La prueba de los boleros

 

Malo para las ciencias exactas, lo que no aprendí de perspectiva en las aburridas aulas, lo asimilé sin metodología en los vericuetos de Saltillo. Por supuesto, ya no fue una perspectiva de rigor arquitectónico, fue mi libre interpretación del mundo.

Procurando una visión aterrizada situándome en punto medio, en algún momento escuché que, así como el más pudiente de esta ciudad capital se convierte en uno más cuando abandona el terruño, igual, al rey del baile canchero le salen dos pies izquierdos al danzar sobre parquet.

Por ello, crecer en una zona urbana con menos de la mitad de habitantes de los que hoy la hacinamos, en una época en la que subir por el bulevar pedaleando mi Bimex roja no era un riesgo a la salud, o cuando tomar la ruta Cinsa o el Águila de oro era un viaje entretenido, a muchos privilegiados nos dio la oportunidad de experimentar lo mejor de dos mundos: la seguridad de un hogar con las necesidades cubiertas, y la libertad de explorar cada punto cardinal de un pueblo que negaba ser ciudad.

Así fue que hace unas semanas, para variar en velorio, un amigo recordó cómo una temprana y lírica comprensión de la inutilidad de perseguir una zanahoria que nunca apacigua el hambre, nos alejaba de la norma social en busca de experiencias mundanas. Bueno, mi amigo lo expresó en palabras más llanas, dijo algo así como que todo nos valía madre.

Reflexionamos entonces que desde la comodidad de solo tener que sacar adelante los estudios, pero también desde la independencia que teníamos al provenir de familias típicas del siglo veintiuno viviendo en el siglo veinte (ambos padres trabajando), nos era sencillo encontrar tiempo y lugares para idear estupideces. Una, quizá la más divertida de todas, fue La prueba de los boleros. No, no se trataba de cantar o componer cosas bonitas, nada que ver con Armando Manzanero y esos autores.

En esos bíblicos tiempos, el cauce y riberas respetadas del arroyo de “Los Ojitos” eran más amplios a lo que son hoy. Y ahí, colgando estratégicamente de las ramas de sauces, álamos y olmos, teníamos unas cuerdas de cáñamo que nos permitían hacer piruetas al estilo Tarzán para cruzar de un lado al otro el arroyo, en eso consistía “la prueba”. Algo curioso en lo que no reparamos al inaugurar dicha iniciación y que después resultó evidente, fue que, independientemente del clima y estación del año, el arroyo siempre llevaba agua: era un drenaje al aire libre. Literalmente, debíamos volar sobre la mierda. En aras de salvar la dignidad de mis amigos, tampoco voy a exagerar tanto, por eso diré que éramos entendidos del proceso de filtración en el agua rodada, y nuestro sitio estaba en el norte de Saltillo, es decir, en zona de baja densidad poblacional.

El asunto es que pasamos largas horas de nuestra niñez aferrados a una liana para cruzar de un lado a otro sobre un arroyo de aguas negras, con el punto máximo de diversión viendo caer a alguien dentro del cauce… y en honor a la verdad, tarde o temprano todos terminábamos metidos en el arroyo, chapoteando entre residuos de una esencia saltillense.

En ese período de la vida de pureza colectiva, solo éramos un grupo de niños limpios, sin miedo a ensuciarnos mucho. Al despedirme en ese velorio, alguno de los amigos me dijo que, para él, fue algo muy positivo ensuciarse así de niño, para no hacerlo de adulto.



Para lo que sirve un padre

 

—Y... ¿ganaste la pelea?,¿cuándo fue eso?— preguntó mi padre al no poder esconder los nudillos desgarrados cuando hundí mi cuchara en el plato pozolero.

Quise sumergir la cara dentro del puchero de res. A muy corta edad uno aprende que papá ni cuenta se da de los fiascos del amor y mamá jamás sospecha que peleaste en el recreo, al tiempo que la madre ve desde lejos la herida en el corazón y el padre reconoce las cicatrices externas porque parecen herencia.

Unos meses antes, sucedió algo que desembocó en esa charla.  

Lo bonito de ser opinador y no analista, es que tomas los hechos con el fin de conceptualizar, sin la necesidad del rigor en nombres y números, fechas y lugares para puntualizar o demostrar. Es posible que algunas cosas sean inexactas de lo que viene a continuación, pero la idea es esa, diría el Chapulín Colorado.

Era la época en la que, si de las clases de sexualidad que eran nuestro genuino interés no habíamos aprendido nada, menos entendidos éramos para otras cosas relacionadas con biología, pero nos apasionaba el deporte. Velasco era quien organizaba toda la cuestión deportiva en mi escuela. Aunque de mi generación salieron hasta unos campeones nacionales, supongo que la finalidad de Velasco era la formación humana más que la excelencia deportiva, porque cualquier entrenador actualizado dirá que si mezclas avanzados con principiantes, la tendencia será que los malos contagien a los buenos, nunca al revés.

