El triunfo del Amor

Publicado el 15 de Noviembre de 2015 en 360 Domingo, de Vanguardia

         Aquí voy una vez más a derramar miel sobre las páginas de 360 Domingo. Desde el título te podrás imaginar del empalague que viene a continuación, así que si eres como esos amigos míos que dicen les va a dar un coma diabético por leerme, o como alguno de mis colegas comunicadores que me llama el Coelho de los editorialistas por la escasa profundidad literaria, técnica e intelectual de mis aportaciones, te recomiendo dejar de leer ahora mismo. Te lo advertí.

     Semanas atrás nos llegó la invitación. Y aunque el noviazgo llevaba tiempo, no dejó de sorprenderme un poco que en estos tiempos de pragmatismo total, decidieran poner en riesgo lo que era una relación que marchaba sobre ruedas a pesar de tres cuestiones que para muchos podrían parecer insalvables. Resultó que la boda sería en un lujoso hotel de la ciudad de México, y quienes me conocen bien, saben que con eso se daban dos cosas que no puedo dejar pasar en esta vida: una es la visita a cualquier ciudad cosmopolita lejos de la pegajosa arena de mar o de las interminables filas de los parques temáticos, y la otra cosa es echarme unos tragos con cargo al padre de una novia, quinceañera, o candidata a reina.

        Molidos, llegamos con un día de anticipación al enlace y acudimos a una pequeña y familiar cena en casa de mis tíos políticos (no, no se pagó la fiesta con dinero público, quiero decir que son tíos de mi señora). Tras unos segundos, luego de que timbramos a la puerta apareció el novio que reconocí porque lo había visto antes en las redes sociales de la familia. Antes de que yo dijera nada, nos saludó con un perfecto, natural, y educado “Que bueno que llegaron, me da mucho gusto conocernos”. Y claro, esto no tendría nada de especial a no ser que él es estadounidense, y que el pulido español lo ha aprendido por respeto a su ahora esposa y todo lo que ella representa.

         Si tuviera que describir físicamente al papá del novio con una figura pública que todos pudiéramos reconocer, diría que es del tipo de Donald Trump, pero más alto; y su esposa sería una sencilla y bella dama de raza caucásica. Vaya, serían el estereotipo del norteamericano que vemos en las películas. El hermano del novio viajó con su mujer y dos de sus tres pequeñas hijas desde Filadelfia y se dijo feliz de conocer el verdadero México, pues me contó que solo había conocido Cancún en su temprana juventud, y en su mirar advertí que no era algo de lo que quisiera hablar. Supuse que no tiene muchos recuerdos de La Riviera Maya; tal vez por ser caballero, o quizá por otro tipo de amnesia.

       Entre viandas, tequilas, mezcales y buenos whiskys directos, pasó la velada de rompehielos y ahí supe que ellos eran una típica familia del noreste de los Estados Unidos, es decir, el tipo de personas que suelen tener los mismos prejuicios que nosotros cuando se trata de entender a quiénes son distintos a uno mismo por diferentes razones, además de raza y nacionalidad. 

       Al siguiente día, no sé qué arreglos hubo o si la ceremonia tiene validez, porque entiendo que no en cualquier sitio se puede celebrar una misa católica; pero en algún lugar del hotel se montó todo y fui testigo presencial de un evento dónde nació una familia de mujer católica, y varón judío. Antes habían tenido su boda judía allá en su lugar de residencia. El sacerdote católico, un legionario de Cristo más parecido a Jo-Jo-Jorge Falcón que a Jesús, supo encontrar en Moisés al personaje común de ambos y más cultos para dar un mensaje desde lo que sería la óptica del Dios que une a todas las religiones: un éxodo hacia el amor.

    
Mafer y Mike
  Ya durante la recepción, los novios bailaban. Y sus padres iban y venían físicamente andando de la pista a las mesas, e iban y venían mentalmente de la inmensa alegría por la nueva pareja pasando luego al terrible vacío en el estómago por los hijos que fundan nuevos linajes. Veía a los novios bailar y disfrutar tanto su unión que olvidé cuestiones como raza, nacionalidad, religión e incluso trabajos de ambos que podrían haber sido causales para jamás encontrarse o decidirse; y en cambió, pensaba mucho en los padres de ambos, a los que veía totalmente convencidos del camino que sus hijos habían elegido, los vi convencidos del respeto que los padres debemos a nuestros hijos en sus decisiones y al libre albedrío del que son inherentes por su calidad de seres humanos, ese libre albedrio que cualquier Dios, nación o padre de familia hace bien en reconocer y fomentar entre los suyos.

       Faltaba mucha música por bailar, muchas bebidas por disfrutar y mucha labia por hablar. Pero la más joven de mis hijas se encontraba en el limbo entre la fiesta y el sueño, entre la infancia y juventud, entre su familia y su libre albedrio. Así que intentando imitar a ese admirable par de parejas que a todos nos daban una lección del respeto y amor a los hijos, y aún en contra de mi “religión” mundana, fui de los primeros en abandonar la fiesta para irnos a dormir.

     Y por primera vez en mucho tiempo, dormí como si no debiera nada. Supongo que esa noche debe haber estado ahí acompañándome el Dios de los judíos, así como el de los católicos. Porque me queda claro que con los precios del hotel, no me acompañaba más el dios dinero.

El fin del Buen Fin

Publicado el 08 de Noviembre de 2015 en 360 Domingo, de Vanguardia

       Es tiempo de reconocer que en algo nos hemos equivocado. Las cosas no se logran por un esfuerzo o deseo unilateral sino por la suma de voluntades y sinergias de todos los involucrados. La buena estrella con la que hace algunos años nació el Buen Fin, empieza a desvanecerse.

      En un principio fue el sector comercio que por impulso de sus dirigentes nacionales, acogió el concepto norteamericano de eficientar inventarios y proponer tendencias de consumo por medio de verdaderos descuentos y condiciones de pago favorables para el cliente final, de cara a la temporada navideña. El gobierno federal se sumó adelantando el pago de aguinaldos en diversas dependencias para impulsar la iniciativa a fin de hacer un mercado interno más dinámico.

     Tras una excelente primer experiencia, al año siguiente fueron más los actores que se sumaron a la gesta de los comerciantes por llevar mejores alternativas para el consumidor final, entendiendo que si ellos no lo hacían, alguien más estaría dispuesto a correr el riesgo de sacrificar utilidades: transportistas, fabricantes, profesionistas, materialistas, prestadores de servicios, maquiladores y un largo etcétera de gremios que hacen posible que el producto final llegue hasta las tiendas, se incluyeron en una cadena de valor que tras la suma de un pequeño descuento por cada uno de ellos, se lograba un fabuloso ahorro para las familias mexicanas.

     Exitosamente se integraron más tarde las ventas por internet y prácticamente toda la actividad económica alcanzó algo de presencia. Y hasta ahí se pudo hacer. Las autoridades de cualquier nivel y competencia han sido desde entonces una piedra en el zapato en algunas ocasiones, un caro ornamento en otras: Parecería que dependencias como PROFECO tienen la consigna no de proteger al consumidor, sino de madrear al comerciante; usted se ha enterado de los abusos que en complicidad moral con esa procuraduría han hecho algunos malos mexicanos en perjuicio del comercio, mexicanos que si el tiempo que dedican a buscar errores no dolosos de publicidad lo utilizaran en algo productivo, no tendrían que estar delinquiendo cobijados por la autoridad.

