Manejando

Recordé aquella película, Mecánica Nacional, comprobé nuevamente que nuestra educación, cultura, raíces e idealismos son reflejados por nosotros los mexicanos de formas que ni siquiera imaginamos, esta es una pequeña historia que se repite cada día, en cada ciudad del país.
Era un día como cualquier otro, tan normal era ese día que creo haberlo vivido cientos de veces; tenía que hacer algunas compras y me dirigí en mi automóvil al supermercado. Como hombre de esta época, iba con el tiempo encima; cuadras antes de llegar, escuche el molesto ruido de una sirena, -que mala suerte-, me dije, -lo que menos necesito, darle el paso a una ambulancia-. En eso me percaté que venía detrás de mí, -ya no suena tan molesto, ya es canto el de la sirena-, empecé a sonar el claxon, hice gala de humanismo, dejen pasar los heridos, era el mensaje que daba, me sentí como Moisés al despejarse la calle, así que me aproveche del camino que se abría, primero ceder el paso, después pegarse detrás, pisar el acelerador y hacer como que sigues la procesión hasta el hospital; dos minutos debí ahorrar gracias a aquella emergencia, dios bendiga a los enfermos.
Ingresé al estacionamiento del supermercado, como de costumbre estaba totalmente lleno, así que empecé el ritual de gastar gasolina dando vueltas por todas las filas para acomodar los vehículos en batería; al final del lote, quedaban tres lugares disponibles, los más alejados a la entrada de la tienda, los rechacé al igual que la docena de automovilistas que buscaban el lugar más cercano posible en un afán de economizar pisadas, así perdieran todo el tiempo y combustible de que disponían. Después de varias vueltas, observe que una familia salía del local, cada miembro de aquel clan cargaba una bolsa, como cazador furtivo, cuidadoso de no hacer ruido y de no parecer impaciente, sostuve la velocidad en lo más lento que pude para ir flanqueando a aquella familia hasta su automóvil, así, llegamos hasta el final del estacionamiento, solo para verlos salir e irse a sentar en la parada de autobuses.
Otra vez buscar lugar, ya con algo de impaciencia mis modales sucumbieron, en una intersección, pude sentir la mirada de una mujer madura, tenía yo el honor del paso, pero bien podía ceder, aquella dama esperaba un acto caballeroso, lo único que logró, saber que yo la ignoraba; está es la selva, pensaba, yo tengo que ver por mí, ¿por ella?, no es mi problema. Otras vueltas por ahí.... Por fin, la oportunidad, un joven subiría en su auto, justo donde yo pasaba, quedando yo por un lado, por el otro, otro carro, no veía al conductor, pero querría ese lugar, a mí me pertenecía, por nada lo perdería; mientras tanto aquel joven disfrutaba su momento, se sabía poderoso, tenía a dos a su merced, con sus aires de nobleza primero admiro su coche, sabía que lo esperaríamos, gozaba al vernos sufrir, se subió como si fuera anciano, lento a pesar de su juventud, una vez estando adentro, vio primero sus espejos, ¡como si alguien los moviera¡, después encendió la radio, algo importante iría a oír, después la calefacción, pobre tipo, tendría frío, por supuesto el cinturón, era lo único importante, por último se peinó, la apariencia es trascendente. Finalmente arrancó el auto, a pesar de los pesares, buena cara le di yo, esto ya no era la selva, esto es civilización, amablemente le di el paso, pues me cedía su lugar, por fin me estacionaría, ya podría yo hacer mis compras; en eso me di cuenta del auto que estaba enfrente, otra vez la anciana dama, está vez no pude esquivar su mirada, está vez me suplicaba, con sus ya cansados ojos, el lugar para su auto, un lugar para sus años; está es la selva, pensé, aquí es la ley del más fuerte, y como soy el más fuerte, escogí darle el lugar.

Por fin, un alto a los excesos

Para publicarse el 21 de Octubre de 2005 en El Heraldo de Saltillo
Por César Elizondo Valdés