Pero Velasco nos ponía a competir a niños de primero de secundaria sin cabello en las axilas, con bigotones alumnos a punto de entrar al bachillerato. Y bueno, siempre se me dio eso de ser como un cachorro chihuahua ladrándole a los rottweilers.  

Total, que ahí estaba yo, chaparro de nacimiento, con desarrollo tardío y doce años de edad, ganando un rebote perdido en el basquetbol ante un equipo de los mayores. Escuché a mis espaldas, a lo lejos, el grito de alguien pidiéndome el balón. Adiviné que estaba al otro extremo de la cancha, así que hice un movimiento como si fuera un atleta olímpico de lanzamiento de disco, y al voltear hacia el frente con la pelota saliendo de mi brazo con toda la inercia del cuerpo, me encontré con Moy (al día de hoy no sé si ese era su nombre, apellido o apodo), el alumno más alto de toda la secundaria, con los brazos en alto, listo para bloquear mi pase. Él era tan alto, y yo tan bajito, que estrellé el balón a la altura de sus costillas. Hasta aquí lo sucedido en la duela (es un decir elegante, jugábamos sobre asfalto).

Semanas más tarde, una de esas noticias que recuerdas toda la vida en que lugar y con quién estabas cuándo te enteraste, sacudió a toda la escuela: Moy había fallecido. Recuerdo a alguien decir que murió de cáncer pulmonar.

De regreso a la mesa con mi padre:

—No voy a hablar de eso Papá.

—No importa hijo, solo quiero saber si te defendiste bien. No te he enseñado a agredir, pero sí a defenderte.

—Es que no peleé con nadie. Yo solo le di de puñetazos a la pared. — y un torrente de lágrimas apareció.

A trompicones, llorando como cuando se carga una culpa, le expliqué lo que había pasado aquel día en la cancha de basquetbol, y cómo tiempo después Moy había muerto por lo que yo entendí que era una complicación en los pulmones.

Mi padre entendió a lo que me refería, me miró con esa expresión que parece exclusiva de las madres, me abrazó y me dijo algo más o menos así: No, hijo, estás muy equivocado, el cáncer de pulmón no se origina por un golpe en las costillas, la tragedia de Moy no tiene nada que ver contigo, no sé por qué, ni desde cuando vienes culpándote por eso, pero ya es tiempo de que lo sueltes.

No recuerdo haber jugado basquet o fútbol con mi papá, ni me enseñó a andar en bici o a calcular derivadas. Viví en aquella cultura, él cumplió con su papel al tiempo que mis amigos y primos, mis hermanos y vecinos, cubrieron esas necesidades. Tampoco lo recuerdo ahí durante adolescencia y juventud al surgir ciertas heridas, pero siempre supo estar, cuando vio las cicatrices.




Si no se publica, ¿no vale?

 

La consecuencia de mis actos de aquella noche encendió en mi interior la ilusión de escribir. Ya lo había leído en alguna publicación del cronista de la ciudad: existe un no-se-qué en el ego que algo se dispara ahí cuando uno ve impreso nombre, obras o pensamientos propios.

Tiempo antes de la democratización de los teléfonos celulares, llegaba de Monterrey cuando a las afueras de Saltillo observé las intermitentes de un auto en la orilla de la carretera. Estaba muy oscuro, aminoré la velocidad, puse las luces altas y ahí estaba un hombre mirando la llanta baja de su auto como Giancarlo Giannini cuando incendió su viñedo peleando con Keanu Reeves. En ese momento, el hombre me pareció llegando a la tercera edad. Hoy pienso que el tipo era un jovenazo: debió ser apenas unos años mayor de lo que yo soy ahora.

Me estacioné, me bajé y lo reconocí de inmediato: era Catón, ya desde ese entonces, editorialista multi publicado en todo México y más allá. Entre el intercambio de impresiones y saludos de él para mis padres y de mi para sus hijos, cambié la llanta de su Chevrolet color gris en unos quince minutos sin que mediara ni un momentito de incómodo silencio. Eso fue todo.

Pero resulta que un antecesor de Saltillo 360 en Vanguardia, fue un suplemento llamado Semanario, y ahí escribía Catón una columna dominical. Ese domingo se deshizo en elogios hacia mí. Todo el editorial trató del muchacho que, en palabras suyas, heroicamente lo había rescatado de una desesperada situación. Me fascinó su manera de plasmar un simple y cotidiano acto de empatía en una cuestión de heroísmo, y ahí decidí que mi oficio alterno sería escribir de las cosas grandes de la vida, desde las pequeñas vivencias del día a día. Durante toda la semana, cada persona con la que me encontré dijo haber leído sobre mi hazaña. Pero, ese no es el punto de esta columna.