      Luego tenemos que institutos como el FONACOT son al comercio lo que otros programas a distintas ramas económicas: dejaron hace tiempo de ser una opción de financiamiento económico para el mexicano sin tener nadie conocimiento de adónde va a parar el revolvente que ya no se inyecta a la economía vía créditos; y se convierten esas dependencias en hordas de subempleados federales que ven como sus capacidades y experiencias son desperdiciadas en burocrática tramitología que ahuyenta al beneficiario. Imposible lograr que por unos días, los combustibles para los transportistas se equiparen al menos a los precios internacionales para que por medio del servicio de fletes extiendan el beneficio al comercio. Imposible que por un fin de semana al año, se reduzca el IVA para que también ese beneficio vaya directo al bolsillo del mexicano. Pero eso no es lo más grave.

       El problema mayor que enfrenta el comercio en vísperas del Buen Fin, es haber reducido márgenes de utilidad durante dos años de gasolinazos y devaluación de la moneda. El empresario se encuentra con que la cadena de valor que en años pasados gustosamente participó de diferentes formas para bajar costos, hoy no solo está impedida para eso, sino que incluso tendría que ajustar sus tarifas al alza para seguir subsistiendo. Podríamos decir que la mitad de toda nuestra economía esta dolarizada mientras la otra mitad depende del precio del petróleo, algo que afecta directamente a los precios aun desafiando leyes de lógica económica en el caso de la gasolina. En el lado amable de la moneda tenemos (al menos en nuestra región) una economía doméstica sana gracias a las industrias automotriz y maquiladora, con lo que efectivamente hay circulante; pero con los precios del dólar y la gasolina boyantes, es técnicamente imposible ponerle freno a la inflación. Y mientras exista inflación, los posibles descuentos se evaporan antes del cálculo de costos, al ser estos rebasados una y otra vez por la escalada de precios.

      Importante, muy importante hacer notar que la inflación no la origina la cadena de valor de la que  párrafos arriba hablábamos. La inflación se da cuando la parte económica que maneja el gobierno como la moneda (paridad peso-dólar) y las áreas estratégicas como la energía (gasolina) son desbocadas en un afán de fácil recaudación gracias a una balanza comercial preferente como exportadores por un lado, y como contrapeso a la caída de los precios internacionales del petróleo por el otro. Y parecería que no hay correlación, pero un Buen Fin carente de verdaderas oportunidades para el consumidor, es reflejo de un gobierno ignorante del principio de que la riqueza se crea cuando agregamos a lo que hacemos un valor que puede ser material, abstracto o de transformación, dónde entonces se recauda más como consecuencia de un crecimiento del contribuyente, y no por un decreto del gasto público.


cesarelizondov@gmail.com 

Halloween

   http://www.vanguardia.com.mx/articulo/halloween

    Publicado el 01 de Noviembre de 2015 en 360 Domingo, de Vanguardia

       Me pregunto si el señor T. habrá llegado al cielo a bordo de su viejo pero impecable Dodge Coronet dorado del año sesenta y algo. Me gustaba sentarme en la defensa delantera y el tiempo parecía detener su marcha mientras observaba la estatuilla del cofre o capó: una estilizada figura femenina en acabado cromado. Iracundo, salía de su casa para decirme que ese era su automóvil y que yo no debía estar ahí. Nadie se podía acercar a ese coche y lo cuidaba como su más valiosa pertenencia. Si una pelota se nos iba hasta el patio de la familia T., suspendíamos el juego hasta que un par de  días más tarde alguno de sus empleados domésticos se apiadaba de nosotros y la devolvía por encima de la barda.

        Con esas rápidas pinceladas te puedes dar una idea del lugar que ocupaba el señor T. dentro del microcosmos que era la especie de vecindad en la que pasé mi niñez; una privada, pues, dónde había de todo: los renteros, los riquillos, los jodidos, los fiesteros, los de alcurnia, los huraños, los viejitos, los invisibles, los recién casados, los persignados, los solidarios y por supuesto nosotros, los normales.

       Resulta que en una ocasión, un día primero de noviembre amanecieron algunas casas de la privada con una leyenda escrita en grandes y gruesas letras verdes, la sentencia era aquella con la que nadie querría ver manchado su domicilio: Codos. Para quienes se quejan de que vamos en regresión como sociedad, les puedo asegurar que esa práctica de graffitear las casas dónde no daban golosinas era común durante mi infancia por la mayor parte de quienes salían a pedir dulces cuando octubre agonizaba.

       Imaginarás que una de las casas marcada era la del señor T., quien supongo, conocía el proverbio de inexacto origen que habla de la venganza como un platillo que se sirve frío y se come lento porqué dejó correr un largo año con aquella inscripción en la pared de su vivienda; y volvió a llegar el día de Halloween. Siendo el hogar de míster T. el primero de la cuadra, por ahí iniciamos la tradicional visita a las familias del barrio con el anuncio en la frase que todos utilizábamos más como la inocente adaptación del original anglosajón que como una forma de amenaza: Halloween o travesuras.  Ohhhhh, tremendo error.

      En una acción impensable para los usos y costumbres de hoy, aquel decrépito hombre nos obligó a pasar a la sala. Ordenó que nos sentáramos en sus vetustos sillones y nos recetó un sermón que ya lo quisiera el más fundamentalista de los obtusos. Que sí sabíamos lo que significaba aquella celebración, que sí las tradiciones mexicanas, que sí los dulces producían caries, que sí éramos buenos estudiantes, que si asistíamos a misa, que sí nosotros habíamos pintarrajeado su pared. Claro que nosotros no habíamos rayado su casa, pero él no buscaba culpables, buscaba venganza.

     Finalmente, después de más de una hora de recibir sus regaños y con la magnificencia de quienes piensan que han dado una gran lección, nos dio un miserable chicle que no serviría ni para disimular el mal aliento. Para cuando nos dejó en libertad ya era hora de meternos en nuestras casas. Al día siguiente la vida era la misma de siempre, con la diferencia de que muchos niños disfrutaban de sus golosinas mientras yo rumiaba un ridículo chicle más pequeño que una muela.

     Desde entonces le he dado vueltas y vueltas a esa historia tratando de encontrar el lado positivo, y a cerca de cuatro décadas de eso sigo sin rescatar nada bueno de aquella noche. ¿Era justo que por culpa de otros me sermonearan a mí?,¿Tenía ese señor derecho a cuestionar la educación que yo recibía en mi hogar?,¿No podría haber sido más ancho de criterio para entender distintas culturas?,¿No se dio cuenta de que en la vida de una persona, sé es niño una sola vez y que las repeticiones de las festividades anuales de la infancia se cuentan con los dedos de una mano?,¿Porque endosarnos su amargura?

        Es cierto que la vida es larga, pero más cierto es que la infancia es corta. Sigo pensando que los adultos no tenemos derecho a restringir aquellas cosas y creencias que pronto dejarán de ser deslumbrantes para nuestros hijos, siento que la niñez se debería disfrutar libre de los yugos sociales, religiosos y aún académicos a los que más tarde el hombre solito se someterá por necesidad, convicción o conveniencia. Pienso que el mismo respeto que nos merecen los mayores, ellos se lo deben a los niños, y viceversa claro está.

