Transporte urbano en el código postal 25 mil, en año electoral


Publicado el 15 de abril de 2018 en Círculo 360, de Vanguardia
Por César Elizondo Valdez


El recién adquirido conocimiento del llamado grado cero en la escritura de Barthes, entendido como despojarse de subjetividad en aras de un acercamiento a la verdad, pareciera permitirme opinar desde distintas percepciones cuando hablamos de la problemática -o circunstancia- si así lo queremos ver, del Centro Histórico de Saltillo.

Porque, ¿Cómo conciliar lo utilitario con lo estético? ¿Cómo abrirle la puerta al progreso sin trastocar el pasado? ¿Cómo alentar una causa sin afectar otras cosas? ¿Qué partido tomar? Cuando por un lado, tu madre obtiene sus ingresos gracias al valor catastral de lo que existe en el centro histórico y tú mismo tienes intereses comerciales en la zona, pero por otro lado, como saltillense entiendes que el concepto de Centro Histórico difícilmente es compatible al significado de centro comercial, en la acepción de la realidad del primer cuadro de Saltillo: un área mercantil más que gastronómica; un espacio de proveeduría de bienes de primera necesidad, más que de vida nocturna; un destino para los saltillenses, más que para los turistas.

Esa es la realidad. Al Centro Histórico no hay necesidad de rescatarlo, nomás es no asesinarlo. Contrario a la creencia de muchos, según encuestas realizadas desde instancias gubernamentales, la mayoría de quienes acceden al código postal 25 mil en el transporte público, no lo utilizan como el simple distribuidor de rutas urbanas que algunos han sugerido, el más alto porcentaje de quienes arriban a esa parte de la ciudad, lo hacen porque es un destino; es decir, van al centro por una causa especifica de necesidad por lo que ahí encuentran, no porque el autobús cruce accidentalmente por ahí.

Y hoy es fecha que el Centro Histórico de Saltillo agoniza. Y siendo sinceros: tú, que lees la edición de 360 en Vanguardia, ¿cuántas veces has visitado el centro en los últimos 12 meses?, entonces, ¿porqué tomar decisiones en base a un mercado potencial que nunca va a regresar al centro ante la atractiva oferta de los desarrollos comerciales y gastronómicos del norte y orillas de la ciudad?  En aras de una estética y supuesta funcionalidad que no utilizan ni disfrutan las clases sociales altas ni quienes toman decisiones encaramados en pedestal o ladrillo, el estrangulamiento del centro ha obligado a las clases sociales bajas a buscar proveeduría en las orillas de la ciudad, a precios más altos y con menor variedad. No es políticamente correcto decirlo así, en grado cero, pero es una realidad.

En este año electoral y ante una baraja de candidaturas a la alcaldía que trae de todo, ¿Veremos una propuesta concisa, prudente y viable para el sostenimiento del Centro Histórico-Comercial de Saltillo? ¿Algún candidato le entrará a un asunto que las cúpulas rehúyen y la clase trabajadora sufre? ¿Alguien tendrá los arrestos para regresar las rutas de transporte urbano al Código Postal 25 mil? O, de entre toda la baraja, ¿le darán la estocada final al último reducto de un Saltillo que parece desdibujarse ante la incapacidad de conciliar estética y utilidad?  


Como cruzando el Río Bravo




Publicado el 08 de abril de 2018 en Círculo 360, de Vanguardia



Por César Elizondo Valdez




Muy gastada esta la retórica aquella de lo que cuesta educar a un mexicano: 23 pesitos, ese era el peaje en la caseta del puente internacional para salir de México e ingresar a los Estados Unidos. Si, ya sabes, cruzando la frontera dicen que uno se convierte en buen ciudadano, no tira basura en la calle, no ocupa topes en bulevares para respetar los limites de velocidad, come con la boca cerrada y hasta le abre la puerta del coche y del mall a la señora.

Pero, ni necesidad de ir tan lejos. Ahí tienes que esta semana, angustiado y aburrido por la escasez de clientela en el código postal 25 mil, es decir el centro de Saltillo, salí a deambular por las calles del primer cuadro de la ciudad. Y luego-lueguito, así como el Río Bravo divide a los gringos de los mexicanos, o a los yankees de los bárbaros, un pequeño negocio sirve de frontera entre el Mercado Nuevo Saltillo -de confección oficial- y la Plaza de la Tecnología, de capital privado.

En conceptos similares en cuanto a meter cientos de diminutos locales dentro de una gran nave, contar con áreas de comida y sanitarias, las diferencias no podrían ser más abismales a las encontradas entre Tijuana y San Diego. El visitante, apenas se acerca al acceso de uno y otro lugar, tiene la inequívoca percepción de lo que verá allá adentro: perfectamente delimitados y respetados los espacios en uno, caos y mercaderías en pasillos y techos en otro; escaleras eléctricas en uno, una sola planta en otro; sanitarios bien cuidados en uno, baños sin mantenimiento apropiado en otro; limpieza e iluminación de un lado, semi oscuro y sucio el otro. Aunque eso sí, los deliciosos tacos de Aaron en el Mercado Nuevo Saltillo, sin oferta gastronómica atractiva en la Plaza de la Tecnología. Un localito de distancia no puede ser la diferencia para que una misma población encuentre tan diferentes espacios.