Pocos días después, igual a todos los viernes de aquella bonita época, mis padres convocaron a sus hijos y parejas para comer en la casa paterna. Ya durante el postre, luego de un buen rato de platicar y darle muchas vueltas a la historia publicada por Catón, alguien comentó de algo hecho por mi hermano recientemente: se había zambullido en una alberca para rescatar a un bebé que, gateando, había caído en el agua bajo la supervisión de nadie. Quienes conocieron a Pepe ya lo imaginan: restándole importancia al hecho, mientras en broma se quejaba por haber arruinado sus botas y lo que traía en la cartera.

El acto de mi hermano no fue conocido por nadie, salvo por nosotros y dos o tres personas que lo vieron salir empapado de la alberca con una amoratada creatura entre brazos.

Hoy que la vida ha dado tantas vueltas y mucha gente se ha ido, lo primero que hago los domingos es abrir el suplemento de Saltillo 360 en Vanguardia, y sí, busco mi columna para echarle unas cuantas libras al ego de mi persona cuando veo nombre propio y artículo impresos. Pero luego busco más, y observo las fotografías de los jóvenes graduados, otros casándose o acompañando a los novios, unos bautizando a sus retoños con sus compadres a un lado, algunos emprendiendo o creando contenidos junto a sus socios; todos disfrutando de la vida. Y al ver esas fotos me pregunto, si alguno de esos jóvenes de hoy, es aquel bebé de ayer que mi hermano rescató de una segura muerte, sin que nadie publicase nada, sin que nadie se enterara, mientras yo me convertí en un héroe, con solo cambiar la llanta, de un agradecido escritor.




Sin temor al qué dirán

 

Lo confieso: en la intimidad de mi hogar, estando solo y de noche, hago algo que muchas almas benignas califican de indecente. Es que ya me vacuné al decir de los demás. Así va la historia:

Poco más de medio siglo partido por la mitad hace que tanto arraigos como usos y costumbres sean evidentes. Veinticinco años al amparo de mis padres, más otros tantos como jefe de familia (vaya micromachismo, pero bueno, es un decir), anidaron en mí un cúmulo de conductas colectivas que en la soledad siguen vigentes, más no inamovibles.

Abro el refrigerador y algo huele mal, así como al abrirme al psicoanálisis. Busco y busco con los ojos, nada encuentro a simple vista. Me voy a las letras chiquitas y ahí salta la evidencia: envases con fechas de caducidad vencidas, similar al recibo de teléfono, rentas, impuestos y más.

Lo malo de vivir solo, es sentirse multitask, ese anglicismo soberbio que etiqueta a los tullidos como un tipo Superman. Toca entonces la tarea de limpiar. Aquí va una nota al calce: paradoja de pobreza es quejarse de la vida, cuando hasta se te caduca la miel.

Lo bueno del desapego: uno elige su chiquero. Me hago de la vista gorda con los trastes por lavar, el cesto de ropa sucia va subiendo de nivel, y la cama destendida no es por rastros de un amor. Todo aguanta un rato más, menos lo echado a perder, eso sí va a la basura.

Es mitad de la quincena y los recursos son pocos, eterno mal de este mundo (otra nota: hasta pobres son los potentados: ese que viajó al espacio, les sembró necesidades que nunca podrán cubrir). Pero hurgando en las chamarras habrá un billete guardado. Mañana iré hasta el mercado a resurtir la despensa. Por ahora, a desechar.

Empaques muy coloridos, unos grandes y otros chicos, todos tienen algo adentro, pero no pienso arriesgar a que enfermen mi organismo; frutas que el tiempo pudrió, con su interior congelado; vegetales que vegetan, muy sonrientes ante mí; carnes frías, huevos rancios, pechugas muy inyectadas, y los sesos de algún buey, de los que mueren pastando en un corral bien cuadrado. En esto no cabe el utilitario dicho de “todo por servir se acaba”. Hay cosas que ni sirvieron, pero dieron la ilusión de tener todo cubierto, aunque jamás tomé de ellos una pizca de nutrientes. Ojo, no tiene culpa el envase, la cáscara o bolsa ziploc, yo los arrumbé guardados, y ellos son inanimados.

Total, que luego de limpiar el refri parece que me saquearon. Han quedado algunas cosas que aguantan muy bien el tiempo, supongo que los conservadores artificiales hacen posible esa magia. Entonces, tomo un bote de refresco que ya va por la mitad, un envase gigantesco, de dos-punto-cinco litros, y, sabiendo que nadie observa, que no llega al fin de semana cuando los hijos, familia y amigos podrían pasar por aquí, me despojo de los hábitos, de los usos y costumbres, y sin miedo al qué dirán, lo destapo y le doy un trago largo y pausado, directito del envase. ¿Para qué ensuciar un vaso, que yo tendré que lavar?