       Y veníamos en mi vieja camioneta la semana pasada de una fiesta de disfraces, mi señora al volante voltea a verme entre divertida e intrigada y me dice: -¿Qué fue eso de hoy? Nunca te había visto así, de verdad que bajo ese disfraz te transformaste-. En ese momento no supe que contestarle; pero ahora entiendo que finalmente, pude cobrarle a la vida aquel Halloween que me robó el señor T.
http://www.vanguardia.com.mx/articulo/halloween

Colisión Mx

        Buscaba parecerme al Robert de Niro de Taxi Driver…pero tras una intensa, incesante e infructuosa búsqueda en mi guardarropa, me di cuenta que terminaría más parecido al De Niro de su última película con Anne Hathaway o con el de Despertares al lado de Robín Williams. No encontré ropajes negros acordes para la ocasión y lo más dark que pude ver fue una vieja camiseta de mis devaluados Oakland Raiders. Decidí entonces irme así como estaba, con mi ropa de trabajo. El cabello no creció mucho en un par de semanas y sigo sin atreverme a usar un tinte para cubrir las canas.

       Así fue que el sábado pasado llegue al Bar Moose minutos antes de la media noche. Ya me había disculpado con Patzke porqué antes tenía un evento familiar impostergable, pero quería estar ahí para la presentación en vivo del primer disco (¿así se les dice todavía?) de Colisión mx. Totalmente alejado de mi zona de confort entré en el lugar sin saber que buscaba o que encontraría en el antro.

     Sobra decir que, al igual que para un montón de cosas más, la música es para mí una asignatura en la que tengo tanto conocimiento y experiencia como sacerdote en burdel; o como burócrata en millonarios negocios; o como defensor de los derechos y dignidad de los animales en restaurante parrillero de carnes. Bueno, bueno, la idea es esa.

      Desgraciadamente, no alcancé a ver los grupos que habían abierto el concierto o la tocada. Pero llegué con tiempo suficiente para tomarme unos güisquis mientras saludaba y me ponía al día con Cristina, Leyla, Felipe, Juan Carlos, Buitre y Poncho; y más tarde se unió Gustavo. Y empezó la época del álbum Resurgiendo de Colisión mx. ¿Qué te puedo decir a manera de crítica desde mis nulos conocimientos musicales? Pues, entendiendo el arte como la obra del ser humano para expresar sus ideas y valores de forma estética, pienso que las letras de Resurgiendo de Colisión mx se erigen como una doble manifestación de protesta y de propuestas ante diversos enemigos y aliados del hombre en lo general, del mexicano en particular y de la persona en lo individual: corrupción, guerra, opinión, Don dinero, Dios, incompetencia, evolución (colisión).

    En cuanto a los arreglos musicales, también entendiendo que toda expresión artística encuentra ascendencia en técnicas, movimientos, tendencias, escuelas e influencias de cualquier tiempo y espacio, puedo decir que lo escuchado me recordó al Iron Maiden de mis épocas de metalero light, tiempo en el que por cierto, quede atrapado en cuanto a renovación de material, nuevos intérpretes y distintas bandas bajo la acertada filosofía y programación de Radio Concierto para los villamelones como yo: lo más popular de los clásicos, y lo más clásico de lo popular.   

     Encontré en los arreglos también un singular recurso que no me pareció haber escuchado antes: una voz gutural a manera de un tipo de coro o segunda voz, donde el bajista Carlos “Parka” Martínez realiza unas intervenciones y acompañamientos en el micrófono con un grave, prolongado y aguardentoso tono que le da a las canciones un toque muy original. Una institución saltillense en la batería como lo es Sergio García, se constituyó en el concierto y en la grabación como el ancla perfecta que deben ser las percusiones en toda banda para la correcta y sincrónica cohesión de los esfuerzos de cada uno de sus integrantes.

     Mi amigo de muchísimos años, el “Jipi” Garza, tuvo su momento de gloria con un espléndido solo en la guitarra y comparte la autoría de la letra de una de las canciones, o rolas, pues. Y yo sigo preguntándome como le hace para ser un hombre exitoso en su trabajo y su vida privada, y encima darse tiempo para darle rienda suelta a su pasión.

       Y en la voz, también mi amigo y compañero de viejas andanzas, Alejandro G. Patzke. Quien tuvo la gentileza de recordar que en el pasado fui insistente en querer conocer y presenciar su trabajo, por lo que me extendió la invitación para el lanzamiento. ¿Cómo puede uno conservar objetividad cuando son sus amigos los que están sobre el escenario? Imposible.   
  
      La tranquila personalidad de Alejandro en la calle, se transforma radicalmente en el tablado para interpretar con voz, gesticulación y lenguaje corporal lo que tantas personas sentimos y sus letras bien describen, lo que tanta gente quiere hacer pero no se atreve a pisar un escenario o a publicar sus creaciones, lo que tantos le quisiéramos gritar al mundo: Aquí estamos quienes no nos conformamos; evolucionando, colisionando, Resurgiendo ¡¡.

     Te invito a conocer estos creadores locales en www.colisionmx.com, iTunes, Google Play,  en Spotify y en la tienda Heavy Machinery de Rock, sobre la calle de Hidalgo, en Saltillo

No hay Bronco, ni hay nadie.

Publicado el 18 de Octubre de 2015 en 360 Domingo, de Vanguardia

         No ha sido escuchando los estirados monólogos de aquellos que se autodenominan intelectuales, ni ha sido recibiendo información de los que viven de la política, tampoco ha sido por los análisis de mis amigos periodistas y menos en las organizaciones gremiales, sociales o no gubernamentales de las que he sido miembro activo o invitado. No, el saber quién resultará ganador de las contiendas electorales lo he descubierto sentado mientras bolean mis zapatos en la Plaza Acuña de Saltillo, también conocida coloquialmente como la plaza de los huevones.

        Ahí supe que Los Amigos de Fox, el movimiento de finales del siglo pasado y principios de este que rompió con la hegemonía priista, era una cruzada que había rebasado las estructuras del PAN, y que por esa razón la propaganda y recursos estaban llegando más rápido y mejor a un mayor público. Me enteré ahí que el PRI no metería ni las manos en 2006 y que en mi ciudad el PRD recibiría una copiosa votación porque alguna importante estructura local se movía en favor del Peje más que de Madrazo. Entendí que a un gobernador, en su eterno afán de preservar su nombre e imagen institucional aunque se pierda todo para los demás, se le alborotó muy temprano la sucesión y la misma estructura que antes lo apoyo ahora le daba la espalda. Supe que el poder se heredaría entre hermanos sin mayores contratiempos y ahí tuve conocimiento de que en busca de una alcaldía, el candidato con nombre de bulevar terminaría por imponerse a alguien que si bien no era popular en algunos círculos, en otras partes había tejido fino y además nunca había perdido una elección.

