¿Halloween o día de Muertos?

    Publicado el 26 de Octubre de 2014 en 360 La Revista, de Vanguardia

         En la picaresca, socarrona y pintoresca forma del ser mexicano, hoy escuchamos decir que el esperado puente del primer lunes de Febrero se diseñó para disfrutar del Súper Bowl sin preocuparse por ir a la escuela o trabajar al día siguiente. Decimos también que el asueto del inminente Noviembre habrá sido maquiavélicamente maquinado para aprovechar las súper-mega-ofertas del asentado Buen Fin. Por supuesto, hay quienes ponen el grito en el cielo desgarrándose las vestiduras cuando escuchan las simpáticas ocurrencias; y por lo general aquellos ofendidos son los que menos respetan el contenido de nuestra Carta Magna y a quienes la revolución les ha hecho justicia en el sentido que usted piensa, aunque a los preceptos de Madero (el bueno) ellos mismos los hayan pisoteado, ignorado, olvidado y hasta me…. Mejor seguimos con el tema.

      Algo similar en cuanto a agraviados sucede cuando tocamos el tema de las festividades no cívicas de finales de Octubre y principios de Noviembre. Una de ellas, importada de los mismos que nos endosaron como iconos culturales cosas como la serie mundial de beisbol con todo y sus hot dogs con palomitas, los parques temáticos también con sus hot dogs y palomitas, y las películas hollywoodenses que por supuesto vemos mientras engullimos un hot dog con palomitas; la otra festividad dos días después, producto del peculiar amasijo en que se convierten nuestras tradiciones gracias a una mezcla elaborada desde la conquista, aderezada por contemporáneas cuestiones de tipo nacionalista, gubernamental y religiosa. Y por carecer nuestro autóctono acervo culinario de los hot dogs y palomitas, nuestras usanzas estarían marinadas con tequila.

    Pero si por un lado estaremos todos de acuerdo en que habremos siempre de conmemorar efemérides patrióticas para no caer en ese olvido que nos haría repetir trágicas historias según reza el conocido refrán, quizás por la parte cultural también habríamos de considerar el ver como cosa buena el celebrar la vida paralelamente a los arcaicos festejos que en no pocas ocasiones nos ponen más cerca y asemejan a un tipo de muerte distinta a la corporal para un caso, y bien podrían llevarnos a una nueva revolución en los otros.

     ¿Puede subsistir una cosa con la otra? Pues es obvio que sí. Vestirse de calabaza el último día del mes no impide llevarle flores solemnemente a los difuntos al tercer día, de hecho hasta tiempo existe en el inter para curar la peor de las crudas. Igualmente, salir desbocados a cazar ofertas en noviembre o a gritarle al televisor el primer domingo de febrero no son hechos que impidan la reflexión de lo que significó el estallido de una revolución o plantar el estandarte de su victoria formal siete años más tarde en la forma de nuestra Constitución.

      Para el caso del norteamericano Halloween contra el mexicanísimo Día de Muertos, cada año escuchamos desde las tribunas nacionalistas y los púlpitos cristianos los ires y venires de quienes buscan y escarban hasta encontrar algo oscuro que puedan relacionar con la tradición de los vecinos del norte para proteger a nuestros niños de tan peligrosas costumbres que califican hasta de satánicas. A esos fundamentalistas les parece mal que los gringos le hagan sombra a nuestro dos de noviembre pero no se inmutan si Santa Claus le roba el show al niño Jesús en diciembre.

