Mi respuesta a tu crítica

Publicado el 24 de Mayo de 2015 en Revista 360 Domingo, de Vanguardia

Mi respuesta a tu crítica (1 de 2)

       Nada más presuntuoso que un escritor diciendo que tiene solo un lector a diferencia de Catón, quien dice tener cuatro; y es que en una simple aritmética sin abandonar la misma alegoría, ese escritor nos estaría diciendo que lo leen la cuarta parte de los lectores que tiene el cronista de nuestro Saltillo, lo que sin duda muy pocos editorialistas han de alcanzar en todo México y hasta dónde llegan las publicaciones de Don Armando. Pero bueno, habemos quienes, dejando de lado la metáfora de los lectores de Catón y la falsa modestia de algunos escritores, pensamos que hay un puñado de personas que gustan de leer lo que escribimos.

      Y de vez en cuando recibes una de las principales satisfacciones que un escritor pueda obtener: La retroalimentación en forma de crítica por alguien ajeno a tus puntos de vista. Y es que muchos de quienes luchamos por obtener o conservar un espacio editorial donde publicar, lo hacemos porque la vida nunca ofrece muchas formas de compartir nuestros pensamientos, experiencias e ideales independientemente de que estos sean bien o mal valorados, aceptados o rechazados, entendidos o malinterpretados.

      Sin importar el lugar o grupo dónde quieres expresar tus puntos de vista, siempre contaminan lo que en comunicación se llaman ruidos, eso que hace imposible el intercambio genuino de ideas: En la familia existe un patriarca al que se debe escuchar por lealtad pero jamás contrariar por respeto, el sistema educativo está diseñado para contener miles de datos pero no para liberar mínimos debates, con los amigos nunca está exento el alcohol y la fiesta que todo lo trivializan y tergiversan, siempre en el trabajo hay una imperturbable línea jerárquica que inhibe la comunicación, y con los medianamente conocidos, la errónea percepción de una buena educación traducida como lo políticamente correcto, nos prohíbe polemizar sobre cualquier tema para no ser calificados de intransigentes, fundamentalistas, fóbicos, torpes o cerrados de mente.

      De ahí la catarsis que uno encuentra cuando puede verter sus “verdades” en una especie de monologo dándole rienda suelta a las percepciones que uno tenga acerca de todo lo que nos rodea. Pero sin que uno se dé cuenta, luego resulta que el monologo se vuelve predecible, uniforme, y peor aún, peligroso. Y entonces alguien hace sonar la campanilla que lo hace a uno abrir más los ojos y ponerse alerta ante la puntualización crítica de una persona que desde que tiene la decisión de hacer algo como escribir y enviar un correo electrónico, demuestra una sana intención de hacer del monologo, un dialogo.

     Pero ya entrando en materia, me escribe uno de mis lectores reprendiéndome porque en no pocas ocasiones he tocado temas en dónde la religión y la divinidad han sido abordadas desde mis personales creencias y la doctrina que profeso, las cuales son algo lejanas a las creencias científicas y a las doctrinas de Estado que imperan en casi todo el mundo. En primera instancia habré de decir que las páginas de opinión no están obligadas a tener la objetividad de la crónica periodística, pues precisamente y como su nombre lo indica, son una opinión.

      Dice mi lector que las personas, aterradas a la vida, buscan una explicación divina a las cosas que no pueden entender, me recomienda leer las noticias de lo que sucede en el mundo para hacer un análisis frío de las cosas. Me insta también a leer un poco de historia para darme cuenta de cómo las creencias en la divinidad han perjudicado sistemáticamente a la humanidad durante siglos.

    Finalmente remata diciéndome que debería utilizar mi espacio y habilidad para escribir sobre cosas menos perjudiciales, entendiendo lo complicado que eso sería para mí. No entendí que quiso decirme con la última oración, pero agradezco su interés de aportar al bien común.

   Desgraciadamente, la premura implícita en esa teoría de Einstein que habla sobre el tiempo y el espacio, me ha dejado sin oportunidad de responder a los cuestionamientos de mi amigo el lector enojado. Pero te prometo lector que si Dios, la ciencia, el Estado, la naturaleza o los humanos me prestan vida, estaré publicando el próximo domingo mi respuesta a tus comentarios.



Publicado el 31 de Mayo de 2015 en Círculo 360 Domingo, de Vanguardia

Mi respuesta a tu crítica (2 de 2)

         Me llevó toda la colaboración de la semana anterior establecer el contexto de la crítica. Crítica que recibí por parte de un iracundo lector que no está de acuerdo con mi forma de abordar en ocasiones las cosas desde la particular perspectiva de mis creencias teológicas y religiosas. Te platico más adelante un porqué de lo que me hace creer, algo que tiene que ver con el instante más triste de mi vida.

        Mi lector me recomienda empezar a leer, asumiendo quizás que soy un iletrado. Infiero que es del tipo de personas que piensan que si llegas a conclusiones sencillas ha de ser porque no te cuestionas lo suficiente y te quedas con lo que te dijeron cuándo niño, ya sabes cómo es eso: Para hacer gala de conocimiento y erudición, hay que explicarse de forma que nadie te entienda, citando a rebuscados autores, misteriosos libros e intrincadas teorías. Y leyendo las noticias de lo que pasa diariamente por todo el mundo, por supuesto que entiendo su entender de que un Dios bondadoso no permitiría tanto desmadre. Pero acá lo llamamos libre albedrío. Y no creo equivocarme cuando pienso que desde el simbolismo de todos los Dioses, los mejores padres son aquellos que dejan en sus hijos la libertad de elegir, así se equivoquen en sus decisiones. Porque la vida no se disfruta desde la cómoda y allanada tersura de un mundo utópico e ideal preconcebido, sino desde la lucha inteligente, espiritual y diaria por adaptarse a una realidad cambiante, imprevisible, y en ocasiones, injusta.

     ¿Dije adaptarse? Sí, y es que también he leído historia, pero no solo esa historia escrita por los ganadores de las guerras que para algunos “instruidos” viene a ser el opio del pueblo que achacan despectivamente a otros, esa historia contada por los vencedores que sí nos dice hasta qué punto el hombre puede hacer barbaridades en el nombre de Dios, o por un territorio, o por un sistema político, o por una calentura; lo cual sigue siendo el libre albedrío del hombre terrenal. Pero también me he tomado la molestia de leer algo de las ideologías de quienes perdieron las guerras, así como su versión no oficial de la historia; y pienso que confrontar interpretaciones de mismos hechos ayuda a formarse una opinión propia para no irse con la finta de la propaganda dogmática de cualquier tipo. Y claro que me ha gustado la historia que hoy tratamos de descifrar desde nuestra civilización, tan diferente a las tribus y primeros asentamientos de homo sapiens y Neandertales que habiendo salido airosos de ese proceso de adaptación por selección natural propuesto por Darwin, ya compartían con nosotros la noción de las religiones como vehículo para acceder al concepto de Dios, porque dentro de su cerebro ya se generaban las mismas interrogantes que a cientos de miles de años, nos siguen dando motivos de insomnio.

