Publicado el 09
de octubre de 2016 en 360 domingo, de Vanguardia
Decimos que la doble moral fue inventada por
Pedro, aún discípulo, cuando negó tres veces a Jesús en un ratitito. Luego
algunos católicos nos decimos que, si Pedro fue capaz de superar ese desliz
para convertirse entonces sí, en apóstol y primer guía de un movimiento tan
grande y trascendente como lo ha sido el cristianismo, entonces todos somos
capaces de enmendar nuestros errores, pifias y fallas, en pos de una virtud que,
para no ser excluyentes con otras creencias o falta de ellas, no necesariamente
nos lleve al paraíso divino cómo lo promete mi religión, sino a una vida más
noble, terrenal y plena. Aquí en cortito, sin salir de nuestro redondo y
diverso planeta.
Pero luego
vienen los aguafiestas a decirnos que no, que no existen medias tintas y que la
doble moral es igual o peor a la nula moral. Siendo así, nos tragamos eso de
que por haber visitado un table dance, el que va a misa a tratar de expiar sus
pecados es tan inmoral como aquel que viola sexualmente a otros seres humanos;
que el amante de la fiesta brava es tan cabrón como el que mata a 43
estudiantes hoy y lo vuelve a hacer mañana en otro sitio y con otro número; que
aquel que se lleva a su casa las plumas y los lápices de la empresa es tan
ratero como quien desvía millones de pesos de las arcas comunes. Que pasarse un
semáforo en rojo y con precaución a las tres de la mañana, es equivalente a
pasar contrabando y drogas por todas y cada una de las fronteras y los puertos del
país con la anuencia de autoridades de cualquier competencia y nivel de
gobierno.
Y
entonces, cuando ha sido sembrada de forma hábil, constante y maquiavélica la
noción de que un puño de pederastas define la moralidad de una Iglesia que
tiene miles de millones de fieles que solo somos pecadores light; y cuando la
memoria histórica y una cultura de pepenar lo que nos quepa en las palmas de
las manos, nos ha definido a todos los mexicanos como igual de corruptos a quienes
se llevan todo lo que le quepa a las islas Caimán, entonces es tiempo de que un
Presidente de la república se ponga en plan doctrinario para decir que, aquel
que esté libre de pecado, tiene su permiso para lanzar piedras.
Y pasa que,
con tan grandotota carga moral, tan larga cola fiscal y con la profunda y mala
conciencia que nos cargamos los mexicanos, nos quedamos todos calladitos aceptando
que sí, que es la misma corrupción el darle para las cocas del día al agente de
tránsito que dejarles llevar a manos llenas para setenta veces siete
generaciones de Medinas, Duartes, Moreiras, o cualquier otro apellido que usted
quiera poner de alcance nacional; y me quedo callado con los nombres de alcance
local por respeto a mi casa editora, porque capaz que son sus sonrientes caras las
que hoy adornan estas mismas páginas, pero bien sabemos quiénes son y esperemos
que el fantasma-gate los exhiba y los sancione, aunque solo sea social y
laboralmente, porque también sabemos que los millones mal habidos se quedaran
una vez más embargados en Texas, bien resguardados en Suiza, o escondidos en
cualquier otro lugar del mundo, en cualquier parte menos de donde salieron: de
la economía mexicana.
Pero se
equivoca en algo el señor Presidente y los que se escudan en la doble moral de
muchos para sacudirse cualquier rastro de moralidad; y es que, sí que existen
millones y millones de mexicanos que aún no han traspasado la frontera de la
corrupción, de la inmoralidad, y del valemadrismo: nuestros niños, nuestros
jóvenes.
Así que yo
les diría a mis hijos, a nuestros jóvenes, a nuestros niños: Tírenle con todo
piedras a los corruptos que tienen nombre y apellido, que tienen al país al
borde del abismo y no les interesa nada más que su bienestar, y que piensan que
no están mal porque miden su ética en función de otros mañosos, jamás en
relación a la virtud que por definición tendrían la niñez y juventud, porque dicen
que todos somos iguales de inmorales a ellos, y ya les llaman a ustedes, que
nada malo han hecho, igual que a los demás que sí han (hemos) desmadrado a la
nación, porque mi generación fue igual de agachona y acomodaticia que la de mis
padres y fíjense bien a dónde hemos regresado; tírenle con todo a quienes
sistemáticamente pugnan por la desaparición de los contrapesos morales que, si
bien no son perfectos y bastantes malos miembros has desfilado por ahí, algo
tendrán de positivos como son las distintas Iglesias y religiones, las diversas
formas de familias y diferentes expresiones de amor, los movimientos sociales y
todo aquello que tenga alguna veta de altruismo. Pero por favor, tírenles con
todas sus fuerzas, tírenles las mayores piedras y háganles de una buena vez
vacío, a los pobres jóvenes y niños que ya han sido envenenados con la triste
cantaleta de que ya es mejor ser 100% corrupto y totalmente inmoral, que caer
en la doble moralidad.
Decídete, tú que eres igual a mí: ¿Que
prefieres ante la imposibilidad de seres perfectos y de una sociedad perfecta? ¿Doble
moral con riendas, o nula moral desbocada? ¿Doble moral que quiere ser mejor, o
nula moral resignada a lo peor? ¿Doble moral por debilidad, o nula moral por
comodidad? ¿Doble moral que se atreva a tirar piedras, o nula moral que se
quiere robar… ¡hasta las piedras!?
cesarelizondov@gmail.com
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