El Marranito

 publicado el 01 de mayo de 2022 en Saltillo 360, de Vanguardia.


léelo en la versión digital de Saltillo 360

La vista en el mercado no ha cambiado mucho desde su infancia. Hoy es un hombre maduro que pretende ser de roca, la verdad es que es de barro.

Es cierto, por sanidad, ya no encuentra el matadero donde tantas veces presenció la degollación, desangre y destace de los cabritos de leche a manos de cabriteros para colocar las piezas en una vasija, las entrañas en un cazo, y la sangre para fritada la vaciaban en bolsas plásticas. Pero en todo lo demás, el mercado sigue igual: con los puestos de comida, los vendedores de queso, las crudas carnicerías, las tiendas de artesanías.

Igual a otros años, en la primera semana de enero visitó el mercado con la intención de comprar un puerquito. De esos todavía hay. Tras un breve regateo y comprobar que todos los locatarios le daban el mismo precio, se decidió por un marranito que en algo se asemejó a una vaca: blanco con manchas negras.

Sabía que tarde o temprano lo necesitaría. Empezó a engordarlo con lo que le iba sobrando, también con algo de pretensiones. Es sabido que para gozar de algo bueno mañana, uno debe sacrificarse un poco hoy.

Se sorprendió varias veces en medio de una comida, en la amena sobremesa o en pleno brindis bohemio pensando en aquel cerdito. No diría que pasó hambre, pero durante semanas, siempre procuró guardar un poco para llevarle. No eran sobras propiamente, fue ajustarse el cinturón antes de caer en gula para engordar al cochino.  

Al llegar la primavera, su Princesa consentida le recordó que en cosa de un mes, llegaría a la edad adulta. Con la pícara osadía que poseen todos los hijos le preguntó a su papá si ya tenía su regalo.

 —Todavía no hijita, —respondió siendo sincero —¿ya sabes qué es lo que quieres?

—La verdad, aun no lo se. Pero pienso que me puedes dar dinero.

El hombre se guardó aquello. ¿Por qué regalar dinero?

Se sucedieron los días, no encontró que regalar. No se cumplen diariamente los dieciocho años de vida, además que a su Princesa, otras cosas le debía. No es que fuera un mal papá, era un padre igual a todos, con virtudes y defectos, pues los padres son así: blancos, con manchas negras, parecidos a la vida. Le dio vueltas al asunto sin dar con una respuesta.

Siguió cavilando en eso, pensó en varios escenarios por su falta de pericia: sacrificar al marrano para hacerle un buen convivio, pasar la fecha por alto, en fin, que con amor basta, o darle el cerdo completo, para que ella decidiera si disfrutar sus entrañas o seguir alimentándolo.

Lo que más consideró en la previa a ese cumpleaños, fue darle muerte al puerquito para festejarla en casa, con familiares y amigos, con vecinos y hasta el perro. Pero luego recordó que cuando hay celebraciones, el que organiza dispone del menú, música y gente, se regodea de anfitrión, y si es verdad que no es rey, por lo menos es gerente de una fiesta a su manera, mientras, el cumpleañero apechuga con una frágil sonrisa, aunque el convite no sea del todo a su gusto o el presente más deseado. Continuó engrosando al cerdo.

Total, que al hombre se le cerró el mundo para encontrar un regalo que demostrase en tangible el amor por su Princesa. Pero, dentro de tantas carencias con las que va por la vida, un reducto le quedó de algo que sabe hacer. Entonces, ya supo que regalar.

Días antes del cumpleaños, le escribió un tipo de cuento con estilo de papá: un relato fantasioso, un poco con la razón, otro mucho con cariño. Ese día, ya entrado abril, luego de abrazos y besos, primero le dio el escrito, después, un pingüino Marinela con una vela encendida, y al final, la alcancía del marranito de barro; blanco, con manchas negras, igualito a su papá.

cesarelizondov@gmail.com

HOY SE HABLA DE... EL MARRANITO - Saltillo360

El pésame más difícil

 Publicado el 27 de febrero de 2022 en Saltillo 360, de Vanguardia. 



Estoy en la fila para dar el pésame y me siento terrible.

No es que seamos muy cercanos. Compartimos una responsabilidad en el pasado y entablamos algún tipo de conexión. Él ignora el nombre de mis hijos y yo apenas me he enterado cómo se llamaba su primogénito. Pienso que para considerarse amigo hay que conocer los nombres de hijos, hermanos o padres de la otra persona, y viceversa.

