Nenikékamen Chivita

Publicado el 16 de Marzo de 2014 en Revista 360 de Vanguardia

   La Chivita puso su parte. Y si Dios quiso y puso la suya, ayer sábado, Don Alfredo Castillo Solís (alías La Chivita) debió completar la increíble hazaña de completar 64 maratones en poco más de dos meses corriendo alrededor de la Alameda de nuestro Saltillo. ¿Qué es lo que motiva a un hombre para emprender tan descomunal reto?

   Pongamos primero las cosas en perspectiva. Aunque la historia oficial nos cuenta distintas cosas, el romántico mito dice que cuando los Griegos vencieron a los Persas en la batalla de Maratón en 490 a. C., Filípides fue el encargado de llevar la buenas nuevas hasta Atenas para evitar un suicido masivo, recorrió cerca de cuarenta kilómetros sin parar y cuando llegó, solo alcanzo a decir nenikékamen (hemos ganado) y cayó muerto. Así fue que cuando los griegos organizaron los primeros juegos olímpicos modernos a finales del siglo XIX, encontraron en la leyenda de Filípides el gran evento que remitiría a la antigua Grecia las nuevas olimpiadas. Entonces tenemos que la prueba del maratón consta originalmente de correr cuarenta mil metros –a partir de los juegos olímpicos de Londres 1908 se agregaron dos mil 195 metros para que la carrera iniciara en el Castillo de Windsor para que la Reina pudiese presenciar la salida sin abandonar sus aposentos-.

     Luego de esos virtuales viajes en el tiempo y el espacio hasta Atenas y Londres, regresamos nuevamente al Saltillo de La Chivita, este hombre que durante medio siglo se ha ganado el pan construyendo miles de casas con sus propias manos y que durante cerca de cuatro décadas a avanzando kilómetros suficientes para darle sobradamente la vuelta a la tierra impulsado por un gran corazón y por sus propias piernas. Tuve el privilegio de acompañar a Don Alfredo el miércoles pasado durante un rato de su largo compromiso esperando entablar una buena plática que me ayudase a entender los cómos y porqués de su epopeya; pero, con veinte años de diferencia en edades a mi favor, la diferencia en capacidades atléticas era aún más ancha en favor de él y no pude aguantar el impresionante paso que llevaba. Poco pude hablar con él pero fue suficiente para entender su sentir.

       Aquejado por el desempleo, coincidiendo con su cumpleaños y en agradecimiento a Dios por una vida dónde ha podido convivir con su familia por tres generaciones ascendentes y otras tantas descendentes, La Chivita resolvió enviar un mensaje de esperanza a quienes habitamos un planeta sobrepoblado dónde las oportunidades se evaporan ante la feroz competencia en cualquier campo, dónde las circunstancias de ascendencia y relaciones influyen más que las de capacidades para acceder a esas oportunidades, y es por eso que personas como La Chivita se vuelcan en asombrosas proezas para conseguir por pura voluntad y de forma unilateral algo único que nos demuestra de lo que somos capaces, dejando pasmado a un mundo que a muchos niega un futuro al enviar distintas y duras pruebas sin más armamento para combatirlas que nuestra mente, cuerpo y espíritu.

    Desde mi entender, la heroica gesta de La Chivita reivindica los esfuerzos de todos aquellos que se suben a un escenario y no han recibido un Oscar, a quienes ingresaron a la política por ideología y pareciera que su misma convicción los aleja de la posibilidad de aparecer en una boleta, a los que han emprendido negocios y ven sus esfuerzos vanos para convertirse en el próximo McDonald´s, a los que dejan todo su entusiasmo cantando en un Karaoke porque no hay más espacios, a los cientos de miles obreros saltillenses que día tras día y durante años despiertan antes que el sol para llegar a sus trabajos, a los que juegan fútbol llanero sin esperanzas de pisar jamás el césped del estadio Azteca y claro, a quienes participamos en carreras de fondo bajo la filosofía de José Alfredo Jiménez: No hay que llegar primero, pero hay que saber llegar. En fin, a todos los que son movidos por sus pasiones más que por sus razones.

     Y no creo equivocarme al decirle a Don Alfredo “La Chivita” Castillo Solís que a nombre de todas aquellas personas que en nuestros corazones queremos pero que en nuestras realidades no podemos, que su esfuerzo bien ha valido la pena porque hoy muchos nos sentimos inspirados por su titánico logro y bien podemos  decir que gracias a La Chivita, nenikékamen (hemos ganado).

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Y después de la fiesta, ¿Qué?

Publicado el 09 de Marzo de 2014 en Revista 360 de Vanguardia

      En memoria del tío Lalo, colega cursillista.

     Era una fiesta dónde bien valía la pena estar y tenía una cava espectacular que más tarde te detallaré. Pero yo no podía disfrutar como quisiera porque sabía que en algún momento me tendría que ir a dormir y mis pensamientos eran dominados por una vieja y recurrente angustia: No sabía si tendría agradables sueños en paradisiacos lugares, ignoraba si sufriría de infernales pesadillas, o peor aún, me martirizaba pensar que quizás al estar dormido simplemente caería en un aburrido y oscuro estado de inconciencia.

     Tenía entonces un buen rato en esa fiesta. ¿Quién me había invitado a esa fastuosa y atractiva celebración?, no lo sabía ni me importaba mucho saberlo. Además de la cava, había una especie de barra libre que ofrecía todo tipo de brebajes, y, sabiendo que tendría que ir a dormir más tarde, no tuve empacho en probar y mezclar diferentes bebidas acompañadas todas ellas de suculentos platillos. 

     Mi primo Rodolfo abandonó temprano el lugar; luego mi padre, quien ciertamente disfrutaba de la fiesta, tuvo que irse antes de lo que todos pensábamos por una indisposición. Un rato después se fue mi tío Jorge y le siguió el tío Lalo, a quien solo al despedirse supe que me unía un vínculo muy especial.

