Fígaro


Publicado el 12 de agosto de 2018 en Página Siete, de Vanguardia. 

Por César Elizondo Valdez

Estoy preparado para todo cliente y este no ha de ser tan especial. Me enoja cuando piensan que soy un improvisado. He visto de todo, me ha tocado trabajar para cualquier tipo de gente; ninguna labor me espanta. Llegaron con gran misterio a exigir por mis servicios, cuando el misterio soy yo.

No espero que lo comprendas, pero personas como yo viajamos de una época a otra, desde un espacio hasta otro, de lo real a lo ficticio. Confórmate con saber que existimos, no esperes saber el método utilizado para nuestra teletransportación, es secreto bien guardado. Piénsalo un momento: en tu era, con siete mil millones de personas vivas en el mundo y con una población literaria, paranormal, mitológica y celestial incalculable, toda profesión debería estar saturada de clientela para los mortales; pero no es así, porque existimos personas como yo, robando el trabajo a los incompetentes.

Somos una cofradía que reúne a los mejores de diferentes oficios, y aquellos agraciados con suficientes medios, nos mueven a través del tiempo y del espacio, por distintas dimensiones. Imagina el tipo de personajes que tienen acceso a contratarnos. En mi caso, peluquero, he servido a reyes como Jacobo II de Inglaterra y a princesas como Diana, actrices como Sophia Loren y faraonas como Cleopatra, a guerreros de la talla de Leónidas y deportistas como David Beckham.

No me enorgullece, pero le hice pelo y bigote a Hitler en más de tres ocasiones. Me buscó una vez Dalila, pero no me contrató. Busqué por mi parte a Cristo, se negó diciendo que tenía una cena muy importante. A un ranchero adinerado le trasquilé a sus ovejas, pues al cliente lo que pida. Antes de bajar en Dallas, le arreglé un tocado a Jackie, es mi trabajo más visto.

Siempre acostumbrado a todo, por muy extravagante de una petición o cliente cumplo con lo que me piden: Corta mucho pero no los rizos, quítale solo las canas, así pero un poco más largo, trabaja sin que te note, has una reverencia al verle, no le mires a los ojos ni entables conversación, ponle aceite de unicornio, un corte a pura navaja, o píntale el pelo azul. ¿Qué me puede a mi asustar?

 “El peluquero de Mozart”, “El barbero del Quijote”, “El estilista del Oscar”, “El peluquero de Evita”, son algunos de los motes con los que he sido llamado. Claro, también he sufrido entre cabellos con piojos, con necias y fieras pulgas, con olores indecibles, y hasta con las garrapatas; el dinero, el mérito o la fama, no pelean con la inmundicia.

Llego a mi cita sin saber a quién voy a encontrar. Sigo a paso presuroso a quien me recogió en mi tiempo y en mi casa; atravieso muchos cuartos, por paredes y pasillos, por oscuridad y luz, luego un vientecillo helado, y después, brisa de mar. Un portón hasta el final. Adentro, de espaldas a la entrada, un sillón anaranjado de respaldo alto, muy alto. Por encima del respaldo, alcanzo a ver un ensortijado de serpientes, ya adivino lo peor: soy fígaro de Medusa.


Honestidad y recorte de sueldos


Publicado el 05 de agosto de 2018 en Círculo 360, de Vanguardia



Por César Elizondo Valdez




No hay mujer que le llene el ojo a Brad Pitt, esto según las escrituras de cualquier sitio web, revista o programa de televisión dedicado a la farándula. Mientras tanto, cualquier mortal avecindado fuera del código postal 90210, aun careciendo de sus atributos físicos y económicos del actor (estarás de acuerdo que su histrionismo a nadie apantalla) puede llevar una vida plena al lado de una mujer, pareja, familiar o hasta de un hurón, gato o ardilla, a falta de perro. Igual, escogió Borges morir resentido por no haberse hecho del Nobel, mientras a la persona promedio le basta para ser feliz con ver sus escritos publicados en la gaceta de la escuela de sus hijos.

Mucho hemos escuchado algo así como que el secreto no está en tener todo, sino en alcanzar plenitud con lo que se tiene. Si, caemos en cuenta de que las virtudes se obtienen no por lo que uno posea, sino por lo que uno sea. Y vamos viendo que el Rolex no me convierte en una persona puntual, ni que los documentos firmados con una Mont Blanc los cumpla mejor a los rubricados con una Bic, o que con unos Nike salte más alto o corra más aprisa, o de perdido que avance por el pavimento con el poético andar de los fondistas kenianos.

De ahí, nos vamos formando opinión en cuanto a aquello de que, para ser honesto, alguien debe tener sus necesidades económicas resueltas. ¿De verdá? Igual sería pensar que para ser fiel habría uno de agarrarse a la más bonita del carnaval, puesto que ya no hay más pa´rriba, y ya vemos que no es así; ni que fuera gripa, diría la comadre enarcando una ceja.

Sobran muestras de como el dinero nunca es suficiente: compras un Vocho y luego quieres un Aveo, consigues ese y ahí vas por el Jetta, y para cuando acuerdas ya te paseas por Coahuila en Suburban blindada y toda la cosa. Ropa, casa, viajes, y toda clase de necesidades abren su espectro más allá de lo indispensable hasta caer en excentricidades. Y claro que no es tamal (esta mal, quise decir) darse cada quien la vida que pueda costearse, cada quien su rollo, solo que ese perfil no será el adecuado para velar por los intereses de todos.

