Wall Street y el centro de Saltillo

publicado 25 de agosto de 2019




Así es el libre mercado: mientras Wall Street en el llamado downtown de Manhattan es símbolo de la prosperidad y la opulencia, la riqueza y las finanzas, al otro lado de los Estados Unidos, en el centro de Los Angeles, es justo en la calle del mismo nombre donde inicia la interminable sucesión de carpas improvisadas, de techos de lámina y de cartón, y de vagos viviendo en las banquetas dando fe del sometimiento del hombre ante los caprichos y debilidades del individuo; los llamados homeless californianos son la cara oculta y manchada de la brillante moneda de los yuppies neoyorkinos.

Y así es el libre mercado. Seguro has escuchado aquello de que California, solito ese estado, tiene una economía más robusta a la mexicana y a la de la mayor parte de lo países de la tierra, entonces, ¿si la riqueza se produce por muchos del lado del pacifico, porque va y se administra por pocos del lado del atlántico? ¿Por qué tantas diferencias entre tan iguales barrios? Y así pasa en todo el mundo: en cualquiera de los San Pedros (de las colonias, Garza García o el Vaticano) conviven indigencia y burguesía con la naturalidad del tiburón que se pasea con sus rémoras. Perdón por tan burda estampa, pero créeme, así es el libre mercado.

Pero a donde quiero llegar, es a lo que pasa hoy en el centro de Saltillo, dónde ya nadie sabe a dónde vamos a parar: al Wall Street de Manhattan o al de Los Angeles. Y es que surgió durante la semana la enésima lucha de un gremio ninguneado sistemáticamente por autoridades de cualquier nivel: iniciando el fin de semana anterior con un evento propicio para hacerlo en cualquier sitio de sobradas dimensiones, fueron a dar espectáculo en las callecitas y banquetas por donde, cuando pasa una carreola, ya no cabe nada más. Y bueno, en los tan cacareados chats ciudadanos, los comerciantes del centro de la ciudad se quejaron con entendible amargura de cuatro días perdidos mientras las rentas, impuestos y sueldos corren a la velocidad del chita. Y para rematar, nos sale el eterno funcionario que en su momento vendió el agua y que en su juventud orquestó la más memorable huelga en la historia de la ciudad, con que analiza el municipio un programa para cerrar a la circulación de vehículos algunas calles del primer cuadro.

Y solo para no ir a favor de nada y en contra de todo, hago mía la principal demanda de los comerciantes del centro: si no arreglan antes lo de las rutas del transporte urbano para que la gente llegue hasta allá, continuaran aniquilando al centro de manera sistemática. Y de pretender hacer un San Miguel o un Guanajuato, lo van a convertir en un fantasmal distrito, lleno de antros y vicios nocturnos propios del libre mercado, lleno de secuelas por lo mismo durante las mañanas.       




