Micro Cuento: Sabiduría en 140 caracteres...o menos

Publicado el 03 de abril de 2016 en Círculo 360 Domingo, de Vanguardia

      Entre vianda y vianda nos surge el tema de la escueta y hueca forma de expresión escrita de la actualidad. Mi amigo, maestro y compañero de página en Círculo 360 Domingo, el poeta Jesús Cedillo, me dice que no es posible comunicar mucho en los 140 caracteres que acotan un mensaje o post de twitter. También, entre el rompe hielos de una primera y helada cerveza y la camaradería del cálido digestivo final, a través de copas rellenas con vinos regionales van lloviendo tesis y contra argumentos de la validez, calidad o profundidad de las precarias manifestaciones literarias que en las distintas redes sociales se publican.

     Llegado el momento de reconocer que los decibeles de nuestra charla se van acrecentando conforme las horas avanzan y los prejuicios se estancan, nos damos cada quien en retirada a fin de dejar para ocasión posterior el veredicto de tan vital e importante cuestión. Llego a mi hogar e, influenciado por la nebulosidad de mi atención hacia cualquier actividad neuronal, consulto en mi lector electrónico la colección de relatos breves que hacen llevadero cualquier momento, como diría aquel maestro de economía en el Tec de Monterrey y también compañero editorial en Vanguardia: cosas para leer cuando vas al baño.

      Y sin saber a ciencia cierta si lo que diré es un oxímoron, nuevamente leo El Dinosaurio, del hondureño Augusto Monterroso, una gigantesca obra del micro cuento: “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”. Y tán-tán, se acabó la historia. Alrededor de cuarenta caracteres y siete palabras para uno de los trabajos más reconocidos de la literatura universal, según su género.

      Me doy cuenta entonces, que El Dinosaurio ha significado para mí lo que cualquier gran libro, novela o clásico hayan sido en variadas circunstancias: diferentes perspectivas desde distintos momentos de la vida. Un dinosaurio en la adolescencia fue el barro en la punta de la nariz que no había desaparecido esa mañana de sábado para mi primera cita romántica, en la juventud fue regresar de vacaciones decembrinas para descubrir que la calificación reprobatoria no había cambiado por el espíritu navideño del hermano Víctor, fue despertar inmovilizado en un hospital sabiendo que aquello no había sido una pesadilla, luego sería un período que nunca llegó cuando suponíamos no poblar más este mundo ante un incierto futuro, fue el desgraciado cobrador de piso esperando afuera de mi trabajo puntualmente cada semana haciéndome sentir más estúpido de lo que hacía, más tarde fue una deuda imposible de pagar; y claro que en una doble analogía, el dinosaurio al despertar cada nuevo día es ver a la misma gente gobernando a mi país.

      Y como fan de cuentos alargo un poco la manga para aterrizar en el concepto acuñado y utilizado por Edgar Allan Poe: La unidad de efecto. La también llamada Unidad de Impresión fue concebida por el poeta y cuentista de Baltimore para explicar cómo es que un relato debe tener una corta extensión para que sea devorado en una sola sesión, a fin de que el leyente carezca de distractores en su lectura para no afectar la comprensión. Y si el autor de El Cuervo (breviario cultural: de ahí toma su nombre el equipo de la NFL) hablaba de brevedad y consistencia hace más de siglo y medio cuando la vida era tan dinámica como el denso atole, ¿Que habríamos de esperar hoy?

     Además, tenemos que el cuento es la forma más antigua para trasmitir conocimientos utilizada por el hombre desde la aparición del lenguaje articulado; siendo que el cuento procura tanto entretener como enseñar, hacer reflexionar como también emocionar, diría que pretende sacudir el corazón, tanto como la razón. Y luego tenemos que dentro de la mínima expresión de historias como lo es el micro cuento, están los más variados subgéneros o tipos como la tragedia, aventura, romance, sátira, comedia, terror, filosofía, etcétera.

    Para muestra te comparto algunos excelentes micro cuentos de menos de 140 caracteres, cada uno entrecomillado y seguido de su autor: “Mientras subía y subía, el globo lloraba al ver que se le escapaba el niño”, Miguel Saiz; “Y después de hacer todo lo que hacen se levantan, se bañan, se entalcan, se perfuman, se visten, y así progresivamente van volviendo a ser lo que no son”, Cortázar; “-Te devoraré -dijo la pantera. -Peor para ti -respondió la espada”, William Ospina; “Aquel hombre era invisible, pero nadie se percató de ello”, Jiménez Eman; “Cruzaba la calle cuando comprendió que no le interesaba llegar al otro lado”, Pérez Reverte; “La mujer que amé se ha convertido en fantasma, yo soy el lugar de sus apariciones”, Juan José Arreola.

      Y se sorprende uno cuando extiende la búsqueda a lecturas más amplias sin abandonar el parámetro de la unidad de impresión de Poe, encontrando obras cortas de escritores como Borges, García Márquez, Kafka, Lewis Carroll, Eduardo Galeano, y por supuesto nuestro paisano, Julio Torri. Para declarar empate entre el poeta y yo, considero que la razón me asiste cuando digo que la falta de buenos contenidos no se debe a los restringidos 140 caracteres de un tuit, pero como bien dice Jesús, se debe a los limitados y pobres afanes de quienes se pasan la vida subiendo basura a las redes sociales, despreciando la oportunidad de aprovechar bien esa ventana de publicación. Poeta: La pelota está en su cancha.



20 años

Publicado el 20 de marzo de 2016 en Círculo 360 Domingo, de Vanguardia.

       ¿Cómo fue que pasé de ser Superman a ser el Chapulín Colorado? Han pasado veinte años. Tenía la intención de tragarme solito el mundo a grandes mordidas y ni el tiempo ni mis oportunidades parecían limitantes. Hoy que en mi almanaque existen más hojas destinadas para ser arrancadas por la madura y larga vejez que por la fugaz y para mí, precaria juventud, mis preocupaciones han cambiado: ya no me preocupo tanto por cómo habría de comerme al planeta entero, hoy, lo primero que me ocupa es como evitar ser engullido de un solo bocado por este fiero mundo de tantas caras y largas garras.