    Entre todo eso la fiesta continuaba siempre repleta de familiares, amigos, y por supuesto, gente desconocida que le daba color a todo aquello. Como en toda reunión de ese tipo, hablar con gente embriagada por sus elecciones tenía una doble vertiente en la que uno mismo habría estado en ocasiones: Admirar la pasión con la que algunos te hablaban y tolerar en otros el mal aliento que por sus bebidas despedían.

    Repentinamente me di cuenta que a pesar de estarla pasando bien, sentía que algo me faltaba para disfrutar más de la noche y para alcanzar ese buen dormir que más tarde necesitaría. Necesitaba hacer una elección.

     Decidí acercarme a un pequeño grupo dónde había personas que parecían disfrutar de lo que hablaban, o al menos se notaban bien contentos. Eran conocedores y disfrutaban de un excelente vino. Ahí, entre otros más, Javier me inició en cómo era que se debía tomar aquella bebida, Luis me explicó la diferencia entre tomar el vino en un simple vaso o en una copa de cristal para degustarlo mejor. Mi amigo experto en el tema, Mario, se ofreció a guiarme para que la experiencia fuera trascendental. Por supuesto, me emborraché.

    Y en medio de la fiesta, totalmente embriagado y rodeado de gente, me di cuenta que ya no temía por lo que pasaría cuando diera la hora de dormir. Esperaba que la fiesta se prolongara un buen rato más y por todo lo que había ingerido no sabría decir si en mis sueños cuando durmiera estaría en paradisiacos lugares o en infernales pesadillas, pero tenía la absoluta certeza de que el estado de aburrida y oscura inconciencia no existiría.    

     Ahhhh si, me olvidaba de la cava: Aunque no estaban ahí todas las bebidas del mundo, la selección era bastante generosa y popular. Había distintos y excelentes vinos de mesa como el vino Siddharta, el vino Abraham, el vino Mahoma, el vino Jesús y el vino Vedas o Karma. Por supuesto que en la barra libre también estaba la cerveza Money, el licor del Poder, Tepache Mi mismo, el brandy Hedonismo, una bebida energizante llamada Body-Sport y no podían faltar los botellines de la simplista, incolora, inodora e insípida agua de marca Ateo, muy confundida por su indiferente naturaleza al agua endulzada Agnóstica.

 Decidir entre tantas opciones no fue una cosa tan complicada para continuar la fiesta y seguirla cuando me vaya a dormir, mi elección se fue por lo más obvio: Lo que había visto un poco en mi hogar y que durante mi paso por la escuela estuvo siempre al alcance de la mano, el vino Jesús.
  

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La Película al Revés

Publicado el 02 de Marzo de 2014 en Revista 360 de Vanguardia

     En la primera escena de la película aparece Rita llorando amargamente mientras sostiene el cuerpo inerte de su hijo que ha sido baleado, asemeja a la imagen de La Piedad. Caos total cuando cientos de personas no saben a ciencia cierta lo que ha pasado en un evento para toda la familia dentro de un sitio público, han atestiguado la muerte de varios inocentes.

    Los sicarios no iban por ellos, pero estaban en el lugar y era el momento incorrecto; las sorpresivas ráfagas fueron repartidas indiscriminadamente ya que para liquidar a quien debían era imposible hacer tiros de precisión en medio de tanta gente. El fin justifica los medios. Una sola bala cuyo precio en el mercado negro cuesta un poco más de un dólar fue suficiente para acabar con la vida del hijo de Rita.

    La película corre hacia atrás, y entonces vemos como la bala abandona limpiamente el cuerpo del niño y regresa hasta el cargador del rifle automático entrando por el cañón. De la mano del asesino pasa a una caja llena de municiones que le fue entregada antes de abandonar su guarida.

    Dentro de su escondite, las armas y consumibles salieron de una pequeña bodega llena de granadas, perdigones, equipos de comunicación y demás artefactos utilizados por el crimen organizado. Contiguo a ese cuarto se encuentra una pequeña habitación habilitada como oficina de cuyo escaso mobiliario sobresalen un viejo escritorio de lámina y algunos gabinetes repletos de fajos de billetes. Por esa oficina se cruzan macabras historias, confluyen muchas que tienen distintos orígenes a la de Rita, y terminan otras con similitudes en la tragedia final.

    Semanas antes y sentado ante su también oxidado escritorio, el encargado de la lúgubre oficina tomó varios fajos de billetes de los gabinetes para hacer el pago de las balas a quien se las consigue. De ahí, nuestra película toma otro rumbo hacia el pasado y deja de seguir a una bala para continuar su decurso con el fajo de billetes que la pagó.

     Ese dinero llegó a aquella casa procedente de la calle, entre el fajo iba un arrugado billete de veinte pesos marcado con una cita bíblica: Quien se opone a la autoridad se rebela contra un decreto de Dios, y tendrá que responder por esa rebeldía. San Pablo, Rom 13, 2

     El maltrecho billete fue recolectado unos días antes a un comerciante que tiene algún tipo de sociedad con los moradores de la casa. Este es un distribuidor de películas y discos piratas que a su vez tiene una red desde dónde atiende a pequeños puesteros y a comercios establecidos para que hagan llegar hasta los consumidores su mercancía. No hacia mucho, había reñido con uno de sus clientes que le había entregado aquel billete marcado, pues corría el riesgo de que nadie le aceptara ese dinero como pago.

    Ese penúltimo eslabón mantiene el contacto con el consumidor final. Y unas horas antes de hacer el pago por lo que debía, el último vendedor había recibido ese billete de la mano de un comprador que había adquirido un cómico filme de Walt Disney. Ese consumidor final de la piratería, del contrabando y de los giros negros, era Rita.