Después, seguí caminando. Por las banquetas que distintas administraciones restauraron, con la vista clavada al piso como negando la parálisis económica que solo el gobierno no ve y no sufre, me encontré con otro retazo de mexicanidad: las manchas negras de los escupidos chicles que se han fundido con el cemento. Y, ¿a quién echarle la culpa? La normatividad dicta que el dueño de la propiedad debe entregar la banqueta al municipio. ¿Debe la autoridad encargarse de esa limpieza o será el locatario quien deba quitar a espátula y químicos las gomas de mascar adheridas cuán fósiles al piso?  No lo sé, pero te puedo decir que, en centros comerciales privados como Plaza Patio, Plaza Sendero, Nogalera, o Galerías Saltillo, todos los días ves a personal de limpieza de hinojos, con espátula en la mano, desprendiendo del piso aquello que los visitantes no aprendemos a depositar en la basura

¿Es el Río Bravo o son las autoridades quienes hacen una diferencia? ¿Son las concesiones de los gobiernos hacia sus centrales agremiadas y por tanto clientelares las que nos siguen anclando al tercer mundo, o será el esfuerzo empresarial lo que nos lleve a ser una nación desarrollada? ¿Es el gobierno o es la población?

cesarelizondov@gmail.com

Un peligro para México, versión 2018


Publicado el 18 de marzo de 2108 en Círculo 360, de Vanguardia



Por César Elizondo Valdez



Al “Jamás votaré por AMLO”, millones de mexicanos le han quitado el “jamás”. Esa es una realidad. También cierto es que Andrés Manuel, está más cerca de alcanzar la presidencia de lo que estuvo Vicente Fox en marzo del año 2000… y de lo que seis años más tarde estuvo él mismo. Y verdad también es que hoy, quienes habitan esta tierra, ya sean ancianos, cincuentones o millennials, sureños, defeños o norteños, están más hartos, decepcionados, enfadados e informados, de los pésimos manejos de sus gobernantes y de sus cómplices, como no lo han estado desde que le quemaron los pies a Cuauhtémoc. El cambio, como le queramos llamar, reversa o progreso, se va a dar.

Es normal y entendible albergar dudas o reservas sobre cómo va a actuar un nuevo régimen. Los miedos de convertirnos en otra versión de Venezuela o de ser liderados por un moderno Fidel Castro, no son gratuitos. Igual de traumático, doloroso e incierto es el parto para quien le espera una vida feliz, cómo para quien tendrá una mísera existencia. Pero si lo pensamos bien, esos miedos habremos de suprimirlos.

Y vamos a darle la razón a esa extraña doctrina mediática-política-chismosa que, por un lado, señala que nadie puede ser mesías y cambiar al país nomás con voluntad, pero por otro lado sostiene que si existe un diablo que puede hacer de la nación un infierno con solo ceñirse la banda presidencial; vaya, hasta el dogma religioso es más congruente al conceder que si no hay dios, tampoco hay demonio, y viceversa. Pero, démosles la razón en algo: la naturaleza humana de quien habrá de presidir a México… y la naturaleza de la geopolítica universal.

Para esto, seamos sinceros: ¿En realidad pensamos que los Estados Unidos (léase poder económico, no Trump) le va a permitir a alguien cerrar no sólo un mercado importantísimo como es el mexicano, sino desmantelar el aparato productivo que le lleva gran parte de sus consumos y utilidades? Entonces, ¿Cómo darle a alguien que sueña con la grandeza, un lugar en la historia? Convirtiéndolo en el nuevo Bolívar. Espera, no estoy hablando de otro libertador del pueblo latinoamericano, me refiero al liderazgo que deberá asumir México para ser punta de lanza de una región del planeta que debe y quiere sumarse al progreso, a la modernidad, al primer mundo. Ese será el legado que, desde Washington, Suiza, Asia o Nirvana, le sea propuesto al próximo presidente de México. ¿Tú que escogerías? ¿Ser Chávez, o ser Bolívar?

De ahí que hoy, en una elección decidida desde la ya tradicional ruptura y desbandada panista, el verdadero peligro para México, son aquellos que desde ahora dan muestras de intolerancia hacia lo que no resulte como ellos quieren, aquellos que están sembrando odio, insultos y denostativos a quienes exigen un nuevo régimen. Aquellos que no entienden la vida fuera del presupuesto o de los negocios al amparo del poder. Aquellos que, en solo seis años, han endeudado y saqueado al país mucho más allá de un margen razonable para la clase de clase (perdón por la concatenación) política que nos cargamos. Aquellos ladrando que la izquierda no sabe gobernar, pero ignorando que la derecha no sabe perder. Aquellos amenazando que, cuando pierden, arrebatan Todos ellos -y quienes comparten sus dichos y fobias- son el peligro para México después del 1 de julio. Cuidado con ellos.
 cesarelizondov@gmail.com



AMLO


Publicado el 4 de marzo de 2018 en Círculo 360, de Vanguardia



Por César Elizondo Valdez




Cosa rara. Distinto al mexicanísimo “político que llega a tiempo no se respeta”, a la una de la tarde arribó puntual al hotel donde el empresario regiomontano convocó, no sólo a las cúpulas formales de la iniciativa privada de Coahuila, sino también a quiénes por alguna causa, ideología o congruencia, han permanecido lejos, aislados y segregados de estos gremios.