    ¿Dije interrogantes? Sí, y es que, aunque por encimita, algo de psicología y un poco de filosofía he tenido oportunidad de leer. Y pienso que más allá de la superficialidad e imprecisión del internet, la sesgada crónica de los diarios, las medias verdades de los libros de historia y la cuestionable cronología y apego a la realidad histórica de las escrituras sagradas, es en la introspección que nos ofrecen la psicología y la filosofía dónde hurgamos incansablemente para finalmente quedarnos siempre con la máxima del papá de los pollitos: Yo solo sé que no se nada. Y es el concepto de Dios quien vuelve a aparecer cuando seguimos buscando respuesta a esas interrogantes que nadie nos puede despejar sin caer en los mismos supuestos que nos critican.

    ¿Dije supuestos? Sí, y es que, amigo lector enojado, ¿Tú has visto un átomo? ¿Has salido al espacio exterior para corroborar que la tierra sea redonda? ¿Has presenciado una aurora boreal? Si no lo has visto con tus propios ojos, con lo único que cuentas para creer que todo eso es real, es con tu fe. Esa misma fe ciega que tenemos los inocentes creyentes. Probablemente al igual que yo, tú crees en lo que te dicen los científicos sin cuestionar nada de sus postulados, pero yo también creo  en lo que dice mi voz interior, mis anhelos, mis dudas, y un humilde entendimiento que me hace fácil imaginar que si algún día explotó el Big Bang, pudo haber sido porque (por favor entiende la metáfora) algún viejo socarrón habría estado jugando con pólvora y fuego. O si no, ¿Cómo?

     Para terminar, te diré que el instante más triste de mi vida nada tuvo que ver con una pérdida o fracaso personal; eso sucedió cuando fui a ofrecer mis condolencias a un compañero ateo que había perdido a su hijo en un accidente. Saber lo que él pensaba de cuestiones fuera de nuestra comprensión y conocimientos científicos, me hizo compartir su dolor en el sentido de pensar que la existencia de su hijo había llegado a un punto dónde ya no había nada más adelante. Más que perder a un ser querido, pensar que este ha desaparecido para siempre de cualquier forma de dimensión, vida o conciencia, es el peor sentimiento que un hombre pueda experimentar.

     No sé si nos veremos algún día en esta vida, amigo Manuel, seguro tendríamos una interesante y larga charla, pero si no es así, espero que puedas concederme la razón en cuanto a que será preferible que nos saludemos alguna vez por allá en el espacioso y eterno paraíso de una conciencia post muerte que yo imagino, a que jamás nos encontremos en el infierno de la oscura inexistencia post vida que tu afirmas.      

cesarelizondov@gmail.com




Dios no necesitaba un Angel

Publicado el 17de Mayo de 2015 en Revista 360 Domingo, de Vanguardia.


Para quienes Dios llama prematuramente, y para sus allegados.
      Ante lo doloroso, incomprensible y prematuro que hay en la muerte de un pequeño o joven ser humano, los adultos tratamos de encontrar una explicación para lo que concebimos como un cruel y truncado destino. Buscamos consuelo en la creencia de que los hijos se van al cielo porque Dios necesita de más ángeles que estén con él. Pienso que eso es cierto para casi todos los que dejan este mundo antes de ser adultos, pero en algunas ocasiones, esto tiene una vertiente adicional.

     Resulta que de vez en cuando, Dios quiere saber cómo están las cosas realmente por acá en el planeta Tierra. Y es que Él escucha muchas oraciones de todo tipo desde cada rincón del universo y en la mayoría de ellas la gente pide su intervención para arreglar toda clase de problemas: Desde encontrar las llaves del auto hasta realizar milagrosas remisiones para personas que sufren enfermedades en etapas terminales; claro está, pasando por las peticiones para sortear dificultades económicas, para sanar corazones rotos por amores mal correspondidos, para aprobar un examen en la escuela, para conseguir trabajo y hasta para encestar el balón de basquetbol.

    Parecería que cuando nos comunicamos con Él, más que pedirle favores le estaríamos cuestionando por nuestras fallas, carencias, cargas, cruces, culpas, tragedias y destino. Pero todo se vale, dice Dios, y todas las peticiones son importantes para Él ya que, aunque en distintos grados, un pesado sentimiento se apodera de todos en el presente aunque el futuro pueda ser tan diferente: Hoy sufre angustia la niña que ha perdido su muñeca de trapo como la adolescente que terminó con su primer novio, sufre la joven solitaria que lleva en su vientre un inesperado bebe y mucho más la madre entregando al hijo que ha fallecido; aunque sabemos que en el futuro solo una de ellas continuará sufriendo por lo mismo. Por esa similitud en la angustia personal y presente, Dios nos dice que pidamos hasta el cansancio desde las cosas más trascendentales hasta por lo que parecería ser trivial siempre que nuestro libre albedrío haya sido rebasado.

      Pero a Dios le duele que jamás le pidamos algo en nuestras oraciones: Que el mundo creado por Él  sea exactamente como lo es. Y es por eso que escoge especiales personitas para llevarlas hasta su lado y que le platiquen los maravillosos testimonios que encontramos por acá. A Dios le gusta escuchar por voz de los niños de esa señora que cada mañana reza fervorosamente por la salud y resignación de los demás ante un templo vacío, de las virales cadenas de oración que surgen en las redes sociales; de sacerdotes, pastores y rabinos que dejan de lado dogmas y ritos para sintonizarse en una misma plegaria, del colega que nadie conoce en la familia pero que cubre parte del trabajo del padre, y del señor empresario que ofrece sus recursos para pagar cuentas hospitalarias de personas desconocidas, de los que corren maratones en beneficio de fundaciones altruistas, de quienes se afeitan la cabeza en un gesto de solidaridad; de los abuelos, padrinos y tíos en ambos géneros que son un baluarte al cual asirse aunque por dentro se sienten tan devastados como los padres; de los siempre alegres compañeros de escuela, y de los nunca olvidados amigos del barrio. 