Y créame, soy el primero en calificar de populistas las medidas de andar regalando el sueldo cuando los funcionarios lo publicitan como hermanas de la caridad, así ha de estar la tajada por otro lado, tampoco aplaudo la reducción de salarios per se, habrán de ser acordes a la realidad del costo para vivir dignamente y sin preocuparse por que lleguen Jordi o Slim a cortar agua o teléfono. Pero si, pensar que los altos ingresos son el parámetro para garantizar honestidad y buen trabajo, es como decir que Brad Pitt se va a estar quietecito con la mujer del momento.     

¿A quién le va?


Publicado el 15 de julio de 2018 en Círculo 360, de Vanguardia

¿A quién le va?



Finalizado el tiempo reglamentario igualados y la prórroga de media hora para desempatar sin que resultase un ganador, han llegado a la ronda de penales. Un duelo de pistoleros.

Una instancia familiar para el equipo croata, disputó tres alargues de partidos en la fase final del torneo y dos de ellas se definieron por penaltis. Su entrenador, fiel y orgulloso católico, en alguna brecha del subconsciente neuronal, hace recuento de memorables momentos en esta vía a lo largo de la historia del fútbol: el italiano Baggio enviando el balón a las tribunas dándole la copa a Brasil en 1994, los casi 50 penales cobrados en algún país del áfrica para definir un ganador, los mexicanos jugando bien pero ejecutando mal para cargar un estigma tan pesado como la conquista, el loco Abreu en el quinto y definitivo tiro, con una frialdad de sociópata asesino, haciendo un pique, un globito pues, para llevar a Uruguay a semifinales… y más interesantes casos de yerros y aciertos en esos momentos de máxima presión profesional en dónde la única verdad y por tanto, juicio, viene de un aforismo futbolero: penal atajado, penal mal ejecutado.

Pero en conciencia, el entrenador tiene toda su atención, conocimientos y energía en el orden en que sus jugadores desfilaran ante un portero francés, ante más de 80 mil espectadores presenciales y un montón de millones de televidentes, cibernautas, radioescuchas, futbolistas y periodistas diseminados por el orbe, fieles al eslogan del México ´86: el mundo unido por un balón. ¿La suerte importa? En este momento, se invoca a la diosa fortuna y cualquier tipo de cábala, hechizo o cálculo estadístico es sacado del costal: atinar a escoger cara o cruz para ver quien inicia tirando es relevante; acertar primero, entendiendo el aforismo citado arriba, traslada toda la presión al adversario.

Tras el lanzamiento de la moneda, el capitán de Croacia decide empezar con la primera tanda de cinco fusilamientos por escuadra. Se agotan los diez cobros y el partido continúa empatado. Lo siguiente es muerte súbita para definir al campeón, entonces tenemos que esto, aunado a aquello del penal fallado es igual a mala ejecución, ha pasado de ser una estridente balacera de gatilleros, a una sórdida ruleta rusa. Nadie quiere la pistola en su poder.

Pero el entrenador croata permea en sus pupilos una vasta tranquilidad, y su primer tirador complementario ha marcado el gol. Si su arquero logra detener el siguiente, se convertirán en campeones del mundo. Y ahí tienes al entrenador, con la cabeza en el juego y una mano en el bolsillo, soba que soba un rosario que siempre le acompaña en todo lugar y en todo momento, en ese espacio y el tiempo tan estudiados por la ciencia. ¿Confía tanto en su oración o como en la preparación? ¿Es religioso para ganar o para saber jugar?  Él sigue tranquilo, el cree en algo; observa al futbolista francés aproximarse al manchón penal para acertar o fallar, para vivir o morir. Y un instante después, su vista se cruza con algo que sale por el cuello de la camiseta del francés: pendiente de una cadena, un dorado crucifijo.

cesarelizondov@gmail.com

Papás tipo Luisito Rey


Publicado el 17 de junio de 2018 en Círculo, de Vanguardia



Por César Elizondo Valdez




Si has visto la serie de Luis Miguel por Netflix y piensas en Luisito Rey como el legítimo cabrón, te recomiendo leer Open, las memorias del tenista André Agassi. Ahí descubrirás a papá Agassi, para él no existe retador dentro de nuestra civilización cuando se trata de hacer miserable la vida del hijo.

Toda proporción guardada en cuanto a rigor científico o temática, en alguna forma Open me parece un libro semejante a El hombre en busca de sentido, del Doctor Viktor Frankl, como una obra complicada para su clasificación: primero te lo presentan en la estantería como autobiográfico y así lo compras; después lo lees como una trepidante novela, de las llamadas de crecimiento o aprendizaje del protagonista; al final, además del buen sabor de boca por los atinados recursos literarios de un coautor con un premio Pulitzer en su haber, te queda la sensación de haber leído algo catalogado en la sección de autoayuda, porque ya esperas que sea mañana para salir a darle de raquetazos a la vida.