      ¿Es que la gente que acude a la plaza tiene poderes sobrenaturales? ¿Poseen algún tipo de oráculo? ¿O tendrán información privilegiada que nadie más conoce? Nada de eso. Algo de lo que pasa es que ahí concurren las personas que son representativos del grueso del voto popular: Obreros, campesinos, albañiles, microempresarios, servidumbre doméstica, choferes, desempleados y trabajadores en general. Además que esas personas llegamos desde de cada punto cardinal de la ciudad, desde cada colonia y asentamiento humano de la capital coahuilense. Y siendo que el bolero es una especie de peluquero, cantinero o taxista en cuestiones de comunicación, ahí obtiene uno toda la información que los demás clientes y paseantes dejaron antes con el lustrador de calzado.

       Pero no te confundas, no es un termómetro del sentir ciudadano lo que uno capta en esa plaza mientras conversa con los boleros, porque para eso están las redes sociales e iluso sería pensar que ese sentir es el que decide las elecciones. De lo que uno se entera ahí es de cómo y por quién están llegando los recursos (léase despensas, cemento, tinacos, etc.) a las bases partidistas, o más que el cómo, es el cuanto y que tan seguido. Y hasta ahí llegaron los Amigos de Fox; y ahí los sindicatos se fueron por uno de los suyos para gobernador, y luego por su hermano; y ahí, alguien con mucho poder local operó para el PRD en 2006; y ahí fue notoria la falta de mucho aceite a la maquinaría para dejar el camino libre permitiendo que otro ganara la alcaldía, aún desde una endeble plataforma política cuyo único ofrecimiento era un cambio de siglas y la promesa de portarse bien (él, no sus colaboradores).

         Y ahí tienes que al día de hoy, la apatía hacia la política es lo que reina en el ambiente de la Plaza Acuña. No hay buenos, no hay malos, ni hay mesías, ni bronco, ni indómito, ni dama, ni nada. Hay desosiego ante la vida, eso sí; y entre paréntesis diré que a veces pienso que los estragos de las políticas económicas que ya no sabemos a cuál doctrina endosarle, finalmente han acabado con el espíritu de realización entre los coahuilenses al seguir siendo tierra fértil para ser los reyes de la mano de obra, que si bien es cierto permite al trabajador llevarse algunos centavos en los bolsillos, no le permite ascender en la pirámide de Maslow.  Pero ese es tema para otra ocasión.

        Volviendo a la Plaza Acuña, buscando en ese reducto de información de lo que pasa en las colonias desde las organizaciones territoriales, mientras bolean mis zapatos le pregunto a quién hace el trabajo que es lo que ha escuchado de Riquelme o de Guerrero, de Guadiana o de Noé, o de Lenín y de Isidro, la Senadora y el Diputado, y el bolero se encoge de hombros para simple y lacónicamente decir: no patrón, ahora sí pienso que estamos bien jodidos, de todos los que usted dijo, ninguno ha traído ni sal pa´l aguacate.



     

Imagen y contenido, forma y fondo

Publicado el 11 de Octubre de 2015 en 360 Domingo, de Vanguardia

      “No preguntes que puede hacer el país por ti, pregúntate mejor que puedes hacer tu por el país.” Esa frase matona (como diría mi tocayo) le dio al discurso de toma de posesión de John Kennedy como Presidente de Estados Unidos un lugar preponderante en los anales del mundo de la oratoria. Después de haber terminado en las urnas con un empate técnico en el voto popular dos meses antes y por lo tanto con mucha opinión pública en contra, la retórica de su mensaje fue el catalizador para el inició perfecto de una administración que terminó de la forma más imperfecta que pudo haber sido.

    Para los estudiosos de la imagen, la política y la televisión, la campaña presidencial de Kennedy ha sido objeto de diversos y profundos análisis debido a la forma en que este se impuso al entonces vicepresidente Richard Nixon. Y los vendedores de la imagen y la televisión han sabido explotar el fenómeno desde hace más de medio siglo; y los simples mortales hemos caído en la creencia de lo que nos dictan desde su perspectiva.

    En una rápida googleada, podemos encontrar lo que siempre nos han presentado como el punto de quiebre o decisivo de aquella contienda política: el primer debate televisado en la historia. El fresco y juvenil senador de Massachusetts se impuso al agrio y experimentado candidato del partido republicano frente a un público ávido de conocer a través de la magia de la televisión el futuro no solo de un país engrandecido tras la segunda guerra, sino también el de un angustiado mundo por la tensión implícita de la guerra fría. Como reguero de pólvora en todos los ámbitos de comunicación, corrió el borrego de que la imagen física de Kennedy había sido el factor decisivo para ganar el debate y luego la presidencia. Y de ahí hasta nuestros días, el culto a la imagen ha ido al alza sin contrapeso que lo detenga.

     Difícil sería hoy, calcular un porcentaje de importancia a la imagen de esos candidatos con relación a los votos recibidos, porcentaje que sin duda existe. Pero por esa atractiva ventana de porcentajes cuando hablamos de cómo se conforma un todo, es por dónde, desde mínimos porcientos, se cuelan imprecisas teorías que luego se maquillan como tendencias y que al paso del tiempo se les asignan más y más importancias de las que realmente tienen.

     Y todo podría quedar en el simple y vago anecdotario de las cosas y personas públicas…. de no ser porque ciegamente nos llevamos la premisa a casa, y educamos a nuestros hijos poniendo más énfasis en el culto a las formas (imagen) que en la importancia del fondo (contenido). Cuando se ejemplifica con un tipo como el de Kennedy, es fácil caer en el cándido error de atribuirle más carisma que capacidad.

      Tú sabes lo que pasó más adelante. Primero fue muerto Kennedy y años más tarde Nixon llegó a ser Presidente. Y lo que nos interesa de sus vidas, es aquello por lo que la historia los ha juzgado: Una vez en el poder, las formas de Nixon provocaron que sus compatriotas conocieran el fondo de sus intenciones y ese fue el acabose como servidor público; mientras que a Kennedy, ni toda su buena y arrolladora imagen y personalidad le fueron suficientes para evitar que la amenaza contra ciertos intereses representada en el fondo de sus políticas, fuese la razón por la que sus enemigos terminaron con él.

    Quizás nuestros hijos piensen que la sola imagen es suficiente para encumbrarlos como los publicistas y asesores han hecho creer que pasó con Kennedy, pero mejor harían en creer que el máximo legado de ese hombre fue reflejado en aquel discurso inaugural donde supo conectar su pensar con el verdadero sentir y anhelar de su pueblo que había recogido de ellos en campaña. Los estudiosos de la política (no de la grilla), saben que los factores determinantes de aquellas elecciones fueron la mayor cercanía de Kennedy con los ciudadanos tanto corporal como ideológicamente ante un Nixon distante y ausente. Y los que saben de oratoria, entienden que la magistral pieza pronunciada en ese frío enero de 1961 tuvo que ver más con el conocimiento y la preparación que recogió de saber escuchar y entender a la gente en sus comunidades, que con los ademanes, tonos de voz y arreglos que hubo puesto en su persona y sus palabras a través de la televisión. El pecado o el fondo que finalmente tumbó a Nixon fue descubierto por la sucia forma de hacer las cosas, la mala imagen solo lo sepultó; el legado de Kennedy no tuvo que ver con su imagen física y el impacto de esto ante públicos masivos, sino con su cercano trato con la gente y la empatía que existía por afinidades humanas, no estéticas.