Pigmentocracia

publicado el 18 de agosto de 2019




Llegué al auditorio luego de caminar un rato y adiviné que al fondo estaría alguna mesa con refrescos y galletas. Me aproximé y, despreocupado y con naturalidad, le pedí al joven que ahí estaba me sirviera un vaso con agua; me lo entregó, diligente, y me fui a sentar, expectante.
Al maestro de ceremonias le siguieron algunos conferencistas con temas técnicos y después de un rato se anunció el plato fuerte del evento: la plática motivacional a cargo de un gurú de las ventas y el autoempleo. La atronadora ovación y las chorrocientas mil personas que se pusieron de pie impidieron que viera al personaje entrar por en medio del pasillo central antes de subir al escenario como todo un rock-star.
Me quise hundir en la silla y hacerme invisible cuando vi que el conferencista era el joven que me había servido el vaso de agua: lo confundí con un mesero; ¿quién le manda andar vestido de traje negro?
Platicó de como pasó de cruzar la frontera de mojado y adentrarse en los Estados Unidos en la cajuela de un chevy, a chapotear en la piscina de su lujosa mansión y manejar un Ferrari por las calles de Oregón. Por supuesto, habló de sus estudios en Chiapas como técnico en programación antes de emigrar, y de cómo inició su carrera en una empresa líder de computación mundial…limpiando los baños.
Actitud, actitud, actitud. Una y otra vez machacó sobre lo mismo dejando de lado el tema del racismo que enfrentó en algunos sitios. Al final, se mostró más agradecido con la nación que lo trató despectivamente pero le dio oportunidades, que con el país que lo vio nacer y donde era uno entre millones de prietos chaparritos con un futuro entredicho. Y no pude sino estar de acuerdo con él en cuanto a la meritocracia por encima de la pigmentocracia.
Y si, cuando piensas en Hugo Sánchez o Fernando Valenzuela, en Eugenio Derbez o en Iñarritu, en Tiger Woods o Michael Jordan, caes en la cuenta de que nunca los escuchaste hablar con lástima hacia si mismos ni exigiendo concesiones por ser de tez diferente.
No le ganan el contrato un par de ojitos azules a una excelente propuesta, no reclutas al güerito si le falta un documento, no pondrías a París Hilton al frente de una nación ni le entregas tu negocio al bebé del frasco Gerber. No, la basura esa de la pigmentocracia es una coartada donde bien nos escondemos para eludir una pobre cultura del mérito y el esfuerzo, son los brazos de una madre que consiente y que malcría, que piensa que su retoño es el blanco de todas las injusticias de este mundo; darle importancia a la pigmentocracia es peor para nuestros pueblos que los peores gobernantes.
Total y para terminar, te digo que al final de la conferencia me levanté y aplaudí como poseído a aquel motivante orador, pero, ¿sabes a quien aplaudía?, al que me dio el vaso de agua.  





Popotes mata-ballenas

publicado el 04 de agosto de 2019



Quizá recuerdas el caso de quien sabe cuál aerolínea, cuyo flamante director ordenó retirar la aceituna del platillo de cortesía a bordo. En todo curso, simposio o diplomado de administración te platican de ello: por una acción apenas perceptible para los usuarios, se lograron “ahorros” por cientos de miles de dólares. La historia oculta que nadie te dice la encuentras en el entrecomillado: tuvo que idear una acción clara, medible y contundente para que la junta de accionistas aprobara el sobresueldo por el que fue contratado; es decir, quitándole beneficios al cliente, el nuevo gurú compensó su aumento salarial.

Más o menos para llegar al mismo punto, te platico que durante el verano pasé treinta días en la soleada California en distintas tareas según el cristal con que se mira: yo digo que estuve en entrenamiento, mi esposa piensa que tomé un sabático mes, mi ahijado Dany espera el souvenir de Mickey Mouse, los gringos me vieron como ilegal inmigrante, mi editor espera un best seller de migrantes con visado y profesión, mi madre lloró como si hubiese ido a la guerra, mis acreedores pensaron que me había pelado para no pagar…en fin, cada cabeza es una barbacoa. Pero a lo que voy es que, en un mes completito que pasé por allá en plan de ciudadano angelino, no pasó un día sin haber ido al supermercado o a comer en un establecimiento de comida rápida. Y adivina de que me di cuenta: cada vez que compré mandado me preguntaron si quería una bolsa plástica para llevar mis víveres, y en todos los restaurantes me dieron popotes de plástico, y hasta en un bar, el whisky, además de venir en vaso desechable (wtf ¡¡) vino con un popote mata-ballenas.

