Publicado el 24 de
julio de 2016 en 360 domingo, de Vanguardia
-Con una
buena peda los arreglo a todos- me dijo aquel conocido luego de haber sido
sorprendido en líos de faldas y exhibido ante toda la familia de ella. Ya sabes
cómo es eso: en una familia de las llamadas muégano, dónde toda la información
es propiedad de todos y por ende cada uno opina hasta de lo que no sabe ni le
incumbe, el acierto u error de uno es desmenuzado hasta que algún otro miembro
del clan dé tema para brincar a otra cosa.
Efectivamente, convocó a toda la familia a una fastuosa comida que
terminó en bacanal. Y en un momento dado, con una fina cuchara dio unos
golpecitos a su copa de cristal vacía para que la concurrencia guardase
silencio y, con la solemnidad de un acto único e irrepetible, hizo del
conocimiento de todos su arrepentimiento y su vergüenza, así como su compromiso
para no volver a hacer pasar por ese mal momento a los demás. Y de apestado
acusado, se convirtió en épico súper hombre; la esposa y sus hijos se sintieron
cada vez más solitarios en aquella reunión y al final prácticamente eran parias
rodeados de su propia sangre.
Él conocía muy
bien ese talón de Áquiles del mexicano: ofrecer una disculpa no solo te libra
de acusaciones, hasta te puede encumbrar en héroe por realizar un acto que
tiene que ver con las necesidades y complejos de otros, más que con la
verdadera autocrítica.
Y desde un
caso doméstico como el de mi conocido, podemos recordar los casos de aquel que
“robó pero hizo”, que termino pavoneándose por los pasillos de los
supermercados de Saltillo saludando alegremente a los ciudadanos de corta vista
hacia el futuro y pequeña memoria hasta el pasado, para lograr apreciar una larga
cola en aquel exgobernador; o de aquel alcalde que su principal virtud fue
compartir la afición por el béisbol que la familia en el poder tenía, y que por
una broma del destino fue elegido “al azar” para hacer rima con su nombre, cuya
torpe disculpa de no haber sabido lo que hacía quien le manejaba el dinero del
pueblo, lo exoneró socialmente al mismo tiempo que su precaria salud le termino
por acarrear las simpatías que el poder mal ejercido le arrebató. ¿Y qué decir
del Presidente que acabó derramando lágrimas de cocodrilo por no cumplir como
un hombre su promesa de defender la moneda como un perro?
Si, tú
dirás que estoy hablando de cosas muy lejanas en el pasado y apartadas de
nuestra realidad, pero claro que estoy hablando del presente y de nuestro
entorno. Porque hoy domingo llegarán ramos de rosas a miles de hogares
mexicanos para disculpar las regazones del fin de semana ante la madre, y
llegará el hijo con la barbacoa a casa del padre para volver a pedir que lo
rescaten financieramente, y hoy amanece radiante la amada porque ayer le
llevaron serenata, no importa tener hematomas en varias partes del cuerpo si el
corazón está correspondido. Hoy, en el pensamiento colectivo del mexicano, la
Casa Blanca vuelve a ser referencia de la residencia oficial norteamericana y
deja de ser un recordatorio de qué somos y para dónde vamos como nación. El
hijo pródigo, dirán los racionales.
Pero no,
espero que ya no traguemos aquello que hábilmente nos han servido, aquello de
que estamos así por ser un pueblo católico; porque, al igual que el ateo, el
agnóstico, el metodista, el maya o el menonita, el factor común para perdonar y
olvidar todo en esta tierra, radica no en las creencias religiosas universales,
sino en la cultura del ser mexicano. Y no se trata de negar el perdón a
nuestros semejantes como si nosotros fuésemos impecables, pero sí de, volviendo
a la mal entendida enseñanza católica, no estar de pendejos alternando mejillas
para que nos abofeteen una y otra vez en cuestiones públicas.
Con un montón
de experiencia que los fracasos, las malas decisiones, la egolatría y las
metidas de pata nos han dejado, hay quienes podemos afirmar que, sólo quien
paga caro sus errores aprende de ellos, y que nadie experimenta en cabeza ajena,
o que, lección que no viene acompañada de pérdida o castigo, no es bien asimilada.
Porque en
el arrepentimiento falso siempre hay cómplices, cuidemos que el perdón no vaya
acompañado de olvido. Luego de aquella comilona de las disculpas, como bien
había anticipado el invitador, algunos varones decidieron seguir la fiesta en
otra parte. Y bajo el patrocinio de la generosa, amplia y abierta cartera de su
espléndido anfitrión, cayeron en los mismos pecados que acababan de justificar.
Aquel conocido mío despertó al siguiente día con el problema original, reducido
a contentar a su esposa y a consentir a sus hijos. ¿Los demás? Al día de hoy no
han podido curarse la cruda.
cesarelizondov@gmail.com
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