Pero no es necesario ser amigo para encontrar afinidad y sentir las alegrías y desgracias de los demás. La atmósfera del lugar es muy densa, triste y melancólica. Cómo no serlo si se está despidiendo a un joven que un par de días atrás gozaba de salud. Mi pesar tiene dos lados, ambos de una tristeza tremenda: la obviedad del infortunio por la corta vida del difunto… y una plática que tuve con su padre.

La fila donde me encuentro se mueve con más lentitud a las otras. Madre, padre y hermanos reciben las condolencias de todos. Cualquier palabra sobra, una mirada y un sincero abrazo es todo lo que se puede hacer en estos casos. Abuelos, primos y compañeros de escuela son la extensión de un drama que nadie debería sufrir.

Hay cuatro personas delante de mí, somos los últimos en espera. Las otras filas se han deshecho. Nunca fue más atinada la palabra deshecho en una retórica. Quien está ahora con el doliente papá debe ser alguien muy cercano porque le habla mucho, con enorme fortaleza y con cierta autoridad. Escucho apagados sollozos provenientes desde cada punto cardinal del templo, pero allá adelante ya no hay más lágrimas, parece que se han secado. No sé si las lágrimas requieren de un tiempo para generarse o si el metabolismo las recupera continuamente.

La fila se acorta. Vienen a mi mente las cosas que hicimos juntos: trámites y proyectos, decisiones colegiadas, organizamos eventos, algunas charlas amenas y una conversación profunda. Esa conversación me está doliendo bastante. Sobre las escalinatas que van al altar, observo la fotografía de un sonriente muchacho con un porvenir glorioso.

Ya solo queda una mujer antes de mi. En los pocos segundos que mide un abrazo y tres palabras, repaso toda la doctrina recibida durante la niñez, los cuestionamientos de mi juventud y las lecturas de mi edad adulta. La mujer se despide por un lado y quedo solo, frente a él.

 

Nos miramos a los ojos. Y en lugar de llorar el, son mis ojos los que se anegan. No puedo dejar de pensar en aquella plática de filosofía, ciencia y religión: un intercambio de puntos de vista donde la argumentación fue para exponer perspectivas sin el ánimo de controlar, convencer o pontificar, un ir y venir de creencias y raciocinios, un peloteo entre la fe y los datos duros. Es por ello que me entristece hasta los huesos saber que este hombre, padre y esposo, no cree que exista algo luego de esta vida, y que cuando aquí se acaba, ya no hay nada más después. Espero que esté equivocado; y es que, por ambos, me duele tanto pensar como él.

Lo abrazo como nunca había abrazado a alguien en un funeral. Me despido con una frase hueca, y regreso cabizbajo, con el corazón molido y la conciencia frustrada. 




Super Bowl LVI para no iniciados

 

Publicado el 13 de febrero de 2022

léelo en Saltillo 360, de Vanguardia

Existen dos tipos de personas: las que siempre quieren estar del lado del ganador, y las que se inclinan a apoyar a los desfavorecidos (underdogs en jerga competitiva).


So pena de perder lectores hiriendo susceptibilidades, diré que los primeros son aquellos que le van al América, votan por el partido en el poder, y toman café con leche; mientras los segundos son los que prefieren películas como Karate Kid, le apuestan al TRI contra Alemania, y defienden al compañero de menor jerarquía de la organización en cualquier caso y circunstancia.


Este domingo no hay tal enfrentamiento. Hoy no veremos caer a un Goliath. El duelo de hoy enfrenta a un par de Davides disputando un campeonato que nadie pudo prever. Pero quizá ahí encontremos el filo interesante de una final que levanta poca expectativa dado el nulo palmarés de sus protagonistas en lo individual.


Pero… momento. Cuando digo que las estrellas de hoy no han ganado, me refiero a un Super Bowl dentro de la NFL. Un vistazo a sus hazañas deportivas personales, hace ver los logros de cualquier mortal como un desperdicio de vida. Nombres que escucharás repetir durante la transmisión del partido como Beckham, Donald, Apple y Chase, poco tienen que ver con Chevy, Iphones, el pato de Disney o el novio de Victoria, la ex-Spice Girl. Son atletas que se ganaron a pulso un lugar dentro de uno de los negocios más exigentes del mundo, pertenecen a la élite dentro de sus posiciones, pero no han alcanzado el título.


Y, al fin domingo, como diría Raúl Velasco: aún hay más. Tenemos underdogs dentro de los underdogs.