Entonces empecé a creer en algo que dicen aquellos que de todo se quejan: aquí en México permean desde arriba de la pirámide social trendings o tendencias disfrazados de bonachones movimientos, ocultando casi siempre la verdadera intención. Tiene lógica, si como consumidor calculas cuantos millones de pesos dejan de gastar en bolsitas los supermercados que ahora te tienen como malabarista cargando melones, cereales y desodorantes, tal vez empieces a exigir que se apliquen y actualicen las regulaciones ecológicas en la misma industria que surte a esos supermercados y a los transportistas que lo mismo distribuyen, antes de permitir que te quiten los popotes y las bolsas, así como a los usuarios de aquella aerolínea les quitaron la aceituna nomás para contratar a alguien más caro.

En un país donde las cúpulas inducen a que las bolsas de granos y cereales pasen de la presentación de kilo a la de 900 gramos, o donde la pastilla de jabón antes era de 200 gramos y luego de 170 sin bajar el precio, en una sociedad donde las ganancias y los méritos se obtienen por darle cada menos beneficios al noble consumidor y más medallas al cínico administrador, ¿debemos permitir que encima nos quiten las bolsitas y popotes con argumentos ecologistas, pero con fines mercantilistas?  

Amor del bueno

publicado el 23 de junio de 2019



Jamás aprendí el truco de los actores de esas películas romanticonas dónde despiertan como recién bañados, sin ojeras ni bolsas bajo los ojos, sin la hinchazón de la cara ni la mirada vidriosa, apenitas despeinados y con pijama planchada; pienso que cuando a las salas de cine llegue la tecnología archi-recontra-VIP, hasta oliendo a loción despertarán. Ahhhh, y encima amanecen con despampanante modelo a su lado, quien gustosa corresponde, sin hacer gestos al aliento, a un largo y apasionado beso francés, no el tímido de piquito. Eso es amor, no chingaderas.
Pero bueno, acá la gente normal también tiene sus ocasiones de experimentar el amor del bueno, aunque, justo es decirlo para no defraudar al lector, aterrizado a la realidad de uno, con algunas variaciones de esas historias que nos cuentan a través de personajes y situaciones difícilmente igualados en la vida real.
Entro en materia: ahí tienes que el domingo pasado, día del padre para más señas, abrí los ojos cuando el sol aún dormía. Ya sabes cómo es eso: como cuando los niños se levantan de madrugada aunque se hayan acostado pasada la media noche, claro, es un 25 de diciembre; o cuando escuchas la regadera a las cinco de la mañana de un sábado y recuerdas con horror haber prometido acompañar a tu pareja de compras. Tardé unos segundos en recordar quien era y donde estaba, y un poco más en establecer desde la cama toda la activación neuronal que se conecta mejor cuando te levantas y vas por una taza de café, pero no fue el caso. Seguí acurrucado en la cama.
El recuento de la ingesta de la noche anterior dio la explicación de mi sentir. Como todo buen mexicano wanabe de primer mundo, empecé con una prudente cervecita de 3/4 para terminar con el hormigueante licor 43, tú métele en medio lo que la imaginación te dicte. Pero el problema en realidad no fue lo bebido, a mi edad ya no pasas de cuatro copas; así como fui de un extremo a otro en cuanto a líquidos, igual fue iniciar con guacamole para seguir con cebollitas asadas y salsas a base de ajo, con frijoles charros y embutidos, con tortillas y carnitas, ¿y de postre?, unas glorias de linares.
Imagina pues mi estado a la mañana siguiente, día del padre. Luego de unos minutos de quejarme por lo bajo, sentí que alguien se movía a mis espaldas. Me volteé y ahí estaba en el centro del colchón pegada a mí, la tomé de la cabeza con ambas manos y acerqué mi rostro a ella, y pretendiendo ser uno de esos galanes de Hollywood que desde el despertar hacen su voluntad, acerqué mis labios a su boca, y sin importar mi aliento me aventuré a someterla a una prueba de amor… y la superó: no solo aguantó el buqué de mi marinado aliento que le lancé en prolongada exhalación, hasta quiso llenarme de besos pues intentó llevar su boca hasta la mía, pero yo la rechacé. ¿En qué momento se fueron esterilizadores y biberones para subir en nuestra cama a una cachorrita cocker que todo lame y destruye? No lo sé, así es la vida, supongo.  