      Lo más triste de la película de Rita es aparecer en ambos extremos de la historia, mientras que la mala suerte de unos pocos inocentes es estar solo en el trágico final. Pero el pecado de la mayoría de nosotros es ser quien inicialmente suelta ese arrugado billete en cualquiera de esos oscuros pero muy populares caminos que confluyen antes de la tragedia final en ese viejo escritorio de esa habilitada oficina.    

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Los Juguetes del Sicariato

Publicado el 23 de Febrero de 2014 en Revista 360 de Vanguardia

      Plática que algún día escuché entre jóvenes padres de familia haciendo gala de ignorancia en una faceta de esa mexicanísima práctica que intenta medir hombría a través de los hijos: Ja,ja,ja,ja, compadre -dijo el primero-, ponle atención a tu hijo porque está jugando con una Barbie, se ve que le gustan las muñecas. Por supuesto que le gustan las muñecas –contesto el otro alterado-, lo más natural del mundo es que a un hombre le guste el cuerpo de la mujer, malo sería que jugase con figuras masculinas como el tuyo, señal de que le atraen los hombres.

     Claro que es una exageración cargada de homofobia y cultura machista descalificada desde un mínimo análisis pedagógico, docente o psicológico. En la temprana infancia un niño juega con cualquier objeto porque sus sentidos están ávidos de descubrir nuevas cosas y todo lo que cae en sus manos es caso de estudio. Pero el ejemplo sirve para ilustrar la inocencia de autoridades y sociedad cuando se piensa que los juguetes son precursores de una realidad.

     Si los juegos infantiles fueran indicios de lo que el futuro depara, no andaríamos tras el autógrafo del Chicharito porque nuestro primo habría sido la estrella del Real Madrid; el grandote de la escuela habría usado el cuerpo más que su cerebro para lograr el éxito que alcanzó; la vecina pesaría 150 kilos porque le gustaba jugar a las comiditas y la verdad es que hoy sufre de anorexia. Y por supuesto que sí, todas las que de niñas jugaron a ser mamas tendrían que dar largas y penosas explicaciones a sus padres durante algún momento de la juventud conforme los meses avanzaran.

     Pero no se trata de descalificar los intentos de distintos gobiernos por impulsar campañas cuyo espíritu nadie podrá cuestionar al ser política y socialmente correctas, pero si debemos señalar la anuencia de una sociedad que le endosa al Estado la responsabilidad y método para hacerse cargo de una tarea que al democratizarla o generalizarla como política pública, se convierte en un tipo de paternalismo ideológico en el que desgraciadamente termina por quedar arrumbado el mejor esfuerzo  que debería hacer la gran diferencia: La formación dentro de la familia.

    No puede –ni debe- un gobierno entrar en tu casa para darle formación a tu familia. No puede una política pública evitar que nuestros hijos hagan sentir cómodos a quienes facilitan y propician la decadencia social cuando “likean” sus publicaciones en redes sociales y cuando los adultos los recibimos con los brazos abiertos en las mismas entrañas de las escuelas, iglesias, clubes sociales, gremios, centros de trabajo, hogares y otros grupos.

    Los juguetes del Sicariato no son las pistolitas de plástico ni los violentos videojuegos que a pesar de todo los podemos entender tan lejanos a la realidad cuando comprobamos en el boliche que las horas invertidas jugando con el Wii no han acrecentado en nada nuestras limitadas habilidades físicas.

    No, los juguetes del Sicariato se llaman dinero fácil, alcohol a menores de edad, cerveza clandestina, padres que no saben dónde ni con quien duermen sus hijos, hijos que no saben en que trabajan sus padres, culto al poder en cualquiera de sus manifestaciones. Pero sobre todo, la receta para formar delincuentes se cocina cuando tanto educadores como familiares y amigos solapamos y en ocasiones incluso aplaudimos los pequeños abusos, vicios y delitos de los menores escudándolos en la torpe creencia de que si los demás lo hacen, debe ser imitado para no ser marginado.


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Matrimonio Gay y Adopciones

Publicado el 16 de Febrero de 2014 en Revista 360 de Vanguardia

         Hipotéticamente, ¿A quién confiarías la formación de tus hijos? ¿A un ludópata, al alcohólico, al que consume drogas, a un sacerdote, al macho, al homosexual, al güevon? Por supuesto que son estereotipos sujetos a mediciones, pero en mayor o menor grado cada uno de nosotros tiende a distintas debilidades.

    ¿A dónde vamos a parar? Se preguntan los conservadores. ¿Por qué no? Preguntan los liberales. Habría que partir del hecho de que ambos extremos tienen sus buenas y poderosas razones para inclinarse por una u otra vía en el tema de matrimonio entre personas del mismo sexo y el derecho (o responsabilidad) de adoptar por parte de los mismos. Meternos al detalle de las leyes y reglamentos que norman estas acciones sería ocioso desde el punto de vista social, ético o moral; esos pormenores son cuestiones meramente legales.

     En una visión moralista habrá quienes desechen cualquier tolerancia desde el argumento de la anti naturalidad de la unión sexual entre el mismo género, y por ende, la falta de credibilidad o valores para educar. Y desde el lado liberal otros dirán que en muchísimas más ocasiones de las que desearíamos, el matrimonio convencional ha sido un auténtico calvario para las parejas y el peor de los infiernos para los hijos.

   Pero, ¿No es antinatural también la forma en que procesamos y conseguimos los alimentos? ¿Es siempre natural la forma en que engendramos un nuevo ser o como negamos a otros la posibilidad de la vida? ¿El matrimonio gay es garantía de no caer en los mismos errores que la unión entre diferentes sexos? ¿Es la homosexualidad una condición que evita caer en los vicios y problemas de los heterosexuales?