      En mi opinión (omito aquello de “humilde” ya que por definición la opinión carece de humildad), las religiones, movimientos y organizaciones de ascendencias cristianas que incluyen a la inmensa mayoría de los mexicanos, habrían de flexibilizar un poco su dogma y así alentar a que nuestros hijos celebren la vida y la oportunidad de ser niños en un inocente, sano y divertido festejo libre de simbolismos macabros como algunos se empeñan en señalar. Y es que esta vida se vive solo una vez, y de acuerdo a la enseñanza o mensaje mayor del cristianismo, todos tendremos luego una eternidad para vivir la muerte.
    cesarelizondov@gmail.com

Mi Patrón

Publicado el 19 de Octubre de 2014


     Probablemente piensan que soy servil. Lo tomo como un cumplido pues servir es mi tarea. Otros dicen que tengo el mejor trabajo del mundo, opinan que mi patrón me concede demasiadas libertades. Y yo no podría quejarme de mi empleo, pero les aseguró que, aunque quiero mucho a mi patrón, la verdad no es como creen.

    Es cierto, rara vez está arriba de mí exigiéndome las cosas. De hecho, si yo no hago lo que él quiere o si me atrevo a ignorarlo, simplemente va y busca a alguien más que me supla en mis deberes. No tengo la obligación de pasar tarjeta como la mayoría de la gente, pero sé muy bien que ocho horas diarias no son suficientes para darle gusto a mi patrón, así es que aunque sin un horario fijo, termino por ser un esclavo de mi trabajo buscando su valiosa aprobación.

   Gozo de la atractiva libertad para escoger un período de descanso para disfrutar de mis vacaciones, pero cuando he completado los recursos para ir, como una cosa hecha adrede, coincide con sus más grandes demandas. Peor aún, si soy víctima de alguna enfermedad, ignora incapacidades, pero no es que me quiera mal, es solo que ni se entera.

    Siempre exige mi patrón la más alta calidad, sabe que si no soy yo, alguien más tendrá excelencia; y en su gran sabiduría, no me obliga a hacer las mejoras que el mercado está exigiendo, sabe bien que más temprano que tarde tendré que interpretar su sentir para actuar en consecuencia, pues corro un riesgo muy grande si no entiendo lo que él quiere.

    Hay quienes dicen que mi patrón desconoce el concepto de lealtad, yo no creo que así sea, pienso que tal vez yo me equivoco cuando le quiero servir, él no falla en su nobleza, es mi virtud que no alcanza.

   Siempre quiero que él me vea, quiero estar siempre en su mente, sé que a veces no me aguanta pues mi acecho es persistente. Solo espero que me entienda, es mi deber ir tras él. Algo que aprecio de él es su clemencia, en algunas ocasiones perdona mis deficiencias, me da otra oportunidad; muchas veces es humilde, y me brinda la confianza de enseñarle lo que se.

    En ocasiones es serio, no quiere que nadie le hable, dice estar solo mirando, pero yo bien lo conozco, sé que muy en su interior quisiera pedirme algo, yo tengo que respetarlo, nunca debo presionarlo, sé que al momento adecuado, regresará y me hablará. Otras veces quiere hablar, expresa algunos deseos, no siempre requiere de algo, de cualquier forma le atiendo.

     Es lo más voluble que hay, nunca acabo de entenderlo. Un momento quiere azul, al siguiente cambia a verde, pero sé porque lo hace, pues he estado en sus zapatos. Nunca quiere equivocarse, por eso es que reza el dicho que el sabio cambia opinión. Así es y será por siempre, esto suena a paradoja pero nunca va a cambiar, de estar en constante cambio.

    Me agrada lo que él ve en mí, sabe que puedo ayudarlo, si acaso me necesita, estoy listo a socorrerlo; unas veces me visita, otras veces yo lo hago, incluso en algunos casos, convenimos sin tratarnos; me da el gran reconocimiento de confiarme sus recursos, mi orgullo es la distinción de que a diario me hace objeto.

     Mi mayor gratitud a él, que permite el desarrollo, me da una realización que en mi labor he buscado, me ofrece un trabajo honrado que agradece mi familia. Le tengo tanto respeto, sobretodo porque él sabe, él nunca se ha equivocado…. siempre tiene la razón.