Uno juega en la posición más infravalorada de este deporte, es el enclenque pateador de los Bengalíes de Cincinnati, Evan McPherson. Si visualizas lo que es un vestidor, gimnasio, sala de juntas, fiestas y demás lugares comunes a los jugadores de fútbol americano, puedes imaginar el lugar que ocupa una persona que por definición, no tiene el físico de sus compañeros. Todos en un equipo saben el nombre de quien levanta más peso, quien salta más alto y quien corre más rápido, pero nadie recuerda el nombre de los pateadores. Pero este novato, viene con récord perfecto en los juegos eliminatorios, luego de una temporada llena de marcas y logros. Sería la historia ideal si su pie decide el partido.


El otro, es un blanquito que reta al status quo jugando de receptor para los Carneros de los Angeles, Cooper Kupp. Te invito a googlear su testimonio de vida, te aseguro que te inspirará él, y su pareja. Kupp lideró la liga en todas las categorías de su posición, algo sorprendente cuando vemos que otros tienen, por cuestiones anatómicas, más capacidad física para ese trabajo.


¿El plato fuerte? Los Quarterbacks. Por un lado verás al joven Joe Burrow, quien luego de una lesión que le truncó su temporada de novato, regresó para vencer a los mejores de su división y conferencia para llegar a esta instancia. En el otro bando estará Matthew Stafford, alguien que juega en la NFL desde hace rato; pero llegó a una de las franquicias más perdedoras en la historia del deporte. Sufrió derrotas durante doce campañas, hasta que la primavera pasada lo canjearon los Carneros, con el único propósito de ser campeones.


Pues bien, sólo queda decidir a quien vamos a apoyar: a los improbables Carneros, que con la experiencia de Stafford, Kupp y Donald salen como favoritos, o a los sorprendentes Bengalíes, quienes juntando a Burrow, McPherson y Chase, apenas suman cuatro temporadas de experiencia. Igual a cada año, te doy mi pronóstico infalible, al cien por ciento: hoy gana el anfitrión.


Ahhhh, olvidaba el dato inútil para apantallar al tío: si, los Rams juegan en su ciudad y su estadio, pero administrativamente, el local es Cincinnati; eso tiene que ver con el lado de las bancas, escoger el uniforme y los vestidores a utilizar…más le vale a los Rams haber instalado un boiler en las regaderas del equipo visitante. La duda entonces es, ¿quién diablos es el anfitrión?

  cesarelizondov@gmail.com

Nada como la NFL

 

Publicado el 30 de enero de 2022

versión en Saltillo 360, de Vanguardia


Quienes tenemos la memoria (edad debería decir) de haber visto a Terry Bradshaw alzarse con su cuarto trofeo Vince Lombardi, pensábamos que lo habíamos visto todo. Algo similar a quienes presenciaron a Bob Beamon volar casi nueve metros en el estadio de ciudad universitaria, los cien puntos de Wilt Chamberlain en un juego de la NBA o los 56 partidos consecutivos de Joe DiMaggio dando de hit.


Pero aún no se había ido Bradshaw de la NFL cuando llegó Joe Montana. Y volvimos a ser testigos de hazañas que nos parecían irrepetibles. Luego pasó la última década del siglo pasado sin íconos de aquella talla. Pero, mientras las torres gemelas caían en Nueva York, la leyenda de Tom Brady surgía en Nueva Inglaterra. Parece que fue hace siglos, y apenas abarca la carrera del más grande jugador de todos los tiempos…hasta hoy.


Por algo me gusta más la NFL que Hollywood: se han esmerado tanto en la competitividad e igualdad de oportunidades para sus equipos, que los increíbles finales que vemos cada domingo de otoño e invierno, cada nueva temporada o en cada lapso de época, sorprenden por ser historias más entretenidas que lo más elaborado de un guionista de ficción.


¿Viste los partidos del fin de semana anterior? Iniciando el sábado por la tarde para terminar el domingo por la noche, al término de cada juego, pensaba uno que de ahí solo habría cuesta abajo en cuanto a entretenimiento…pero no, las emociones fueron en aumento. Al trepidante triunfo de último segundo de los Bengals le siguió el orquestado y sorprendente regreso de los 49´ers para ganar también en el segundo final; al día siguiente, un mortal Tom Brady pudo remontar nuevamente pero esta vez los Rams avanzaron, no sin antes sufrir para ganar…en el último segundo. Y al final del gran banquete, en un duelo de pistoleros en Kansas City, también en la jugada final del partido, Patrick Mahomes se alzó con la victoria que le permite hoy jugar por cuarto año consecutivo la final de conferencia en su estadio. ¿Pensaba que luego de Bradshaw, Montana y Brady había visto todo? Si así lo pensé, me equivoqué.