¿Y sabes una cosa? Resulta que el rebelde de Agassi, luego de odiar y renegar durante niñez, juventud y buena parte de la edad adulta de un deporte impuesto y heredado de su padre con mucha sangre y sufrimiento en lugar de buen ejemplo y alegría, termina por abrazar un inexorable ¿destino?, futuro más bien, resultado de todo lo bueno, malo, regular, dulce, acido y amargo que le sucedió en la vida. Alberga en su interior la incertidumbre de haber sido poeta porque en alguna ocasión la maestra advirtió cierta sensibilidad y ritmo; pero en su oficio, fue un Vargas Llosa de las canchas, ¿habría sido el Maradona de las letras de seguir otro camino? Lo dudo. Igual, la historia del extraordinario cantante mexicano que tiene a Latinoamérica pegada al televisor como en los mejores tiempos de Cuna de Lobos, sugiere que Luis Miguel se quedó con las ganas de jugar fútbol junto a sus vecinos de la infancia, ¿habría sido él quien metiera los penales fallados por García Aspe, Hugo Sánchez y compañía para llevarnos al anhelado y negado quinto partido de un mundial? También lo dudo.

Papá Mozart, el padre de Tiger Woods, Joe Jackson, y el del yankee Mickey Mantle, son otros casos de jefes de familia llevando a sus hijos por una pesada senda donde la formación o disciplina se confunde con el abuso, la codicia y la explotación. Y también, claro está, tenemos a los que hicieron de sus hijos algo bueno aun sin tener conciencia de aspirar a hacerlo, como un señor Kafka, menospreciando y ridiculizando a su hijo, como a una cucaracha. Apelamos al imaginario y dilatamos aún más la ética y la moral para pensar en Vito Corleone, orillado a meter a Michael en los turbios negocios familiares truncando una carrera de servicio público, a José Arcadio Buendía amarrado de por vida a un castaño al tiempo que el mundo rueda mientras un hijo emprende la guerra para liberar al país y el otro caciquea al Macondo fundado por su padre; o al inefable Darth Vader, luego de muchas vueltas de tuerca, termina por ser la caricatura de aquel temible villano de mi infancia.

Si, pobrecitos ellos… ¿y tú, y yo? La verdad, poca diferencia encuentras entre cantar por obligación y pasar lista en el salón de clases aprendiendo la tabla del siete, pero El Sol alternaba con bellas modelos, eso sí. No sufrió más Tiger Woods golpenado pelotas de golf, andando de gira y guardando una imagen impecable a lo que enfrentas día a día llenando reportes, contestando el teléfono y vistiendo esa ridícula corbata; el relojito de acero que te regaló la empresa no se compara al disco de platino que cuelga de una pared en Neverland o al Oscar en la repisa de Beverly Hills. Entonces, ¿Cuál es problema con estos famo-exitosos cuando además de su oficio, solo saben de desdicha?

Quizá la respuesta no está en el padre asignado a cada uno por sorteo divino, sino en la clase de hombre en que se convirtió cada quien por voluntad propia. Ahí la gran diferencia entre Agassi y todos los demás. Por lo anterior, te invito hoy a celebrar también a los papás tipo Luisito Rey, porque nunca será culpa de ellos nuestra transformación para mal, pero siempre será gracias a ellos todo lo alcanzado para bien.




Utopía, distopía...y Amazon Go


Publicado el 27 de mayo de 2018 en Círculo 360, de Vanguardia



Por César Elizondo Valdez


Resultaron más certeros los guionistas de las películas del Santo con sus gadgets de comunicación instantánea cara a cara desde un reloj (hoy smartwatch), a lo imaginado por los escritores de novelas distópicas como Orwell, Huxley, Burgess o Bradbury. Claro, en las historias de esa época del cine mexicano se retrata la utopía de una tecnología al servicio del hombre, mientras en las novelas apocalípticas, el avance científico lleva a la humanidad por un sendero de autodestrucción.

Pero nadie nos adelantó la forma de lo que sería el comercio en el mañana, algo de lo que tuve oportunidad de conocer en reciente visita a la ciudad de Seattle, en el noroeste de Estados Unidos. Y es que ya sabes, aprovechando la vuelta a cualquier sitio, le da a uno por hacer aquello muy bien descrito por alguien para quienes gozan del turismo tanto como de la lectura: leer la ciudad con los pies.

De ahí el haber abandonado la ruta turística del centro de la ciudad para visitar el portento de innovación comercial que es la tienda de Amazon Go. Similar a un Oxxo en tamaño y oferta de productos, en ese parpadeo al futuro accedes escaneando un código desde tu teléfono móvil -previa instalación de aplicación-, que contiene entre otras cosas los datos de tu tarjeta de crédito. Tomas una bolsa de un estante y vas llenándola con los artículos que quieras comprar. Luego te sales…y ya. Olvídate de que te abran la segunda caja o que la señorita de la Guadalajara termine de sacar copias o surtir recetas, de esperar al de adelante pagando el recibo del agua o dictando los números del celular para comprar tiempo aire. Cosas del diablo, diría el abuelo. A los pocos minutos recibes por email el recibo de lo que compraste.