      Dentro de esos veinte años, junto con el primer pañal que deposité en la basura se fueron yendo a dónde mismo los sueños de tener un yate atracado en alguna playa mexicana, la urgencia de presenciar en primera fila los mejores espectáculos, la necesidad de vestir con las mejores ropas de las más novedosas marcas, la voracidad de frecuentar los más caros restaurantes y la temeridad de visitar los más recónditos y extremos lugares del mundo.

       No es queja. Y no es que abandone uno sus más caros anhelos, es que los cambias por los más valiosos momentos. Y te das cuenta de que a veces lo mejor de la vida es rentar una pequeña panga que hace agua para salir a pescar en compañía de tus hijos con cañas y anzuelos prestados, así como ver una cursi y vieja película en un rincón del hogar acompañado de tu más pequeña hija, o que ir a comprar ropa en cualquier tienda de descuento culmina invariablemente en la sala de tu casa o la habitación de un hotel con la infantil pasarela de tus dos niñas; o que terminas por ser un condecorado aunque desconocido parrillero porque es en la paciencia de una tarde de domingo ante el asador, y no en el desenfrenado gasto de un sábado por la noche, dónde mejor punto se le da a la carne; o que un simple paseo en una oxidada bicicleta a la orilla de una playa te transporta mucho más lejos de lo que pueda llevarte el grandioso Airbus 380 en primera clase.

       Entiendes que has aplicado en la vida real algo de lo que habías aprendido en las aulas, aquello que te habían enseñado tus maestros de la universidad en los cursos de contabilidad: todo lo que acomodes en un lado, tiene que afectar en otra parte. Igual lo dijeron quienes te dieron clases de ciencias políticas: Si pones algo aquí, tendrás que quitar algo más allá. Pero como eterno aprendiz de contable y político, vas entendiendo el porqué.

       Y así es cómo pasa uno de percibirse un héroe tipo Superman para figurarse a uno como el Chapulín Colorado; sin duda que la nobleza continúa siendo algo inherente a tu ser, pero encuentras que tus capacidades heredadas, adquiridas o cultivadas, no han sido suficientes para alcanzar todo lo que te habías propuesto. Y entonces la vida parecería ser monótona y a veces absurda cuando los grandes proyectos personales ceden a los pequeños desafíos de la cotidianidad. Y a la frustración de estar arando en el mar en lo referente al plano profesional se suman las canas, el cansancio y toda la debacle física que el desgraciado espejo insiste en recordarte cada que te asomas en él.

       Pero pasa que de repente un buen día y mientras arrastras tu cuerpo hasta la cocina a primera hora de la mañana, te encuentras con la misma mujer que ha compartido contigo todo lo anterior durante los últimos veinte años, y con una gran sonrisa te felicita. Recuerdas de inmediato que es tu aniversario de bodas y todo, en automático, vuelve a cobrar sentido. Y el tiempo parece detener su marcha dentro de unos preciosos minutos dónde, entre dos distintas tazas de café y una misma historia en común, damos cuenta de media vida unidos en matrimonio. Un momento más tarde escucho a mis hijas bajando por las escaleras y el tiempo de pareja se interrumpe para dar paso al tiempo de familia. Hay que llevarlas a su escuela, a su futuro.

      Una vez que dejo a mis hijas a la puerta del colegio sigo mi camino hacia el día a día con la promesa de festejar por la noche con mi esposa. Y pienso en todo, y vuelvo a ver el mundo como un pañuelo mientras reconozco que mi esencia no ha cambiado y que el brillante futuro ahí sigue estando con algunas estupendas adiciones a mi plan original, siempre al alcance del trabajo, siempre rodeado de una familia, y siempre bendecido por Dios. Queda mucho del día por delante para llegar a esa noche prometida, y concluyo que al final de la jornada, será preferible terminar como Roberto Gómez Bolaños, que como Christopher Reeve.    


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Triste navidad en Marzo

Publicado el 13 de marzo de 2016 en Círculo 360 Domingo, de Vanguardia.

         Me supongo que así debe ser Londres. Ante esa pesadilla del escritor conocida como la terrible hoja en blanco, me encuentro temprano, de madrugada, escuchando la terca lluvia golpetear sobre el tejado. Luego la oigo caer sin pausa a borbotones por las canaletas de las paredes para finalmente imaginarla escurriendo con lento y perene paso por la banqueta hasta llegar a la calle, ahí donde se mezcla con la misma materia que viene corriendo hacia abajo en nuestra caprichosa orografía saltillense pero avanzando hacia el norte de acuerdo a la convencional cartografía acatada por la humanidad, donde Europa se encuentra arriba y el África abajo por el simple decreto de quienes trazaron los primeros mapas.

     Amaneciendo, miro por la ventana en busca de tema o inspiración y observo que aun estando en pleno mes de marzo, la espesura de la blanca niebla que ha descendido hasta el suelo, así como la parcial vista de un grisáceo cielo encapotado, cargado y amenazador, me recuerda que también de acuerdo al calendario, el invierno no ha terminado. Cobijado y enfundado en telas de algodón, adivino que allá afuera el clima no solo es húmedo, sino también frío.

      Me preparo un café descafeinado porque así lo indica la maldita y opresiva dieta para que luego mis fosas nasales busquen proustianamente ante los bordes de la taza algún olor que me transporte a otros mundos, a otros tiempos o a distintas dimensiones para que me ayuden en mi tarea semanal. No encuentro nada más que la nula fragancia de lo superfluo y el inmediatismo del cual me he rodeado. Enciendo entonces mi computadora en busca de temática y con agrado compruebo que gracias a dios no estoy solo, que si funciona el internet.

      Las notas de los diarios electrónicos dicen, entre otras noticias más triviales como legalizar el consumo de mariguana, más cotidianas como la falta de medicamento en los hospitales y clínicas de seguridad social y magisterial, o más sorprendentes como que otra demócrata y el mismo republicano lideran la carrera por dirigir al mundo occidental, que ha nevado copiosamente en la sierra de Arteaga, que los fuertes aires provocaron daños y pérdidas considerables en algunas zonas del país, que en diversas partes de la ciudad se vieron grandes árboles caer burdamente sin la artística gracia de la nieve o lo poético del viento; que el agua rodada caída del cielo, como siempre, se abrió paso a la fuerza por la lógica de la física ahí dónde la lógica del dinero entre el bueno, individual y noble hombre, en contubernio con el sucio, anónimo y oscuro sistema, ha insistido en cerrar sus cauces naturales sin entender todavía que por acciones como esas, algún día esta especie nuestra desaparecerá, pero su madre naturaleza prevalecerá.