     También Dios se enternece cuando un pequeño le cuenta de las muestras de amor fraternal entre sus hermanos y primos, cuando estos saben, presienten o sospechan que pronto alguno del clan ya no estará con ellos pero tratan de sobrellevar las cosas como siempre fue en la familia. Dios se alegra por los trabajadores de los hospitales como doctores, enfermeras, laboratoristas, equipo de cocina, administrativos y de limpieza, quienes más allá de sus responsabilidades cubren con un manto de cariño y solidaridad a sus pacientes.

       Al creador le gusta que los niños le cuenten cuan extraordinaria es su madre, esa mujer que ha dejado todo en la vida por el amor a sus hijos, esa persona que les ha dicho una y mil veces que desearía poder cambiar de lugar con ellos para evitarles un sufrimiento, esa dama que ha sacado fuerzas de quien sabe dónde para enfrentar su terrible situación y constituirse junto a su hijo en iluminación de muchos. A Dios le gusta escuchar de labios de los hijos las inspiradoras historias de esos padres de familia que día tras día tienen una rutina de casa-trabajo-hospital, y la cumplen con una estoica fortaleza digna del más recio de los héroes, y sabe también del noble corazón de estos hombres cuando los ha visto llorar en soledad ante la impotencia de no poder hacer más por los suyos.

            Así, pienso que hoy, Dios no solo necesitaba un Ángel. Creo que Dios hoy quiere platicar con una persona de verdad, alguien que le diga la clase de estupendos seres humanos que existen aquí en la tierra. Por lo que si conoces de alguien que Él haya llamado a su lado prematuramente, debes saber que además de ir como un Ángel, va también como un embajador de quienes permanecemos aquí por mientras, es un emisario que le está diciendo a Dios lo grandiosa que fue su corta pero fructífera y feliz vida, y le está comentando como son esas amorosas personas que le acompañaron durante estos fugaces años, rápidos meses y pesadas semanas, es alguien que a nombre de todos nosotros está parado de frente a Dios mirándolo a los ojos diciéndole que su creación, aún con todas sus interrogantes y aparentes injusticias, ha valido bien la pena. Y es a través de él, que Dios nos dice a nosotros: Todo va a estar bien.

    cesarelizondov@gmail.com




Por Cuarta Vez

Publicado el 10 de Mayo de 2014 en Revista 350 Domingo, de Vanguardia


Por cuarta vez.

Escuchó otra vez el llanto, de nuevo se despertó
Por cuarta vez en la noche, que cansancio, que fastidio,
A pesar de su entereza, su espíritu era un quebranto,
Esto era solo el principio, que difícil, cuanto hastío.

El sueño que le contaron, más parecía pesadilla,
Conocía sus deberes, su razón los comprendía,
Aquel pequeño indefenso, solo de ella dependía,
De niña a madre viajó, presurosa, así es la vida.

Más dormida que despierta, se levantó y caminó,
Por cuarta vez en la noche, que cansancio, que fastidio,
Otra vez, cruzar el cuarto; y otra vez, prender  la luz,
Por cuarta vez en la noche, que pesado, cuanto hastío.

Con cada paso que daba, la entereza regresaba,
Aclarando sus ideas, pensamientos, sentimientos,
Nuevamente en la balanza, lo primordial más pesaba,
Se dibujó una sonrisa, ya disfrutaba el momento.

Y así, llegó hasta la cuna. Le dijo cuanto lo amaba,
Con solo escuchar la voz, aquel sollozo amainó,
Lo envolvió en sus brazos mozos, así siempre lo arrullaba,
Y, percibió algo muy lejano, algo que ella conoció.

Unas lágrimas brotaron, que no las quiso guardar,
Era un llanto de alegría, porque a la vida entendía,
Y así, durmiendo a su hijo, se le escuchó musitar:
-Por tu entrega a mi persona, te agradezco, madre mía.-


  César Elizondo Valdez

Construyendo Amistades

Publicado el 03 de Mayo de 2015 en Revista 360 Domingo, de Vanguardia

          ¿Se pueden construir amistades sobre la crítica de la obra y legado de otros? Pues de alguna forma fue algo que me sucedió en días pasados. Me gustaría decir que invité a un colega a cenar, pero la verdad es que tengo la suerte de compartir página editorial en esta publicación con el Poeta y escritor Jesús R. Cedillo, lo que quizás nos hace compañeros de plana dominical, pero disto mucho de considerarme colega de un reconocido bardo y periodista profesional en distintos medios. 

         Llegando a dónde cenaríamos, aires de renovación nos invadieron cuando veíamos que cientos de niños salían alegres y con juguetes y dulces del edificio luego de haber sido festejados por su día; llevaban dentro de su ser el abstracto de la felicidad, representado en sus manos con lo material de sus regalos. Tenía la impresión de que Cedillo era una especie de Ebenezer Scrooge pero rápidamente cayeron mis prejuicios al escuchar lo maravillado que estaba de ver tanta alegría en tantos niños.

      Aún no llegaba la primera cerveza cuando se unió a nuestro grupo Luis H. C., de quien también me gustaría considerarme similar pero cuyo altruismo y entrega a causas y organismos nobles nos hace parecer inhumanos a los demás. Y ya sabes, el inicio de una plática entre gente de distintos perfiles nunca es sencillo, así que metafóricamente hablando, rápidamente nos encontramos con un árbol frondoso, grande y saludable para tumbarlo y hacer leña de ello una vez caído. Villamelón de todos los temas y experto en venderme bien, pude salpicar la charla con algunas ocurrencias.

       De ahí, fue fácil seguir la plática por disímbolos derroteros que fueron de la anécdota de ir en motocicleta a 250 kilómetros por hora en la carretera Saltillo-Zacatecas con un Federal cada vez más rezagado, a la poética muerte del lagunero Valente Arellano que a los pocos días de haber recibido la alternativa moría en los cuernos como siempre fue su deseo, decía él que serían los cuernos de un toro o de una motocicleta, y fueron en estos últimos dónde murió. Hablamos del Padre Usabiaga, impulsor del Instituto Seglar de Estudios Religiosos y cuyo libro aterriza los porqués de los dóndes, de los cuándos y de los cómos de la religión católica que tanta picazón provocan entre la comunidad intelectual no creyente; y concluimos que en bastantes ocasiones, el agnóstico y el ateo caen en lo mismo que critican porque al elegir lo que son, lo hacen por seguir una corriente de apariencias e ignorancia, más que por un razonamiento propio.