    Por supuesto que la imagen y la forma son importantes, pero, ¿En cuánto porcentaje con relación al contenido y el fondo?
cesarelizondov@gmail.com



         

Trump

Publicado el 20 de Septiembre de 2015 en Círculo 360 Domingo, de Vanguardia

     Lo he dicho antes: pocas cosas son más divertidas y reveladoras a leer los comentarios que los cibernautas hacemos en torno a la publicación de una noticia, un post, imagen, pensamiento o chisme que alguien más divulgue en la red. El pulso, cultura, información y hartazgo de un pueblo se deja ver en las democráticas redes sociales y páginas web por la propia voz y decisión de participación de quienes interactúan, más que en la oligarquía de acudir a las urnas.

       Y déjame decirte algo antes de que desestimes las redes sociales como medio de comunicación e indicador social y político por tener el candado de la conectividad a internet: Las aplicaciones de telefonía móvil y las necesidades laborales de hoy, hacen posible que la inmensa mayoría (casi la totalidad) de los adultos tengan acceso a las formas más comunes de redes sociales y navegación virtual. De ahí a que no nos sorprenda si en el futuro inmediato, nuestros diputadazos tengan la brillante y fascista idea de promulgar una ley que regule las publicaciones en la web y redes sociales.

       Pero ya me fui por otro lado, como diría Madrazo. A donde quiero llegar, además de al fin de quincena, es a la genialidad con la que el partido republicano de los vecinos del norte ha pavimentado su camino para las inminentes elecciones presidenciales en aquel país. Como tú sabes, los comentarios vertidos por latinos que ni siquiera viven o vivirán en Estados Unidos han inundado la red a raíz de las escandalosas declaraciones de Donald Trump en relación al tema migratorio; y tenemos que durante esta semana, los republicanos dieron un sutil golpe de timón al barco que Trump puso en marcha y en la agenda de propios y extraños, esto para empezar a posicionar en la mente del electorado a su verdadero candidato, me explico:

      Siendo el puntero en las encuestas dentro de los simpatizantes de su partido (ojo con la primer variable, su partido no es el país), pero siendo muy mal visto fuera de los ultra conservadores, míster Trump tuvo un primer y medido revés ante el fuego amigo en días pasados cuando fue evidenciada su falta de pericia en política exterior por sus contrincantes de partido. Resulta que el hijo (o hermano) del ex presidente Bush (ahhh, hijo y hermano), anda por ahí queriendo recuperar la franquicia que su familia ha construido a través del tiempo, lo que además nos dice que allá también hace aire.

    ¿Y adivina quién será visto como un pan de dios cuando hable de muros e indocumentados en un discurso mucho más conciliador que el del magnate inmobiliario, aunque más rudo que el de los demócratas? Así es, el tercer Bush. Cualquier tono que le ponga quien sea candidato republicano al tema migratorio será visto como humanista ante los incendiarios dichos de Trump, quien, dicho sea de paso, también pavimenta su futuro empresarial al prestarse para el maquineo de la política, ¿Verdad que no está tan alejado de la cultura mexicana?

     Mientras tanto, aquí seguiremos satanizando al despiadado Trump por hablar de muros fronterizos, omitiendo en nuestro juicio las grandes bardas que cercan las colonias donde cómodamente vivimos para protegernos de nosotros mismos, aun violentando el derecho constitucional de libre tránsito; seguiremos juzgando a los gringos de mente corta por no aceptar a nuestros paisanos siendo que aquí no aceptamos a los centroamericanos; y tristemente, seguiremos condenando a un país que expulsa a nuestros hermanos cuando nosotros los expulsamos del propio por falta de oportunidades; y aquí hago el paréntesis más importante: no estoy hablando de oportunidades en un trabajo solamente, porque es verdad que en una vuelta por las zonas industriales, comerciales y hasta habitacionales, veremos las insistentes lonas y escucharemos perifoneo ofreciendo más vacantes de las que se pueden cubrir; no, estoy hablando de oportunidades de una vida digna, de educación realmente garantizada por lo menos hasta la enseñanza media para nuestros hijos, de un sistema de seguridad social sano y sustentable, de recursos fiscales reflejados en obra pública y no en burocracia partidista, de lugares de esparcimiento comunes, bien mantenidos y gratuitos, de seguridad pública y combate a la delincuencia desde la inteligencia y no desde la fuerza bruta o la complicidad.

      Seguiremos llenando las páginas web y redes sociales de comentarios en contra de gente que poco tiene que ver con nuestro país y que juegan a jugar con la opinión pública como lo hace el señor Trump, pero mientras no aceptemos que es aquí mismo dónde hacemos que se gesten esas opiniones, junto a esa victimización que nos colgamos patrioteramente ante el mundo, le damos más vida a la nefasta oligarquía que nos tiene en la lona como pueblo.


Kickoff NFL

Publicado el 13 de Septiembre de 2015 en Círculo 360 Domingo, de Vanguardia


    Así como los mexicanos somos propensos fiesteros y hacemos harta veneración al maratón Guadalupe Reyes que llevamos a cabo entre las fiestas del 12 de diciembre y el 6 de enero (La virgen de Guadalupe y los Santos Reyes), los amantes del fútbol americano entran desde la segunda semana de septiembre y hasta el primer domingo de febrero en su propia negación de la realidad que bien podríamos tropicalizar llamándola maratón Hidalgo-Candelario, siempre atendiendo nuestras efemérides y fiestas religiosas.

     Y es que a partir del jueves pasado vuelven a aparecer las viudas de la NFL. Domingos con menos hombres atendiendo misa, restaurantes familiares sin familias, reuniones familiares en torno a un televisor, adultos hablando de juegos de fantasía, niños y jóvenes portando a todas horas el jersey de Manning, Rodgers o Romo. Y lunes de salir con los amigos a ver el coloquialmente llamado “Americano” con el pretexto de tomarse unas cervezas; martes y miércoles de rumiar estadísticas, devorar cuanto artículo o columna aparezca en medios impresos y electrónicos; y jueves de rehacer pronósticos, quinielas y alineaciones para empezar desde ese día el ritual de fin de semana que hábilmente han deslizado entre nuestra cultura futbolera los primos de allende el río Bravo.

      Y el Tuca Ferretti, el Chicharito y hasta el Presidente han de sentir que la válvula de presión les da un respiro. Se vuelve la espalda a los más queridos compadres si son seguidores de un equipo distinto al propio; se perdona la peor ofensa al más odiado de los enemigos cuando se enteran que son fanáticos de la misma escuadra; se desempolvan gorras, camisetas y bufandas; el tarro de cerveza con el logo vuelve a aparecer en el congelador para ser utilizado en domingo; se pega una nueva calca en los vidrios del auto y se cambia el avatar o icono de todos los perfiles de redes sociales: se quita la fotografía de la abnegada madre, de la bella esposa o de la dulce hija, y en su lugar se pone el rudo escudo del equipo preferido.

      Los televisores vuelven a temblar de miedo porque saben que escucharán más fuertes los desaforados gritos y regaños de quienes están frente a ellos en relación a los que estarían dentro de ellos: ¡No era esa la jugada, si serás estúpido¡…. ¡Era correr, no era pasar¡…..!Ese árbitro está ciego ¡…..!Corre, corre, corre, corre, siiiii ¡¡….! Balón sueltoooo, balón sueltoooo ¡…. Y el televisor será una y otra vez increpado por los errores de aquellos que están a miles de kilómetros de distancia.

