Publicado el 04
de septiembre de 2016 en 360 domingo, de Vanguardia
Mientras aquel intento de artista cantaba
“Querida”, un anónimo del público lo provocaba gritándole cosas de acuerdo al
amaneramiento de su actuación. El intérprete, en un arranque de frustración
pidió a la orquesta que cesara la música y encaró a aquel individuo teniendo el
tablado y el micrófono de aliados. Fue realmente penoso ser testigo de una
actuación tan deplorable y poco profesional. Por supuesto, ese intento de
artista era un imitador de Juan Gabriel, porque quienes también tuvimos la
suerte de ver actuar al original, sabemos que el divo de Juárez podría ser todo
lo que muchos digan, pero su cualidad más grande era su profesionalismo.
Entraba en
el palenque de la Feria de Saltillo y a los pocos minutos toda la concurrencia
olvidaba que en ese mismo escenario acababan de limpiar charcos de sangre que
las navajas de media pulgada provocaban entre los gallos del partido verde y
los del partido rojo. Y si observabas bien, te dabas cuenta de que buena parte
de su éxito se debía en mucho a su gran inteligencia: desde la primera canción
empezaba a conocer a su público.
Iba
identificando a la gente que le ayudaría en su espectáculo, así como
descartando a esos que siempre quieren robarse y arruinar el show. Siempre
encontraría a una joven mujer para cantarle alguna balada así como a un
desinhibido hombre que le acompañase en alguna coreografía; una señora entrada
en años compartiendo el micrófono ante una letra sentida y machos-pelo en
pecho-cinto piteado-bota picuda-con sombrero de dos alas, haciendo el coro de
una de sus inigualables composiciones rancheras; desde los primeros minutos lanzaba
algún ingenioso albur contra quienes hacían mofa de sus modales y con eso
establecía el tono de la noche. De ahí en adelante ignoraba a quienes le molestaban
y a la tercera canción a más tardar, el vacío terminaba por vencer a los necios
y acababan siempre, por quedarse sumidos en sus bancas sin boicotear la
presentación. Todo en beneficio de la audiencia.
Pero lo
que más me impresionaba de Juan Gabriel era el tremendo respeto que le tenía al
público promedio, a la masa, a mí: muchos íbamos sabiendo que la garantía era
ver a un hombre cuyo espectáculo era como un buen libro, dónde cada canción era
un capítulo y dónde entonces, había capítulos tristes, otros alegres,
filosóficos, de amor y por tanto de odio, desengaño, aventura, muerte, vida,
naturaleza… en fin, una sucesión extraordinaria de sentimientos que lo mismo
sacaban lágrimas que tremendas carcajadas. Pero la mayor parte del público
preferíamos disfrutar de la presentación agazapados por la circunstancia que tú,
lector, le quieras poner. Y el caso es que lo último que querías era que el
artista te eligiera para cualquier cosa como parte integral de su show, y el
Gran Juan Gabriel, jamás incomodó a un asistente que solo quería disfrutar un
rato de buen ambiente desde el anonimato de la gradería.
La falta de
respeto de un artista hacia su público es algo que todos hemos sufrido cuando,
por ejemplo, te levantas al baño en la presentación de un cómico y este te
agarra como blanco de chistes faltos de ingenio, facilísimo recurso; o cuando
el dueño de una gran voz llega cayéndose de borracho a su trabajo; o cuando la más
bella integrante que tuvo Timbiriche se limpiaba y volvía a empolvarse la nariz
detrás de las bocinas; y así un millón de etcéteras.
Grande Juan
Gabriel, tan grande como compositores fueron José Alfredo Jiménez, Armando
Manzanero, Agustín Lara…. juntos. Tan grande en sus interpretaciones por la
forma en que pulió su voz, tan grande que encontró un estilo de cantar y actuar
único que por sí mismo, habría llenado los mismos grandes recintos,
independientemente de haber sido el autor que fue de letras y música. Grande
porque hizo las cosas con generosidad, dándose a los demás por lo que él era,
sin importar quienes eran los demás.
Ahhhh,
se me olvidaba lo de la visita de Donald Trump a nuestro país:
“El saludo es de quien lo da, no de quien
lo recibe”. Sabias palabras que me profería un señorón de aquellos hechos de
quien sabe qué materia tan difícil de encontrar. Y sí, la mentada de madre se
le queda al que la soltó si tu no quieres recibirla, así como la abierta mano
extendida es tuya mientras que el complejo de no saludar es de quien desprecia
tu saludo. El buenas tardes, el buenos días y el hasta luego, no esperan
contestación porque bien pueden ser comunicación de una sola vía: yo te muestro
mi educación; tu muéstrame lo que tienes, si quieres.
Obvio, habríamos de ser como Juan Gabriel:
demos el saludo, nuestro respeto y nuestra buena educación a todos, es cosa de
ellos lo que hagan con nuestra buena voluntad. Porque Juan Gabriel, puedes
estar seguro que alguna vez llegó a una presentación en dónde existía un muro
de indiferencia, soberbia, superioridad, homofobia, desconocimiento y maldad; y
puedes apostar a que más con inteligencia que con sus canciones, con más agudeza
mental que con actuación, este hombre pudo derribar todos esos muros sin caer
en la provocación de otros, sin abandonar lo que él era, sin traicionarse en lo
que él quería ser.
Ese muro
fronterizo es la agenda de Trump y habríamos de entender que ese es su saludo; hacer
una mejor realidad para que a nadie le interese saltarlo, debería ser la
inteligente agenda de todos los mexicanos, y nuestra tarjeta de presentación.
cesarelizondov@gmail.com
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