     Hablamos de los partidos de fútbol de Tigres, Rayados y Santos; y de nuestros Saraperos en el parque Madero; también de los conciertos a los que fuimos y resultó que hace un cuarto de siglo, sin arrugas y sin canas, y una gran expectativa, los tres asistimos al estadio del Tecnológico de Monterrey a rendirle tributo a Bon Jovi.

    Ya para cenar pasamos de la cerveza al vino tinto. La segunda botella la abrimos aún con esa mirada de complicidad que ponemos cuando todavía pesa más el manual de Carreño que el manual de la felicidad; para la tercer botella de 3V, todas la barreras de comunicación estaban por el suelo. Es a la par de las copas que uno pasa del educado y político “discúlpenme un momento” al honesto y directo “voy al baño”, para caer al irreverente y campechano “voy a mear”. 

       Y así fue como de aquel inicio de plática dónde criticamos la pequeñez de Frida Kahlo en cuanto al tamaño de sus cuadros, la cantidad de sus obras, pero sobre todo la calidad artística de las mismas, brincamos a cuestiones de mercadotecnia que nos dicen como se le da valor comercial a lo que se quiere impulsar, en este caso desde una plataforma llamada Diego Rivera. Entre lo comentado párrafos arriba, también pasamos a comparar las letras de José Alfredo Jimenez con una filosofía de la vida entendida igual por diferentes artistas en distintas culturas; comparamos el carisma de Pedro Infante con el arrastre de algún ex gobernador y fue imposible dejar de lado la analogía de como la temeridad truncó ambas carreras. Todavía hubo tiempo, estómago y ganas para tomar un digestivo, y ahí accedió el poeta a abrir una cuenta en alguna red social; aún estoy esperando la invitación.

     Finalmente, cuando la hora oficial dictaba que era tiempo de retirarnos, abandonábamos el edificio ya desértico de la gente de ese día pero pletórico de vivencias de muchas personas y años. Y me pareció que al igual que unas horas antes, seguían saliendo niños de ahí; y es que llevaba conmigo además del abstracto de buenas y divertidas historias, de sabios puntos de vista e interesantes creencias, lo material de una cosa que representa las vivencias de un pasado y que promete un futuro: Un corcho con una fecha y tres firmas.

cesarelizondov@gmail.com



Cultura Light

Publicado el 26 de Abril de 2015 en Revista 360 Dominical de Vanguardia

     Hace años escuche por primera vez el término “Padres light”. Alguien lo utilizó para etiquetar a todos aquellos jefes de familia que estamos desperdiciando la oportunidad de forjar auténticas familias al equivocar prioridades en la formación de los hijos. Creemos que darle valor a la familia es salir todos en bola a dónde haya mucha gente, pasando las horas cada quién con el grupo de personas afines a su edad o género, restando solo el tiempo de traslado entre lugares como oportunidad para realmente convivir en familia. Nos equivocamos también al escudarnos en aquello de que es mejor calidad a cantidad; claro que la calidad es importante, pero por poner un ejemplo casi podríamos asegurar que si la cantidad no es suficiente, tu pareja buscará a alguien más. Igual los hijos.

       El concepto light, en mi opinión, se extiende hasta cada rincón en lo referente a las relaciones humanas. Las relaciones cada vez pierden más el significado de humanistas para convertirse en relaciones convenientes. Así, es común ver en el ámbito político a personas con los más bajos niveles de moralidad o sin capacidad profesional, ejerciendo responsabilidades y tomando decisiones que afectan a cientos de miles de individuos, esto producto de alguna relación de interés al representar estas personas un malentendido activo político. En los deportes, cuando era niño tenía una fuerte predilección por algún equipo en cada disciplina ya que cada plantel tenía una mística que era compuesta por una mezcla de las capacidades y personalidades de sus integrantes. Hoy en día, el mundo del deporte ha cedido al poderoso caballero y es prácticamente imposible ver a un representativo que pueda mantener una plantilla de jugadores y cuerpo técnico estable a través de los años. Así, las franquicias cambian de sede, nombre y uniforme a la primera oferta económica, derivando esto en escuadras carentes de identidad, sin tradición.

    Todavía peor, en la formación académica, es común escuchar razones como el roce social siendo factor de decisión al elegir escuela para los hijos, extendiéndose esto hasta las relaciones afectivas de cada miembro de la familia. En el trabajo, la cultura light se ha metido en las relaciones laborales, comerciales y legales llegando a despersonalizar en su totalidad el trato entre seres semejantes; por supuesto que la tecnología ha puesto su grano de arena en esta corriente, ya que poniendo al alcance de todos la rapidez en las comunicaciones, al final aparece culpable por el pobre entendimiento entre interlocutores cuando no es lo mismo manifestarse que entenderse. Solo de pasada, la cultura light llegó hasta el Vaticano cuando se eligió un Papa de transición.

      Pero es lógico y entendible debido al ritmo de vida que llevamos, todos necesitamos descansar un poco en la cultura light. Y es que los tiempos actuales nos demandan interactuar más y con un mayor número de personas, es difícil poder llevar con todos las relaciones humanas que quisiéramos, por eso caemos en las frías y convenientes relaciones que después se van haciendo hábito hasta que el concepto light termina por regir nuestras vidas. Es por eso que recordamos rostros pero olvidamos nombres; por eso cuando nos invitan a un bautizo o una boda vamos a la fiesta pero nunca a la misa; recordamos cuando es el cumpleaños del jefe pero olvidamos el de nuestro hermano, por eso sabemos los derechos y obligaciones de nuestros trabajadores pero ignoramos cuáles son sus sueños y no conocemos a sus familiares. Luego queremos conocer a nuestros hijos sin conocer a sus amigos, sin conocer el entorno en el que viven. Nos convertimos en el más resplandeciente candil de la sociedad, al tiempo que somos la más parca oscuridad de nuestra propia vida.