Anar de paella

Publicado el 16 de junio de 2019







Todas las paellas son arroz, pero no todos los arroces son paella.

Doña María Vanaclocha


“Anar de paella” es un termino utilizado por la comunidad valenciana alrededor de lo que ha venido a convertirse el platillo al paso del tiempo: un acontecimiento social, gastronómico y cultural. Es pues, toda la festividad y tradición que rodea a la elaboración de esa receta original valenciana, hoy extendida a todo el mundo.

Y en mi Saltillo, claro esta, siendo entusiastas participantes de la globalización, de la camaradería y del buen comer, tenemos nuestra versión local del Anar de Paella auspiciado por la Cámara Nacional de la Industria de Restaurantes y Alimentos Condimentados delegación Saltillo, CANIRAC. Si, el próximo sábado 22 de junio celebraremos el XI Festival de la Paella Saltillo; y lo mejor: en un evento abierto al público con un costo de recuperación para beneficencia.

Imagina un aproximado de ochenta apasionados equipos elaborando paellas para tu degustación; desde familias enteras que gustan de cocinar hasta profesionales de la gastronomía, desde clubes de servicio hasta los grupos de amigos, desde la fórmula tradicional hasta recetas gourmet. Ahí estaremos también una tropa de jueces honorarios liderados por una institución saltillense como lo es Don Pastor López Atilano calificando en el grano de arroz los sabores, aromas, colores y texturas, así como los procesos, presentación del platillo, escudería (imagen de vestimenta) y ambientación del stand de los participantes, y observando aspectos como la inocuidad alimentaria, la creatividad, limpieza y originalidad.

También, tendrás oportunidad de probar los vinos que se producen en nuestra privilegiada región vitivinícola, un maridaje perfecto para la paella. ¿Te gusta la cerveza artesanal? Una docena de marcas regionales tendrán a tu disposición toda la oferta que puedas imaginar de cerveza clara y oscura, y quizás hasta algún exótico sabor encuentres por ahí. Mucha música y cantantes, más música y bailables, folclor ibérico y mexicano por todas partes.

¿Algo más que haya hecho la CANIRAC de Fabio Gentiloni para hacer el evento más atractivo? Ufff, la dirección: Parque Centro, inmejorable lugar por el fácil acceso desde cualquier parte de la ciudad y su céntrica ubicación, además que, con tu boleto pagado al evento, tienes derecho a un lugar asignado dentro del estacionamiento de Galerías Saltillo.

Total, que la ciudad “anará de paella” el próximo sábado en el Festival de la Paella Saltillo. Te invito a participar en este enorme esfuerzo de tantas instituciones y personas para tu esparcimiento y en beneficio de la Cruz Roja y de la asociación civil Cañón de San Lorenzo.   



Del Huawei a Hawái, pasando por el Jagüey

Pubicado el 26 de mayo de 2019




Del Huawei a Hawái, pasando por el Jagüey




Muy exótico en mi infancia y juventud fue visitar el Jagüey de Ferniza hacia el sur de Saltillo. -Ya casi llegando a Zacatecas- decíamos en ese tiempo, -Aquí nomás tras lomita- decimos ahora. Albergue de un desarrollo de fincas campestres privado, la diferenciación contra ir a Los Lirios, Carbonera, el Tunal o Jame, además del rumbo y los elotes a media tarde, era el espectáculo de ver pastar fuera de corrales a decenas de bisontes o búfalos americanos traídos desde quien sabe donde a un medio ambiente que se presume, fue destino para esos imponentes animales en su migrar y regresar a su hábitat natural en Norteamérica, esto antes de que Kevin Costner los domara como vaquero de rodeo en Danza con Lobos.