Y lo que sigue: sin quitar méritos a nadie, pienso que ni Brady, Montana, Bradshaw, Tiger Woods, Michael Phelps o el rey Pelé, tuvieron frente a sí contrincantes tan completos como los que hoy son una realidad que no sabe uno a cuál irle: Mahomes, Allen, Burrow, Jackson, Herbert, y otros que aun no dan el estirón, prometen un futuro de grandes duelos durante los próximos diez o quince años. Pero, bueno, vamos a lo de hoy:


Cincinnati Bengals en Kansas City Chiefs: Este es el futuro de este deporte. Jóvenes equipos con quarterbacks con actitudes y aptitudes dignas de una final de conferencia (semifinal en otras ligas y disciplinas). Ya tuvieron un cerrado encuentro semanas atrás con un triunfo de Cincinnati. Me parece improbable que se repita algo como lo que vimos en esa ocasión, debe pesarle a los Bengals su inexperiencia en estas instancias. Al QB de Cincinnati lo detuvieron atrás de su línea en nueve ocasiones hace ocho días, es como si vieras a Rocky levantarse una y otra vez para al final salir airoso…y lo hizo, ese es el espíritu de Joe Burrow. Pero la contraparte tiene al mejor jugador de la liga en Mahomes. La defensa de Kansas City es siempre una interrogante, por lo que, si Cincinnati se mantiene cerca en el marcador, puede tener su oportunidad hacia el final, pero como dijo José José: lo dudo.


San Francisco 49´ers en Los Ángeles Rams: Este es un partido de fútbol americano puro. Conjuntos que saben correr el balón y que tienen a su vez grandes defensivas que pueden impedir esto. Esta fórmula ha ido cediendo al entretenimiento de los pases gracias a los cambios de reglas que han adecuado el juego al show business, dando como resultado esa paridad y emoción de la que hablé párrafos arriba. Los Rams se armaron con más estrellas que la vía láctea para ser campeones, cualquier cosa menos, es un fracaso. Los 49´ers estuvieron hace dos años en el Súper Bowl y lo dejaron escapar en el último cuarto; su QB, que para muchas es una cara bonita y para muchos es un jugador muy caro, tiene la última oportunidad de demostrar que puede ser el líder de una franquicia. Este es el tipo de juego que no quieren ver las mamás de los jugadores: muy físico. Si los 49´ers pueden correr bien el balón, van a ganar; pero pienso que los Rams tienen excelentes defensivos que pueden frenar la carrera.


Dato dominguero para apantallar al tío experto: los equipos visitantes tienen marca de 3-0 esta temporada frente a sus anfitriones. Pero aun así, hoy ganan los locales.  

cesarelizondov@gmail.com

De Nietzsche, a Strauss, a Kubrick… a ti.

 

Publicado el 24 de octubre de 2021

léelo también en Saltillo 360, de Vangurdia


Estallé en carcajadas al escuchar a Buzz Ligthyear decir su icónica frase: al infinito, y más allá. Fue como entender un chiste mucho tiempo después de haberlo escuchado. Todo el cine pensó que estaba chiflado.


Era la segunda o tercera película de Toy Story, pero yo no había visto la primera; entonces apenas ahí me enteré de donde venía la consigna que tantas veces escuché decir a Flik, la hormiga de Bichos. Debí ver esa aventura en miniatura unas diecisiete veces en la sala de televisión de mi hogar durante mi primera etapa de paternidad, sin sospechar que lo dicho por Flik, era una alusión a una película más importante de los mismos estudios. Clásico de Disney, clásico del séptimo arte.


Ahí empecé a pensar, cuando entendí la alusión, que existen pocos clichés más desgastados y falsos como decir que quienes se dedican al espectáculo son unos vividores carentes de cultura, ingenio, creatividad y ética de trabajo.


Las deficiencias de un artista en cuanto al estudio geográfico o composición política del mundo se desvanecen ante el conocimiento de partituras, iluminación, géneros literarios y un sinfín de cosas que al común de los mortales nos pasan de noche…es igual a eso que no pone comida sobre la mesa como saber cual es la capital de Suecia, quien te representa en el Congreso, o la diferencia entre un seno y una hipotenusa. Conste, dije hipotenusa, y no hijoeput…


Uno de los mayores deleites de leer, es esa sensación de soberbia cuando observas en una película, serie de televisión o cualquier expresión artística, el guiño que hace su creador hacia lo que has leído. Cualquier filme que escojas hoy en cartelera, se encuentra repleto de esas intertextualidades, referencias, citas, e incluso, plagios hacia otras artes. Igual, reconocer en un libro la apropiación que hace el autor de obras de distintas disciplinas o de cultura general, te hace sentir un poquito menos ignorante.


Canon, podríamos decir también, es cuando un estilo, obra o carrera, está fuertemente influenciada por lo que antes hizo alguien más.


Luego, resulta que los artistas son los mejores promotores de los artistas, cuando apoyan su obra en las creaciones de quienes les precedieron. Y lo mejor para acá nosotros, la racita de bronce, es ponernos a elucubrar cual de las obras superpuestas es la mejor o más trascendente.