     El problema con quienes no aceptan la diversidad por cuestiones religiosas, filosóficas, naturales o de posición social, es más parecido a la forma de Hitler que a la forma de Cristo, por citar ejemplos de hombres que cambiaron el rumbo de la humanidad y que ciertamente tenían seguidores. El problema con quienes ejercen su sexualidad más allá de la libertad que las costumbres tradicionales aceptan, es que exigen los derechos que por su condición no deben de perder, pero se niegan a aceptar que socialmente su condición debe ser tratada de forma tan especial como la del alcohólico, del drogadicto, del ludópata, del macho, del sacerdote, del güevón. No se les  excluye de la sociedad, pero se les exige no contaminar ambientes.

    Es un estilo de vida escogido en dónde merece ser reconocida su existencia con los derechos que esto conlleva, pero también habrían de aceptar que no hay porque reconocer virtud en algo que no es visto con buenos ojos por una aplastante mayoría cuando la ciencia ha establecido que la homosexualidad es cosa de elección y no de nacimiento.

   La unión entre dos personas de edad adulta no tiene por qué afectar a la colectividad siempre que respeten los códigos sociales establecidos, para lo cual desde un principio, y por más dudas o prejuicios que alguien tenga, les asiste el beneficio de la duda.


  Pero la adopción implica a una tercera persona que no tiene opción de elegir (al igual que para una adopción convencional), y ahí es donde la más conservadora ala de la sociedad le pide a los liberales que también ellos extiendan el beneficio de la duda a los matrimonios convencionales. Y que si su deseo es dar amor y protección incondicional a un ser indefenso, empiecen por aceptar que lo mejor siempre será ser el niño común de la escuela, rodearlo de ambientes propicios, darle una infancia normal, con un hogar convencional, en una familia no disfuncional. 

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Mis Pecados y mi Fracaso

Publicado el 09 de Febrero de 2014 en Revista 360 de Vanguardia

    Sucedió hace algunos años y aún no sé cómo llamarlo. Me desperté, y lo primero que vi fue al segundo de mis hijos mirándome fijamente con esos gigantescos y oscuros ojos que cuando quieren se tornan bondadosos y cuando quieren taladran hasta tus más profundos pensamientos. Esperaba a que mis parpados se abrieran para anunciarme, triunfal, que se le había caído un diente. El primero en su corta vida. Me lo enseñó como quien presume una joya y me dijo que por la noche lo pondría debajo de la almohada, que con seguridad el famoso Ratón Pérez le traería algo. 

     Luego durante el día, tuve múltiples ocasiones de elegir mi estado de ánimo. Lo primero que uno ve cuando sale de casa es algún vehículo de reciente modelo que no podría darse el gusto o el lujo de pagar, y es entonces que surge la envidia, la que por más que queramos matizar con adjetivos como buena o sana, llanamente es envidia. Pero, como cualquier otro clase mediero me digo que soy afortunado por tener en que moverme y que la finalidad de cualquier vehículo es transportarnos. Escojo sentirme bien con la vieja camioneta que conduzco y a la que le faltan más letras de las que tiene el alfabeto para que pase a ser mía. Pero no me siento fracasado. 

    Más tarde en el trabajo fui víctima de la avaricia. Esta me lleva a hacer cosas a favor del capital sin apenas reparar en la humanidad  y carente de sentido social; me escudo en el pensamiento de que para eso recibo un salario y con eso queda saldada la deuda moral.
    En el mismo horario de labores me persiguió la pereza disfrazada de virtud. Buscando siempre la manera de hacer más rápido las cosas, no en un afán positivo de avanzar más, en realidad buscando la manera de terminar más temprano para irme a casa y descansar. Con todo y eso, nunca me sentí fracasado, pues soy de naturaleza humana.

     Durante el almuerzo y casi sin darme cuenta me rendí a otros dos pecados: A pesar de estar excedido en peso y de haber hecho un pacto para mejorar, el antojo me ganó. No solo llene mis necesidades, me excedí como ninguno, sucumbiendo claro, ante la gula. Ahí mismo, hojeando el periódico me enteré de más ejecuciones de inocentes por todo el mundo perpetradas en nombre de la libertad, la religión, la política o más estúpidamente, el dinero;  y fue entonces que experimenté ira. Pero no soy culpable directo de lo que pasa en el mundo, esa no es mi culpa, es un fracaso global. Y por el lado de la gula, unos kilitos de más no me hacen un fracasado.

     Por la noche, antes de dormir rezamos en familia. Cada quien pidiendo por lo que necesita y cada uno agradeciendo por lo que se tiene. Mi hijo, por supuesto, rogándole a Dios para que el Ratón Pérez encontrase nuestro hogar y le dejase algún regalo. Mi esposa suplicando porque la plaga de ratones del vecino no encontrase nuestra casa.

      Una vez en la cama y justo antes de quedar dormido, reflexioné sobre mis acciones de ese día. Como cada noche, no pude dejar de sentirme satisfecho por haber cumplido con los deberes desde mi muy particular, endeble  e incompleta escala de valores; apareció por supuesto, la soberbia. Y fue tanta la soberbia, que fui incapaz de prever el fracaso.

     Si usted realizó las cuentas sabe que aún falta un pecado, ese detalle lo guardo porque soy un caballero, pero debe usted saber que probablemente lo hice, claro que con mucho amor,  y con eso salvé el pecado.

     Y al otro día por la mañana, al despertar, lo primero que vi fue al segundo de mis hijos mirándome fijamente con esos enormes y oscuros ojos que a veces se tornan tristes, esperaba que abriera mis parpados para anunciarme decepcionado que el Ratón Pérez había olvidado pasar a dejarle algo a él. Y fue en ese momento que pude sentir como el gran fracaso invadía todo mi ser, y desde entonces me sigo preguntando: ¿Cómo nombro a ese pecado?  