 Luego, con el acercamiento del mundo vía periódicos y revistas, televisión incesante y cine de perplejidad por encima de profundidad, dejamos de escuchar a la gente decir que iba al Jagüey y empezamos a enterarnos en bares y pláticas de café más que en las aulas y libros, de unas turísticas islas repletas de volcanes y etnias asiáticas que tenían un nombre similar al del ejido que antes visitábamos: Hawaii. En medio del océano pacifico, además de ser cuna de los estampados de palmeras y flores luego arrebatados por la narco-moda, Hawái pasó a ser ícono del turismo mundial, y por ende, de la cultura. Se pobló con más gente de ojos rasgados, esta vez, población flotante de japoneses con cámaras fotográficas colgadas al cuello, prestos para capturar recuerdos para la posteridad, desde los chocolatitos en la almohada de diario hasta la milenaria erupción de un volcán.

Y pues…ya sabes como soy, metí con calzador lo de la cámara del japonés para hilar ahora con la tecnología y equipamiento del tercer invitado a esta columna, el celular Huawei, de origen chino. Pero sabes también que para este columnista la tecnología es algo tan al alcance de su comprensión como la teoría de las cuerdas, así que nos vamos directo al tema que trae al Huawei citado en los mismos artículos en que aparece Trump y los buenos gringos: la libre competencia, el libre mercado, el sálvese-quien-pueda. Todo cabe en un parrafito sabiéndolo condensar:

La ilusión de un mundo libre y globalizado donde el más apto o trabajador pueda avanzar por méritos propios o independiente a un status quo, se topa con el interés económico que ve amenazado su futuro.

 Todo lo demás es puro rollo para justificar el aniquilamiento o sometimiento del rival en turno, ya se trate de los nativos que debía mantener a raya Kevin Costner en su película, de los japoneses que hoy siguen pagando el desmadrito de Pearl Harbour con abonos chiquitos en el costoso Hawái, o los destinos turísticos mexicanos, que de nuevo son blanco de la furia estadounidense y se les desacredita desde todos los ángulos. Total, que por oneroso para el mexica nos quedamos sin visitar Hawái y que por Trump y sus protegidos nos quedaremos sin teléfonos Huawei… ¿alguien sabe si aún quedan bisontes en el Jagüey? Pues inviten ¡¡        cesarelizondov@gmail.com



Periodista, influencers, y... chantajistas


Publicado el 12 de mayo de 2019




Periodistas, influencers, y… chantajistas



Nunca supe de dónde sacaron el dato, pero en clases de mercadotecnia escuché una y otra vez que por cada comentario negativo de un cliente, necesitas catorce buenas habladas de tus consumidores para nivelar la balanza en cuanto a imagen corporativa. La obvia intención de ese cuestionable parámetro es entender la importancia de cuidar la percepción que la gente tenga de nuestros productos y servicios. Pero te estoy hablando de una medición del siglo pasado, ¿Cómo es ahora?

Pues así como se viraliza para bien de su empresa la imagen de un chef echándole sal a la carne con estilo, pasa que si a alguien de mayor celebridad se le ocurre inventar y publicar que apareció una mosca en su platillo, el turco cocinero se las verá negras (las situaciones) para contrarrestar el quemón que estará dando vueltas por el mundo de las redes sociales. No importa cuantas vacas haya servido en corte y cocciones perfectas, el dicho de alguien de una mosca en la sopa echa a perder el negocio.

Sucede en todo cambio de estafeta: es bien sabido que antropológicamente el hombre se rezaga en su adaptación a las nuevas realidades de su entorno, ya sea un recolector de tubérculos que tuvo que salir a cazar en la prehistoria, o un campesino inglés durante la revolución industrial…o la horda que hoy somos de alegres espectadores-repetidores de cualquier contenido que se nos cruce en nuestro teléfono móvil.

