Redada en el Campus (1 de 2)

 

Poco falta para que Disney, Marvel o Pixar digan que sus películas están inspiradas en hechos reales: claro, un hecho real es que los periódicos existen y en ellos trabajan hombres inseguros con cierta nobleza adentro, pero de ahí a que un Clark Kent se convierta en Superman, Estaca Brown, como decía el cronista. Lo mismo pasa en los libros de historia, de contabilidad o hasta en los tomos del registro público de la propiedad: se basan en hechos reales, pero quienes los editan podrían llevarse un Oscar por maquillaje.  

Entonces, de ahí que todos nos tomemos licencia para adornar las historias, desde el número y atributos de las pretendientas que tenía el abuelo, hasta el chiste del único ser que continúa creciendo después de muerto: el pez, pues cada vez que el pescador cuenta la historia, lo agranda un par de pulgadas. Pero ya fue mucha introducción y nada de especulación. Vuelve a leer la última línea, que no te engañe el subconsciente. En fin, ahí va la historia de hoy, por supuesto, inspirada en hechos reales:

Antes, un paréntesis. Entre las muchas técnicas para iniciar un relato, se puede escoger por hacerlo de manera cronológica, es decir, algo así como empezar con Lucy (la australopithecus más célebre) para alargar el cuento hasta nuestros días, pasando por el arca de Noé y el arco del triunfo, por el machismo y el feminismo, por los Beatles y el Volkswagen, por el PRI y los dinosaurios, aunque parezcan pleonasmos; pero esa forma es harto aburrida. Por eso, en la actualidad muchos escritores prefieren iniciar la historia “in media res”, que no tiene que ver con cortes de carne vacuna ni nada por el estilo, sino que significa más o menos “en medio del asunto”. Cierto que la Biblia sería más atrapante para leer si empieza con un tipo todo madreado cargando una cruz por las peatonales aledañas al mercado Juárez mientras los demás le arrojan piedras, en lugar de la anestesia literaria llamada génesis o el primer episodio del nuevo testamento, ese que da origen a Santa Claus.

Dicho todo lo anterior, suprimiré los pormenores de nuestro protagonista y cómo fue que la vida lo llevó, junto con toda su mercancía, a ser levantado por un impecable operativo policial dentro de las instalaciones de la universidad. Mejor iniciamos con un soleado día en los jardines del campus.

Voy a obviar también, el juicio ético-moral que deriva de comercializar cosas por debajo del agua en un espacio dónde, se supone, solo aquellos que han obtenido una concesión para vender, pueden hacerlo. Tampoco hablaré de la ventana de oportunidad que dichos concesionarios dejan abierta cuando no tienen la libertad o visión para ofrecer a sus clientes distintos bienes en diferentes horarios, sitios y situaciones. Dejemos la moralina atrás y centrémonos en los hechos, pues.

Imagina entonces, a un muchacho de unos veinte años, esposado, rodeado de policías armados, ante la atónita mirada de maestros, compañeros y mirones. A su lado, sobre una banca del campus, está una caja para pasteles, y adentro, quedan todavía algunos brownies que él preparó la noche anterior con una receta aprendida nada más y nada menos que…de su abuela.

Spoiler: no llegarán a los separos de la policía la totalidad de los brownies que estaban en la caja, alguien o algunos tomarán una muestra con quién sabe qué fines, lo que, al final del día, terminará en una terrible discusión y acusaciones de la familia del imputado hacia las autoridades. Vaya desfachatez.

Por este domingo, se acabó el espacio. La próxima semana entrego la conclusión de esta historia inspirada en hechos reales, te garantizo un final al estilo no-lo-vi-venir. Por lo pronto, te dejo una tarea para que te familiarices más con el tema y tengas un mejor contexto para el desenlace: pregunta por ahí con tus hijos o tus padres, amigos y familiares, por las distintas recetas de los brownies, el significado de munchies, vapes, y demás terminología bastante extendida en nuestros círculos y días.