      Exhausto, el aficionado de la NFL queda después de los juegos como si él mismo hubiese pisado el emparrillado: no se le hable ni se le presione, no le pidan nada y déjenlo meditar; máxime si su equipo ha perdido. Luego, dejadle ver los noticieros deportivos para enterarse de lo que pasó en otros frentes… y ver las repeticiones importantes del juego que ya presenció. Pero es solo de septiembre a febrero, se pasa rápido.

    ¿Y que tiene este deporte que tanta afición levanta en nuestro país? Porque, he de decir que actualmente son muchas las mujeres que se han incorporado a ver cotidianamente las transmisiones de los partidos, y las que no son tan aficionadas al menos lo ven cuando juegan los campeones Patriotas con Tom Brady, ¿Será acaso que les gusta ese uniforme? Me parece que en primer lugar, al ser una liga que no tiene representativos en México, la afición se forma por indefinidos mosaicos de preferencias por todo el país, lo que hace que sea igualmente interesante de seguir desde cualquier rincón de la geografía nacional, lo cual no sucede con el regionalismo del soccer. Luego viene la forma en que la organización de la NFL ha logrado el equilibrio de fuerzas entre franquicias, esto en beneficio del espectáculo y la competitividad.

     Pero lo más importante, pienso, es la identificación de ideales que el hombre encuentra en sus pasiones y sus gustos: Una mística de fuerza combinada con inteligencia, de dura preparación física y ardua preparación táctica, de conocimientos técnicos y capacidad de reacción, de pensar rápido y bien, de ejecutar sin error y….de compañerismo.

       Nos gusta la NFL porque nos acerca al improbable resultado de una utopía: Organización líder del deshumanizado capitalismo, ha dado con la fórmula para que sus participantes compitan en igualdad de circunstancias y posibilidades sin menoscabo de la calidad del espectáculo o los ingresos de sus socios; premia el individualismo con reconocimiento, fama y fortuna. Pero siempre prevalece lo más importante de la convivencia humana: ese trabajo en conjunto que brinda la oportunidad a todos de vestirse de gloria. Y es que en la NFL cada persona del equipo campeón, desde el más humilde barrendero hasta el dueño de la franquicia, recibirán al final un anillo conmemorativo que los acredita como campeones.

cesarelizondov@gmail.com

Maraton CDMX 2015

Publicado el 30 de Agosto de 2015 en Revista Círculo 360 Domingo, de Vanguradia

     Estimado Chuy:

     Es difícil hacer de una historia dónde no exista la tragedia algo que pueda ser interesante. Y tú sabes bien que en esta historia quizás encontremos un poco de drama o desgracias, pero sin llegar a la tragedia. Por lo pronto, aquí estoy por tu culpa dónde dije que jamás regresaría, haciendo lo que algún día te dije que en mi opinión era incorrecto, sufriendo innecesariamente por honrar una amistad.

      Sabes que me gusta la bohemia mucho más que la trotada, que siempre preferiría un buen corte de carne roja antes que atiborrarme de pastas y otros carbohidratos; que disfruto más del humo que despide un Marlboro a los olores que uno se fuma en las carreras; que entre el caballito de tequila y la botella del Gatorade, me brota lo tapatío. Que me considero más amante de la almohada a que amigo del despertador.

     Lo había dicho desde que la adversidad (que no tragedia) me había impedido correr contigo lo que fue tu primer maratón: No volvería a prepararme para participar en algo así porque para mí significaba un enorme sacrificio que no estaba dispuesto a repetir. Jamás regresé, y hoy no sé a ciencia cierta si mi decisión fue por el duro golpe a mi estado moral o por lo pesado de los entrenamientos físicos y mentales para afrontar el titánico, colosal e irracional reto de andar cuarenta y dos kilómetros con la única esperanza y orgullo de ganarse el mote de maratonista.

       Y hablando de preparación, diré que somos muchos los que hemos escuchado de ti decir aquello de que los premios se ganan en los entrenamientos, que el día de la carrera todo es cuestión de trámite y que solo vamos a recoger la medalla porque ya hemos cumplido con lo más complicado. Así es, cualquiera que haya competido en una carrera de fondo, o que haya alcanzado algún otro logro deportivo o académico, cultural, social o profesional, sabe que en el largo y pesado trayecto de la preparación y constancia es donde se ganan las cosas, y que al final solo debemos estirar la mano para obtenerlas.

       Pero te sobrevino la desgracia. Y el médico te recomendó alejarte de este deporte en el cual tantas cosas positivas has encontrado. Y tus amigos hemos sido testigos de tu desilusión. Y te has sentido terrible porque te ha quedado truncada la palabra MEXICO, palabra que formarías con seis medallas en forma de letras que acumularías durante igual número de años corriendo el maratón más importante de nuestro país. Pero…

      Cuando estés leyendo esto, estimado amigo, mis piernas llevarán un rato corriendo sobre el asfalto de la ciudad de México. Atado a cada uno de mis zapatos tenis tendré un chip: uno tuyo, el otro mío; mi camiseta llevará dos números sujetos con seguros, uno tuyo, el otro mío; y espero que por esta vez, mi pequeño y duro corazón pueda parecerse un poco al grande y noble corazón que Dios te ha dado para así aguantar de cualquier forma hasta el final.

     Estaré corriendo por las avenidas y parques de la ciudad más grandiosa de nuestra civilización. Por Reforma buscaré ver en lo alto del Castillo de Chapultepec los aposentos de Carlota y Maximiliano, luego pasaré por el museo Soumaya tratando de que mi mente adivine que piensa la perfecta reproducción de “El Pensador” de Rodín que ahí exhiben; de ahí a Masarik para después cruzar por el Bosque de Chapultepec y de ahí a La Condesa para enfilar por Insurgentes hacia el último tramo. Y finalmente, espero me queden fuerzas para una entrada triunfal al estadio de Ciudad Universitaria; ahí donde Bob Beamon realizó el increíble salto de casi nueve metros en México ´68, dónde Hugo Sánchez se coronó con los Pumas al despedirse de México para (vaya ironía), ir a la conquista de España; dónde Maradona inició su impresionante periplo durante el Mundial ´86.

     Entonces cruzaré la meta con el cuerpo deshidratado, las piernas entumecidas y las rodillas deshechas, pero siempre con el alma radiante y el espíritu indomable; y por esta ocasión recogeré dos medallas. Si, ya sé que alguna vez te dije que en mi opinión una carrera la podíamos dedicar a quien quisiéramos pero que regalar una medalla era un falso valor porque quien la recibía no habría tenido mérito en ello, que era incorrecto; en eso estuvimos de acuerdo. Pero luego tú me enseñaste algo más: Y entonces, si es cierto que las medallas las ganamos a lo largo de la preparación y el sacrificio, de la constancia y la entrega, y que los domingos solo vamos a recogerlas, entonces hoy no hago más que venir a reclamar una medalla que te pertenece, una medalla que te has ganado a pulso por tu gran aportación a la comunidad de corredores de nuestro Saltillo, una medalla cuyo mérito es haber sido innumerables veces guía de corredores invidentes, una medalla que tú nos has regalado a los miles que hemos participado en la carrera que lleva tu nombre y que año tras año organizas, una medalla que nadie te escatimará por ese gran testimonio sobre cómo apreciar la vida, testimonio que durante mucho tiempo nos has dado a tus familiares y amigos. Te llevo, mi estimado Chuy, la más merecida de las medallas.

