Publicado el 08
de mayo de 2016 en 360 domingo, de Vanguardia
¿Y?, ¿Y?,
¿Y? Enfrentaba los cuestionamientos de los reporteros con las tablas de quien
sabe que responder con otra pregunta te saca de un atolladero, pregunta que,
con una sola letra abarcaba toda la impotencia y frustración de saber que ni
toda la saliva y argumentos del mundo, serían suficientes para darle gusto a
una sociedad ávida de vivir vidas ajenas, necesitada de trascender a través de
otros, alimentada hábilmente para buscar la carroña que alguien más va dejando
a su paso.
Años antes
había tenido un penoso incidente cuando, en el programa dominical más visto de
nuestro país, al hacer una reverencia cuando finalizaba de cantar y teniendo el
micrófono entre sus manos cruzadas en la parte baja de su espalda, dejó salir
un increíble y sonoro gas producto seguramente de algo que habría comido. El
carismático y experimentado conductor de espectáculos poco pudo hacer para
disimular el hecho de su invitada y seguro que hoy le dan gracias a dios de que
en ese tiempo no existieran las redes sociales, vaya, ni siquiera el internet.
Ya ubicaste
a Lucero. Recordarás también que más recientemente fueron publicadas fotos de
ella posando con algún exótico animal muerto en una cacería deportiva, para lo
que también hubo de salir a dar amplias explicaciones de la sustentabilidad
ecológica que la caza cinegética provee; así como hace solo unos meses diera la
cara una vez más para hacer por la causa del Teletón y desmentir los dichos de
que ella habría despotricado en contra de esa iniciativa cargada de
responsabilidad social, más que de exenciones fiscales.
Y como
diría Lucero, ¿Y?, ¿A qué viene todo esto?
Bueno, pues viene en principio de la enfermiza respuesta que los
cibernautas dieron a una noticia publicada por Vanguardia en la semana, nota en
la que se comunicaba que, alrededor de medio centenar de jóvenes saltillenses,
en días pasados decidieron acogerse a una especie de pacto de castidad o pureza
como promesa para guardar su virginidad hasta el matrimonio. La peculiar
ceremonia fue auspiciada por una activa y dinámica Iglesia de una religión
hermana a la mía.
La medida
que los jóvenes cristianos decidieron adoptar no deja margen a crítica
destructiva. Tomar una decisión como esa muestra no solo la valentía de estos
muchachos y jovencitas ante un mundo que deshecha lo virtuoso y privilegia lo
inmediato, sino que también nos demuestran una convicción personalísima de querer
distinguir entre lo correcto y lo incorrecto, entre lo cierto y lo falso, entre
el instinto y la razón. Porque, una cosa es lo que el mundo hediondo grite
entre el mundanal ruido, y una muy distinta lo que tu conciencia te machaque en
voz baja dentro de ese silencio en el que sólo tú puedes escucharte.
Claro, nuestra
solvencia moral, espiritual y académica no da para mucho, así que no vamos a
erigirnos aquí como el árbol que da moras ni como dueños de la verdad, pero si
debemos hacer notar nuestra voz cuando tanta gente destructiva brota de
quien-sabe-dónde para despedazar los buenos intentos de gente que busca un
mundo mejor, y que entiende que un mundo mejor es posible con familias mejores,
y que sabe que familias mejores se forman con personas mejores, y que individuos
mejores se forman en base al autocontrol, al apego a normas éticas, a la
observancia de códigos de conducta; y si, aunque muchos rezonguen, pataleen y
se empeñen en ver el punto negro en la hoja blanca, los dogmas de las religiones
frecuentemente te acercan más al buen comportamiento que las normas de los
Estados y los cambiantes convencionalismos sociales de nuestra civilización.
Y claro
que por supuesto que desde luego que sí, esos pocos que tienen los tamaños para
pararse de frente al público y hacer del conocimiento de todos sus convicciones,
creencias y compromisos, corren el riesgo de caer en un error en cualquier lugar
del incierto futuro, error que sería ruidosamente celebrado y señalado por
aquellos que hoy son críticos de butaca y que gustosamente dirían: se los dije.
Pero,
aun con todas las implicaciones de hacer públicas nuestras opiniones, habremos de
preferir ser como un lucero, y saber que como seres humanos seguramente nos
equivocaremos en algunas ocasiones y seremos débiles, y seremos señalados y
cuestionados duramente sobre nuestra religión, en mi caso el catolicismo, sobre
nuestra devoción, en mi familia a María. Y trataremos de, como Lucero, seguir
adelante con nuestras vidas porque al final, el legado no será el incidente de
hace muchos años una tarde de domingo o la airada respuesta de una sola letra
en forma de retórica pregunta; el legado será haberse comprometido con lo que
uno cree, con lo que uno busca, le guste o no a los demás.
cesarelizondov@gmail.com
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