El secreto de Juan Pablo II

publicado el 8 de Abril de 2005 en El Heraldo de Saltillo

Por César Elizondo Valdés

Hay lugares en los que se siente una fuerza indescriptible, al estar en ellos se tiene una rara sensación que combina humildad y dicha, una exaltación que nos pone china la piel, como de gallina, algo parecido a cuando empezamos a tratar a quien será nuestra pareja; observar en el museo de Louvre el cuadro de La Mona Lisa, ver a la virgen plasmada en el manto de Juan Diego en la Basílica de Guadalupe, estar ante la famosa tumba de William Shakespeare en la iglesia de Stratford, caminar por el monte de los olivos a las afueras de Jerusalén, son vivencias que para algunos dejan un recuerdo de sitios en los que indudablemente existe una fuerza que se manifiesta dentro de nosotros, esto es, claro está, para los que aprecian el significado de lo que esos símbolos materiales representan. Así mismo, hay personas que despiertan en nosotros el mismo tipo de sensaciones, como ya lo cité, el ejemplo más claro es al enamorarnos, pero también hay un selecto grupo de seres humanos que poseen el don del auténtico carisma. ¿Cuál fue el secreto de Juan Pablo II para estimular en tanta gente la devoción hacía su persona, aún más que hacía la religión?
Nunca tuve la ocasión de estar en presencia del recién fallecido Papa, algunas personas allegadas si tuvieron la oportunidad de estar en algún momento de sus vidas a unos cuantos metros del Sumo Pontífice, todos, en diferentes momentos, me confiaron haber experimentado esa emoción que irradiaba, que solo unos cuantos pueden despertar en la gente común. Por cierto, aclaro para evitar ser llamado fanático, me consideró un católico de ocasión, no de pasión.
El dato que más me llamo la atención durante los días alrededor de su deceso, fue enterarme que desde hacía décadas que la familia de Karol Wojtyla había terminado su descendencia en este mundo, saber que este hombre sin familia inspiró más oraciones que cualquier personaje con la más grande estirpe, poder ó fortuna, me hizo caer en la cuenta de que la capacidad de convocatoria está más ligada a sentirse identificado que a saberse defendido, a coincidir en propuestas más que a combinarse en un afán destructivo, a ver por el bien común más que por egoísmo individual, a buscar el mismo destino aunque por otro camino.
El secreto de la gracia de Juan Pablo II siempre estuvo adentro de cada uno de sus seguidores. Se debió a que cada vez más personas advirtieron sus propios sentimientos representados por el Papa, aún teniéndolos muy escondidos; que cada adepto de él se vio reflejado en la bondad que practicaba, aún cuándo no hacíamos lo mismo; que cada familia coincidía en los conservadurismos que defendió, aunque como individuos dudáramos de ello; que cada acto, palabra ó pensamiento de él era lo que el común de la gente deseaba; en fin, que cada fiel supo que Juan Pablo II no era muy diferente de sí mismo, que Juan Pablo II encarnaba todas nuestras virtudes, que el Papa peregrino viajó en un afán de hacer notar a todo el mundo la verdad que su religión profesa, que en el fondo es igual a todas las religiones, que tampoco es diferente de la conciencia humana que bien sabe lo que es correcto. El gran secreto de Juan Pablo II fue recordarle a quien quiso entenderlo, que de vez en cuando Dios manda a alguien especial a nuestras vidas para recordarnos que estamos hechos a semejanza de Él.
Ofrezco una disculpa por no abordar hoy el importante tema de Andrés Manuel, pero consideró que la partida del Papa Juan Pablo II fue un hecho que atañe al noventa por ciento de los mexicanos, sin distingo de clases, edades ó partidos, de ahí la importancia de darle los espacios.