      Y la terrible hoja en blanco empieza a tener bosquejo. Aún sin encontrar aroma en el insípido café, todo lo demás parece transportarme a meses atrás, a las fechas en donde a pesar del crudo y despiadado clima del último mes del año, algo existente en nuestra cultura que nos convierte a todos en seres más solidarios y cálidos con los demás, quisiera brotar de mí. Quisiera tomar el teléfono para donar dinero al teletón como hacemos los ingenuos pero bondadosos mexicanos a principios de diciembre, quisiera salir a la calle para darle unas monedas al menesteroso que no tiene para comer, quisiera llegar hasta los cinturones de miseria y los ejidos más pobres para llevar alimentos y chamarras, quisiera visitar asilos para dejarles cobijas a los ancianos y a los desamparados, quisiera ser voluntario para apoyar a quienes sintieron caer la lluvia dentro de su casa, quisiera darle palabras de aliento a los presos, quisiera acompañar a los enfermos en los hospitales, quisiera darle más tiempo a mi familia, quisiera…  

     Pero no funciona. Rápidamente caigo en cuenta de que la sensiblería, la compasión y el sentimentalismo de la época navideña tienen mucho que ver con aguinaldos y evangelios, con usos y costumbres, con tendencias y borreguismo. Descubro que soy incapaz de hacer por mí mismo las cosas que hago movido en conjunto por imitación, por sentido de pertenencia, por una postura social, por costumbre o porque es lo que se espera de mí. Parecería ser que, junto con el aguinaldo y las posadas, se me acabaron también las buenas intenciones, la solidaridad, la piedad, el altruismo y hasta el apetito.

       Todos hemos dicho en alguna ocasión que, bueno sería que siempre fuese diciembre. Y sí, me gustaría que durante todos los meses del año nos asistieran las fraternas emociones de la navidad para estar más cerca de los demás, para humanizarnos más, para dar más, para entendernos mejor. La terrible hoja ya no se encuentra vacía, pero siento que mi alma aun lo está.



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Los medios y la rumorologia

Publicado el 06 de Marzo en Círculo 360 Domingo, de Vanguardia.

       El relato es real. Durante esta agonizante semana, una señora llegó hasta la ventanilla de un banco en Saltillo y pidió que le liquidaran el saldo total de su cuenta. No era una cantidad menor y tuvo que intervenir el gerente de la sucursal bancaria. Luego de mucho argumentar, la señora terminó por decir que el dinero era suyo y que podía hacer con él lo que le viniera en gana, a lo que el ejecutivo no tuvo más remedio que cancelar la gran cuenta de la señora, dejarla en ceros, y entregarle un cheque de caja para que pudiese abrir otra cuenta en diferente institución bancaria.

      Podría haberte dicho que le hicieron su pago en efectivo y que saliendo del banco la esperaban unos maleantes para despojarla de los ahorros de toda su vida, pero no, el sentido de mi columna va precisamente en contra de la forma en cómo afectan los rumores esparcidos en internet y otras formas de comunicación sin miramientos para difamar el nombre de personas, organizaciones, empresas, religiones, movimientos y cualquier cosa que alguien quiera machar o destruir sin importarle que de alguna forma, también afecte a quienes lo leen. El venenoso boca a boca social de antes se convirtió en el ponzoñoso reenviar electrónico de hoy.

     El rumor de una inminente quiebra de HSBC desatado irresponsablemente por whastapp a principios de semana, resultó en una estampida de cuentahabientes por todo México que se llevaron su dinero a otros bancos tal como lo hizo nuestra amiga saltillense. Quienes hayan trabajado en algún tipo de organización cuyos ingresos provengan de la promotoría de sus productos o servicios saben de lo que habló cuando digo que es un golpe bajo y perverso echar a perder así el trabajo de tanto tiempo y tantas personas. Por supuesto, escarbando un poco nos damos cuenta que el rumor de HSBC no fue con la mala fe de algún competidor o malqueriente, este se originó tras una deficiente comunicación entre una dependencia chiapaneca y sus trabajadores, que por una cuestión técnica tuvieron que sacar sus cuentas de dicho banco.

      Pero todos hemos visto o escuchado las historias de cómo las grandes compañías como McDonalds o Kentucky Fried Chicken tienen sus criaderos de animales que son bultos sin cabezas ni patas, de que Brad Pitt y Selena Gómez ya le aplicaron la misma a Angelina y que sostienen un apasionado romance, de que en algún recóndito y secreto lugar del mundo descubrieron gigantescas cabezas humanas de dos metros que la ciencia no quiere reconocer y que en Roswell siguen cayendo aliens del cielo como confeti en carnaval, que Tommy Hilffinger odia tanto a los latinos como Donald Trump y que la ropa de Calvin Klein es fabricada por niños de 6 años en condiciones de esclavitud, que los dueños de las compañías de internet quieren apropiarse de nuestras identidades y contenidos, que el teletón es tan nocivo como ir a misa y que es mejor mandar a un hijo a prepararse para la vida dentro de un Cereso que dentro de una escuela católica; y un largo etcétera que culmina con la clásica ola de robos de automóviles en el estacionamiento de un centro comercial, de dónde una semana más tarde viene la respuesta a la campaña negra: en el otro centro comercial se están robando a los niños.

       Y nos vamos como gato al bofe sobre las sensacionalistas notas de los más oscuros personajes de redes sociales y las más dudosas páginas que se ostentan como medios de comunicación. Y en una gigantesca ola de desinformación podemos extender desde el inofensivo rumor de una sirena pescada por un barco tiburonero, hasta la mala leche vertida sobre la competencia política o comercial que en no pocas ocasiones trunca los caminos de nobles proyectos.

     No enseñamos a nuestros hijos a consultar las fuentes de la información ni a leer las notas completas para no irse con el puro encabezado porque ni siquiera nosotros lo hacemos. En más de una ocasión he sido excluido de una conversación por cuestionar la fidelidad del origen de lo que un tercero está diciendo, y ya sabemos que el máximo y peor pecado de nuestra época es ser segregado de un grupo, valga o no este la pena. Estamos en una pobre cultura dónde importa más la elocuencia de lo que se dice que la verdad y las bases de lo que se comenta.