      Debemos reconocer que las relaciones humanas, sobre todo las que tienen que ver con nuestro cercano círculo familiar y de amistades, tienen la prioridad de no devaluarlas con esa cultura light de apariencias. En ese pequeño grupo, no debe haber espacio para lo que hemos dado por llamar políticamente correcto; en las relaciones humanas que valen la pena, aquellas que deseamos conservar o queremos perfeccionar, lo correcto, es correcto a secas, sin adjetivos. En relaciones humanas, sería deseable desechar la cultura light para emprender una cultura “strong”, dándole fuerza a lo importante.


cesarelizondov@gmail.com

La petición final de un hombre serio

  Publicado en Domingo 360 La Revista, de Vanguardia, el 19 de Abril de 2015

 Cada persona que pasaba junto al féretro no podía creer lo que sus ojos veían: Aquel respetado hombre había sido enfundado en la camiseta de su equipo favorito de fútbol para las honras fúnebr
es. Para un puñado de amigos no era secreto la gran pasión que en vida tuvo por esos colores, pero para la mayor parte de la gente resultaba chocante la imagen actual de un individúo que de lunes a sábado era reconocido por sus aportes a la sociedad desde diversos ámbitos así como un hombre de familia responsable y dedicado a los suyos.

     Si un perfil era asociado con aquel cadáver era el del hombre de oficina, con traje oscuro, serio y comprometido con los demás. No era el anónimo hincha que los domingos se transformaba a quien la gente había conocido, le restaba estatura a su memoria aquella prenda tapizada de anunciantes y colores chillantes, atuendo que incluso algunos conocedores pudieron identificar como de una calidad inferior a la que las marcas oficiales ofrecían, era lo que se conoce como un producto alternativo o similar, aunque sin llegar a ser pirata.

    Pero eso pasaba a segundo término cuando veían a los deudos. Sus hermanos, la viuda y sus hijos varones no podían ocultar el dolor; era evidente que el tipo dentro del ataúd había dejado en ellos ese hueco que jamás puede ser reparado. Sólo la menor de sus hijas tenía en su cara algo parecido a una sonrisa. No, no era una sonrisa, pero era un reflejo del rostro que claramente denotaba orgullo, satisfacción, o la tranquilidad de saber que se hizo algo correctamente.

    Pobrecita,- susurraban algunos- no entiende que su padre ya no estará para ella y que jamás podrá hablar con él. Y él, ¿En que estaría pensando al pedir semejante capricho para su adiós?- se preguntaban otros-, seguro que ni pensó en la última imagen que sus hijos tendrán de él. ¿Vale la pena entregarse así a un equipo o afición? ¿Habría en el sepelio algún directivo, entrenador o jugador de aquel equipo?. Todos sabían que la misma respuesta aplicaba para ambas preguntas: No.

     Tampoco correspondió la homilía que más tarde ofreció el párroco en misa. Nada de lo que el sacerdote decía parecía acomodarse a la vista de un simple mortal dominado por sus pasiones cuya última voluntad fue ser enterrado con aquella suerte de disfraz. Las miradas iban del difunto a la familia, de la folklórica camisa de fútbol a la negrura de los ropajes en los demás. A las palabras de agradecimiento de un miembro de la familia, siguieron las lágrimas de aquellos pocos que las habían podido guardar pero que algo les decía era la última oportunidad de soltarlas a tiempo. Casi todos lloraban, a excepción de la menor de las hijas; seguía en esa especie de trance que le daba un aura de paz.

     Ya en el panteón, los sepultureros invitaron a la concurrencia a dar una última mirada antes de cerrar para siempre aquel ataúd de aquella página de aquella vida. Aún en ese momento, para casi todos seguía pareciendo absurda la petición final de un hombre serio. Pero ahí estaba esa joven, la menor de sus hijas, pensando en aquella Navidad de años atrás cuando aún era una niña e insistió a su madre que la llevase de compras. Recordó entonces como estiró lo más que pudo sus ahorros para completar el obsequio perfecto para su papa: Un yérsey de su equipo favorito. Recordó también la feliz mirada de su padre al desgarrar la envoltura de aquel regalo y las palabras que ese hombre había dicho en aquella ocasión: No tengo certezas ni los porqués de la vida, pero para el día de mi muerte si tengo una certeza y un porqué. Sé que ropa voy a utilizar para mi funeral, y lo haré porque simboliza el mejor regalo que cualquier persona pueda recibir.

   Y cuando cayó la primer palada de tierra sobre el ataúd, otro involuntario reflejo hizo que apareciera una sonrisa en el rostro de aquella muchacha. Jamás imaginó que el regalo para su padre le fuera devuelto de aquella forma que se sentía tan reconfortante dentro de sí. Y mientras ella recordaba felizmente cómo había sido su relación con su padre, los demás continuaban preguntándose los porqués de un burdo ropaje.


1,2,3...

       Publicado el 29 de Marzo de 2015 en 360 La Revista, de Vanguardia

   Por César Elizondo Valdez

Fue en una noche fría y oscura. Me encontraba arrodillado, agachado, inmóvil; desesperado por encontrar un silencio absoluto que se antojaba imposible. Pensé que los latidos de mi corazón serían los delatores, me parecieron como grandes campanadas en medio de la silenciosa noche, o cómo el fuerte y ruidoso sonar de los tambores de guerra en el campo de batalla. Sabía que si levantaba la cabeza o hacía cualquier movimiento sería descubierto con las consecuencias que eso acarrearía. Agazapado, temeroso y con el sentido de la vista anulado por la oscuridad y el propio escondite, solo lo escuchado me dio una idea de que hacer a continuación.

Luego de unos minutos de relativo silencio, y después del alivio al oír alejarse y desaparecer el sonido de las pisadas de quienes me buscaban, tuve el arrojo de levantar un poco la cabeza y enderezar el cuerpo. Por arriba de mi escondite miré y luego que mis ojos se habituaron a la oscuridad comprobé que no había nadie cerca. Supe que era mi oportunidad y no perdí más tiempo en ponerme a salvo. Salí corriendo a toda velocidad, tanta que resbalé y caí de bruces porque mis zapatos no alcanzaron a tener tracción sobre la tierra; me levanté como pude y continúe mi correr hacia la salvación. Pero, como habría de suceder para ser digno de ser contado, me descubrieron y aquello se convirtió en una frenética carrera. Te podría describir de forma hollywoodesca, en cámara lenta y con lujo de detalles como fue que llegué primero a mi destino para ponerme a salvo antes de que ellos me atraparan, pero ese no es el tema.

Así fue que llegué a toda velocidad hasta lo que era la base, y grité a todo pulmón para que los demás miembros de mi equipo escuchasen: ¡Un-dos-tres-por mí y por todos mis amigos!

Ya sabes: era la señal de que todos podían salir de sus escondites, estaban a salvo. Democrático juego de niños al alcance de todos los mexicanos que quizás en la juventud tuvo sus variaciones un poco más subidas de tono, de acuerdo a la edad.

