¿Qué hay de mí como varón? ¿A qué hora me hago responsable de mis actos y de mi libre albedrío? ¿Cuándo voy a ser un Hombre para dejar de ser un machito acomplejado?

     Insisto, hay mucha carga antropológica (entendida como estudio de ciencias sociales y cultura) en nosotros para llegar a ese machismo que deviene en feminicidio en su parte más extrema. Pero alguna capacidad intelectual habremos de tener para vencer esos instintos primarios que cuando no son encausados, evidencían nuestro origen animal.

     Por lo pronto, mañana por la mañana seré mudo espectador de la gesta de las damas. Pero pasado ese día, seré fuerte partidario de erradicar el machismo. Tengo para eso un buen guía: entre mis pocos haberes puedo contar un amigo, que, cual caballo de Troya, sin aspavientos ni gritos va sembrando una conciencia, sin pretender señalar, sin siquiera argumentar, con ejemplo suma adeptos. ¿Tú te lo puedes creer? Él no ve pornografía, y sabe cómo negarse a negocios y amistades que contrarían sus creencias. Él habla de raciocinio por encima del instinto, de la virtud de guardar por arriba de gozar, de la pareja y los hijos, del respeto a la mujer, no por ser condescendiente como mirando hacia abajo, es por respeto a la vida, mirando siempre hacia el frente.

     Mañana será otro día, y el día después de mañana, la vida será otra vida. 

cesarelizondov@gmail.com




 

 

 

 

 

Despertar Monterrosano


Cuando despertó, descubrió que había ganado el avión presidencial. ¿Puede haber un despertar más glorioso? ¿Puede un objeto simbolizar un anhelo? Llevar vida de Presidente, hacer gala de voluntad, pisar donde pocos llegan, posición y dominio, influencia y poder. Todo representado en un avionzote blanco que muy pronto estaría a su disposición. 


Igual a todos, en autopercepción, se consideraba un hombre decente. ¿Qué alcances puede tener un hombre decente con un avión presidencial? Las posibilidades le parecieron infinitas.

Pero las dificultades empezaron antes de reclamar el premio. Junto a la responsabilidad ganada con ese avión venían tantas más, imposibles de enumerar en un cuentito como este, que no supo ni por donde comenzar. Lo primero que hizo, en un arranque por romper con el pasado sin vislumbrar el futuro, y aún antes de recibir el premio, fue destrozar la casa donde lo pudo guardar. Fue el principio de una pesadilla de autodestrucción. 


Una vez que tuvo dominio sobre el avión, su ánimo empezó a dar bandazos desde un humor casi infantil, capaz de cautivar a muchos, hasta un cierto tipo de rabia que afloró resentimientos cuando alguien lo contradijo. Su comportamiento dio razón a los refranes y proverbios referentes al éxito y el poder que este conlleva. Rápido se alejaron de él amigos y compañeros, familiares y leales trabajadores. -Cobardes, envidiosos y rastreros-, decía de quienes se apartaron. Por supuesto, arribistas se acercaron buscando ser salpicados, pero fueron despedidos con la feroz concepción de las cajas destempladas, se apartaron cabizbajos y no exentos de rencor. Antes, mucho antes de lo anticipado aún por sus malquerientes, la soledad lo alcanzó con el avionzote blanco estacionado.


Sin saberlo conducir, sin pilotos de confianza, sin tener a donde ir ni con nadie convivir, decidió poner a la venta el avión sin haberlo disfrutado. No hubo cliente para tan ostentoso capricho. Intentó luego rentarlo: se lo tomaron a broma. Parqueado lejos de casa, sin cobertizo adecuado y a la intemperie, frente a poderes más irascibles y duros que elementos como el agua y el aire, el fuego y el barro, y ante ese puntual verdugo cuyo nombre es el de tiempo, fue que el avión dejó de ser un atractivo activo y se convirtió en pesado lastre. 


El tiempo avanzó, inexorable, y había que deshacerse de ese cáncer que le carcomía la existencia. No se le ocurrió nada mejor que rifarlo: un fracaso más a la sucesión de desafortunados eventos. A pesar de haber pobreza, hubo forma de darle un par de laqueadas blancas porque empezó a deslucir, se convirtió en un avión con varias capas de blanco. Pero nadie lo quería, quizás por su pálido color, siempre referenciado al elefante de Siam. El avión parecía embrujado, se había convertido en una maldición y terminó por aceptarlo así ante todo el mundo. Total, después de muchos intentos, ofrecimientos y guasas, no salió ni regalado; se le pudrió entre sus manos como al avaro mercante se le echa a perder la fruta que en su momento valió.