Cosa rara también, en lenguaje claro, coloquial y directo, habló con profundidad de los temas preocupantes a mujeres y hombres de negocios. Sin rodeos y mostrando conocimiento de la problemática del país y de la natural preocupación o renuencia a un cambio que pueda resultar contraproducente, dijo que la estatización del aparato productivo no es un camino a seguir, la inversión privada será bienvenida y procurada para resolver los rezagos económicos existentes. Luego, escuchó y respondió tanto a transportistas como a agricultores, a mineros y constructores, a industriales y restauranteros, a comerciantes y comunicadores.

A pregunta expresa, acerca de lo que una dama cuestionó como “proyecto Venezuela”, el ponente argumentó jamás haber cruzado palabra con el finado Hugo Chávez, nunca haber estado en ese país, y nunca ha platicado con el Presidente Maduro. Hizo hincapié en la no estatización ni petrolización de la economía, y en la necesidad de la inversión privada en proyectos productivos para alcanzar el potencial mexicano.

Del revanchismo político y del encarcelamiento de personajes locales, con inteligencia, no mordió el apetitoso anzuelo y explicó la importancia del respeto a la separación de poderes en un estado de derecho, concluyendo que esa responsabilidad sería del poder judicial, a quien dejaría hacer su trabajo sin presiones ni mandatos desde el ejecutivo, y sin trabas. Se entendió republicano en ese aspecto.

Acerca de las reformas energética y educativa, y del modelo económico de libre mercado: abundó en la necesidad de revisar los contratos firmados para verificar condiciones y montos, de realizar inversión pública para producir nuestra demanda de gasolinas y otros insumos en refinerías propias en lugar de importar el 75% del producto transformado a precios más elevados. Descargó de los maestros la culpa del rezago educativo, trasladándola al Estado, y de nuevo, con respecto al libre mercado, insistió en la inversión privada como motor del desarrollo comercial, industrial, turístico y agropecuario del país. De Napo, sin mediar pregunta de algún asistente, dijo lo ya escuchado en todas partes.

Por esta ocasión, he utilizado el generoso espacio de Vanguardia y de Saltillo 360 para hacer crónica y no opinión, de tener oportunidad y escuchar otras propuestas, haré lo mismo.  
 cesarelizondov@gmail.com 


El Hada Verde


Publicado el 25 de febrero de 2018 en Círculo 360, de Vanguardia



Por César Elizondo Valdez




Mi amigo y compañero de página, Jesús R. Cedillo, fue quien me platicó de ella. “Es algo para probar antes de morir”, me dijo en alguna ocasión el poeta. También conocida como el diablo verde, el hada verde o absenta, es un licor a base de ajenjo que desde el tramo final del siglo XIX y hasta principios de este milenio estuvo prohibida en casi todo el mundo. Una leyenda cuenta que Van Gogh estuvo bajo sus influjos cuando cercenó su oreja; otra historia dice que solo así, Hemingway se atrevió a enfrentar una vaquilla dentro del ruedo en algún lugar de España donde no se vetó la peligrosa bebida.

 La conocí en unas vacaciones meses atrás. Mientras las damas terminaban de arreglarse, me encontré con mis amigos en un estratégico oasis del hotel en el que nos hospedamos. Al leer el menú de bebidas, mis ojos tropezaron con el seductor nombre por el cual pregunté tantas veces con infructuosos resultados en bares y pubs, en tabernas y cantinas, en mercados clandestinos y reconocidas tiendas de vinos.

 Había que probarla. La versión moderna no alcanza los casi noventa grados de la de antaño para inspirar como lo hizo con Baudelaire, Manet, Rimbaud, Oscar Wilde y otros. Pero te puedo decir que, observar el goteo por gravedad del agua helada desde una especie de vasija cristalina a través de un minúsculo grifo, para deshacer un terrón de azúcar sobre una cucharilla perforada, que a su vez descansa sobre el borde de una copa globo, cuyo contenido tiene algo de sabor anisado, que se convierte en lechosa alquimia al contacto con el azúcar que cae diluida con el agua fría, es en sí una experiencia por la que valió la pena visitar ese bien situado barecito.

¿El precio? similar al tequila que alguien ordenó y apenas por encima a la cerveza de mi compadre. Con respeto, preferí marear a la infusión con espaciados y largos bamboleos de la copa antes que su contenido provocase en mi los efectos por los que fue juzgada y condenada al ostracismo comercial y repudio social tantas décadas. Me retiré satisfecho de haber probado algo diferente, aunque un tanto desilusionado por una sensación que nunca llegó, o me negué a experimentar.

Pasaron los meses. Y resulta que voy a un restaurantito de alitas aquí en mi Saltillo, y así, como no queriendo, le pregunto al mesero si conocen el licor de absenta. Pues sí, si lo tienen. Ya aterrizado, me lo dan sin la parafernalia de aquel barecito gran turismo del destino vacacional. Igual, me voy despacio y con miedo en la ingesta del demoniaco brebaje. Y otra vez nada. Ni chamánicas alucinaciones, ni llegó la inspiración para escribir un octosílabo, ni se apareció un engendro verde, ni se me aclararon las ideas.  