    Tienes tres letras y aún faltan otras tres, espero que la vida nos dé tiempo, salud y amigos para terminar de ver formado ese MEXICO que nos merecemos, y con el que soñamos.



A clases

Publicado el 23 de Agosto de 2015 en revista Círculo 360 Domingo, del periódico Vanguardia.   

    ¿Cuántas pláticas pueden caber en el trayecto entre una casa y la escuela? Para mí, todas. Fue un largo y pesado día de Agosto y por supuesto que lo puedo recordar perfectamente. No eran horas para levantarse y llevar al primero de mis hijos a la escuela; yo era de quienes pensaban que en cierto momento te desentenderías ciegamente de ellos para que el sistema educativo se hiciera cargo, pero no fue así. En la junta previa nos dejaron muy claro que nuestra labor como padres continuaba siempre que nuestros retoños estuvieran en edad escolar, lo que quiera decir eso.

       Más dormido que despierto di un manotazo al despertador y como zombi me metí en la regadera. Unos minutos más tarde el terco sueño había cedido aunque la hinchazón de la cara delataba mi falta de descanso. Su madre lo despedía en la cocina cuando salí y pude sentir su pesar por no acompañarme a dejarlo, pero ella tenía también que ver en esa jornada por el segundo de nuestros hijos. ¿Eran lágrimas lo que alcance a ver? Pues no estaba cortando cebolla, eso era cierto. Preparé rápidamente un cargado café y salimos de casa cuando el sol aún no ganaba la partida ante la noche.

     No llegó el café ni a mitad del recorrido. Ya para ese entonces mi hijo estaba harto de todas las recomendaciones y consejos que arrebatadamente le repetía como desde semanas atrás: no hagas caso a los extraños, acércate a tus maestros, haz nuevos amigos, pon atención en clases. Hablamos también de sueños y aspiraciones, y al hablar yo de su prominente porvenir, con seguridad hablé de mis yerros, frustraciones, lo dejado en el camino, de mi ignominioso pasado. Lo imaginé en unos meses, semanas o tal vez días, mostrándome entusiasmado a sus fascinantes piedras, hablándome de la enigmática tierra y la importancia del agua así como demás cosas que en su escuela se descubren.

     Y finalmente llegamos a (¿nuestro?) su destino. El torpe abrazo con la consola central del asiento en medio de ambos no fue lo más cercano que hubiese deseado pero resultó en suficiente despedida. Se bajó del auto y por primera vez en su todavía corta vida pude atisbar un asomo de dudas, interrogantes o miedo en su mirar. “Échale ganas”, fue todo lo que atiné a decir con un nudo en la garganta. Y tras el lenguaje corporal del adiós agitando la mano, se volteó encaminándose hacia lo que era una pequeña e insignificante puerta de aluminio, pero a la vez la importante y grandiosa puerta de entrada a su futuro.

     Observé entonces como colgaba de la espalda su temática y colorida mochila. Se notaba que él podía llevarla sin mayor problema pero aun así la percibí como algo muy pesado: cargada de responsabilidades y compromisos, de pruebas por superar y de obstáculos en el camino, del desierto de la individualidad y el desasosiego de la soledad, de reveses y contratiempos. Pero también la entendí como llena de alegrías y de amigos, de oportunidades y de logros, del hambre de conocimiento y la recompensa de la superación.

     Igual pude adivinar lo que traía consigo en aquella mochila: una regla que sirve para medir cosas y personas, y trazar una línea recta, resistol que todo lo pega, un lápiz para escribir, y ¿Por qué no?, la goma para borrar, un nuevo cuaderno con hojas en blanco ansioso por ser utilizado, un pañuelo por si acaso. Y quizás lo más importante que le procuraron sus padres para esos próximos años: la brújula que indica un rumbo; no para saber de dónde viene o dónde esta, sino a dónde va.

      Y al mirar con más detalle, reparé en los tres cierres que tenía aquella mochila, dos a los lados y uno por arriba. Y no pude sino imaginar cómo se desplegarían desde aquellas bolsas laterales las grandes alas que empezarían a brotar. Alas para levantar el vuelo, alas para andar por el mundo y la vida sin la mano de sus padres. Pero también imaginé para que serviría la cremallera superior; y pensé que quizás ahí estaría algo escondido por si las alas fallasen; oculto estaba un paracaídas. Si, ese paracaídas que tarde o temprano todos necesitamos en esta vida cuando sentimos ir en caída libre.

     Desapareció tras de la puerta y con un hueco en el estómago continué con mi camino. Alrededor de medio millar de kilómetros tuve que conducir en soledad la tarde del sábado pasado para regresar a casa, de dónde había salido siete horas antes ese mismo día para dejar a mi hijo en la universidad, dónde eligió el estudio de las rocas, de los suelos, y del agua subterránea: Ingeniero en geología.

cesarelizondov@gmail.com    


Tauromaquia, por un villamelon

 Publicado el 16 de Agosto de 2015 en revista Círculo 360 Domingo, del periódico Vanguardia

   El bisoño turista visita el museo de Louvre en París y se siente estafado al encontrarse de frente al sfumato de la Mona Lisa: Un pequeño cuadro de 77 por 53 centímetros con menos encanto que las pinturas colgadas en su habitación del hotel. Igual sucede con cualquier tipo de arte como el de Rodin o Bernini, de Picasso o nuestro Diego (no el argentino), y un largo etcétera de formas, corrientes y técnicas que se extienden a distintas disciplinas alcanzando hasta los archivos digitales con música de Vivaldi y a los empolvados y repletos estantes de las bibliotecas llenos de literatura esperando a ser descubierta por alguien. Si no leemos a Shakespeare, su obra no pasa de ser un montón de letras que pegadas forman palabras impresas sobre una pila de páginas.

     Así entiendo que la tauromaquia es un arte no descubierto o no apreciado por muchos, y ya con esto tengo para que algunos me recuerden a mi madre, pero antes vayamos con mi abuelo Pepe: fue un apasionado de la fiesta brava cuya imagen recordada por todos es una fotografía de él recargado en el burladero con su boina, con la vista en el horizonte y un cigarrillo sin filtro entre los dedos. Su pasión lo llevó a ser cronista taurino en Monterrey y fue ampliamente conocido y respetado en peñas regiomontanas. Heredó en mi homónimo tío la gallarda valentía de pisar el ruedo y en mi prima Gaby la facilidad para saber acompañar el conocimiento de la escritura; pero en mi padre no hubo rastros de torero. Y si bien mi padre no censuraba a lo que coloquialmente llamamos los toros, tampoco lo procuraba; de manera que crecí con mis propias aficiones alejado de la tauromaquia.