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Mi pronóstico garantizado del Súper Bowl

Publicado el 02 de Febrero de 2014 en Revista 360 de Vanguardia


       
 Hoy por la noche la gente estará hablando del gran perdedor del Súper Bowl. Para dónde uno vea habrá personas que sonreirán y otros que se lamentaran. Me ocupo de dos iconos para ilustrar la colaboración de este domingo: El jugador Peyton Manning por un lado, y el dueño del equipo contrario por el otro, Paul Allen.

    
 
 Manning tiene cualquier cantidad de records en el deporte que practica, pero carga con el estigma de achicarse cuando el partido es realmente importante. A Paul Allen por otra parte, lo podemos identificar por ser co-fundador de Microsoft e inversionista en cientos de empresas entre las que destaca DreamWorks, pero su figura empequeñece cuando asociamos las compañías citadas a Bill Gates y Steven Spielberg, los modernos “Henry Ford” de sus especialidades.


       Así que hoy, quienes gustan de talar árboles caídos, tendrán ocasión de utilizar calificativos como perdedor, promedio, incompleto, incapaz, fracasado;  y se regocijaran con la inmortal frase atribuida al legendario entrenador cuyo nombre está inscrito en el trofeo que hoy se disputa: “El segundo lugar, es el primero de los perdedores”. ¿En serio? ¿El segundo lugar en un campeonato mundial es un perdedor?

       Claro, desde la cómoda perspectiva del sillón frente al televisor y viendo solo una porción de realidad, los logros deportivos de Babe Ruth son un gran fiasco: Fue uno de los bateadores que más veces se ponchó y era un pésimo jugador de cuadro. Julia Roberts ha protagonizado decenas de películas que han arrojado enormes pérdidas de dinero así como feroces críticas a su actuación. Si Martin Scorsese tuviera una estatuilla por cada vez que le fue negado un premio Oscar, no tendría dónde poner el que si ganó; Gabriel García Márquez ha dicho que tuvo que escribir Cien Años de Soledad para que la gente leyera la que él considera su mejor obra y que había pasado sin pena ni gloria: El Coronel no tiene quien le Escriba. Y por supuesto, Abraham Lincoln perdió cada elección en que participó hasta que compitió para Presidente de su nación.

       Los ganadores son entonces todos aquellos que compiten, los que se atreven a fracasar una y otra vez entendiendo que el objetivo puede o no ser alcanzado porque al igual que ellos, muchos más buscan exactamente lo mismo y generalmente solo existe un podio y un Dios común que no atiende plegarias de competencia porque inclinarse por un bando significaría no escuchar al otro. Pero saben también que la satisfacción y la virtud están en merecer el éxito, y que este, aunque pueda ser elusivo en una primer instancia, finalmente llegará, quizás incluso, ataviado de fracaso.

    
 Te invito lector a que hoy por la noche extiendas un poco el ocio de ver el evento televisivo más importante de Estados Unidos hasta las entrevistas finales, y que tu paciencia aguante hasta que sea el turno de los perdedores. Te garantizo que algo encontrarás en las palabras de un Manning nuevamente derrotado o de un Allen cuyas capacidades creativa y empresarial no entran al terreno de juego, mi pronóstico es que encontrarás en cualquiera de ambos escenarios a un hombre exitoso que no mide su legado por la merecida victoria que en ocasiones te hace bajar la guardia, sino por la edificante derrota que te impulsa a seguir con la frente en alto.


     ¿Perdedores? Perdedores son los que nunca han fracasado, los que nunca han intentado, los que nada han creado. Los que no quieren jugar ese juego que es la vida. 


cesarelizondov@gmail.com

Todo tiempo pasado fue mejor

Publicado el 26 de Enero de 2014 en Rvista 360 de Vanguardia

     Nostalgia. A veces es un microscopio que hace ver grandiosas las pequeñas cosas del pasado, y otras veces es como un telescopio que quiere hacer ver cercano lo que ha quedado lejano.  Ahhhhhh, como quisiera regresar el tiempo. ¿Te acuerdas de aquellos años? Ciertamente y por definición, éramos más jóvenes que hoy. Pero la juventud es un concepto muy relativo. Para el anciano que está próximo a la muerte su hermano menor que cuenta con 80 años le parece joven, para este, su hijo que ronda los sesenta es un muchachón, y para quien vislumbra la tercera edad todos los demás tenemos larga vida por delante.

    Pero como me gustaría regresar el tiempo hasta aquel gran año. Lo teníamos todo. Para quienes nos visitaban de la capital, nuestra ciudad era percibida como un pueblo al igual que para esa horda de simpáticos extranjeros que veíamos llegar de tantas partes del mundo; pero eso lo decían para molestarnos o haciendo mofa de los ridículos reglamentos municipales que regían nuestra moral colectiva, si es que algo así puede existir. Nosotros sabíamos que éramos una gran metrópoli pues contábamos con un aeropuerto en Ramos Arizpe y una estación de trenes.

    Me gustaría volver atrás. Hoy tengo algunas cosas resueltas y enfrento al mundo sin tantos miedos como en ese pasado, pero el agua que corrió bajo el puente no volverá jamás. Eran tiempos de adrenalina, todo era incierto y nadie sabía lo que nos depararía el futuro. Pero iniciar un negocio, una familia, un proyecto, un amor o un nuevo trabajo era posible gracias a las oportunidades que la vida nos proponía, a unos de una forma, a otros de otra. Pero siempre, todos pudimos soñar con un futuro mejor, inconscientes del precipitado presente. ¿Se vivía mejor que antes? ¿Estábamos mejor que nuestros abuelos de la post-guerra? No los sé. Yo solo sé que me gustaría regresar el tiempo.