Quizás sea la cantidad. O quizá aquellos pintores, escritores y demás artistas que habitaron el mundo hace 150 años, tenían los sentidos más despiertos para saber apreciar las cosas. O tal vez, con pasmosa simpleza y terrible decepción, habrá uno de aceptar la ausencia del propio talento para lo artístico, y para lo bohemio. No lo sé. Pero seguiré buscando en mis periplos una fórmula más exacta de la poción, una que me acerque un poco más a lo experimentado por esa gente de siglos atrás con el hada verde. Por lo pronto, en mi próxima visita a ese restaurantito de alitas, aumentaré la dosis. 
 cesarelizondov@gmail.com   


Show Business


Publicado el 10 de febrero de 2018 en Círculo 360, de Vanguardia



Por César Elizondo Valdez


Con el primer sueldo compré un boleto para el Súper Bowl. El siguiente mes conseguí el pasaje de avión para California y al tercer mes, según las escrituras, me hice de dólares suficientes para pagar el resto del viaje que incluía visitar Disney y otras atracciones cercanas a Pasadena.

No, no fui un joven prodigio con oportunidades especiales en mi trabajo inicial, tampoco tuve el puesto mejor renumerado de mi generación, y nunca he sido un vendedor fuera de serie. Ese tipo de gastos superfluos eran más baratos y accesibles. O menos caros, si quieres verlo así. En noventa días, con ingresos de mexicano clase mediero y sin más compromiso que comerse el mundo antes de ser tragado por tiburones, podías estar en el mismo sitio dónde hoy, solo los millonarios de primer mundo se dan el lujo de pagar de su propio bolsillo.

El ticket para el partido, donde venía impresa la cantidad de 175 dólares, mi tío Eros pudo conseguirlo en un centro de boletaje de Santa Mónica por 500; sin dudar, le pedí comprarlo y prometí poner de inmediato un giro postal con el dinero. Entrar a cualquier parque de diversiones tenía un costo de 35 dólares y la cerveza, maldito vicio, me pareció un robo tener que consumirla por dos con cincuenta centavos, vaso conmemorativo incluido. Los viajes en avión si tenían un precio similar al actual.

Paradoja: A 25 años de distancia, en un país dónde presumen de tener la inflación más baja del planeta, así como una economía estable durante casi un siglo, ¿Porqué se volvió prohibitivo asistir al evento más televisado de nuestra civilización? ¿Porqué en los dominios del ratón Miguelito (allá también existe) los precios se han disparado muy por encima de la inflación? No es necesario ser Nobel de economía para entender leyes de oferta y demanda, pero… lo notable es que la demanda no aumentó al ritmo del desarrollo económico ni al crecimiento demográfico, esta aumentó por motivaciones psicológicas, una cuestión aspiracional.

Y si, ya lo menos que vemos en un partido de la NFL son aficionados al fútbol americano; con suma habilidad, los malvados capitalistas convirtieron un evento deportivo para aficionados, practicantes y conocedores, en una celebración social de alcances internacionales. Igual pasa con los conciertos de AC/DC, la Fórmula 1, la industria cinematográfica, el rodeo. Vaya, hasta el café se volvió símbolo de estatus. Imaginas quizás un montón de cosas materiales como teléfonos celulares y automóviles, ropa, zapatos y accesorios; también van en ese consumo aspiracional del que hablo, pero mi intención hoy es hablar de los intangibles.

Es verdad que esos gringos tan listos, han encontrado una forma de ganar dinero sin necesidad de darte productos. Te venden una experiencia, una ilusión, un evento. ¿Cuánto cuesta la voz de Lady Gaga o el talento de Jay-Z? ¿Cuánto le cuesta a Jennifer Lawrence interpretar a una prostituta? ¿Y a una aristócrata? ¿Cuánto cuesta una cucharada de buen café, un vaso y agua caliente? No cuesta nada, pero le saben dar un valor muy por encima de lo que las necesidades básicas pagan. Se pueden dar el lujo de olvidar fábricas como General Motors, de tiendas como Sears y de negocios como BlockBuster; mientras en cada continente y país paguemos un sistema de cable para ver el Súper Bowl, consumamos una cheve que patrocina al Súper Bowl, y veamos por Netflix una película que se anuncia durante el Súper Bowl, la economía norteamericana seguirá avanzando firme y decidida hacía un mercado futuro de menos tangibles y más sensoriales. No es queja, es alabanza a una bien cimentada filosofía empresarial que se vale de las necesidades superiores del hombre, una vez que otros países se ocupan de cubrir las necesidades básicas.

En México, en Coahuila, en nuestro Saltillo, ¿tendremos la visión y el empuje para conquistar ese mercado mundial que ocupa algo más que autos, peltre y macetas? 
cesarelizondov@gmail.com





Campañas Ad Hominen


Publicado el 28 de enero de 2018 en Círculo 360, de Vanguardia



Por César Elizondo Valdez


    Se me calificó de chairo, señoritingo, pirruris, come-lonches, júnior, naco, comparsa y clasista. Resulta que se me ocurrió hacer un experimento:

    En distintas reuniones de trabajo, de amigos, familiares, y otros grupos, en los muros de contactos de cualquier ascendencia e ideología, en diferentes ocasiones y conociendo bien al grupo con el que convivía o interactuaba en determinado momento, cuando se llegó al tema de las pre-campañas electorales, dije sin reservas cual sería mi intención del voto para las elecciones presidenciales de 2018. Mi opinión fue contraria a la que esperaba de cada grupo según el perfil de sus miembros.