      De ahí la gran responsabilidad de los medios de comunicación serios, dónde uno puede consultar con toda confianza cualquier nota, editorial o comentario. Quizás sea tiempo de que periódicos, estaciones de radio y televisión, y todos aquellos quienes sobre la plataforma de la red suben contenidos noticiosos o de opinión, consideren incluir en sus publicaciones un espacio de ratificación o desestimación de rumores para consulta de sus lectores y audiencias, dónde sea la calidad moral y el trabajo reporteril de la fuente de información lo que dicte la veracidad de las notas, y ya no el sensacionalismo de un encabezado.

cesarelizondov@gmail.com

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Fanatismo

Publicado el 28 de febrero de 2016 en Revista 360 Domingo, de Vanguardia.

               Observó cuando el chófer se santiguo y besó la cruz que colgaba de su cuello al tiempo que el vehículo se ponía en movimiento. Aunque se sentía algo ingenuo y manipulado, iba feliz; aún con los inconvenientes del viaje, disfrutaba ese tipo de salidas en dónde todos compartían una misma doctrina y siempre, pero siempre, esos grupos terminaban por organizar una especie de fraternidad durante el regreso a casa. No le importó viajar en un autobús lleno hasta el tope a través de la noche invernal seguida de lo que sería un agobiado día demencial; la posibilidad de estrechar su mano, tomarse una foto, o simplemente estar en su presencia, bien lo valía. La vieja promesa de una mejor vida futura, hacía que venerar religiosamente aquellos símbolos y personajes no pareciera algo tan arcaico, tan indocto, tan lisonjero.

      A cientos de kilómetros de ahí, una joven y acomodada estudiante de preparatoria, partiría luego con sus amigas en un avión privado a lo que, en su inexperta e inocente lozanía, pensaba, sería un fin de semana memorable de su vida coronado con un lunes de sentir una llama, de sentirse encendida. Aún sin comulgar totalmente por ser cosa de otra época, la vorágine de multitudes hacía que quisiera estar ahí, aunque un mes más tarde pudiese olvidar todo por un concierto de Cold Play. La juventud es sinónimo de pasión, y esta mujer que hace tan poco había dejado de ser niña, irradiaba por cada poro de su piel una ansiedad por que llegara la tarde del lunes para estar ahí, en primerísima fila. Había que estar ahí mero adelante, tan cerca que incluso fuera posible alcanzar a ver los empastes en las muelas del anciano líder. Su misma publicidad dice que no todo lo compra Master Card, pero créeme que los mejores lugares si, son accesibles con una buena cuenta en el banco.

     Y con diferencia de días, un atribulado padre de familia había dejado todo atrás para traspasar fronteras con la única finalidad de estar presente cuando todo sucediera ese mágico domingo. Se había informado de cuál sería el protocolo antes del acontecimiento y, a diferencia de muchos otros que solo entenderían y atenderían el platillo principal, como experto en la materia más allá de los recientes advenedizos, anhelante, esperaba ver desfilar en ese campo vetado para las mujeres, a casi cuatro decenas de hombres cuyos momentos de mayor luz habían sido en un escenario similar en cuanto a pompas, ceremonias y ritos, aunque en distintos lugares y tiempos.

      Para una pequeña parte de los mortales, son cosas de una vez en la vida, para la mayor parte del mundo, son vivencias que jamás formarán parte de su existencia, de su experiencia, de su interés. ¿Son nuestros personajes afortunados?, ¿o son simples marionetas bailando ante los restirados hilos de expertos titiriteros? No lo sé, ¿Lo sabes tú? ¿Cuántas veces y en cuantos lugares hemos podido ser cómo aquellos que criticamos?

     Porque ni duda cabe que cada uno de nosotros ha sido dotado con un libre albedrío para hacer lo que le venga en gana con su vida, con su conciencia, con sus recursos. Pero, ¿qué pasa cuando, como dice Arjona, heredamos los complejos, la iglesia y hasta el equipo de fútbol?

     No entendemos cómo es posible que a estas alturas del desarrollo de nuestra civilización, a dos mil quinientos años de la Grecia antigua, a dos milenios de Cristo y a tanto tiempo de la caída del imperio romano, sigamos encadenados como individuos miembros de una especie cuyos principales atributos son el raciocinio y la inteligencia, a creencias y pasiones tan básicas que las mismas civilizaciones mencionadas fueron desplazadas quizás por no evolucionar en ese criterio humano de creer sin cuestionar, de seguir sin observar, de recibir sin pensar. De vivir sin filosofar. Y es que todo, absolutamente todo, termina por estar fuertemente cargado de filosofía para poder entenderlo. Pero regresemos mejor con los personajes de esta historia para poder cerrar nuestro escrito:

     En ese domingo de febrero, el atribulado padre de familia observó boquiabierto desde su carísima butaca en el estadio a los casi cuarenta jugadores más valiosos de los anteriores campeonatos antes de iniciado el pasado Súper Bowl; y en unos cuantos días, la joven acaudalada estará tan cerca de Mick Jagger que podrá verle hasta las caries en el concierto de los Rolling Stones en el Foro Sol, para brincar treinta días después a otro concierto de distintos artistas en el mismo escenario; y a cientos de kilómetros de ahí, hace tiempo que el enjundioso militante del partido político regresó feliz a casa luego de viajar por todo el estado para estrechar la mano del señor político, ese que parece ser el mecenas que como en la fábula del burro y la zanahoria, le parece acercar la promesa de una vida futura mejor.

     Pero no te apures por nuestros tres personajes. Gracias a Dios ellos están a salvo de ser adoctrinados por la maldita Iglesia Católica que tanto daño le ha hecho al mundo como las cadenas de oración, los colegios dónde millones de humanos estudian, el vestir al desnudo, la sanación a los enfermos y la compañía al buen morir, los voluntarios, las misiones y un sinfín de atrocidades más. Nuestros personajes están muy lejos del fanatismo religioso.


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Sísifo en el Cerro de la Mota

Publicado el 21 de febrero de 2016 en Revista 360 Domingo, de Vanguardia

     Pensé exactamente lo mismo que tú cuando me invitaron a una excursión por el Cerro de la Mota Grande: Ahhh nombrecito de lugar, a ver si salgo vivo de semejante sitio. Luego me explicaron que mota significa más de lo que coloquialmente llamamos mariguana, que está relacionado a algo así como una colina o elevación sobre una meseta o monte.