    Íbamos al cine y disfrutábamos de un ritual que incluía palomitas, avances de futuras películas y la vista de la mercadería que ofrecían los comercios aledaños. La era del cine mudo y de carpa había sido eclipsada por las modernas, cómodas y funcionales salas. Hoy, con innovadores aparatos domésticos, con una red mundial de comunicación e inmersos en la forma de hacer negocio del séptimo arte, prácticamente vemos las premieres desde nuestro sillón sin salir de casa, pero sin el romántico ritual de antaño. Ahhhhh, como quisiera volver atrás.

    De vez en cuando por las noches salíamos con los amigos a disfrutar de una cerveza en casa de cualquiera de ellos o en alguno de los restaurantes de Saltillo. Por las mañanas, en un contexto más formal, era común almorzar en el tradicional Viena un desayuno que incluía tortillas tostadas de harina con crema y un buen café. No era necesariamente dónde o porqué compartíamos la mesa, era el gusto de compartir con alguien. Hoy me duele que algunos de ellos ya no estén aquí.

     Los domingos eran multifacéticos: Podías salir desde que el sol aparecía en el horizonte para internarte todo el día en la sierra de Arteaga en la infaltable cabaña que el primo del amigo del cuñado de un conocido tenía; regresabas y tu pareja te pedía detenerte por un elote y al volver a casa descubrías que de alguna forma habías comulgado con Cristo, ya que llegabas con el cuerpo muerto, pero con el alma resucitada. Y por otro lado, si te quedabas en Saltillo podías ir por la barbacoa de pozo para desayunar, de ahí a visitar a los familiares para terminar en el crepúsculo disfrutando del pan de pulque; y en medio de todo eso, asistir a un oficio dominical religioso. Que buenos tiempos aquellos.   

     Pero el incesable reloj de la vida camina perenne aunque nos olvidemos de darle cuerda. Y aquí estoy hoy, añorando un pasado que no volverá y viviendo ese precipitado presente que pronto será pretérito. Cuando el futuro te alcanza solo queda vivir de los recuerdos de esos años maravillosos que en tu juventud quedaron, juventud que como te decía al principio, es un término muy relativo. 

Ahhhhhhh, como quisiera regresar a aquel año 2014.  

  Saltillo, Coahuila.   Diciembre de 2028

cesarelizondov@gmail.com 

Los Cedros. Primicias 2012

Publicado el 19 de Enero de 2014 en revista 360 de Vanguardia

    
 Quisiera ser enólogo para saber de lo que hablo respaldado por conocimientos. O al menos me gustaría ser sibarita, pues así tendría empíricos, líricos y sólidos argumentos para realizar una crítica basada en la experiencia. Pero aún sin ser uno u otro, me atrevo a calificar Las Primicias 2012 de los Cedros, producto vinícola coahuilense, porque me ha gustado lo que probé. Pido permiso primero a los expertos del área editorial de Vanguardia en este tema, Sonia y Marcos Pérez, para entrar por única vez en su especialidad copiándoles el gustado estilo que tienen para narrar.

     Destapamos la botella a finales de Diciembre en un tradicional e informal encuentro entre dos para celebrar a nuestro modo las fiestas de la temporada. Sin mucha ceremonia nos preparamos con el vino, algunos quesos, una atmósfera relajada, un poco de carnes frías, y esto fue lo encontré:

     Me encontré con un vino cuya tonalidad tiene el color de la pasión por hacer las cosas bien, que su brillo iguala al de sus creadores y que su limpieza a la vista asemeja claramente a la familia que lo produce. Un vino que deja esas lágrimas que siempre se hacen presentes en un anhelo que valga la pena.

     Primero huele a trabajo arduo y honrado, seguido por el aroma que ofrece el tiempo cuando es traducido en paciente espera. Y finalmente, la tenue y discreta acentuación de una agradable fragancia que denota buena crianza.

     Sabe al amor por nuestra tierra, con el equilibrio de personas integrales en los variados aspectos de la vida, tiene el sabor de los frutos que ha producido gente consagrada al trabajo y al compromiso por imprimir huellas sobre esa misma tierra que a veces se pisa, y a veces se besa.


     Y así estábamos disfrutando la primera copa cuando llamaron a la puerta. Llegaron a visitarnos los padrinos de la menor de mis hijas, y, sin dudarlo, decidimos ampliar el pequeño brindis a nuestros compadres llevándonos a la sala el vino y las viandas que teníamos. Ahí descubrí que al igual que tantas cosas de la vida, este vino tiene un especial maridaje cuando se degusta con la compañía de los amigos y de la familia.


      Al final, las sensaciones que me dejaron Las Primicias 2012 de Los Cedros fueron las de profunda gratitud por una amistad libre de adjetivos, de inmensa felicidad por ver como los sueños de nuestros estimados amigos los van convirtiendo en realidades, de hondo orgullo al haber sido partícipes como testigos de ese proyecto desde que existía como solo un concepto, de gran tranquilidad al comprobar que en nuestra tierra aún hay gente que carga sobre su espalda con la responsabilidad de rescatar vocaciones olvidadas que van desde el cultivo y vendimia de la vid hasta los buenos valores morales, éticos, religiosos, empresariales y laborales de nuestra sociedad. 

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De Pi a Poe y de Unicable a Gabriel García Márquez

Publicado el 07 de Diciembre de 2013


       Aquello fue el paraíso: Mis tíos se habían hecho del local de Librería Excélsior en la calle de Aldama para expandirse en el rubro zapatero; antes de las obras de remodelación, había que vaciar el edificio para los contratistas, así que en hordas de 3 a 6 personas fuimos invitados los cercanos para escoger de los atiborrados anaqueles aquellos libros que quisiéramos leer. Como borracho en barra libre, escogí más volúmenes de los que podía cargar, pero como siempre fue y ha sido, la tía Rima se esmeró en la forma de como sí hacer que las cosas sucedan sin mirar el cómo no se pueden hacer, y encontró la manera de enviar todo a mi casa.