Distinto a lo que pensé en primera instancia, no es cuestión de escaneos ni códigos QR o de barras, como ya existe otro proyecto en China. Es una suma de innovaciones tecnológicas más cómodas con sensores dónde se lee o percibe cada movimiento del cliente, el calor térmico, el peso y posición de los productos en estantería…y más complicaciones técnicas difíciles de digerir para quien entiende de lógica comercial, no de inteligencia artificial. Luego vienen los asegunes de que pasaría si le pongo más productos a la bolsa con respecto al crédito que tengo en la tarjeta, si funcionará en otro tipo de comercio como el de vestir, el ferretero o en productos a granel; y muchos etcéteras más. Y debido a esto último, es de quitarse el sombrero ante la gente de Amazon. Porque, estarás de acuerdo conmigo, de que la empresa con más crecimiento y dinamismo del mundo, y cuyo dueño ocupa el lugar donde antes estuvieron Gates, Slim, Getty, Vanderbilt y Rockefeller, pudo haber lanzado por todo lo alto su prototipo para el comercio detallista y/o de consumo diario, pero prefirieron hacerlo en pequeño, lejos del bullicio de Times Square, Las Vegas o cualquier otro lugar de frenesí consumista. Sin duda, ese período de curva de aprendizaje, de prueba y error, todavía valorado por los más destacados emprendedores del mundo, le dará a Amazon Go una ventaja competitiva que, aunada a su poder económico y su patente en esa suma de tecnologías llamada Just walk out, nos pondrá ahora sí, ante la posibilidad de experimentar una distopía predicha por aquellos escritores apocalípticos: un mundo manipulado, dirigido y vigilado por el poder económico. El monopolio dentro de un sistema de antimonopolios.

Al emprendedor, al innovador, a quien suma conocimientos, como es el caso de Amazon, ¿Vale que alguna instancia de gobierno o internacional le restrinja la intención y el derecho de hacer mejor las cosas? Pienso que no. Pero si te pones a pensar, es de preocupar que ante una patente y un poderío económico, logístico y tecnológico nunca antes visto en la historia de la humanidad, penda sobre empresas como Oxxo, Soriana, Farmacias Guadalajara y por supuesto de tu tiendita y la mía, del trabajo del cajero y autoempleado, una fuerte y real amenaza de quedar marginados de una competencia universal implacable y despiadada contra los adversarios comerciales, aunque diligente, sonriente y amigable ante el consumidor. 








Chango viejo


publicado el 29 de abril de 2018 en Círculo 360, de Vanguardia
Por César Elizondo Valdez

De manera coloquial decimos y aceptamos el concepto del hombre como descendiente del chango, soslayando un reproche del rigor científico: no todos los primates son monos. La realidad habla de un parentesco entre la especie humana y otros animales con los cuales compartimos casi el 99 por ciento de la dotación genética, tal es el caso del chimpancé y el gorila. Pero no somos sus padres, tampoco somos sus hijos; primos, podríase decir. Es en esa minúscula diferencia entre el ADN de unos y otros primates, donde encuentra cabida el aforismo del doctor Rama: “Cualquier mono puede alcanzar un plátano, pero solo los humanos pueden alcanzar las estrellas”. ¡Pum! De ahí entendemos al hombre como encargado de también, crear un abecedario, luego juntar letras para formar vocablos, y después, darle acomodo, puntuación y forma a esas palabras en obras tan bellas, profundas, reveladoras y abstractas como un poema, una novela o un cuento; un ensayo o texto académico; una columna de opinión o un reportaje.

Larguísima introducción, más larga que la cuaresma dirán algunos, sirva para contextualizar en el tema de la escritura a este aprendiz de prosista, quien, en la búsqueda de hacerse de técnicas, conocimientos y otras formas de bagaje para avanzar en su modo alternativo de profesión, atendió el año pasado la invitación de la Universidad Iberoamericana en su centro de extensión Saltillo para cursar un Diplomado en Estudios y Creación Literaria.

De la mano del referente en nuestra región para estos menesteres, el Maestro Alejandro Pérez Cervantes, hice mi mejor esfuerzo para no desmerecer ante un variopinto y competente grupo de hambrientos estudiantes compuesto por caracteres tan disímbolos como ocupaciones y edades, estilos, sueños y grandes ideales hay; para encontrarme con conceptos tan extraños para mí como rizomas, diégesis, prosopopeya, ucronía, écfrasis... para conocer a teóricos como Genette, Barthes, Perec, Minto, Gombrich; todo para aterrizar apreciando a los familiares Bolaño, Ibarguengoitia,  Pizarnik o Auster, a monstruos como Vargas, Gabo, Borges y Rulfo,  claro, a las nuevas caras como Carlos Velázquez, Mendoza, Luiselli, Fernanda Melchor o el mismo Alejandro, así como a los desperdigados Chesterton, Bernal, Kerouac, Serna. Si, aprender a leer para saber escribir.

Pude aprender que, en la novela, el poema o el cuento, podemos (debemos) anhelar encontrar fondo sin perder las formas; así como en el periodismo o lo académico, se puede aspirar a la estética de la sangre en el estilo sin abandonar la fría ética en el apego a los hechos. Aprendí de un impresionante racimo, a diferenciar entre distintas figuras retóricas. Aprendí también que, aunque en la literatura y el arte concurren solo un puñado de temas con verdadero sentido trascendental para el hombre y por tal todo esta dicho, siempre existirán abundantes recursos literarios, manejos del tiempo y el espacio, estilos y vanguardias, percepciones, avances tecnológicos y nueva información, para abordar cualquier tópico desde nuevas dimensiones, ampliando así los horizontes tanto del lector, como del mismo escritor.