     Y es que al ser yo un comerciante, mi Patrón, benefactor, es quien compra, el cliente asiduo.
cesarelizondov@gmail.com


Miedo

     Publicado el 12 de Octubre de 2014 en 360 La Revista, de Vanguardia

 Por supuesto que no tenía miedo. Me sentía a salvo cabalgando aquel negro corcel dando vueltas en el carrusel de la feria de Saltillo a espaldas del parque Francisco I. Madero; mi padre decía que estaba ahí para cuidarme mientras sujetaba mis hombros de manera que yo podía sentir recorrer mi cuerpo la adrenalina del vértigo hasta su clímax en la boca del estómago, siempre con la seguridad de unas manos que estaban listas para servir de malla protectora. Más adelante en mi vida, previo a los partidos de fútbol americano otra sensación se apoderaba de mi abdomen en las horas previas al encuentro al punto de hacer que devolviera el desayuno que mi madre había preparado. Venía el coach Uresti y me recordaba que una vez escuchando el silbatazo inicial, sucedería lo mismo que cada fin de semana: El temor se transformaría en endorfinas y podría disfrutar como siempre el deporte que tanto me apasionaba.

      Son historias que con alguna que otra variable compartimos la mayor parte de los mexicanos. Siempre encontrábamos en los mayores aquella mirada que navegaba entre la sabiduría, la condescendencia, el amor, y un auténtico respeto a la inocencia. Casi universal debe ser la plática de cuando tuvimos roto el corazón y nos dijeron que ese dolor pasaría. Especialmente mi generación escuchó que nuestro pueblo superaba una crisis económica solo para entrar en otra de peores dimensiones. Luego la vida empezó a llevar a cada adulto por senderos más particulares y los miedos serían por deudas impagables, pérdidas de empleo, tropiezos profesionales y conyugales, decesos de familiares y de aventureros amigos, crisis de la edad madura, menopausias y altibajos emocionales.

      Igualmente la figura paterna fue en ocasiones reemplazada por el maestro de escuela, el pastor religioso, el tutor asignado, el comprometido líder político o el siempre sabio abuelo; también durante la juventud, la figura materna era apoyada por las madres de los amigos, las cómplices tías, las instituciones responsables y hasta por la prostituta que además de una historia que contar, tendría el don de saber escuchar y el tiempo para poder hacerlo.

      Siempre nos bastó voltear hacia arriba para encontrar una fraternal mirada que comprendía fundados o falsos temores, y que invariablemente nos decía: “No hay nada nuevo bajo el sol, esto me tocó vivir cuando tenía tu edad y te puedo asegurar que eso que percibes como algo insuperable, mañana será algo que recordarás como una anécdota de tu camino.”

       Y entonces, ¿Porque hoy siento este maldito miedo que nunca antes hube experimentado? ¿Por qué jamás tuve miedo de lo que pasaba en mí y hoy tengo tanto temor por lo que les pasa a 43 jóvenes al otro lado del país? ¿Por qué este paralizante miedo por tanta delincuencia desbocada si no hay nada nuevo bajo el sol? Seguro estoy que nada tiene que ver que mi padre y abuelos hayan muerto, que mis mentores hayan bajado del pedestal o que los líderes de mi nación, del estado o el municipio pertenezcan a mi generación. Tampoco tiene que ver con que mi madre haya dado un paso atrás para respetar las decisiones que como adulto he tomado o a que hoy los mayores se interesen genuinamente en mis apreciaciones. No, este desesperante temor viene de ver que en las mesas de los mexicanos, a la pregunta del niño que busca respuestas a lo que pasa en su país, ya no encuentra quien le diga que esto ya lo habíamos vivido antes y que saldremos adelante…Y la mirada del padre busca la explicación del abuelo, y la vista del abuelo esquiva el cuestionamiento para perderse en una especie de lejano horizonte hacia el pasado, allá donde los mayores siempre tuvieron algo sensato y cierto que responder a su descendencia.  Ese es mi miedo.

cesarelizondov@gmail.com

¿Jugar o Ganar?

   Publicado el 05 de Octubre de 2014 en 360 La Revista, de Vanguardia.