Para variar, la sección deportiva es la portadora de las buenas noticias, esta semana le toco a la Asociación Nacional de Básquetbol en Estados Unidos (NBA) dar la nota que regresa la confianza en el futuro de las nuevas generaciones. La NBA publicó su “código de vestuario” cuya finalidad es darle a los millones de aficionados al deporte ráfaga una imagen positiva de los jugadores y de la liga en general.
Los que seguimos los deportes asiduamente, hemos sido testigos de los negativos cambios en la imagen de los jugadores en los últimos años, empezando con la imagen física para terminar con la imagen social de muchos de ellos; iniciando precisamente en la NBA con la aparición en escena de Dennis Rodman con los toros de Chicago a principios de los noventa, jugador de grandes facultades que al final de su carrera fue más recordado por su tatuada piel y sus múltiples orificios para pendientes por toda su cara y cuerpo que por sus logros dentro de la cancha, y vaya que estos fueron importantes. En el tenis, hace aún pocos años era practicado con la etiqueta de vestir de blanco, a finales de los ochenta apareció André Agassi, un joven que retaba al flemático torneo de Wimbledon con pantalones cortos de mezclilla y con una melena que a diferencia de Sansón parece que a él no le ayudaba, ya que al perder el cabello y vestir con madurez alcanzó sus logros más importantes; hoy, el tenista de elite mundial, el español Rafael Nadal, parece vestido para lavar su auto cada vez que sale a jugar. En el fútbol americano, dentro de la NFL, han proliferado los jugadores que presumen un larguísimo cabello que ni siquiera permite leer el nombre que el jersey tiene impreso en la parte posterior. Los escándalos fuera de las canchas, por supuesto están acordes con lo que se ve dentro de ellas.
Las equivocadas teorías de los años setenta que pregonaban dejar a los niños actuar libremente sin medir consecuencias en la búsqueda de la felicidad y la realización por la vía de una libertad mal entendida se extendieron hacía afuera de los hogares hasta llegar a todos los ámbitos siendo los más notables los deportes y los espectáculos, dejando a una sociedad incapaz de discernir entre la libertad de expresión y la expresión irresponsable. Una generación completa no aprendió a respetar lugares, horas, eventos y personas para apegarse a las reglas de los demás, esperando que los demás se amoldarán a ellos. El resultado, ver ahora los ejemplos que no queremos que sean el modelo a seguir de las nuevas generaciones.
Muchos empezamos a creer que estamos presenciando el parteaguas entre una sociedad que ha sido complaciente, materialista, narcisista, hedonista, y una nueva sociedad cuyas características serán estar apegada a los principios morales, las buenas costumbres, la espiritualidad, el mérito. Las acciones emprendidas por la NBA se suman a las que empiezan a tomar las grandes corporaciones que buscan perfiles de personas con un alto nivel de respeto a su entorno, a si mismos y de incuestionable integridad. Los nefastos casos de Enron Corporation, Martha Stewart, en nuestro país de Jorge Lankenau, Angel Isidoro Rodríguez “el divino”, Carlos Cabal Peniche, son reflejos individuales de lo que hemos sido como sociedad, son sucesos que apresuraron la percepción de las personas en cuanto a que tipo de gente no debe liderar este mundo.
Aplaudamos la decisión de la NBA de meter en cintura a todos los empleados que trabajan para sus socios; esperemos que las demás organizaciones deportivas alrededor del mundo emulen sus políticas; exijamos de nuestros proveedores de servicios, entretenimiento y bienes que sus representantes nos atiendan con la pulcritud que nuestro favor merece. Eduquemos a nuestros hijos para que entiendan que en ocasiones no solo tienen que ser, también tienen que parecer...y que en otras no solo hay que parecer, también hay que ser.

¿Tu preguntas?

Consultó su caro reloj, el de extensible de oro, le gustaba admirarlo, o admirarse al reflejarse, en fin, a pesar de su reloj, llegaba tarde de nuevo, la impuntualidad, su sello; se estacionó en su lugar, el marcado con azul, de los discapacitados, tenía una buena salud, pero consiguió una placa que le brindaba ventajas, algún día quien lo sabe, podría acompañarlo alguien con capacidades diferentes; una vez en su despacho, sentado ante su escritorio de caoba bien labrada, abrió el cajón principal, sacó su finísima pluma, recuerdo de una aventura, firmó algunos documentos, que sabía nunca honraría, buena calidad de tinta, una firma estilizada, estampadas en papel, carentes de toda valía.
Al salir de su trabajo, se fue a su club deportivo, el más exclusivo de la ciudad, el de mejores instalaciones; pasó de largo el gimnasio y se dirigió al bar, una vez estando ahí, ordenó el mejor cogñac, otro más y uno tras otro, abusó de aquel licor, al final, ni le gusto, una vez más, la cantidad vencía a la calidad. Salió bastante achispado, subió al auto deportivo, el más nuevo, el más lujoso, cruzó toda la ciudad, a toda velocidad, sin respetar las señales, sin cultura al conducir. Llego a su pequeña casa, se recostó con su amante, tras unos breves intentos, se fastidió y se marchó, ni siquiera le cumplió. De ahí fue con su familia; al llegar, todos dormidos, encendió el televisor para ver el noticiero, se enteró de lo de siempre: empresarios como Ahumada, funcionarios como Ponce, congresistas Bejaranos, candidatos sin vergüenza; entonces se preguntó, igual que otros mexicanos, ¿Por qué me tocó vivir entre tanta corrupción?
Este era otro mexicano, de otro estrato, otro linaje; limpiar era su trabajo, pisos, paredes y techos, sin olvidar papeleras, con acceso a todas partes, todo requiere de aseo. Primero, limpiar los baños, verificar los jabones, el papel y lo demás; como lo hacía desde antaño, tomaba sus provisiones, solo un rollo de papel, la pastilla del jabón, un solo aromatizante, total, para aquella inmensa empresa, no significaba nada, por otro lado, en su casa, a economizar les ayudaba. Después, limpiar oficinas, sus hijos, desde pequeños, por lápices no paraban, una pluma y unas grapas, hojas, borrador y regla; la mejor explicación: en la escuela no les daban.
Llegó la hora de comer, se dirigió al comedor, usted sabe como es eso, hoy todo está porcionado, aprovechó y se guardó unos sobres de la sal, otros tantos del azúcar, dos sobres de mayonesa, de mostaza solo uno, tres de catsup por si acaso, y claro, las servilletas, sin olvidar los cubiertos. Al fin y al cabo esos sobres, muchos otros los tiraban.
Así era un día normal, la rutina era su cruz, pero al ocultarse el sol, a su hogar por fin llegaba, vaciaba su morralito, siempre lleno de sorpresas, total, como ya dijimos, con eso a nadie afectaba. Una vez todos dormidos, tenía tiempo para él, esta vez prendió la tele, quiso ver el noticiero, se enteró de lo de siempre: empresarios como Ahumada, funcionarios como Ponce, congresistas Bejaranos, candidatos sin vergüenza; entonces se preguntó, igual que otros mexicanos, ¿Por qué me tocó vivir entre tanta corrupción?