    Así como pasaba las páginas de aquellos libros, pasaba también de la niñez a la juventud entre historias tan disímbolas que iban del Colmillo Blanco de London a toda la bibliografía de Sherlock Holmes escrita por Conan-Doyle; de la Operación Jesucristo de Mandino al Copo de Nieve de un desconocido Sagarin y de la Rebelión en el Desierto al sugestivo título para un adolescente de Quo Vadis?

    Ese gusto por la lectura lo había sembrado inteligentemente mi madre (pedagoga de profesión) al poner en mis manos desde muy pequeño toda clase de publicaciones que tuvieran que ver con mi gran pasión de la infancia: El fútbol americano. Así es como una persona migra de las noticias de su equipo en el periódico a las revistas deportivas, de ahí a publicaciones de temas variados, luego a libros de fácil lectura y de ahí espero algún día saber digerir las grandes obras.

 
El Richard Parker de la novela de Poe. Se comió a los otros naufragos.
Años después la historia sucedió en la vida real con muchas similitudes,
 incluyendo el nombre de Richard Parker.
 Pero luego emerge brutalmente la comunicación de la mano de la tecnología y pone cualquier contenido al alcance de un click, de una suscripción satelital para TV o de una sala de cine. Entonces descubre uno que La Rebelión en el Desierto no es otra cosa que Lawrence de Arabia y que Winona Ryder es más atractiva que Josephine. Se deja uno caer en la comodidad de los 24 cuadros por segundo que narran en una imagen más que mil palabras y los puristas comienzan a acusar a una sociedad que prefiere la integralidad de vivir más experiencias a la curiosidad de profundizar en contenidos.

      Y ahí se la lleva uno hasta que es envuelto por El Silencio de los Inocentes por enésima ocasión, el magistral filme me deja una vez más fascinado con la personalidad de Hannibal Lecter y en cosa de unos meses esa fascinación me lleva a devorar toda la saga de Thomas Harris sorprendiéndome en varias ocasiones despierto por pesadillas que nunca sufrí al ver las películas. Lo mismo me pasa con El Padrino de Mario Puzzo y con otras películas que me han arrastrado a los libros al quedarme con ganas de más. Hace poco, vi en una misma semana los filmes del Atlas de la Nubes y La Vida de Pi; en la primera sospecho (y luego compruebo) que la obra escrita debe profundizar mucho más en los nudos de la original historia mientras que en la segunda me asaltan dos incógnitas: ¿Porque el protagonista lee algo tan bizarro que ha tenido gran influencia en mí como es El Extranjero de Albert Camus?, y me pregunto también si la escondida referencia a la obra de Edgar Allan Poe en el nombre de un tigre de bengala es abordada en el libro como una casualidad, como una deliberación, o simplemente es ignorada.
El Richar Parker de la novela de Yann Martel. Un tigre de bengala
que no se pudo comer al naufrago Pi.

      Me doy cuenta entonces de cómo es que el cine puede convertirse en un estupendo promotor de la lectura. Seguro existen miles de adolescentes que empiezan a descubrir al verdadero Sherlock al ser enganchados por el personaje de Downey Jr., otros se transportan a fantásticos mundos gracias a Harry Potter y algunos más se adentran en las penumbras del Crepúsculo. Y claro, ahí vienen atrás los contenidos de televisión que pueden provocar lo mismo.

    Por lo pronto, quien esto escribe se acerca finalmente a leer Cien Años de Soledad gracias a que la serie del Patrón del Mal transmitida por Unicable lo motivó a leer la Noticia de un Secuestro, del gran Gabriel García Márquez. 


cesarelizondov@gmail.com

El Consumista

Publicado el 19 de Octubre de 2013 en El Diario de Coahuila y El Heraldo de Saltillo

   
Paralela a la famosísima Ocean Drive en Miami Beach se encuentra Collins Avenue, calle que alberga a las tiendas con las marcas más famosas de ropa, calzado y accesorios. Fue ahí donde reconocí por primera vez a aquel pobre y manipulado tipo. Lo descubrí mientras él creía que nadie lo observaba mirándose al espejo y reflejándose a través de los cristales de los aparadores. 
    Vi  cómo se colgaba una y otra prenda buscando en todas ellas un satisfactor o aprobación que por alguna extraña razón le faltaría a su existencia. Se veía a todas luces como un turista: Lentes oscuros, bermudas debajo de las rodillas, una guayabera pasada de moda y la cámara fotográfica colgando del cuello. Se notaba entusiasmado, observaba boquiabierto todo lo que aquellas firmas de diseñadores tenían para ofrecerle; a pesar de aparentar cierta madurez en su físico, la mirada al quitarse las gafas era la de un niño ante el árbol navideño repleto de regalos.

     Años después tuve oportunidad de visitar diversas ciudades de Estados Unidos y de nuestro país. Las agendas de trabajo siempre dejaron espacio para conocer las zonas comerciales, los viajes de placer todavía más se prestan para lo mismo y durante las vacaciones familiares es prácticamente obligado repetir el ritual. Sin importar el lugar a dónde pude ir, indistintamente volvía a ver a aquel pobre tipo de hombre transformado en un ser al que tradicionalmente asociamos a la mujer: El consumista. 
     Lo mismo lo vi en la 5ta avenida de Nueva York que en el Paseo Andares de Guadalajara; en la costa oeste norteamericana en Rodeo Drive de Beverly Hills y Market Street de San Francisco o en el centro de nuestro país en Polanco por avenida Masarik. A orillas del lago Michigan en la Magnificient Mile de Chicago o en el Caribe mexicano dentro del centro denominado La Isla de Cancún; en los escaparates de los hoteles de Las Vegas así como por toda la zona de San Pedro en el estado de Nuevo León. 
     Con mínimas diferencias, aquel pobre tipo de hombre era el mismo en el Mall de Gallería de Dallas que a quien también frecuentemente me he topado en Galerías Saltillo, Plaza Sendero y La Nogalera. Y más aún, los dependientes de las tiendas parecían el mismo en cada local del mundo, la mercancía en todas partes era igual y las fotos de los modelos que adornan las paredes eran simples copias repartidas en cada sucursal dispersa a lo largo y ancho del planeta.