Así pasé las vacaciones de Semana Santa durante la infancia y lo mismo era jugar en el rancho de los Gonzalitos entre media centena de primos y agregados o hacerlo en la céntrica privada aledaña a la Alameda, en el Club de Leones o en la escuela, en las fiestas de cumpleaños o en las posadas, después de los partidos de fútbol o mientras los mayores atendían misa.

Y aunque prefería andar tras el balón, jugué bastante a las escondidas con mis hermanos, primos, amigos del barrio, compañeros de escuela, hijos de los colegas de mis padres y aun con perfectos desconocidos. Pero a la hora de tocar la base, el grito nos unía a todos en una sola definición que muchos han dicho, es lo que escogemos en la vida más que lo que nos ha sido propuesto: amigos. Una y otra vez se formaban nuevos equipos y terminabas por salvar o ser salvado por nuevos o renovados amigos; metáfora de la edad adulta.

Pero recientemente me topé con una especie de déja vu. Igual a cuando me escondía en mi niñez, de rodillas y en silencio, en la oscuridad de una noche sin luna, me encontré sin saber que decir, ni como actuar. La ignorancia, que siempre aparece ataviada de torpeza, no me dictaba la forma de orar, de pedir, de confesar. Prestarle demasiada atención a quienes su basto raciocinio, intelecto y soberbia no les alcanza para admitir lo incomprensible, era un fantasma durante mi madurez. Pasaron muchos minutos y más que rezar parecería que simplemente descansaba, lo que también era verdad.

Luego y sin saber porqué, repentinamente algo hizo que me levantara. Aun compartiendo el concepto que tienen algunas religiones distintas a la que profeso en cuanto a la adoración de imágenes, figuras u objetos como una práctica sin sentido, me fui acercando al altar.

Subí los pequeños escalones para luego rodear el altar y llegar hasta la pared posterior del templo. Y llegué ante Jesús crucificado. Acerqué mi mano hacia aquella figura de yeso, toqué los pies de Cristo clavados sobre la cruz, y al hacerlo, sin lugar a dudas brotó de mí la más sincera y pura oración que hice en toda mi vida. En voz muy baja, casi imperceptible, sólo atiné a decirle esto al patrón: uno-dos-tres-por mí y por todos mis amigos, para que seamos salvados. Amén.




cesarelizondov@gmail.com

El Consumista

    Publicado el 22 de Marzo de 2015 en 360 La Revista, de Vanguardia.

  Paralela a la famosísima Ocean Drive en Miami Beach se encuentra Collins Avenue, vía que alberga a las tiendas con las marcas más prestigiadas de ropa, calzado y accesorios. Fue ahí donde reconocí por primera vez a aquel pobre y manipulado tipo de hombre. Lo descubrí mientras él pensaba que nadie lo observaba mirándose al espejo y reflejándose a través de los cristales de los aparadores. Vi cómo se colgaba una y otra prenda buscando entre todas ellas un satisfactor o aprobación que por alguna extraña razón le faltaría a su existencia. Se veía a todas luces como un turista: Lentes oscuros, bermudas debajo de las rodillas, una guayabera pasada de moda y una vieja cámara fotográfica colgando del cuello. Se notaba entusiasmado, observaba boquiabierto todo lo que aquellas firmas de diseñadores tenían para ofrecerle; a pesar de aparentar cierta madurez en su físico, la mirada de sus ojos verdes al quitarse las gafas era igual a la de un niño ante el árbol navideño repleto de regalos.

     Durante esos años tuve la oportunidad de visitar diversas ciudades del extranjero y de nuestro país. Las agendas de trabajo siempre dejaron espacio para conocer las zonas comerciales, los viajes de placer todavía más se prestan para lo mismo y durante las vacaciones familiares es prácticamente obligado repetir el ritual. Sin importar el lugar a dónde pude ir, indistintamente volvía a ver a aquel tipo de hombre transformado en un ser al que tradicionalmente asociamos a la mujer: El consumista.

     Lo mismo lo vi en la 5ta Avenida de Nueva York que en Plaza Andares de Guadalajara; en la costa oeste norteamericana en Rodeo Drive de Beverly Hills y Market Street de San Francisco o en el centro de nuestro país en Polanco por avenida Masarik y en Santa Fe. A orillas del lago Michigan en la Magnificient Mile de Chicago o en el Caribe mexicano por la avenida Kukulkan de Cancún; en los escaparates de los hoteles en Las Vegas así como por la calzada del Valle de San Pedro en el estado de Nuevo León. Con mínimas diferencias, aquel tipo de hombre era el mismo en el Mall de Gallería de Dallas que a quien también frecuentemente me he topado en Galerías Saltillo, Plaza Sendero y La Nogalera. Y más aún, los dependientes de las tiendas parecían el mismo en cada local del mundo, la mercancía en todas partes era igual y los pendones con las fotografías de los modelos que adornan las paredes eran simples copias repartidas en cada sucursal dispersa a lo largo y ancho del planeta.

      Y cada vez que veía a aquel pobre tipo, no dejaba de importunarme un sentimiento de culpa por conocer desde las mismas entrañas la forma en que se manipulan los mercados para el consumo comercial. Mis años en la universidad estudiando mercadotecnia y más de dos décadas dedicándome al comercio habían formado en mí una idea muy clara de cómo es que las grandes corporaciones manejan la psicología humana para llevar al consumidor a dónde ellos quieren en vez de ir ellos a dónde el consumidor disponga. Diversa bibliografía sobre casos empresariales (la más recomendable sobre el tema: Deluxe, de Dana Thomas y editorial Tendencias) no había más que acentuado mi convicción de la triste forma en que al consumidor se hace sentir especial cuando adquiere una prenda que se produce por cientos de miles para un tanto igual de personas que, atrapados dentro de una paradoja, buscan ser originales al sentirse dueños de un artículo que perciben como especial, único y particular.

    Y así llegue durante mi última salida al hotel dónde me hospedaba. Preocupado, desanimado y decepcionado de la forma en que el consumo de aquel pobre tipo de hombre que tantas veces había visto era dirigido a su antojo por individuos que sí conocían del lujo de la exclusividad, por personajes que jamás usarían los artículos que sus tiendas ofrecían, por empresarios que vivían en una escala económica muy superior a lo que el consumidor promedio apenas pueda imaginar.