   A unos les dije que votaría por MORENA y a otros por el PAN, en un grupo dije que mi voto será para el PRI y la última vez me decante por algún independiente.

    Y en cada ocasión se vino la avalancha de eso que en lógica se llama argumento ad hominem: se descalifica cualquier tesis, idea o concepto, desacreditando la fuente de donde provenga, no a la afirmación en sí. O sea, si ponemos en entredicho a quien dice algo, lo que él diga será falso, así sea cierto.

    Nadie me preguntó porque votaría de una u otra forma. A nadie le interesaron los motivos que podría tener para inclinarme por la opción que indiqué. Todos tomaron mi dicho como una declaración de guerra hacia sus preferencias y desencadenó en todas las formas de desacreditación que venimos utilizando los mexicanos durante las campañas políticas.

    No es diferente a lo que pasa en las calles, en redes sociales, en mítines, en donde sea. No importa lo que mi candidato tenga que decir, importa la descalificación del tuyo… destruyendo para eso tu credibilidad con los calificativos enunciados en el primer párrafo. Me hubiera gustado que alguien argumentase a favor de sus candidatos. Pero no, colgaron toda clase de denostaciones a mi persona y a mi supuesto favorito en lugar de explicar porque su elección sería la correcta.

     Y será difícil tener un debate de opiniones válidas con aquellos que piensan que por simpatizar con alguien soy un chairo, o con los que me llamaron pirruris por decantarme por el otro, o con los dijeron que soy come-lonches, o peor aún, comparsa del sistema dónde se engloban todos los anteriores prejuicios.

     ¿Qué hacer entonces, ante la urgencia de participación que nos jala para un lado y el desencanto por el nivel de participación política del mexicano que hace fuerza en sentido contrario? Ponerles la muestra a los participantes, quizás.

     Igual que médico y sangre, mecánico y grasa, o agricultor y tierra, ningún político llega a posición alguna sin manchar con algo sus manos y vender una porción de su alma al diablo; por eso, primero, habremos de admitir que nadie dentro de una boleta tiene un perfil inmaculado. Es tiempo de hacernos a la idea de que, para que exista la utopía de una nación perfecta, primero habría de existir alguien llamado Utopo, y ese no existe en ningún movimiento político, en ninguna religión, ni en la literatura. Vaya, ni siquiera Marvel, Disney o Del Toro lo inventaron.

     Pongamos pues como ciudadanos, la muestra a quienes participan como candidatos: dejemos de denostarnos unos a otros entendiendo que no hay candidatura, plataforma, ni ideología ideal. Escuchemos los argumentos de los demás sin caer en la descalificación ad hominem que destruye, pero no propone. Dejemos de likear, escuchar y seguir a quienes utilizan esos términos peyorativos que, intentando decir cómo son los otros, nos gritan como son ellos mismos. Te invito a participar en el debate con civilidad.  

   cesarelizondov@gmail.com    

El abuelo y la carambola

Publicado el 21 de enero de 2018 en Círculo 360, de Vanguardia


Por César Elizondo Valdez


    Luego de checar el pronóstico del clima en diversos portales, y antes de proceder a revisar las tuberías forradas de periódicos, los autos con anticongelante, llenar el tanque de gas y dejar goteando un grifo de agua, le hice una llamada al abuelo: saber como estaban sus reumas y si sus huesos le dolían, fue más una cortesía a su lugar jerárquico dentro de la familia, a una lírica confirmación de la helada que azotaría a Saltillo un día después.
    Cualquiera con un abuelo o conexión a internet supo lo que había de hacer durante la semana que culmina para prevenir el hielo…bueno, menos las autoridades. Y no faltaron los bulleadores-aplaudidores a sueldo, chayoteros pues, quienes, con un micrófono y una cuenta de Facebook, twiter o Instagram, se dedicaron a recoger la imagen de un novel (con v) alcalde que, apenas pasados treinta días de la anterior contingencia similar, y dentro de los indicativos cien días de inicio de administración pública, no quiso responsabilizarse de una cuestión tan básica, elemental y obvia como cerrar unos puentes ante las también, conocidas, predecibles e implacables leyes de la física.
    “No puede un gobernante subirse a manejar el auto de cada saltillense que pase por los puentes”, es el tipo de argumento que los noveles (también con v) “periodistas” (así, entrecomillado) estuvieron publicando como respuesta a los airados comentarios de sus seguidores luego de los patéticos intentos por desviar del ejecutivo municipal la responsabilidad por la carambola de tantos coches como días tiene la cuaresma. Flaco favor a quien quieren echarse al bolsillo, o que les llene los mismos; habrían de distinguir entre culpabilidad y responsabilidad: no tiene la culpa uno de lo hecho por los demás, pero uno es responsable de lo sucedido en sus dominios.
    Y si no, pregúntale al industrial si él es culpable del accidente dentro de la planta, lo negará; pero pregúntale luego si él se responsabiliza de lo mismo, lo aceptará. Tampoco será culpa de un empresario los impuestos mal calculados, pero si son su responsabilidad las consecuencias. No puedes culpar al médico por tu dolencia, pero si tiene responsabilidad por la receta.    
     Urgidos estamos de políticos que puedan salir a dar la cara y aceptar la responsabilidad de los problemas que nos aquejan. A nadie le queda duda: estamos buscando soluciones, los culpables están señalados con claridad desde hace tiempo.
    Esperemos pues, que nuestros gobernantes conserven como un valor el honrar a su familia, así como todos brindamos esa cortesía a la experiencia del abuelo; pero esperemos que sus oídos sean para escuchar a la población como todos escuchamos al meteorólogo y le hicimos caso, porque las reumas del abuelo, no siempre van con la necesidad del pueblo.
cesarelizondov@gmail.com








Once hostias


Publicado el 14 de enero de 2018



Por César Elizondo Valdez




     ¿Por qué este hombre comulga tanto cada día? Cuando lo imagino en repetidas ocasiones recibiendo la comunión durante una jornada, consulto en la web y confirmo de distintas fuentes la misma norma: puede una persona comulgar dos veces, en diferentes oficios.