     Nos vimos el día de la amistad en un lugar común para todos en Saltillo y nos dirigimos por la carretera a Monterrey a lo que conocemos como Casa Blanca, Los Fierro o Rinconada, por ahí de medio camino entre las zonas urbanas de las capitales más cercanas de México.

      Iniciamos nuestro recorrido con la confianza de quien se ha levantado un domingo sin una resaca en contra y con la madre naturaleza a favor. Siendo invierno, me fui bien equipado con un cálido sombrero de fieltro que me gusta utilizar cuando voy a algún rancho, huerto o casa de campo, la ajustada ropa interior térmica ideal para ir a cazar venados hasta con calcetas de lana, con la botas de suela de llanta para caminar en el monte, con mi atuendo exterior que hace años compré cuando la pesca era patrimonio de las familias antes de la estúpida realidad carretera que hoy seguimos sufriendo, vestimenta que advertí, me quedaba muy holgada en la zona de los bíceps y los muslos, aunque bastante ajustada en el vientre y la cintura. Y claro, una pequeña mochila de las llamadas “camello” que contienen un tipo de bolsa plástica y un popote o alimentador para ir hidratándose durante largos recorridos.

      Durante el primer tramo de la subida ya sabes que las cosas no son muy diferentes a cuando inicias cualquier viaje, aventura, proyecto o relación: te preguntas porque no habías intentado esto antes, empiezas a calendarizar cuando volver a hacerlo, le sonríes a todo el mundo y obtienes lo mismo de ellos; vaya, hasta generoso eres con tus cosas y sientes que todo es armonía.

     A media subida viene el primer revés del día: uno de los zapatos de Israel se desprende de la suela y es obvio que así no podrá llegar a la cima. A la mexicana, improvisamos un arreglo pasando el cordoncillo para ajustar la cintura de mis pantalones entre las suelas y distintos orificios del zapato para medio arreglar el asunto; pero más tarde le siguió el que hacía par y ya no teníamos otra cinta. Avanzábamos lentamente y fue en lo que llaman el primer descanso dónde Carlos M y su niño nos dijeron que ya no seguirían adelante debido a una lesión que podría agravarse. Poco más tarde empezamos a advertir esa naturaleza humana que sale a flote cuando a alguien le sale lo competitivo, o lo mamón: uno de los 300 excursionistas que hacen el recorrido anual nos dice en tono autoritario que no debemos de seguir por el estado de los zapatos de Israel, que así nunca llegaremos; ¿Nos faltaba algo para llegar?  Si, solo que un idiota nos dijera que no podríamos lograrlo.

    De cualquier forma, no echamos en saco roto su consejo y nos sentamos a ver pasar a la gente mientras con cara apesadumbrada preguntábamos si alguien tenía una cinta de sobra. Resultó que un buen samaritano traía consigo un rollo de cinta adhesiva industrial, de esa color gris que sella hasta humedad. Resuelto el problema de las suelas, le seguimos caminando.

     Me rezagué junto con Gerardo y más rezagado quedó Carlos A, nos faltaba un buen tramo hasta la cumbre cuando Ramón y su hija ya venían bajando y acordamos vernos después si abajo ya no nos veíamos ese día. Al llegar a la cima, ya había terminado la ceremonia oficial de la XXXV Confraternidad de la Amistad convocada por el Club de Excursiones José Navarro del Círculo Mercantil Mutualista de Monterrey.  ¡Treinta y cinco años haciendo este evento un domingo alrededor del día de la amistad¡ Quedé gratamente sorprendido cuando entendí cabalmente lo que estábamos haciendo la mañana de un domingo recorriendo casi 5 mil metros lineales en una pesada pendiente de interminables rutas en zig-zag: reforzando la amistad.

      Luego de un descanso salpicado por selfies y fotos del paisaje, lonches sudados y fotos grupales, iniciamos el descenso. Jamás pensé que con el simple cambió de una letra, el invierno se podía convertir en infierno: el sombrero de fieltro se convirtió en un horno sobre mi cabeza; las calcetas de lana hicieron sudar mis pies hasta las ampollas, la ropa térmica se pegaba a mi piel ahogándome. Y si bien los muslos y los chamorros ya no llevaban carga durante la bajada, el ir frenando la marcha para no resbalar en las piedras se volvió el peor de los martirios sobre las uñas de mis pies; ahhh, y no tenía ni gota de líquidos.

     Ya nadie hablaba de volver a subir cerros. Ya nadie sonreía y cada quien fue avanzando pesadamente a su paso. Y una vez más comprobé aquello de que a pesar de que ya todo está escrito en materia de filosofía y literatura, siempre descubrimos nuevas interpretaciones o variantes sobre lo ya creado: Me sentía como Sísifo en el mito que describió Camus, bajando penosamente una colina sin razón o alegría aparente en ello; pero, a diferencia de Sísifo, mi pesada y en apariencia inútil bajada tendría la razón de su infructuosa subida, mientras que en nuestra optimista subida, tendríamos los mismos pensamientos filosóficos que Sísifo finalmente encuentra en su bajada dónde “cada trozo mineral de una montaña forma por sí solo un mundo. El esfuerzo mismo para llegar a las cimas basta para llenar un corazón de hombre”. Y entonces, como escribió Camus: Hay que imaginarse a Sísifo, feliz.  



Aire

Publicado el 12 de febrero de 2016 en Revista 360, de Vanguardia

                                                                                                                                     Para mi Patricita
      -Te va a dar un aire en la cara y así te vas a quedar por siempre.- Me regañaba mi madre cuando con mis hermanos jugaba haciendo los ojos bizcos. Lo entendía como una expresión de amor disfrazada de preocupación; no sabía si eso de que con un aire se te quedaba la cara como la tenías era algo científicamente válido, o si era una leyenda urbana, o una de las tantas cosas que los padres repiten porque los abuelos lo decían.

      Luego me tocó el turno de ser padre y fui descubriendo el total significado de lo que es conocer la gran dicha de tener hijos. Y algún día nuestros hijos crecerán para entender que ser un “ñor” no solo significa presencia de arrugas y ausencia de pelo, menos desveladas pero más ojeras, una barriga muy grande para un apetito pequeño, más responsabilidades con menos frivolidades y menor actividad física pero mayor cansancio en las noches; ellos entenderán que ser adulto también conlleva otro tipo de satisfacciones y vivencias.