Claro, esto es tierra fértil para vivales de la comunicación que han encontrado nuevas formas o sitios de chantaje ante la reducción de partidas oficiales-no oficiales para el chayote. Con la simple fabricación de una denuncia en redes sociales anónima y falsa, desde diseñadores hasta jardineros, médicos o arquitectos, mecánicos, mariachis y plomeros, comercios y escuelas de baile, empresas de servicio, restaurantes, cines o pastelerías, todos son sujetos a la nueva forma de extorsión que de forma alarmante se extiende como medio de vida entre algunos periodistas e influencers carentes de vocación pero con desmedida ambición, quienes cuentan con el mágico número (también quien-sabe-de-donde sacado el parámetro) de dos mil seguidores o más en sus redes sociales.

Instituciones de procuración de justicia, congresistas federales y diputados locales, gremios empresariales, periodistas serios y medios de comunicación comprometidos, colegios de profesionistas, sindicatos, organizaciones ciudadanas, y toda agrupación o persona que le da la cara a la sociedad, habríamos de buscar e implementar los mecanismos de adaptación jurídica a la nueva realidad en las formas y fondos de comunicación, porque apenas nos vamos despertando de la pesadilla de estar pagando a enmascarados con pistolas para que nos permitieran ejercer nuestros oficios y vivir en paz, como para ahora caer en pagarle a reconocidos bandidos sin caretas, pero con un arma tan temible y peligrosa como lo es azuzar a la opinión pública con conflictos inventados.

  cesarelizondov@gmail.com

Volar

Publicado el 10 de marzo de 2019




Volar



Los ojos de este niño tienen un brillo negado a buscar la metáfora: es el brillo único de la vida humana que denota conciencia, sentimientos, expectativas.

Es el más pequeño del grupo, ante la necesidad de completar equipos, en la cascarita futbolera se aceptan de todas edades, métricas y tonelajes. Gustoso, acepta a ir por el balón aterrizado sobre la azotea de su casa mientras su festiva expresión corporal es la de todo el que por primera vez recibe una importante encomienda.

Entra en la casa y antes de pasar por la cocina, atraviesa el recibidor, donde las mochilas continúan tiradas en el piso en espera de mejor hora para hacer las tareas. Luego, del comal toma una tortilla olvidada durante la comida, pero apreciada ya a media tarde, en el tipo de tortilla que hace recordar viejos amores: todavía guarda sabor, pero es fría y quebradiza.

Llega al patio masticando la tortilla y camina a través de un caprichoso arcoíris formado por el montón de prendas colgadas al sol vespertino. En la esquina, le toma unos segundos secar el sudor de ambas sienes con las mangas de su camisa mientras observa el bote de la basura, la ventana del cuarto de servicio y el alto pretil que rebasa a la pared.

Se encarama con facilidad sobre el bote de la basura para después apoyar un pie en el marco que sobresale a la ventana, agarrado de un hueco en la pared adyacente, toma impulso para subir el otro pie al mismo marco, y lo logra. Libera el aire de sus pulmones. Vuelve a respirar hondo, suelta el agujero y extiende su brazo hacia arriba, en donde alcanza el pretil; luego, su mano derecha busca también la cresta de la pared. En su cara hay alegría ante la inminente consecución de un logro, se encuentra erguido sobre el borde de la ventana, en posición de subir a la azotea.

Contiene de nuevo la respiración. Hace fuerza con el abdomen, con los brazos y las manos, para balancear una pierna y subirla. Sonríe. Apenas inicia el balanceo cuando se desprenden los ladrillos superiores del pretil. Empieza a caer de espaldas y, muy lejos del poético vuelo del grandioso cóndor o de las estoicas extremidades del Jesús crucificado, sus brazos asemejan al frenético aleteo de un muy frágil colibrí, o al atropellado machacar del inútil rezo cuando se exige un milagro.

Ante el arco dibujado por su espalda durante la caída, lo primero que toca al cemento es su cabeza. El brillo de sus ojos se apaga, ha perdido la conciencia.