Igual a casi todo en esta matraca vida, es un ejercicio estéril, pero de lo más entretenido. Lo mismo saber que la Penélope de Serrat proviene de la Odisea de Homero, o ser testigo en cualquier ámbito o escala del “yo soy tu padre”, así como escuchar Carros de fuego, de Vangelis, o Gonna Fly Now (Rocky) para cualquier evocación artística o paródica de hazañas deportivas.


Y resulta que en ocasiones, reparas en una forma de humildad de aquellos que siendo grandes, se valen de los más grandes, para aspirar a sublimes. Me gusta pensar en eso, en la interminable hebra de iniciar en un decurso de lo nuevo hacia lo viejo, de lo actual a lo pasado, para ir destapando capas de un genio sobre otro genio.


Entonces, empiezas por ver la Odisea del Espacio y ahí apreciar la ópera 30 de Strauss, llamada igual que un libro muy comentado: Así hablaba Zaratustra. Para al final conceder, que el filme de Stanley Kubrick, le dio nueva y mayor audiencia a la obra de Richard Strauss, quien a su vez se inspiró en un libro para todos y para nadie, un tratado de filosofía de un ingenioso alemán, Friedrich Nietzsche.


Y así, si le rascas, encontrarás que no hay película, libro, canción o pintura, por sinsentido que luzca o por genial que parezca, que no tenga un pedacito, un trozo de inspiración, o una directa influencia, de alguna cosa más grande, o por lo menos, más vieja.

cesarelizondov@gmail.com

¿Buena Prensa?

 

Publicado el 12 de septiembre de 2021 en Saltillo 360, de Vanguardia
 

 léelo en la versión digital de Saltillo 360, de Vanguardia

Atendiéndome en salud he de decirlo: no, no soy ningún santurrón por ser habitual parroquiano en misa. Igual soy asiduo de lugares muy profanos y no me considero el diablo.

 

Ahí ando golpeándome el pecho como gorila, nomás porque un par de curas me dan por mi lado (sin albur, por favor) diciéndome que ahí esta diosito con su retoño, esperando a que me caiga el veinte para regresar al camino que extravié entre la secundaria y el antro, entre Zaratustra y Meursault, entre lo humano y mundano.

 

Pero en fin. Ahí me tienes el domingo pasado, sin NFL en la tele ni trabajo por hacer, matando tiempo y demonios, absorto escuchando misa. Cuando, de repente, algo no me cuadró en el misal.

 

Cita textual de una petición durante la plegaria universal: “Por los gobernantes y los políticos, los responsables de la administración pública, especialmente el Presidente de la República, para que fomenten la concordia, la paz, la justicia, la libertad, el bienestar y la unidad entre todos los ciudadanos”.

 

De forma peyorativa, la gente me llama ortodoxo, pero dime tu, lector, si no es de arrancarse los pelos ese parrafito que toda la iglesia católica recitó sin inmutarse siete días atrás.

 

Olvídate del pejelagarto, ganso o conejo que despacha en palacio nacional, ya no están en discusión sus capacidades. Por una vez, dejemos su cuestionada labor fuera del debate y leamos entre líneas, para lo cual, vale la pena tomar la lupa y enterarnos de lo que dicen las letras chiquitas al último del misal, entre otras cosas: Con aprobación eclesiástica; edita y distribuye: Obra Nacional de la Buena Prensa, A.C.; se terminó de imprimir ¡el 08 de julio de 2021¡  (los exclamativos son míos).

 

Aprobación eclesiástica. Con eso tenemos para mentar madres. ¿8 de julio? Eso fue un mes después de…las elecciones federales. A mentar más madres. Impreso el 8 de julio, misal del 5 de septiembre, me parece mucho tiempo entre impresión y publicación, en especial para una religión que cacarea de milagros en un lapso de tres días.

 

No sé tú, pero siempre entendí que la tropicalización de contenidos querría decir adecuar al público el qué y el cómo se dice. De manera que, estuvimos de acuerdo en que parecían huecas las peticiones del tipo certamen de belleza en el sentido de acabar con el hambre y que la paz reinase en cada rincón del planeta. Así pues, perfecto, si estamos bien madreados aquisito, mejor preferimos rogar por el entorno inmediato antes de arreglar el universo. Bien hasta ahí.

 

Entonces, muy bien y muy aplaudido que la Iglesia nos ponga a pedir por los problemas que nos aquejan a unos y otros mexicanos. Pero, que politicen un misal en donde existe la bendición eclesiástica para que se publique y fomente la señalización personalísima de un gobernante, eso, para mí, es muy, muy salido de la razón…o de la prenda que rima con eso. Amén.

cesarelizondov@gmail.com