Por supuesto, cualquier forma de proverbio viene cargado de una fuerte dosis de sabiduría, pero, aun y cuando compartimos con el mono ese gran porcentaje del genoma, nuestra diferencia se torna tan abismal en ese poco por ciento de ADN distinto, que así, yendo en contra del expertiz del aforismo, este chango opinador, sigue y seguirá intentando, nuevas formas de hacer maromas.  
cesarelizondov@gmail.com


Transporte urbano en el código postal 25 mil, en año electoral


Publicado el 15 de abril de 2018 en Círculo 360, de Vanguardia
Por César Elizondo Valdez


El recién adquirido conocimiento del llamado grado cero en la escritura de Barthes, entendido como despojarse de subjetividad en aras de un acercamiento a la verdad, pareciera permitirme opinar desde distintas percepciones cuando hablamos de la problemática -o circunstancia- si así lo queremos ver, del Centro Histórico de Saltillo.

Porque, ¿Cómo conciliar lo utilitario con lo estético? ¿Cómo abrirle la puerta al progreso sin trastocar el pasado? ¿Cómo alentar una causa sin afectar otras cosas? ¿Qué partido tomar? Cuando por un lado, tu madre obtiene sus ingresos gracias al valor catastral de lo que existe en el centro histórico y tú mismo tienes intereses comerciales en la zona, pero por otro lado, como saltillense entiendes que el concepto de Centro Histórico difícilmente es compatible al significado de centro comercial, en la acepción de la realidad del primer cuadro de Saltillo: un área mercantil más que gastronómica; un espacio de proveeduría de bienes de primera necesidad, más que de vida nocturna; un destino para los saltillenses, más que para los turistas.

Esa es la realidad. Al Centro Histórico no hay necesidad de rescatarlo, nomás es no asesinarlo. Contrario a la creencia de muchos, según encuestas realizadas desde instancias gubernamentales, la mayoría de quienes acceden al código postal 25 mil en el transporte público, no lo utilizan como el simple distribuidor de rutas urbanas que algunos han sugerido, el más alto porcentaje de quienes arriban a esa parte de la ciudad, lo hacen porque es un destino; es decir, van al centro por una causa especifica de necesidad por lo que ahí encuentran, no porque el autobús cruce accidentalmente por ahí.

Y hoy es fecha que el Centro Histórico de Saltillo agoniza. Y siendo sinceros: tú, que lees la edición de 360 en Vanguardia, ¿cuántas veces has visitado el centro en los últimos 12 meses?, entonces, ¿porqué tomar decisiones en base a un mercado potencial que nunca va a regresar al centro ante la atractiva oferta de los desarrollos comerciales y gastronómicos del norte y orillas de la ciudad?  En aras de una estética y supuesta funcionalidad que no utilizan ni disfrutan las clases sociales altas ni quienes toman decisiones encaramados en pedestal o ladrillo, el estrangulamiento del centro ha obligado a las clases sociales bajas a buscar proveeduría en las orillas de la ciudad, a precios más altos y con menor variedad. No es políticamente correcto decirlo así, en grado cero, pero es una realidad.

En este año electoral y ante una baraja de candidaturas a la alcaldía que trae de todo, ¿Veremos una propuesta concisa, prudente y viable para el sostenimiento del Centro Histórico-Comercial de Saltillo? ¿Algún candidato le entrará a un asunto que las cúpulas rehúyen y la clase trabajadora sufre? ¿Alguien tendrá los arrestos para regresar las rutas de transporte urbano al Código Postal 25 mil? O, de entre toda la baraja, ¿le darán la estocada final al último reducto de un Saltillo que parece desdibujarse ante la incapacidad de conciliar estética y utilidad?  


Como cruzando el Río Bravo




Publicado el 08 de abril de 2018 en Círculo 360, de Vanguardia



Por César Elizondo Valdez




Muy gastada esta la retórica aquella de lo que cuesta educar a un mexicano: 23 pesitos, ese era el peaje en la caseta del puente internacional para salir de México e ingresar a los Estados Unidos. Si, ya sabes, cruzando la frontera dicen que uno se convierte en buen ciudadano, no tira basura en la calle, no ocupa topes en bulevares para respetar los limites de velocidad, come con la boca cerrada y hasta le abre la puerta del coche y del mall a la señora.

Pero, ni necesidad de ir tan lejos. Ahí tienes que esta semana, angustiado y aburrido por la escasez de clientela en el código postal 25 mil, es decir el centro de Saltillo, salí a deambular por las calles del primer cuadro de la ciudad. Y luego-lueguito, así como el Río Bravo divide a los gringos de los mexicanos, o a los yankees de los bárbaros, un pequeño negocio sirve de frontera entre el Mercado Nuevo Saltillo -de confección oficial- y la Plaza de la Tecnología, de capital privado.

