Publicado el 29 de mayo
de 2016 en 360 domingo, de Vanguardia
¿Quién ganaría? La mitad del reino animal se
inclinaba a pensar que el tigre por su mítica agilidad felina. Mientras, la
parte restante creía que el tiburón se impondría gracias a su potente y
legendaria quijada. El león, que se pasaba quince horas diarias dormido sobre
su laureada melena solo para despertar cuando su pareja le proveyera alimento,
ni por enterado estuvo de la pelea que se avecinaba para saber quién era el más
fiero, el más fuerte y el verdadero rey de todos los animales.
El oso, que
buena parte del año acumulaba y durante el resto hibernaba, tampoco fue
convocado para aquella pelea de campeonato debido a su deplorable estado físico
luego del largo invierno. La venenosa serpiente y la araña ponzoñosa igual
fueron desairadas para cubrirse de gloria, y también el alacrán, que por su
naturaleza pocas gracias se acarreaba. Por la nobleza del perro, por la pereza
del koala y el pavorreal por ser torpe, también fueron ignorados. Cuando se
supo el anuncio, desapareció la grandeza y el señorío que en tierra de ciegos
presumía altiva el avestruz, e hizo lo que mejor sabía hacer: ocultar su cara bajo
la tierra, pensando que así nadie notaría sus miedos, sus complejos y
debilidades. Y ya sabes: pues la lenta y tortuosa tortuga llegó tarde a la
inscripción. Y nadie escuchó a la fuerte y hacendosa hormiga, la que decía
poder levantar treinta veces su peso; la pequeñez de su frágil cuerpo hacía
imposible que los demás escucharan lo que tenía que decir y supieran apreciar
lo que en su escala lograba. Era un raro mundo dónde la fuerza bruta del
absoluto era más valorada que la eficacia del relativo.
El delfín
inteligente, las laboriosas abejas y la majestuosa cornamenta del alce estaban
en otra cosa. Y el infeliz del gorila, quien de entrada fue vetado, por estar
emparentado con el menos sabio de todos los animales. El obediente caballo, la
velocidad del leopardo y el sentido de ubicación del murciélago no les
alcanzaron para pelear por el título. El impávido conejo, así como el
enigmático lobo quedaron muy rezagados. Mientras, el inescrutable, ambiguo y
arrogante gato, se sentía bien representado por su primo el tigre.
Se acercaba
el día esperado y los animales discutían, apostaban y argumentaban. En la
sinrazón del mundo, la inocente y fiel gacela, siendo presa predilecta del
tigre, aplaudía a su depredador y fijaba su postura diciendo que el felino era
el animal más capaz, más astuto y con mayores merecimientos para erigirse como
el emperador del reino animal. Las rémoras, lo imaginas, siempre agradecidas
con las migajas que el gran tiburón blanco les dejaba por su paso, seguras
estaban de la supremacía de su gran benefactor, pues sin él, no imaginaban la vida.
Las
sórdidas hienas reían a carcajadas mientras lágrimas saladas escapaban al
cocodrilo por sentirse desplazado siendo la especie viva más antigua sobre la
faz de la tierra, hay quienes dicen que el loro expresó algunas huecas palabras
y que un alegre jilguero cantaba algo que nadie entendía pero que todos notaban.
El imponente elefante andaba junto al impotente jumento en camino a la pelea.
La expectación era mucha, todos iban hacia
allá, dónde aquellos agrestes animales se verían las caras para definir al rey
de reyes. Y el pobre toro de lidia, astado por naturaleza y hastiado por haberse
convertido en moneda de cambio, despojado del brío de su bravura por el
bienintencionado hombre de corazón blando y cerebro igual, se arrastraba
cabizbajo, presa de la más cruel de las paradojas al saber que su extinción
estaba próxima sin los cuidados del mismo ser que hoy en nombre del arte, lo criaba,
lo cuidaba, lo alimentaba, y luego, lo sacrificaba.
El
minotauro, la quimera y el centauro, así como los elfos, dragones y trolles, no
fueron vistos por nadie en aquellos u otros días, aunque siempre fueron imaginados
y muy queridos por muchos. ¿Y qué decir del unicornio?, pues bueno, para mí qué
si existió: cuando aquel pintor de letras, lo dibujó en tono azul.
Se cumplió
la fecha y hora. Y puntuales asistieron el gran tiburón blanco y el sagaz tigre
de bengala a dónde la frontera entre al mar y la tierra desaparecía como en un
matrimonio: ahí estaban ambos, uno junto al otro. Pero, así como en el
matrimonio, la tierra seguía siendo tierra, y el mar seguía siendo el mar.
Expectantes, todos los animales se preguntaban si sería el tigre quien
se sumergiera en las profundidades del mar para vencer al tiburón, o si sería
el pez quien saldría del agua como en los inicios del mundo animal para
conquistar la tierra. Y el tigre esperaba al tiburón sentado en la playa
mientras el tiburón nadaba en su elemento esperando al tigre.
Y allá en
las alturas, un Águila surcaba el inmenso cielo, que, para mayores señas,
estaba por encima de la tierra, así como sobre el mar. Observaba todo desde su
privilegiada vista y se preguntaba, ¿A que juegan todos los animalitos allá en
la tierra?
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