    Pero, ¿doce veces?

    A primera hora, puntual asiste a misa de siete en el Santuario, la única que atiende completa; baja a las ocho a Nuestra Señora del Carmen y llega tarde a Catedral para el oficio de las 8:30 am. A medio día comulga en San Esteban y antes de las nueve de la noche recibe por última vez la comunión de nuevo en la Iglesia del Carmen, ya con otro sacerdote. Se las ingenia para averiguar horarios en El Calvario, Nuestra Señora de la Luz, San Francisco de Asís, San Juan Nepomuceno y también, a las cinco de la tarde toma la hostia en la parroquia del Santísimo Cristo del Ojo de Agua. Identifica a los párrocos y sus horarios para no repetir al mismo, repite algunos templos, pero nunca al oficiante.

    Vaga de un lado para el otro durante el día por el centro de la ciudad. No trabaja, su única preocupación es llegar a tiempo para la comunión. Parecido a un bono, en casamientos y misas de quince años, por defunciones o cualquier tipo de acción de gracias, aprovecha y asiste, y puntual se forma en fila luego de la antífona de la comunión. No se le permite ingresar a los restaurantes que frecuenta la gente acomodada, pero nadie le impide asistir a los mismos templos. Sábados y domingos son para él como para todos los demás: un banquete de lugares y de horarios.

     Imagina su aspecto y añade una aportación al lugar común del vago: Ropas viejas, harapientas y hediondas; barba cana y larga, ensortijada en un engrudo de grasa, polvo e indescifrables fluidos; ojos tristes, profundos, oscuros y cansados, carentes de un brillo que no extrañan, y es que jamás lo tuvieron. Su piel, que ayer fue brillante y grasa, hoy calcárea y quebradiza, la tiene pegada al hueso.

     Con todo, un aire de dignidad parece cernirse en él, o al menos así lo siente.

    ¿Qué busca este hombre, una y otra vez en misa? ¿Qué necesidad satisface con esa hostia, pedazo de pan, que escucha de forma hueca once veces decir, es el cuerpo de Cristo? Al hombre que nada tiene, ¿Qué le puede ofrecer una Iglesia de la que él se sirve, pero en la cual no cree? Porque, estarás de acuerdo conmigo, hay quienes pueden ser religiosos y seguir un dogma, sin por ello creer en su Iglesia.

    Por la noche camina hacia el poniente, hasta el arroyo, más allá de las vías del tren.  Ahí es donde tiene una guarida que consta de un techo de lámina amarrado a unos altos arbustos, ahí donde la autoridad le dice una y otra vez que no puede asentarse en definitiva por su propia seguridad, pero donde el contubernio permite a cientos de familias vivir en modernos desarrollos habitacionales cuyas bardas sirven para aislarles de los vagos del arroyo, pero no del riesgo de vivir junto al caudal.

    Antes de dormir, agradece a su dios porque recibió a Cristo en la primera misa de la mañana; con ello subsiste su alma. Enseguida, da gracias por haber sobrevivido un día más con la dignidad de no pedir limosna para comer… y es que once hostias, le son suficientes para apaciguar el hambre; con eso subsiste su cuerpo. Los miércoles duerme ansioso, porque en algunos lugares, los jueves la hostia es remojada en vino; con eso subsiste su espíritu. 






El día que nevó


Publicado el 17 de diciembre de 2017 en Círculo 360, de Vanguardia



Por César Elizondo Valdez




     Además de nieve, algo flota en el ambiente que él no sabe descifrarlo. Se maravilla en un principio por la vista desde la ventana de su casa durante una mañana envuelta en blanca y suave nieve, cayendo al ritmo de un buen poema. Pero de inmediato se dice que ya no nieva igual a cuando él era un niño.

    Desde la comodidad de un techo, abrigo y calefacción, le es sencilla la decisión de salir a trabajar mientras la familia sigue dormida. Tras un estéril tinazo de agua que no le hace ni cosquillas al hielo pegado en el parabrisas de su auto, entra por las llaves del vehículo de su esposa, quien tuvo la precaución de dejarlo bajo techo y por eso se encuentra libre de escarcha.

     Un agradable sentimiento le asalta cuando nota sin huellas de neumáticos al camino sobre el cual avanza, no se atreve a comparar la imagen con referencias a virginidad, pero lo piensa. El cotidiano recorrido habrá de llevarlo a los cuatro puntos cardinales de Saltillo, además de surcir caminos por zonas comprendidas entre esos puntos.