       Las desveladas dejan de ser el mágico y desenfrenado momento con los amigos o la pareja para empezar a ser una tiranía hacia la madurez de la paternidad cuando llevas y traes a tu joven hija a sus reuniones, eventos sociales y las fiestas de quince años de sus amigas. Parecería que fue ayer cuando sin teléfonos móviles ni otras formas de comunicación portátiles, a la salida de las fiestas de tu juventud, veías a los amigos de tus padres y a los padres de tus amigas semidormidos tras el volante esperando a que sus hijas salieran del salón de baile.

       Y un buen día llegó el Viernes Santo por la tarde, ya sabes: el día y el momento más airosos del año; y claro, en ese breve instante de vacaciones donde cesan por unos días las numerosas cuestiones académicas, deportivas, culturales y sociales que los tiempos actuales demandan en los jóvenes, se abre un diminuto paréntesis para relacionarnos mejor con nuestros hijos, y es entonces que intenté aprovechar el momento para arrancarle a la vida un poquito más de lo que fue hasta hace unos pocos meses.

      Pero lo primero que vino a mi recuerdo fue cuando hace quince años el doctor salió de la sala de quirófano y me dijo: -Es probable que en unos minutos salga de nuevo y te haga una pregunta que nadie quiere hacer y menos alguien quiere responder: Sólo una va a sobrevivir, ¿A quién salvaremos?-...Fueron los minutos más solitarios, largos y penosos de mi existencia; tuve el tiempo suficiente para hacer cualquier cantidad de pactos, compromisos y promesas con ese ser supremo que frecuentemente olvidamos, pero que en la adversidad siempre buscamos. Finalmente, el médico volvió empapado en sudor diciendo que ya no habría necesidad de responder aquella imposible pregunta, que habían hecho todo lo posible y que, aunque la bebé estaría un tiempo en terapia intensiva, ella y su madre saldrían bien de todo aquello. Agridulce, esa es la palabra que mejor describiría la sensación de jornadas desesperantes donde solo podía hablar, tocar y acariciar a mi hija a través de una burbuja esterilizada con las manos cubiertas por duros, fríos e insensibles guantes plastificados.

     Y de ese pensar me doy cuenta que de alguna forma, hoy mi hija sigue siendo aquella pequeñísima bebé de color azulado que apenas salvó la vida al nacer; y que sigue siendo la niñita de trenzas que con naturalidad consentía y hacía sentir grandioso a su padre; que aún es la chiquilla de sonrisa fácil y expresiva mirada que se gana la simpatía de los demás; que es la adolescente a quien le gusta aprender de su madre la esencia y virtudes de la mujer; y que quizás nunca entienda que en algunas ocasiones, las manifestaciones de amor que recibe de su padre vienen cubiertas por duras e insensibles normas que tienen una razón de ser como las de aquel hospital de su nacimiento. Que en su alma y su espíritu aún anida la pureza porque sus grandes e inocentes ojos no han aprendido a ocultar la felicidad de la alegría ni la angustia de la tristeza, el asombro por lo incomprensible, el miedo a lo desconocido, el ansia expectante por un futuro prometedor, la preocupación por todo lo que le rodea, y el amor incondicional.

      Y entonces si, en ese remanso de familiaridad volvimos a jugar un juego de cuando la danza era en su niñez algo propio de su feminidad y no como ahora algo propio de su edad para bailar con muchachos, de cuando ella usaba pantalones largos porque en el patio de la casa jugaba con la tierra, de cuando las plataformas de sus zapatos eran de goma y la pintura de su cara eran las secuelas de haber dibujado con pinceles, de cuando pensaba que su padre era el hombre más formidable del mundo; de cuando era mi tesoro y de nadie más.

    Ese juego de su niñez que retomamos el pasado viernes santo consistía en que yo le pedía que pusiera un tipo de cara, y con su gran expresividad ella lo hacía: -Pon una cara de niña triste-, y sus labios se salían y sus ojos se enarcaban; -Ahora pon una cara feliz-, y aparecía la sonrisa de preciosa dentadura; - ¿Qué tal si te pones furiosa? -, y sus cejas se bajaban y la nariz se arrugaba.

       En eso estábamos durante ese viernes de abril cuando se me ocurrió decirle: -Ahora pon la cara de la mujer más hermosa del mundo-. Y fue entonces que se dibujó en su rostro la inenarrable expresión de la belleza. Y en eso, el viento sopló más fuerte. Y como decía mi madre sin que yo supiera si era verdad o leyenda, el aire le pegó en la cara. Y es con esa bella cara, que se quedó para siempre.


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La fórmula de la Amistad

Publicado el 14 de febrero de 2016 en Revista Domingo 360, de Vanguardia.

      Habemos quienes frecuentemente nos metemos en honduras y perdemos credibilidad, simpatías y la buena voluntad de algunos por querer reducir todo a parámetros medibles. Nos casamos con el concepto aquel de que lo que no medimos, no podemos mejorar. Es una forma un tanto calculadora, deshumanizada y fría de calificar todo, y si bien aplica perfectamente para cuestiones administrativas, procesales y productivas, en el aspecto social es algo sumamente crudo y burdo para tomarlo seriamente en cuenta, pero, ¿Qué le vamos a hacer?, es nuestra naturaleza.

     Y en ocasiones, nos resulta chocante la forma en la que un valor tan preciado, atesorado y respetado por muchos como lo es la amistad, es devaluado a simples conveniencias, circunstancias, frivolidades o poses: toda la vida nos dijo el entrenador del fútbol que mantenía una amistad con Gerónimo  Barbadillo, pero cuando el peruano vino a Saltillo a jugar una cascarita, ni siquiera volteó a ver a nuestro admirado maestro. Aquel familiar presumía de gran cercanía con el respetado médico, y cuando hubo apremiante necesidad, el galeno se volvió más capitalista que Adam Smith; alguien nos platicó que era amigo del alcalde desde la primaria y este nunca lo recibió en su oficina mientras duró su mandato. Pero claro, estamos de acuerdo en que la amistad no habría de ser medida por las cosas materiales o las atenciones personales que uno recibe a cambio, sino por algo todavía más abstracto.