En conceptos similares en cuanto a meter cientos de diminutos locales dentro de una gran nave, contar con áreas de comida y sanitarias, las diferencias no podrían ser más abismales a las encontradas entre Tijuana y San Diego. El visitante, apenas se acerca al acceso de uno y otro lugar, tiene la inequívoca percepción de lo que verá allá adentro: perfectamente delimitados y respetados los espacios en uno, caos y mercaderías en pasillos y techos en otro; escaleras eléctricas en uno, una sola planta en otro; sanitarios bien cuidados en uno, baños sin mantenimiento apropiado en otro; limpieza e iluminación de un lado, semi oscuro y sucio el otro. Aunque eso sí, los deliciosos tacos de Aaron en el Mercado Nuevo Saltillo, sin oferta gastronómica atractiva en la Plaza de la Tecnología. Un localito de distancia no puede ser la diferencia para que una misma población encuentre tan diferentes espacios.

Después, seguí caminando. Por las banquetas que distintas administraciones restauraron, con la vista clavada al piso como negando la parálisis económica que solo el gobierno no ve y no sufre, me encontré con otro retazo de mexicanidad: las manchas negras de los escupidos chicles que se han fundido con el cemento. Y, ¿a quién echarle la culpa? La normatividad dicta que el dueño de la propiedad debe entregar la banqueta al municipio. ¿Debe la autoridad encargarse de esa limpieza o será el locatario quien deba quitar a espátula y químicos las gomas de mascar adheridas cuán fósiles al piso?  No lo sé, pero te puedo decir que, en centros comerciales privados como Plaza Patio, Plaza Sendero, Nogalera, o Galerías Saltillo, todos los días ves a personal de limpieza de hinojos, con espátula en la mano, desprendiendo del piso aquello que los visitantes no aprendemos a depositar en la basura

¿Es el Río Bravo o son las autoridades quienes hacen una diferencia? ¿Son las concesiones de los gobiernos hacia sus centrales agremiadas y por tanto clientelares las que nos siguen anclando al tercer mundo, o será el esfuerzo empresarial lo que nos lleve a ser una nación desarrollada? ¿Es el gobierno o es la población?

cesarelizondov@gmail.com

Un peligro para México, versión 2018


Publicado el 18 de marzo de 2108 en Círculo 360, de Vanguardia



Por César Elizondo Valdez



Al “Jamás votaré por AMLO”, millones de mexicanos le han quitado el “jamás”. Esa es una realidad. También cierto es que Andrés Manuel, está más cerca de alcanzar la presidencia de lo que estuvo Vicente Fox en marzo del año 2000… y de lo que seis años más tarde estuvo él mismo. Y verdad también es que hoy, quienes habitan esta tierra, ya sean ancianos, cincuentones o millennials, sureños, defeños o norteños, están más hartos, decepcionados, enfadados e informados, de los pésimos manejos de sus gobernantes y de sus cómplices, como no lo han estado desde que le quemaron los pies a Cuauhtémoc. El cambio, como le queramos llamar, reversa o progreso, se va a dar.

Es normal y entendible albergar dudas o reservas sobre cómo va a actuar un nuevo régimen. Los miedos de convertirnos en otra versión de Venezuela o de ser liderados por un moderno Fidel Castro, no son gratuitos. Igual de traumático, doloroso e incierto es el parto para quien le espera una vida feliz, cómo para quien tendrá una mísera existencia. Pero si lo pensamos bien, esos miedos habremos de suprimirlos.

Y vamos a darle la razón a esa extraña doctrina mediática-política-chismosa que, por un lado, señala que nadie puede ser mesías y cambiar al país nomás con voluntad, pero por otro lado sostiene que si existe un diablo que puede hacer de la nación un infierno con solo ceñirse la banda presidencial; vaya, hasta el dogma religioso es más congruente al conceder que si no hay dios, tampoco hay demonio, y viceversa. Pero, démosles la razón en algo: la naturaleza humana de quien habrá de presidir a México… y la naturaleza de la geopolítica universal.

Para esto, seamos sinceros: ¿En realidad pensamos que los Estados Unidos (léase poder económico, no Trump) le va a permitir a alguien cerrar no sólo un mercado importantísimo como es el mexicano, sino desmantelar el aparato productivo que le lleva gran parte de sus consumos y utilidades? Entonces, ¿Cómo darle a alguien que sueña con la grandeza, un lugar en la historia? Convirtiéndolo en el nuevo Bolívar. Espera, no estoy hablando de otro libertador del pueblo latinoamericano, me refiero al liderazgo que deberá asumir México para ser punta de lanza de una región del planeta que debe y quiere sumarse al progreso, a la modernidad, al primer mundo. Ese será el legado que, desde Washington, Suiza, Asia o Nirvana, le sea propuesto al próximo presidente de México. ¿Tú que escogerías? ¿Ser Chávez, o ser Bolívar?

De ahí que hoy, en una elección decidida desde la ya tradicional ruptura y desbandada panista, el verdadero peligro para México, son aquellos que desde ahora dan muestras de intolerancia hacia lo que no resulte como ellos quieren, aquellos que están sembrando odio, insultos y denostativos a quienes exigen un nuevo régimen. Aquellos que no entienden la vida fuera del presupuesto o de los negocios al amparo del poder. Aquellos que, en solo seis años, han endeudado y saqueado al país mucho más allá de un margen razonable para la clase de clase (perdón por la concatenación) política que nos cargamos. Aquellos ladrando que la izquierda no sabe gobernar, pero ignorando que la derecha no sabe perder. Aquellos amenazando que, cuando pierden, arrebatan Todos ellos -y quienes comparten sus dichos y fobias- son el peligro para México después del 1 de julio. Cuidado con ellos.
 cesarelizondov@gmail.com



AMLO


Publicado el 4 de marzo de 2018 en Círculo 360, de Vanguardia



Por César Elizondo Valdez




Cosa rara. Distinto al mexicanísimo “político que llega a tiempo no se respeta”, a la una de la tarde arribó puntual al hotel donde el empresario regiomontano convocó, no sólo a las cúpulas formales de la iniciativa privada de Coahuila, sino también a quiénes por alguna causa, ideología o congruencia, han permanecido lejos, aislados y segregados de estos gremios.