     Los puentes cerrados por la autoridad con el fin de evitar accidentes le obligan a ir por las laterales. Escucha en un programa de radio las opiniones de la gente: unos dicen que ahora se nota la necesidad de los puentes y habremos de canonizar a quien los hizo, otros dicen que, a ese costo, bien se pudo techar y climatizar la ciudad entera; unos se quejan de las leyes de oferta y demanda cuando la tarifa dinámica de Uber entra en servicio, otros acusan a la mayor parte de los concesionarios de tarifa regulada, a quienes al parecer, les dio mucho frio salir a trabajar.

     El tránsito por las orillas de los puentes apenas se mueve. En la desesperación de llegar a nada, a dónde tampoco habrá movimiento por la desquiciada capital coahuilense, se adentra entonces por donde corre la sangre de los pueblos, por las venas de su ciudad, por las arterias de vida, por las calles aledañas, por dentro de las colonias.

      Y ante él se devela un oxímoron: el cálido rostro de una nevada. Conforme recorre las calles, comienza a tener conciencia de un mundo invisible para quienes transitan por los puentes. Decenas, cientos, miles de niños que no fueron a la escuela para protegerlos del frio, corren, se recuestan, maromean y juegan felices en la nieve. Igual, cientos de familias salen de sus hogares para construir al fugaz mono de nieve, quien, al tiempo de morir en materia por un deshielo, renacerá en leyenda por la calidez de un recuerdo.

     Cautivado por el festivo ambiente de la ciudad lejos de las caóticas vías rápidas, intenta contactar a los suyos para compartir el momento que desde su niñez no se ha repetido en esa escala. Y se da cuenta: nieva igual que en su niñez, es solo que ya es un adulto. Se preocupa cuando pasan los minutos y nadie contesta a sus llamados por teléfono y redes sociales; han pasado más de dos horas desde que salió de casa y ya deberían estar despiertos.

    Regresa a casa y, para su sorpresa, todos están afuera, haciendo lo mismo que vio en las avenidas llenas de vida por toda la ciudad. Se integra al juego, al desenfado; se deja llevar, se permite ser niño, accede a que el perro le bese e incluso, se recuesta para observar como caen, como flotando, los blancos plumajes de una ordinaria lluvia que, gracias a las inclemencias del tiempo, hubo de transformarse en la belleza de nieve.   

     No es algo que flote en el ambiente lo que le maravilla de la nevada, es más bien algo que falta en esa atmosfera, algo que nadie echa de menos mientras disfruta de la nieve: están faltando los iphones y los mensajes, los gadgets y las redes sociales, las poses y los vacíos. Y le da otra vuelta al pensamiento para darse cuenta de que no, no es la nieve lo que hace tan feliz a la gente en ese día. Debe ser otra cosa.   cesarelizondov@gmail.com

Hasta que duela


Publicado el 10 de diciembre de 2017 en Círculo 360, de Vanguardia



Por César Elizondo Valdez


     Aunque la frase o filosofía de Teresa de Calcuta en su percepción original habla del amor en cualquiera de sus formas, ante esos sabios sinodales que son el tiempo y la libre adopción en el ideario de la gente, “hasta que duela”, se ha convertido en una bandera utilizada en cuestiones que tienen que ver con la forma en que se ayuda a los demás, ya sea de manera material, o con el tiempo empleado para labores altruistas.

    Aún acotado en un alcance total que iría más allá de las necesidades materiales, el pensamiento de la Madre Teresa ha encontrado en esas carencias de los desprotegidos, la trascendencia quizás mermada en la más importante cuestión de la necesidad del ser humano de sentirse amado, por encima de las penurias económicas. Pero ese es otro tema.

     Y es que, en esta época del año es cuando la mayor parte de nosotros, que por el simple hecho de tener esta revista a la mano o la conexión a internet que nos permita leer el periódico desde un dispositivo electrónico, que no sabemos distinguir dónde termina la responsabilidad material hacia nuestra familia y empieza la deuda con los demás residentes de un mundo que nos ha dado todas las oportunidades, nos preguntamos ¿Cuál es el punto dónde me empieza a doler? ¿Hasta dónde he de darme a un desconocido?

    En una cultura llena de formatos, algoritmos, y recetas listas para copiar al instante, siempre buscamos los parámetros que nos indiquen de manera puntual y precisa las cantidades y proporciones necesarias para realizar cualquier cosa. ¿Es esto posible cuando hablamos de “hasta que duela”? Pues alguien me dijo que sí.

     Dice mi amigo que todo inicia desde que cada posible benefactor tiene distintos ingresos y diferentes posibilidades de donar tiempo. Estamos claros que una persona que trabaje mucho, y que parte del dinero recibido por su trabajo vaya a dar a causas nobles, habría de tener consideraciones cuando de donar tiempo se trate. Y quizás también, aquella persona que se pasa las mañanas trabajando horas en la caridad, estaría exenta de aportar en metálico para apoyar a esa misma causa. Es justo, es viable, es conveniente, pero…. ¿les duele?

     ¿Duele más donar mil pesos o trabajar un día? ¿Le cuesta igual el diezmo al que gana mucho que al que gana poco? Es un porcentaje, parecería justo ¿no? Pero, ¿no será que, aquel que gana mucho puede dar más porcentaje de sus ingresos porque le sobra más cuando ha cubierto sus necesidades? El diezmo, siendo porcentaje, es una maldición para un salario mínimo; pero es apenas un cabello para quienes viajan en primera clase. Y ahí es dónde mi amigo ha dado con una interesante fórmula para que todos donemos hasta que duela.