     Un caso claro, sonado y reciente de lo que muchos pensamos que deprecia el concepto de amistad (a bote pronto, llenos de prejuicios, aunque bien cimentados, y sin conocer la verdadera relación humana entre ambos), fue lo que leímos hace pocas semanas en diversos medios impresos del país cuando el editorialista más leído de México se dijo amigo del político más señalado de nuestro estado. Nadie puede juzgar que alguien se considere amigo de un tercero, pero la definición de amistad de cada quien sí que puede ser ampliamente discutida. Más allá de toda la tinta, saliva y bilis que ha sido derramada desde entonces, me sigo preguntando cuales son los valores sobre los que se finca una amistad.

     Y quizás, jamás acabaríamos de enumerar valores que sumados y por definición resultan en un valor mayor como lo es la amistad: respeto, lealtad, solidaridad, honestidad, afinidad, gratitud, generosidad, dignidad, tolerancia, y en un largo etcétera podemos pasar la vida buscando sinónimos, sustantivos abstractos y más y más palabras que retraten la buena convivencia e identificación entre personas para reunirlas en ese solo y corto vocablo que tanto abarca como lo es amigo. Y por eso busqué una fórmula para poder sintetizar lo que para mí es ser amigo.

       Al hablar de fórmulas, es inevitable imaginar una ecuación matemática con el signo de igual (=) entre dos cosas. ¿A que es igual la amistad? Rápidamente viene a nosotros la trillada frase que dice algo así como que la familia son los amigos que dios te propone mientras que los amigos son la familia que tu escoges. Metemos pues, la familia en la ecuación. ¿Podemos poner un signo de igualdad entre familia y amistad? Pienso que solamente podríamos hacer eso si ambas variables se reconocen entre sí. Y ahí está una caprichosa fórmula doble: no tienes familia si tus amigos no la conocen, y no tienes amigos si tu familia no los conoce.

     Piénsalo un poco, a mí me parece bastante claro: ¿Quiénes conocen a tu pareja? ¿Quién ha convivido con tus hijos? ¿Quién sabe el nombre de tus padres? ¿Quiénes de los que frecuentas conocen a tus hermanos? ¿A quién llevarías a conocer a tu esposa y a tus hijas? Si la familia es el ente más importante de nuestras vidas, cualquier relación que valga la pena tiene que estar estrechamente ligada a ella.

    ¿Cuadrado?, puede ser; pero cierto también lo es. Quizás por eso nunca dejamos de considerar amigos a aquellos que nos acompañaron en la niñez o a quienes acudían al mismo servicio religioso en familia, ni de los que frecuentamos en pareja o con quienes nos unen las actividades de nuestros hijos, incluso existe verdadera amistad con los hijos de los amigos de nuestros padres. Y quizás sea por eso mismo que no entendemos el porqué de buscar incesantemente la forma de que los caminos de nuestras relaciones humanas se crucen por donde pasan nuestras sendas familiares, quizás sea para que eso tan devaluado y que se define tan ambiguo y plural como la simple y vaga amistad, se logre convertir en eso tan codiciado, indivisible y único que es un amigo. Así, sin más adjetivos: Amigo


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Súper Bowl 50

Publicado el 07 de febrero de 2016 en Revista Domingo 360, de Vanguardia

                            Para mi amigo Alfredo Dávila Dominguez
     Espero no caer demasiado en los odiosos tecnicismos ni en la pedante suficiencia de dar por sentado lo que quizás no sea del dominio público. Pretendo darte una guía para que disfrutes este domingo del Súper Bowl con algunas observaciones que te harán más entretenido el espectáculo, independientemente de tus conocimientos del mismo. De lo que de plano no explique, cualquier persona o Google te contestaran de inmediato.

      ¿Qué ver de Peyton Manning, el de los Broncos de Denver? Ver si puede convertirse en el único Mariscal de Campo (Quarterback, QB) en ganar el Súper Bowl con distintos equipos. Verlo retirarse como campeón. Verlo salir al final de temporada de la banca para terminar ganando el título. Verlo empatar a su hermano con dos campeonatos. Ver como gana o recupera un par de millones de dólares estipulados en su contrato si resultaba campeón. Ver su enorme estatura profesional independientemente del resultado del partido y de su desempeño en el mismo: No importa si gana o pierde, no importa si lanza cuatro touchdowns o cinco veces le interceptan, lo verás en las entrevistas finales dando una cátedra de profesionalismo, humildad y madurez en sus declaraciones.

      ¿Qué ver de Cam Newton, el de las Panteras de Carolina? Ver el prototipo de QB del futuro. Ver que cuando salta, le hace honor a su apellido. Verlo regalar el balón a un niño de las tribunas después de una anotación, y ver la enorme sonrisa de ese niño. Ver la confianza en su cara cuando las cosas salen bien, ver en sus ojos el miedo de cuando las cosas marchan mal. Ver el hambre de triunfo.

      ¿Te acuerdas de Michael Oher? Si, aquel personaje de la película de Sandra Bullock. Hoy estará protegiendo el lado ciego de Newton y buscará coronarse por segunda vez en su carrera. Verás dos o tres castigos en su contra por salir adelantado o sujetar a un defensa, y es que los años no pasan en balde y enfrente tendrá a un súper-atleta que le exigirá demasiado, pero su compromiso por cuidar el lado vulnerable de su líder esta fuera de toda discusión.

      ¿Sangre latina? Podrás ver al entrenador de las Panteras e hijo de madre mexicana, Ron Rivera, ganar el campeonato como estratega, cosa que ya hizo como jugador con los Osos de Chicago del ´85.

      ¿Quién dicen los expertos que va a ganar? La mejor respuesta es la que con sarcasmo decía un legendario entrenador de los Bills de Buffalo: Ganará quien más puntos anote. Pero para eso debes poner atención en dos factores importantísimos que inciden hacia el final del partido y que son la biblia de los entrenadores exitosos: Hay que tener el balón más tiempo en nuestras manos que en las manos enemigas, con eso estará siempre el juego al alcance por grande o bueno que sea el adversario y siempre, pero siempre, terminará por dejar como mantequilla a la defensa contraria para deshacerlos en el último cuarto del tiempo reglamentario. Y el segundo factor son las pérdidas de balón, si tu defensiva consigue robarle el balón al otro equipo en más ocasiones de las que tu ofensiva lo entregue, tus posibilidades aumentan considerablemente.