     E Ingresé al cuarto de baño. Harto de atestiguar tanto consumismo abrí el grifo del agua y la dejé correr hasta que salió bien fría, entonces fue que me lave la cara. Y cuando levante la vista… ahí estaba otra vez: Reflejado en el espejo del lavabo reconocí a aquel pobre y manipulado tipo de ojos verdes que tantas y tantas veces había visto reflejarse en los espejos de las tiendas y en los cristales de los aparadores. 

Herencia

Publicado el 15 de Marzo de 2015 en 360 La Revista, de Vanguardia

  Primero se vaciaron las botellas de buen vino. Luego las lociones se terminaron, y finalmente aquellos zapatos que me quedaban grandes se fueron desgastando hasta que los deseché. Jamás supe dónde quedaron los discos de vinilo y acetato; y, por no ser mi padre cinéfilo, nunca hubo películas que heredar.

   Otras formas de herencia poco tienen que ver con identificarse entre personas y son más bien bienes prácticos y enajenables. Y así es que a varios años de la muerte de mi padre, las únicas cosas tangibles que conservo para acercarme a él son los libros de su biblioteca. De cuando en cuando, al regresar a lecturas pasadas de moda pero con temáticas vigentes (vaya paradoja, lo vigente no pasa de moda) como el célebre libro del Doctor Viktor Frankl, me encuentro con pasajes subrayados, notas a pie de página y símbolos a lápiz que me indican pensamientos, conceptos, ideas o creencias que me revelan más de la persona ausente que los mismos testimonios de quienes lo conocieron.

    E irremediablemente paso a la reflexión de los tiempos modernos y como esto afectará la relación entre padres e hijos cuándo los primeros hayamos partido. Y es que vivimos una era en la que las pequeñísimas y desapercibidas costumbres de consumo que vamos adquiriendo devalúan esa valiosa herencia que antes recibíamos: Objetos depreciados y sin valor económico que nos develaban mucho de los individuos a quienes habían pertenecido.

    Empezando con los libros, pasando por las películas, para llegar finalmente a los discos, era una buena forma de intentar trasmitir algo a través de cosas materiales olvidadas en un estante para ser valoradas por las próximas generaciones cuando fuese el tiempo correcto y en caso de gravedad, una especie de manzana emocional cayera del árbol de la vida. Ya sea que hablemos de Cien Años de Soledad, de Citizen Kane o Las Cuatro Estaciones de Vivaldi, son obras para digerirse en un momento dado de la vida que para cada individúo es diferente, no necesariamente cuando lo impongan los programas estudiantiles o los intelectuales lo indiquen.

    Y he aquí que los hijos de mi generación recibirán por herencia un nombre de usuario y una contraseña. Y bueno, no es que esto sea malo, es solo que refleja perfectamente la despersonalizada manera de vivir que demandan los hábitos de consumo actuales. Amazon, Apple Store, Netflix y un sin número de empresas acercan a un click de distancia lo mejor de la literatura, la música y el séptimo arte, pero también parecería que alejan a años de luz de nosotros el poder transferir a las próximas generaciones la esencia de nuestros pensamientos, gustos, filosofías, creencias, miedos y demás características y rasgos de personalidad que a menudo ni siquiera quienes conviven con nosotros conocen.

   Y aunque quienes producen, distribuyen y venden esa clase de archivos digitales llevan puntual registro de nuestros consumos y han desarrollado intrincados algoritmos para conocer mejor nuestros hábitos y perfiles, evidentemente sus esfuerzos tienen como fin una cuestión comercial dejando de lado cualquier matiz fraternal. Pero… Me niego a ser pesimista.

    Quiero creer más bien que la herencia en forma de archivos digitales donde también se incluyen las fotografías, serán mejores referentes de lo que fuimos en nuestro paso por el mundo que las 

cosas materiales que en el pasado legaban; y es 

que, al no existir un objeto físico de adoración o nostalgia como lo son el libro o el disco en su entidad, nuestros deudos habrán de buscar hasta 

encontrar en los contenidos artísticos, sociales, intelectuales, ideológicos o doctrinales de esos mismos archivos digitales las particularidades de nuestra personalidad que no siempre pudieron
conocer o descifrar. Si creemos de verdad que 

metabólicamente somos lo que comemos, entonces habremos de admitir que emocionalmente nos nutrimos de lo que leemos, de lo que escuchamos y de lo que vemos, por lo que entonces para conocer y mantener presente a una persona ausente, habremos de valorar cuáles fueron sus pensamientos, no cuales fueron sus pertenencias.



Desde el ruedo

Publicado el 01 de Marzo de 2015 en La Revista 360, de Vanguardia

   ¿Pues en que X$%@#X&*#% pensaba cuando decidí formar una planilla y ponerme a pedir votos? “Ver los toros desde la barrera” era una frase que jamás ajustaría en mí por una razón distinta a la que podrías pensar: Quienes están tras la barrera en una plaza de toros son los amigos, familiares, colegas, incondicionales, socios y demás cercanos al torero, quienes también están expuestos, gozando y sufriendo a la par del lidiador; hemos visto como en muchas ocasiones el toro brinca el burladero y embiste en contra de ellos. Pero continuando con el símil, generalmente he visto los toros desde muy atrás de la barrera, los he visto desde la lejana comodidad del tendido o en las tribunas, incluso muchas veces en sombra; allá donde no llega el olor a sangre, sudor y tierra; allá donde no se escucha el jadear de bestia y hombre, allá donde todo se aprecia muy amplio, pero se pierden detalles. Allá donde no distingues los ojos de las miradas.

       Participar cívicamente en todo lo que me rodea ha sido percibido por mí como una obligación para poner ese grano de arena que termina por ser parte de un todo, y siempre procuré mi participación en esa forma, pero nunca me había involucrado activamente como candidato a nada. Y aquí tienes que hace unas semanas observé algo en el inminente proceso de elección en el club deportivo al que pertenezco, algo que activó en mí una pequeña alerta ámbar, algo que desde mi formación como empresario me queda muy claro: La competencia es el motor primario para mejorar las cosas.

      Saber que el proceso iría con una sola propuesta me hizo pensar que algunos tendrían que poner algo más de su parte en aras de una sana competencia que por definición resultaría en beneficio para todos. Y aquí me tienes, inscrito para aparecer en una boleta. Por supuesto, ya sabes que para no aburrirte con detalles de cuestiones que atañen a unos cuantos, prefiero hablar de conceptos y de ideas más que de personas o de cosas. Por lo anterior, en el contexto de unas pequeñas elecciones en las que participo y apreciando conceptos que trascienden a lo que es pasajero, te comparto algo que me sucedió en torno a este ruedo y me ha dejado buena enseñanza:

      En días pasados, durante un encuentro convocado por una organización privada tuve la fortuna de conocer a Rosario Marín, una mujer de origen mexicano que habiendo llegado a los Estados Unidos sin saber una palabra de inglés a los catorce años y siendo hija de un jornalero inmigrante, superó diversas adversidades como ser víctima de violación, pasando por la pobreza, el racismo y misoginia, siempre escalando posiciones por mérito propio y que llegó a ocupar la titularidad de la cartera del departamento del tesoro en el país más poderoso del mundo.