    Como no podemos medirnos por ingresos ni por tiempo libre, ni tampoco todos gastamos iguales cantidades y proporciones en lo que consideramos prioritario para nuestras familias como el estudio, el techo, el vestido y la alimentación, mi amigo propone que el dolor de dar se puede regir si igualamos el tiempo y dinero gastado en esparcimiento, con lo que damos de tiempo y recursos a la ayuda a los demás.

    ¿No sería grandioso? Que la misma cantidad de días y dólares gastados en Las Vegas o en los Saraperos los diéramos a la beneficencia. Que igualáramos la cuenta del lujoso restaurant o de caguamas a la donación altruista, que los días y horas que jugamos al fútbol o vemos Netflix los trabajásemos por alguna causa. -Estás loco- le digo a mi amigo, -eso nunca lo verás-. -Eso decían de Teresa de Calcuta- responde él.   cesarelizondov@gmail.com

Sucedió en Coahuila


Publicado el 26 de noviembre de 2017 


Por César Elizondo Valdez


     Escucha cómo el cuerpo rueda en la caja de la destartalada camioneta, entrecierra los ojos y se encoge de hombros cuando calcula que va a chocar contra la orilla: ¡pum¡ El golpe seco del cuerpo sin vida asemeja a la nota de un bombo de pedal, el tambor más grande de la batería.

    A sus trece años y muy corta estatura, utiliza un par de almohadones sobre el asiento del vehículo para alcanzar a ver a través del parabrisas. Le parece injusto y muy, muy pesado hacer solo el trabajo de darle “cristiana sepultura”. Observa por el retrovisor la caja de la camioneta como para cerciorase que el cuerpo sigue ahí; ahí está, tal como le ayudaron a envolverlo en bolsas plásticas de basura y luego con sacos de ixtle.

   Toma la siguiente curva más abierta y a menor velocidad. El bulto ya no se mueve y esto lo hace sentir mejor, menos culpable. A pesar de ser apenas un adolescente sin mucho bagaje en vida, por su mente se suceden argumentos aprendidos en un parvulario católico, con datos duros de la ciencia que escuchó alguna vez en la escuela, y con lo que él aún no sabe, pero que es filosofía propia al tener una conjetura de las cuestiones de la vida, y de la muerte. Las tres formas de pensamiento le dicen sin lugar a dudas que ahí atrás solo viaja materia, y él prefiere creer que algo entendido como alma debe estar en otro lugar, en otra dimensión, desde que llegó la muerte.

    Abandona el pavimento y sigue un camino de terracería que avanza hacia el norte al pie del cerro. El clandestinaje de lo que esta a punto de hacer le dice que no son horas de andar sepultando cadáveres, pero ni de loco esperaría a la noche para realizar esa tarea.

    Escoge un solitario paraje y se estaciona. Saca de la camioneta pala y talache, y se dirige hasta la parte más baja de la ladera. Luego toma el talache, lo levanta con ambos brazos por encima de su cabeza y descarga toda su fuerza sobre un punto al azar sobre el suelo. Los primeros picotazos se hunden sin dificultad en la tierra árida, pero luego de unos intentos empieza a sentir como la herramienta retumba en sus manos a cada golpe: ha llegado a donde hay piedra.

    A cado intercambio entre talache y pala, el trabajo se hace más pesado y lento. La sensación de soledad es cada vez más emotiva y menos física. La piedra que él conoce como almendrilla va cediendo poco a poco, pero el pozo no puede ser superficial. Una lágrima escapa de sus ojos.

    Han pasado más de cincuenta minutos de estar picando y palando piedras y tierra. El sudor le viene a los ojos y pica. Sigue incansable su trabajo, es lo que se espera de un mozo sano y fuerte como él. Ya no sabe si atribuir las esporádicas lágrimas a la impotencia o al maldito sudor.

    Cuando considera que el pozo tiene el tamaño adecuado, va por el cuerpo. Se da cuenta que ha dejado muy lejos el vehículo de la tumba y que es imposible acercarlo más. Por un momento piensa en hacer otro pozo junto a la camioneta, pero en el acto deshecha esa posibilidad. Abre la caja de la vieja pick up y estira el cuerpo hasta la orilla. De inmediato entiende que no lo podrá cargar. Vuelven a aparecer lágrimas. Empuja el cuerpo para que caiga al suelo y el golpe sordo le estremece, aunque sigue pensando que es solo materia.

    Con muchos trabajos lo arrastra hasta el pozo. Con pocas fuerzas, sin considerar ningún sentimiento y si perder tiempo, siente alivió al arrojarlo. Al fondo, puede ver que la cabeza ha quedado mal recostada contra una pared; su primer impulso es bajar a acomodarla, pero ya no tiene ánimo para nada y así lo deja. Mecánica y torpemente se persigna, reza un atropellado Padre Nuestro al tiempo que se cuestiona por el alma y la materia. Y luego toma la pala.

    Con la primera palada de tierra que arroja sobre el cuerpo se le viene un torrente de lágrimas que ya no puede contener, que ya no quiere guardar, que bien sabe, tiene que soltar. Y así se despide para siempre de Lester, su adorado perro.  
  cesarelizondov@gmail.com