Cosa rara también, en lenguaje claro, coloquial y directo, habló con profundidad de los temas preocupantes a mujeres y hombres de negocios. Sin rodeos y mostrando conocimiento de la problemática del país y de la natural preocupación o renuencia a un cambio que pueda resultar contraproducente, dijo que la estatización del aparato productivo no es un camino a seguir, la inversión privada será bienvenida y procurada para resolver los rezagos económicos existentes. Luego, escuchó y respondió tanto a transportistas como a agricultores, a mineros y constructores, a industriales y restauranteros, a comerciantes y comunicadores.

A pregunta expresa, acerca de lo que una dama cuestionó como “proyecto Venezuela”, el ponente argumentó jamás haber cruzado palabra con el finado Hugo Chávez, nunca haber estado en ese país, y nunca ha platicado con el Presidente Maduro. Hizo hincapié en la no estatización ni petrolización de la economía, y en la necesidad de la inversión privada en proyectos productivos para alcanzar el potencial mexicano.

Del revanchismo político y del encarcelamiento de personajes locales, con inteligencia, no mordió el apetitoso anzuelo y explicó la importancia del respeto a la separación de poderes en un estado de derecho, concluyendo que esa responsabilidad sería del poder judicial, a quien dejaría hacer su trabajo sin presiones ni mandatos desde el ejecutivo, y sin trabas. Se entendió republicano en ese aspecto.

Acerca de las reformas energética y educativa, y del modelo económico de libre mercado: abundó en la necesidad de revisar los contratos firmados para verificar condiciones y montos, de realizar inversión pública para producir nuestra demanda de gasolinas y otros insumos en refinerías propias en lugar de importar el 75% del producto transformado a precios más elevados. Descargó de los maestros la culpa del rezago educativo, trasladándola al Estado, y de nuevo, con respecto al libre mercado, insistió en la inversión privada como motor del desarrollo comercial, industrial, turístico y agropecuario del país. De Napo, sin mediar pregunta de algún asistente, dijo lo ya escuchado en todas partes.

Por esta ocasión, he utilizado el generoso espacio de Vanguardia y de Saltillo 360 para hacer crónica y no opinión, de tener oportunidad y escuchar otras propuestas, haré lo mismo.  
 cesarelizondov@gmail.com 


El Hada Verde


Publicado el 25 de febrero de 2018 en Círculo 360, de Vanguardia



Por César Elizondo Valdez




Mi amigo y compañero de página, Jesús R. Cedillo, fue quien me platicó de ella. “Es algo para probar antes de morir”, me dijo en alguna ocasión el poeta. También conocida como el diablo verde, el hada verde o absenta, es un licor a base de ajenjo que desde el tramo final del siglo XIX y hasta principios de este milenio estuvo prohibida en casi todo el mundo. Una leyenda cuenta que Van Gogh estuvo bajo sus influjos cuando cercenó su oreja; otra historia dice que solo así, Hemingway se atrevió a enfrentar una vaquilla dentro del ruedo en algún lugar de España donde no se vetó la peligrosa bebida.

 La conocí en unas vacaciones meses atrás. Mientras las damas terminaban de arreglarse, me encontré con mis amigos en un estratégico oasis del hotel en el que nos hospedamos. Al leer el menú de bebidas, mis ojos tropezaron con el seductor nombre por el cual pregunté tantas veces con infructuosos resultados en bares y pubs, en tabernas y cantinas, en mercados clandestinos y reconocidas tiendas de vinos.

 Había que probarla. La versión moderna no alcanza los casi noventa grados de la de antaño para inspirar como lo hizo con Baudelaire, Manet, Rimbaud, Oscar Wilde y otros. Pero te puedo decir que, observar el goteo por gravedad del agua helada desde una especie de vasija cristalina a través de un minúsculo grifo, para deshacer un terrón de azúcar sobre una cucharilla perforada, que a su vez descansa sobre el borde de una copa globo, cuyo contenido tiene algo de sabor anisado, que se convierte en lechosa alquimia al contacto con el azúcar que cae diluida con el agua fría, es en sí una experiencia por la que valió la pena visitar ese bien situado barecito.

¿El precio? similar al tequila que alguien ordenó y apenas por encima a la cerveza de mi compadre. Con respeto, preferí marear a la infusión con espaciados y largos bamboleos de la copa antes que su contenido provocase en mi los efectos por los que fue juzgada y condenada al ostracismo comercial y repudio social tantas décadas. Me retiré satisfecho de haber probado algo diferente, aunque un tanto desilusionado por una sensación que nunca llegó, o me negué a experimentar.