     ¿Qué hacer en el medio tiempo? Olvídate del espectáculo, aprovecha y córrele al baño.

     El tabú Landry y el factor Manning: A Gary Kubiak no le interesan. El legendario entrenador de los Vaqueros de Dallas, Landry, intentó a principios de los años setenta un experimentó que fracasó: Alternar QB´s en el transcurso del juego para llevar una ofensiva menos predecible por las distintas características de sus jugadores Craig Morton y Roger Staubach. Como una institución de la estatura de Landry no fue exitoso en eso, alternar mariscales ha sido tema tabú desde entonces; pero no te sorprendas si Kubiak, coach de los Broncos, decide esta tarde darle algo de acción a su mariscal de reserva Brock Osweiler, aun desafiando el enorme peso histórico de un Peyton Manning que merece ganar, pero que quizás ya no lo puede hacer. A Kubiak y a su gerente general John Elway les pagan para obtener el Súper Bowl, no para ganar la simpatía de los seguidores de Manning.

      Pronostico: Con una regular actuación de Cam Newton las Panteras tienen suficientes argumentos para ganar, y el mejor desempeño de Peyton Manning no da para que los Broncos se coronen. Pero si Denver puede mover el balón por tierra sin que sus QB´s tengan que intentar demasiadas jugadas por aire y así controlar el reloj, tendrán una buena posibilidad de salir victoriosos. Aunque la NFL es una liga que ha venido cambiando reglas en beneficio de las ofensivas y perjuicio de las defensivas en aras de más espectacularidad y puntos, el viejo axioma (aplica para casi todos los deportes) de que son las defensas quienes definen los campeonatos, deberá cumplirse hoy para que todos los viejos aficionados veamos a Peyton Manning retirarse en la cumbre, aunque las nuevas generaciones prefieran el estilo de Cam Newton.

      Por supuesto, te recuerdo que esta columna se escribe por alguien movido más por la pasión, que por la razón.


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El pudiente no debe ir a la escuela pública

Publicado el 31 de enero de 2016 en Revista Domingo 360, de Vanguardia

      ¿Quién no lo ha escuchado? Al padre de familia acomodada decirle a su hijo que si sale mal en sus calificaciones lo enviará a una escuela pública.  Es como decirle que viene el coco, es una torpe amenaza. El ultimátum es siempre entendido por padres e hijos como el fantasma de un castigo de índole emocional más que académico. No entienden la injusticia social de enviar a un junior a ocupar el lugar de alguien con más ganas y necesidades.

     Por otro lado, hemos visto pasar aceite a nuestros políticos y líderes magisteriales cuando se les cuestiona sobre la escuela a la que acuden sus hijos. Los reporteros y entrevistadores les preguntan que si sostienen que el Estado es tan buen educador, porque tienen a sus hijos en escuelas privadas. Y los vemos de mil colores y sin una respuesta inteligente, coherente o pensada. Aun cuando enarbolan la bandera de la igualdad, la ausencia de un argumento en consecuencia te dice que tampoco entienden la injusticia social.

     Pienso que ambas cosas (las amenazas de un padre y la ausencia de respuestas de los políticos) denotan una pobre cultura en materia educativa. Pero esa miseria cultural no es de tipo oficial o general, sino más bien individual, particular de esos individuos.

     Luego tenemos que, como en toda sociedad, Estado, o cualquier tipo de organización humana, la pirámide dicta que la mierda de los de arriba salpica siempre a los de más abajo; y en el caso de la educación mexicana, tenemos que las decisiones, filosofías, introyectos, filiaciones, complejos, carencias y culpas de los que manejan este pobre país desde la política, la economía y la cultura, terminan por afectar las oportunidades de los que menos tienen de una forma que ni siquiera hemos pensado. El círculo vicioso donde el sistema educativo gratuito ha estado durante décadas secuestrado por un mal entendido y manejado sindicalismo siempre contando con la anuencia de los demás poderes fácticos del país como partidos políticos, medios de comunicación electrónicos, cámaras empresariales y a veces hasta asociaciones civiles, termina por dejar a todos los pudientes en un pedestal de ciega suficiencia que no les permite responder inteligentemente al porqué de tener a sus hijos en colegios privados cuando se es político, o a presionar a los hijos con estúpidas y jamás cumplidas amenazas de cambio de escuela cuando se vive en ese error llamado fuera del presupuesto.

   Pasa que, sin darnos cuenta, esos políticos sin respuesta y esos jefes de familia autosuficientes, tácitamente están siendo cómplices de los vicios en la educación de los mexicanos cuando montan a sus hijos en la tabla de la formación privada con el único y pobre argumento de que debe ser mejor que la gratuita porque hay que pagar más, sin mediar convicciones y razones de igualdad, humanitarismo, patriotismo o bien común.

     Y es que, en un México utópico, tanto para el político cuestionado como para el hombre acaudalado, la razón de no enviar a sus hijos a las escuelas públicas debería primero descansar en un sentido social más que de supuesta calidad educativa, en la teoría de un mismo nivel académico en lo público como en lo privado. La razón debería ser la de ceder un espacio gratuito a personas que carezcan de los medios para acceder a las instituciones privadas, de no ocupar un lugar que le corresponde a quienes, por las condiciones de su país, les han sido negadas mejores posibilidades económicas. Es lo que desde las perspectivas humanitarias, patrióticas y sociales sería los más correcto, aunque políticamente pudiera no ser así.

     La certeza del saber que sus hijos jamás tomarán la educación gratuita, ha llevado a un estado de complacencia a políticos y contrapesos del gobierno que prefieren hacerse de la vista gorda (cuando no cómplices) ante los abusos del sindicalismo mal encausado. Por lo anterior parecería que no hay forma de cambiar las cosas cuando se trata de exigirles también a los maestros.

    Pero quizás, si nuestros hijos hoy perciben que la educación gratuita no puede ser una opción para ellos por cuestiones de justicia social e igualdad de oportunidades, el día de mañana como mexicanos con mejor cultura social que nosotros, serán solidarios con aquellos que no tengan medios para pagar educación privada y en consecuencia tendrán solvencia moral para saber exigir al sistema educativo mejores condiciones no solo para los maestros, sino también para los alumnos. Algo que, en nuestra generación, no hemos sabido hacer.


   cesarelizondov@gmail.com

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