     A los doce años era como si ahí resolviera mi destino y la decisión estaba tomada…Pero no contaba con una cosa. Era un niño entrando a la adolescencia a quien le apasionaba el fútbol americano y durante la mitad de mi vida había sido el jugador consentido del equipo en que jugaba, mi gran entusiasmo por ese deporte era fielmente reflejado durante las prácticas y los entrenadores premiaban mi dedicación dándome múltiples opciones para jugar. Pero nunca había alcanzado un campeonato y eso me hacía sentir mal. Pensaba que un cambio de equipo me vendría bien en la búsqueda del tan elusivo primer lugar. Elegí la escuadra que dominaba la liga con el solo pensamiento de poder levantar el trofeo.

    Aquella era una escuadra plagada de excelentes deportistas y poder jugar entre tanto talento era cosa poco menos que imposible. Llegué al primer entrenamiento pidiendo la posición de mariscal de campo que venía jugando desde la primer vez que me calé casco y hombreras. En tres minutos el entrenador evalúo mis limitadas capacidades para ese trabajo y me despachó al área que más luce pero que peor castigo recibe: Corredor de balón, o running back. Estuve ahí las primeras semanas del año para llenar el hueco de formidables atletas que aún no se habían reportado al campo de entrenamiento, alguien era necesario para practicar y correr las jugadas mientras los seguros titulares se integraban al equipo.

   No era un joven tonto, y me daba cuenta que sería cuestión de tiempo para ser relegado a la banca. Decidí hablar con mi entrenador y le hice ver el gran error que había cometido al haber cambiado de equipo en pos de un título sin haber tomado en cuenta que no sabría a lo mismo ser campeón viendo los partidos desde las laterales. El me respondió que así era la vida, que tenía que elegir entre dos muy buenas cosas: Jugar como siempre lo había hecho o ganar un campeonato que jamás había alcanzado.

    Poco antes de iniciar la temporada, excelentes jugadores se integraron al equipo y en una ocasión el entrenador me llamo aparte para preguntarme que había pensado de lo que habíamos hablado. Respondí que tristemente concluía que era preferible perder luchando hasta el desmayo a ser campeón sin despeinarme, pero entendía que ya era imposible regresar a mi antiguo equipo. Me dijo entonces que sería el titular para iniciar la temporada, y que si mantenía una estricta ética de trabajo el puesto sería mío hasta el final.

    Tuve una temporada que en lo individual fue la mejor de mis años de practicar ese deporte. Perdimos un solo juego en el cual mi viejo equipo me maltrató como se castiga a un desertor; tuvimos que llegar al último partido para decidir al campeón. Y ahí, luego de una decena de juegos en dónde había brillado anotando cualquier cantidad de puntos, fui frenado por la defensa contraria sin yardas ni puntos y nuestra defensiva tuvo que sacar la casta haciendo la única anotación del juego para que finalmente yo conociera el sabor de un campeonato.

    Luego durante el festejo me diría mi Coach que él había medido las posibilidades del equipo desde el inicio de los entrenamientos y me explicó que una buena actuación del corredor de balón se debe más a quienes le abren brechas protegiéndolo de los rivales que a sus propias habilidades, y que él siempre supo que con el material humano que teníamos, todo era cuestión de cohesión para que algunos luciéramos gracias al trabajo de otros, siempre que todos fuésemos tras el mismo objetivo: Hacer las cosas bien.


     Más tarde durante mi juventud, cosas como el método científico, la separación de los poderes, las teorías de Einstein, las odiosas matemáticas y la intrigante filosofía me fueron presentadas dentro de las aulas, pero ningún postulado pudo igualar a lo que aprendí de mi entrenador José Inés Hernández: El arduo trabajo combinado con algo de conocimiento y bastante ética, rinde frutos independientemente del dilema que nos presente la vida, y en algunas raras ocasiones, podemos incluso salir por ambas vías de una disyuntiva para continuar jugando y encima, resultar campeones. 

cesarelizondov@gmail.com