Pasaron los meses. Y resulta que voy a un restaurantito de alitas aquí en mi Saltillo, y así, como no queriendo, le pregunto al mesero si conocen el licor de absenta. Pues sí, si lo tienen. Ya aterrizado, me lo dan sin la parafernalia de aquel barecito gran turismo del destino vacacional. Igual, me voy despacio y con miedo en la ingesta del demoniaco brebaje. Y otra vez nada. Ni chamánicas alucinaciones, ni llegó la inspiración para escribir un octosílabo, ni se apareció un engendro verde, ni se me aclararon las ideas.  

Quizás sea la cantidad. O quizá aquellos pintores, escritores y demás artistas que habitaron el mundo hace 150 años, tenían los sentidos más despiertos para saber apreciar las cosas. O tal vez, con pasmosa simpleza y terrible decepción, habrá uno de aceptar la ausencia del propio talento para lo artístico, y para lo bohemio. No lo sé. Pero seguiré buscando en mis periplos una fórmula más exacta de la poción, una que me acerque un poco más a lo experimentado por esa gente de siglos atrás con el hada verde. Por lo pronto, en mi próxima visita a ese restaurantito de alitas, aumentaré la dosis. 
 cesarelizondov@gmail.com   


Show Business


Publicado el 10 de febrero de 2018 en Círculo 360, de Vanguardia



Por César Elizondo Valdez


Con el primer sueldo compré un boleto para el Súper Bowl. El siguiente mes conseguí el pasaje de avión para California y al tercer mes, según las escrituras, me hice de dólares suficientes para pagar el resto del viaje que incluía visitar Disney y otras atracciones cercanas a Pasadena.

No, no fui un joven prodigio con oportunidades especiales en mi trabajo inicial, tampoco tuve el puesto mejor renumerado de mi generación, y nunca he sido un vendedor fuera de serie. Ese tipo de gastos superfluos eran más baratos y accesibles. O menos caros, si quieres verlo así. En noventa días, con ingresos de mexicano clase mediero y sin más compromiso que comerse el mundo antes de ser tragado por tiburones, podías estar en el mismo sitio dónde hoy, solo los millonarios de primer mundo se dan el lujo de pagar de su propio bolsillo.

El ticket para el partido, donde venía impresa la cantidad de 175 dólares, mi tío Eros pudo conseguirlo en un centro de boletaje de Santa Mónica por 500; sin dudar, le pedí comprarlo y prometí poner de inmediato un giro postal con el dinero. Entrar a cualquier parque de diversiones tenía un costo de 35 dólares y la cerveza, maldito vicio, me pareció un robo tener que consumirla por dos con cincuenta centavos, vaso conmemorativo incluido. Los viajes en avión si tenían un precio similar al actual.

Paradoja: A 25 años de distancia, en un país dónde presumen de tener la inflación más baja del planeta, así como una economía estable durante casi un siglo, ¿Porqué se volvió prohibitivo asistir al evento más televisado de nuestra civilización? ¿Porqué en los dominios del ratón Miguelito (allá también existe) los precios se han disparado muy por encima de la inflación? No es necesario ser Nobel de economía para entender leyes de oferta y demanda, pero… lo notable es que la demanda no aumentó al ritmo del desarrollo económico ni al crecimiento demográfico, esta aumentó por motivaciones psicológicas, una cuestión aspiracional.

Y si, ya lo menos que vemos en un partido de la NFL son aficionados al fútbol americano; con suma habilidad, los malvados capitalistas convirtieron un evento deportivo para aficionados, practicantes y conocedores, en una celebración social de alcances internacionales. Igual pasa con los conciertos de AC/DC, la Fórmula 1, la industria cinematográfica, el rodeo. Vaya, hasta el café se volvió símbolo de estatus. Imaginas quizás un montón de cosas materiales como teléfonos celulares y automóviles, ropa, zapatos y accesorios; también van en ese consumo aspiracional del que hablo, pero mi intención hoy es hablar de los intangibles.

Es verdad que esos gringos tan listos, han encontrado una forma de ganar dinero sin necesidad de darte productos. Te venden una experiencia, una ilusión, un evento. ¿Cuánto cuesta la voz de Lady Gaga o el talento de Jay-Z? ¿Cuánto le cuesta a Jennifer Lawrence interpretar a una prostituta? ¿Y a una aristócrata? ¿Cuánto cuesta una cucharada de buen café, un vaso y agua caliente? No cuesta nada, pero le saben dar un valor muy por encima de lo que las necesidades básicas pagan. Se pueden dar el lujo de olvidar fábricas como General Motors, de tiendas como Sears y de negocios como BlockBuster; mientras en cada continente y país paguemos un sistema de cable para ver el Súper Bowl, consumamos una cheve que patrocina al Súper Bowl, y veamos por Netflix una película que se anuncia durante el Súper Bowl, la economía norteamericana seguirá avanzando firme y decidida hacía un mercado futuro de menos tangibles y más sensoriales. No es queja, es alabanza a una bien cimentada filosofía empresarial que se vale de las necesidades superiores del hombre, una vez que otros países se ocupan de cubrir las necesidades básicas.

En México, en Coahuila, en nuestro Saltillo, ¿tendremos la visión y el empuje para conquistar ese mercado mundial que ocupa algo más que autos, peltre y macetas? 
cesarelizondov@gmail.com