Un dia sin mexicanos

publicado el 13 de Agosto de 2004 en El Heraldo de Saltillo
Por César Elizondo Valdés

Un día sin mexicanos



Preparó todo para irse al cine: dinero en la billetera, pelo engomado, zapato boleado, auto lavado, y, por supuesto, su pareja lista para la función; llego al conjunto de salas, lo de siempre, palomitas, un refresco, el hot dog y los chocolates de postre.
Empezó la película de Arau, entre una y otra escena reflexionaba, se preguntaba porque los estadounidenses tratan a los mexicanos como bien lo retrata el filme, al margen de la ficción de la obra, no lograba entender a un gobernador que fue inmigrante, recibido por un pueblo ávido de héroes ficticios y casado con una descendiente de la que llaman la familia real norteamericana, el cual, olvidando su buena suerte, ataca a los indocumentados latinos; no podía entender a una sociedad sin raíces, que toma las costumbres de otros cuando así lo determina la moda, la economía ó las leyes, cuyas tradiciones se enriquecen de la mezcla de muchas razas, entre ellas la nuestra; a los individuos que son manejados por agitadores, líderes de opinión y hasta candidatos a puestos de elección popular para manifestarse en nombre de la defensa del empleo que le pertenece al nativo, pero que no sabe y no quiere hacerlo; al beneficiario de la seguridad social, que ve en cada nuevo trabajador un número más para compartir las conquistas alcanzadas (en todos lados se cuecen habas); a los hijos del nazismo, que en muchas ocasiones ni siquiera se han tomado la molestia de leer un libro sobre Hitler, pero que ostentan la heráldica, que no saben el porqué de la diferencia en la tez y características de las personas, pero que discriminan, ya que en realidad, se sienten inferiores, amenazados; a los servidores públicos, que difícilmente entienden su calidad de trabajadores para la comunidad, menos cuando son racistas; a los pochos, que naturalmente se sienten parias, que ante el gringo son mexicanos y ante nosotros presumen su nueva cultura.
Entre risas, llantos, lamentos, situaciones típicas, las canciones y las infaltables maldiciones, se desarrollo la película, al final, igual que otros, no pudo reprimir el aplauso, al sentirse redimido por el genial director mexicano, jubiloso de dar una lección a los californianos, seguro del impacto social que este trabajo arrojará para beneficio de los latinos radicados en Estados Unidos, sintió incluso lástima de los autodenominados americanos. Salió de la sala orgulloso de sus raíces, de sus hermanos que intentan cruzar los interminables desiertos, de los mexicanos que han alcanzado el sueño americano, huyendo de su pesadilla mexicana, de los residentes que perpetúan nuestras tradiciones más allá de la frontera.
Después del cine, camino a casa, se detuvo en la luz roja del semáforo, llegó de inmediato un limpia vidrios con la frase ya conocida: “ahí con lo quiera cooperar”, molestó, miró hacía otro lado, haciendo caso omiso del muchacho, quién, sin darse por vencido se puso del otro lado é insistió en lavar el vidrio; furioso, el conductor no pudo esperar el cambio de luz y aceleró, casi pasando por encima de aquel joven, no pasó ni una cuadra, cuándo volvía a preguntarse, ¿Porque los malditos gringos tratan tan mal a los mexicanos? mjoly@terra.com.mx