Al final, el avión ganado solo le sirvió para llegar volando a donde alguna vez prometió que se iría cuando las cosas fallaran: a su rancho. Llegó y se acostó temprano, y quiso soñar con mejores futuros y nuevos comienzos, con un pueblo bueno y cheques al portador, con una nueva oportunidad para dejar de lado al maldito y blanco avión; pero nunca volvió a soñar bonito, porque la vida da solo una oportunidad de ganar un avión presidencial, para saber negociarlo por penurias o bondades. Tuvo algunas pesadillas cuando se durmió en su rancho aquella primera noche. 


Y se llegó el día siguiente. Y cuando despertó, el avión todavía estaba ahí.


Y se llegó la semana siguiente. Y cuando despertó, el avión todavía estaba ahí.


Y se llegó el mes siguiente. Y cuando despertó, el avión todavía estaba ahí.


Y se llegó el año siguiente. Y cuando despertó, el avión todavía estaba ahí.


Y se llegó el régimen siguiente. Y cuando despertó, el avión todavía estaba ahí.


Y muchos años después, en la ancianidad forzada, sin poderes ni riquezas, malogrado y olvidado, abrió un nuevo libro de historia que en su mochila cargaba como una pesada ancla el más joven de sus nietos, y, el avión, estaba ahí.

cesarelizondov@gmail.com


Súper Bowl LIV


Publicaod el 31 de enero de 2020 en Saltillo 360


       Ya sabes hasta donde ha penetrado el fenómeno del Súper Bowl en nuestro país: el primer lunes de febrero no hay clases porque un día antes se celebra el campeonato de la NFL. Parece de risa, pero si es una prueba de como los populares festejos de la industria del entretenimiento decoloran a las efemérides de las gestas nacionalistas.

     Y pues también sabes que además de ser un apasionado del fútbol americano, soy un entusiasta seguidor de la NFL por ser la organización que para mi gusto debería incluirse en los planes de estudio de las carreras económicas. Me explico: me parece genial como logran en esa liga que sus participantes de todos los niveles obtengan grandes beneficios económicos a la vez que se procura la igualdad de oportunidades de éxito para los mismos protagonistas e inversionistas. Bastante intrincado profundizar aquí en cosas como el draft colegial, tope salarial, agencia libre, marcas registradas, boletaje y derechos de transmisión; pero basta saber que todo dentro de esa organización lleva como finalidad dos cosas: primero la generación de riqueza, y segundo, la igualdad entre sus competidores para no caer en el aburrimiento de ver cada año a Spielberg recibiendo el premio Oscar. Claro, dirás que los Patriotas se han pasado el siglo ganando el trofeo Vince Lombardi, pero esto se debe a que dentro del modelo de organización que es la NFL, los Patriotas resultaron ser un modelo de grupo triunfador.

Pero vayamos al juego de hoy: San Francisco contra Kansas City. Pues si nos vamos por la percepción que todos tenemos de las ciudades representadas, los Jefes nada tendrían que hacer aquí frente a los chicos del Golden Gate, pero ahí reside la grandeza del deporte. En la cancha son once contra once y nadie más entra. Y de ahí se desprende mi pequeño análisis: hoy por la tarde, cuando el tío necio se empeñe en casar una apuesta, no hagas caso de lo que dicen las líneas de apuestas, ya que estás reflejan el sentir de los aficionados que meten su dinero en Las Vegas y no el poderío real de los contrincantes, es decir, en muchas ocasiones los momios de las apuestas indican quien es más popular, no necesariamente quien es mejor.

Y para saber quién es mejor, pues ahí si hay que seguir a los expertos, cosa que tu servidor ha hecho durante las pasadas dos semanas, y el resumen viene a ser el mismo de siempre: entre una gran ofensiva y una temible defensiva, sigue imponiéndose la segunda; entre un equipo pasador y un conjunto corredor, sigue ganando el segundo; entre fuegos artificiales y plan de juego, el plan de juego prevalece. Todo lo anterior indica que los 49ers de San Francisco deberán unirse hoy por la noche al selecto grupo de los Acereros de Pittsburgh y los Patriotas de Nueva Inglaterra como los máximos ganadores del Súper Tazón con seis triunfos. Esto, a menos que el joven maravilla del deporte profesional, Patrick Mahomes, ponga alguna objeción, o que los imponderables definan el juego. 

Como cada año, te recomiendo ver este partido, estoy seguro que lo

 vas a disfrutar. Con solo ver el espectáculo que es Mahomes dentro

 de la cancha, valen la pena cinco horas sentado frente al televisor,

 no importa si nos tenemos que chutar las presentaciones de JLo y

 Shakira en el medio tiempo, ahí estaremos cerrando el maratón de

 Lupita Candelaria. 
  

cesarelizondov@gmail.com