       Luego de una interesante charla y al más puro estilo de político en campaña, tuve la osadía de pedirle a la señora Marín que nos tomáramos un video con un teléfono celular y me hiciera el favor de recomendar mi candidatura para publicarlo en mis redes sociales, a lo que ella contestó:

   -Por respeto a las formas, me es imposible hacer un pronunciamiento para un proceso del cual no formo parte y sobre el que no tengo derecho alguno; no puedo hablar de tu candidatura, aunque me agrada. Pero lo que me encantaría hacer es que tengas un video donde recuerdes el habernos conocido y represente lo que conocí de ti: Veo a alguien capaz, que se arriesga y compromete por nobles ideales, y que pone todo su empeño en alcanzarlos.-

     Y me fui feliz con mi video. Y más tarde me di cuenta de una gran verdad atesorada por mi desde hace mucho tiempo y que esa extraordinaria dama me recordó una vez más: Al negarse a hablar de mí, me habló muy bien de ella; no poder hablar a favor de mis intereses debido a un auténtico respeto a lo que estaba fuera de su conocimiento y facultades, me habló mucho de su valía como una persona inteligente, responsable, íntegra.

    Y es que sí, siempre y en todo lugar podremos entablar un dialogo en el cual hablemos de conceptos, políticas, ideologías, filosofías, gustos y otras cosas que les hagan ver a los demás quienes somos, que nos mueve, que pensamos y como actuamos. Porque en el respeto sobre cómo hablemos y que digamos o dejemos de decir de terceras personas, más que hablar de ellos, habla de nosotros mismos. En la fiesta brava, nunca verás al torero ondear un pañuelo blanco, eso le toca al respetable público.


cesarelizondov@gmail.com

De Pi a Poe

Publicado el 22 de Febrero de 2015 en 360 La Revista, de Vanguardia


    Aquello fue el paraíso: Mis tíos se habían hecho del local de Librería Excélsior en la calle de Aldama
 para expandirse en el rubro zapatero; antes de las obras de remodelación, había que vaciar el edificio
 para los contratistas, así que en hordas de 3 a 6 personas fuimos invitados los cercanos para escoger
 de los atiborrados anaqueles aquellos libros que quisiéramos leer. Como borracho en barra libre, 
escogí más volúmenes de los que podía cargar, pero como siempre fue y ha sido, la tía Rima se 
esmeró en la forma de como sí hacer que las cosas sucedan sin mirar el cómo no se pueden hacer, y 
encontró la manera de enviar todo a mi casa.


Así como pasaba las páginas de aquellos libros, pasaba también de la niñez a la juventud entre 
historias tan disímbolas que iban del Colmillo Blanco de London a toda la bibliografía de Sherlock 
Holmes escrita por Conan-Doyle; de la Operación Jesucristo de Mandino al Copo de Nieve de un 
desconocido Sagarin y de la Rebelión en el Desierto al sugestivo título para un adolescente de Quo 
Vadis?


Ese gusto por la lectura lo había sembrado inteligentemente mi madre (pedagoga de profesión) al 
poner en mis manos desde muy pequeño toda clase de publicaciones que tuvieran que ver con mi 
gran pasión de la infancia: El fútbol americano. Así es como una persona migra de las noticias de su 
equipo en el periódico a las revistas deportivas, de ahí a publicaciones de temas variados, luego a 
libros de fácil lectura y de ahí espero algún día saber digerir las grandes obras.


Pero luego emerge brutalmente la comunicación de la mano de la tecnología y pone cualquier 
contenido al alcance de un click, de una suscripción satelital para TV o de una sala de cine. Entonces 

descubre uno que La Rebelión en el Desierto no es otra cosa que Lawrence de Arabia y que Winona Ryder es más atractiva que Josephine. Se deja uno caer en la comodidad de los 24 cuadros por segundo que narran en una imagen más que mil palabras y los puristas comienzan a acusar a una sociedad que prefiere la integralidad de vivir más experiencias a la curiosidad de profundizar en contenidos.

Y ahí se la lleva uno hasta que es envuelto por El Silencio de los Inocentes por enésima ocasión, el magistral filme me deja una vez más fascinado con la personalidad de Hannibal Lecter y en cosa de unos meses esa fascinación me lleva a devorar toda la saga de los libros de Thomas Harris sorprendiéndome en varias ocasiones despierto por pesadillas que nunca sufrí al ver las películas. Lo mismo me pasa con El Padrino y con otras películas que me han arrastrado a los libros al quedarme con ganas de más. Hace poco, vi en una misma semana los filmes del Atlas de la Nubes y La Vida de Pi; en la primera sospecho (y luego compruebo) que la obra escrita debe profundizar mucho más en los nudos de la original historia mientras que en la segunda me asaltan dos incógnitas: ¿Porque el protagonista lee algo tan bizarro que ha tenido gran influencia en mí como es El Extranjero de Albert Camus?, y me pregunto también si la escondida referencia (cameo literario diría yo) a la obra de Edgar Allan Poe en el nombre de un tigre de bengala es abordada en el libro como una casualidad, como una deliberación, o simplemente es ignorada.

Me doy cuenta entonces de cómo es que el cine y la televisón pueden convertirse en estupendos promotores de la lectura. Seguro existen miles de adolescentes que empiezan a descubrir al verdadero Sherlock al ser enganchados por el personaje de Downey Jr., otros se transportan a fantásticos mundos gracias a Harry Potter y algunos más se adentran en las penumbras del Crepúsculo. Y, claro, como pasar por el alto el fenomeno actual de las 50 Sombras de Grey, que además de ser una fábrica de dinero, ha llevado a miles de personas a iniciarse o a continuar en ese fantastico vicio que es la lectura.

Por lo pronto, quien esto escribe se acerca finalmente a leer Cien Años de Soledad gracias a que la serie del Patrón del Mal transmitida por Unicable lo motivó a leer la Noticia de un Secuestro, del gran Gabriel García Márquez.



cesarelizondov@gmail.com