     Y cada vez que lo veía, no dejaba de importunarme un sentimiento de culpa por conocer desde las mismas entrañas la forma en que se manipulan los mercados para el consumo comercial. Mis años en la universidad estudiando mercadotecnia y más de dos décadas dedicándome al comercio habían formado en mí una idea muy clara de cómo es que las grandes corporaciones manejan la psicología humana para llevar al consumidor a dónde ellos quieren en vez de ir ellos a dónde el consumidor diga. Diversa bibliografía sobre casos empresariales (la más recomendable sobre el tema: Deluxe, de Dana Thomas y editorial Tendencias) no había más que acentuado mi convicción de la triste forma en que al consumidor se hace sentir especial cuando compra una prenda que se produce por cientos de miles para un tanto igual de personas que también buscan sentirse dueños de un artículo único y original.

    Y así llegue durante mi última salida al hotel dónde me hospedaba. Preocupado, desanimado y decepcionado de la forma en que el consumo de aquel tipo de hombre que tantas veces había visto era dirigido a su antojo por individuos que sí conocían el verdadero lujo, por personajes que jamás usarían los artículos que sus tiendas ofrecían, por empresarios que vivían en una escala económica muy superior a lo que el consumidor apenas pueda imaginar.
      Ingresé al cuarto de baño. Harto de ver tanto consumismo abrí el grifo del agua y la dejé correr hasta que salió bien fría, entonces me lave la cara, y cuando levante la vista, ahí estaba en el espejo, otra vez aquel pobre tipo de hombre que tantas veces había visto reflejado en los espejos de las tiendas y en los cristales de los aparadores.


      cesarelizondov@gmail.com

Ganar perdiendo

Publicado el 14 de Septiembre de 2013 en El Diario de Coahuila y el Heraldo de Saltillo


     A mis amigos Jorge, Jorge, Rubén, Rubén Jr., Gerardo, Ramiro, Ricardo, Jesús, Daniel, Tomás, Hugo, Roy, Gilberto, José Luis, Héctor. Y a mis sobrinos Ricardo C. y Diego M.

      Cierre de la última entrada, casa llena y dos fuera; el equipo a la ofensiva pierde por una carrera y con un batazo el juego daría la vuelta. El pitcher se aleja del montículo dirigiéndose hacia la segunda base. Ampáyeres, anotadores, jugadores y el escaso público que observaba el partido se veían unos a otros preguntándose qué es lo que estaba pasando. Llegando el lanzador a la base, hace algún comentario acerca de lo sucio que esta la almohadilla y le pide amablemente al corredor que se mueva para limpiarla, este entiende el gesto como una cuestión de buen orden en el juego y se despega. El lanzador lo toca con la pelota y lo pone fuera. Fin del juego.

    Es una escena que, dado el conocimiento de reglas  que un profesional debe tener, jamás veremos en el béisbol de las grandes ligas ni en una liga triple “A”, dónde el nombre del juego es, como bien lo bautizaron en una película, Moneyball.  Pero en los torneos llaneros, los del aficionado cervecero, los de grupos de amigos o gente que comparte algún tipo de trabajo, profesión, escolaridad o club, la forma en que fuimos sorprendidos por alguien que si sabe del juego de pelota es algo que quizás sea común de presenciar en un alarde del conocimiento del juego sobre la capacidad atlética y el espíritu deportivo.

   Pero todo hay que ponerlo en perspectiva, en la práctica ocasional de lo que algunos podrían calificar como un apéndice de las ocupaciones cotidianas, ganar o perder pasa de ser una cuestión de competencia deportiva para alcanzar conclusiones filosóficas. Las lacónicas charlas que siguieron al episodio fueron trasladándose desde la impotencia de sentirnos despojados injusta, pero legalmente de la oportunidad de ganar en buena lid, hasta la preocupación por una juventud propensa a confundirse entre hacer honor a las canas y arrugas de sus ancestros actuando de acuerdo a principios o imitar a la generación intermedia, que más allá de cualquier fin escoge los más cómodos y marrulleros medios para allegarse satisfactores.

     Y de la misma forma que sucede en muchos grupos con intereses y gustos similares, los vocablos utilizados en la plática banquetera que se extendió a las redes sociales privadas electrónicas al día siguiente fueron mutando del sustantivo colectivo llamado equipo al abstracto llamado amistad, y entonces el verbo llamado perder cedió para conjugar divertir y aprender; los adjetivos para señalar culpabilidades fueron omitidos por los que denotan reconocimiento. Y así es como creo que se llega a prescindir de la incesante búsqueda de las calificaciones para terminar privilegiando los valores.

   En un mundo que nos ofrece más de lo que quisiéramos ver de ejemplos llenos de absurda competencia, resulta reconfortante encontrar espacios y grupos dónde sus miembros entienden que la filosofía para ganar en el deporte bien puede ser impuesta por Vince Lombardi, Yogi Berra o hasta por Lance Armstrong; pero que la filosofía para la vida no puede sino ser dictada por conceptos que abarquen más allá de los efímeros resultados, preceptos que nos lleven a forjar un verdadero carácter en el cual no exista cabida para los atajos hacia la victoria final. 


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