     Y así me pasé los años con esporádicas apariciones en los cortijos y plazas con más intención social que cultural, artística o deportiva. Hasta que un día mi buen amigo Gerardo Treviño me invitó a una corrida en la Plaza Armillita de Saltillo. La percepción de los sentidos me hicieron evocar vívidas memorias de niñez y juventud: El olor a tierra húmeda y seco estiércol me regresó a cuando descornábamos, castrábamos y marcábamos a fuego y hierro el ganado de mi primo en Ciénega de Flores. Escuchar los bramidos de la bestia me llevaron a cuando iba invitado al rancho El Roble en la carretera a Torreón, dónde los trabajadores improvisaban un pretal y nos montaban a jinetear becerros. La vista de salida por los toriles de la imponente figura del toro de lidia irrumpiendo en el ruedo me hizo temblar las rodillas como cuando en el cortijo del Rayito algún domingo de rodeo nos bajamos a participar en el toro-gol, modalidad en que teníamos que pasar por las porterías a una vaquilla, que al momento de embestir era como ser arrollado por la defensiva entera de los Burros Pardos del Tec de Saltillo. La sensación del aire, la tierra y la brisa en la cara, me pusieron de vuelta en los criaderos a dónde solemos conseguir el lechón o cabrito para festejar con cualquier pretexto. Y claro, el gusto de pasar por la garganta el licor que llevaba en la bota de vino, fue la cereza en el pastel de todo el preámbulo para disfrutar de la fiesta.

    Pacientemente, como quien le habla a una persona de diferente idioma, Gerardo me instruyó de todo lo que iba pasando en el ritual y el porqué de cada cosa: El paseíllo y el saludo, el tercio de varas o de quites y la razón de los puyazos, el tercio de banderillas y el porqué de las mismas, y finalmente el tercio de muerte y la muleta. Todo salpicado de explicaciones para apreciar lances de verónica, gaoneras, lances naturales o de derecha; luego de todo eso, la calificación o trofeos concedidos al matador por el juez de plaza. De no haber sido por Gerardo, aquello habría sido como turista queriendo apreciar a la Gioconda sin conocer el contexto e historia que la acompañan.

    Y si, ya sé que al debate que nos inventan ahora nuestros políticazos habrá que ponerle el asunto de la crueldad hacia los animales y todo aquello que se piensa políticamente correcto aunque sea científicamente inexacto. Pero antes habríamos de procurar y garantizar humanidad y dignidad para los humanos. Insisto a nuestras autoridades para que revisen el tema de la inseguridad pública dónde nuevamente la modalidad de extorsión está a la orden del día.

      No desviemos a la fiesta brava la atención de lo que realmente importa. Igual que los animales de consumo humano, se pueden criar, sacrificar y desangrar los toros de lidia, especie rebasada por la selección natural de Darwin para subsistir sin los cuidados del hombre y que los anti taurinos no van a criar; pero que por favor, que no se desangre la afición de tantos amigos míos, ni desangren la memoria de Armillita, ni de mi abuelo.

cesarelizondov@gmail.com

El Acuerdo

   Publicado el 09 de Agosto de 2015 en revista Círculo 360 Domingo, del periódico Vanguardia.

  Versión feminista ampliamente difundida para establecer el tono de esta historia: Se dice que si los cerebros pudiesen rescatarse como otros órganos y luego venderlos a quien los requiera, sería más caro comprar un cerebro de hombre que uno de mujer, dicen ellas que porque el de los varones estaría sin usar, nuevecito pues.

    Pues la historia es la adaptación de un tipo de acuerdo que quizás hayas visto en películas y series de televisión. Parejas que podríamos calificar de amplio criterio, de mente abierta, liberales le llaman otros, se dan la oportunidad de soñar despiertos con una especie de permiso para darse la libertad de cumplir sus fantasías: Cada quien hace un listado de cinco personas con las cuales podrían tener una aventura de darse la ocasión, con la anuencia de su contraparte para no reclamar nada si el improbable caso se hiciese realidad. ¿Machista? ¿Feminista? ¿Enfermo? Socrático me considero para responder esas preguntas.

    Él, tiene una vida interesante. La naturaleza de su trabajo lo pone constantemente en situaciones ventajosas para el acuerdo: Pasa mucho tiempo en esos remansos de anonimidad que se prestan para ser quien no eres, los aeropuertos. Igual tiene una gran cuenta para viáticos que lo ponen en las mejores mesas de los más reconocidos restaurantes, también se hospeda en los mejores hoteles y sus juntas de trabajo son en las zonas más exclusivas de las ciudades a las que viaja. Él piensa que se merece lo mejor, lo inalcanzable; piensa también que en algún momento, una afortunada casualidad pondrá en su camino la ocasión de hacer válido el acuerdo.

   Ella, parecería vivir en la época de la postguerra: Ama de casa, dedicada a los hijos, sus relaciones sociales se limitan a cuando su marido está en casa y es voluntaria en un par de fundaciones. Claro, vive lejos de su tierra, por lo tanto de su familia. La buena vida la ha llevado a dejar de lado el desarrollo profesional que pudo haber tenido con los estudios que cursó en su juventud, pero se sabe realizada porque ha elegido por su cuenta, sin presiones, sin imposiciones. Sabe que para disfrutar la vida hay que valorar lo que se tiene al alcance.

     El acuerdo, claro está, fue a petición de él. Ella pensó en un principio que no cambiarían mucho las cosas; presentía sin tener bases para creerlo, que su pareja tenía sus escapes de cuando en cuando y que el acuerdo lo vería él como un permiso de lo que ya hacía más que como una nueva modalidad. Sin nada que perder, pensó ella, accedió al acuerdo que no acababa de entender bien. Total, el hecho de ser una mujer que respetaba las convenciones sociales no la convertía en una monja enclaustrada; ponerle sabor a la vida le podría sentar bien.

      Por su lado, él estaba aburrido de las insípidas aventuras que Master Card puede comprar y la idea del acuerdo le dio la ilusión de poder moverse con cierta libertad en las junglas de luces y asfalto, todo en busca del tipo de trofeo que todo hombre cazador quiere, trofeo que tiene que ver con un instinto de millones de años y especies que lucha contra la evolución de miles de años de una sola y superior especie. Iluso, con la arrogancia y el ego del hombre, y pensando con el órgano que algún@s dicen pensamos los hombres, le dio la lista a su mujer, una lista bastante universal e inalcanzable, diría yo: Angelina Jolie, Scarlett Johanson, Halle Berry, Barbara Morí, y, supongo que también por instinto de empoderamiento, a Hillary Clinton.

   Ella vio la lista y se quedó sin habla. Él supo que algo había entendido mal y pensó que su esposa estaría por echarse para atrás. Por primera vez en su vida la presionó para hacer algo, la urgió a seguir con el acuerdo e insistió en ver la lista de ella. Ella solo le dijo que si se empecinaba en ver su lista, tendrían que honrar el acuerdo. Él accedió a seguir el acuerdo hasta las últimas consecuencias, según su óptica, era casi como un juego. Pensaba que si él la tenía difícil para hacer realidad alguna de sus ambiciosas fantasías, para ella sería imposible concretar una aventura con los nombres de su lista.

     Pero esta fue la lista de ella, bastante original y a la mano, diría yo: El joven jardinero, el gerente del banco, el compadre que levantaba pesas, la vecina Susy, y, supongo que por un instinto de empoderamiento, el Pastor con acento extranjero del oficio dominical.