¿Porqué disparan a civiles?

Publicado el 26 Oct. 2010  en El Heraldo

       Aún sin viajar en un vehículo de los llamados 4x4 tuvimos que parar en el primer retén todavía dentro de Nuevo León. Un militar cuya edad se asemeja más a la de mis hijos que a la propia nos invitó amablemente a salir de la camioneta familiar tipo minivan y una vez abajo me indicó que realizaría una inspección rutinaria para lo cual pedía nuestra cooperación alejándonos poco más de un metro del vehículo.



Se acercaron sus compañeros, quienes igualmente denotaban más pubertad que experiencia. En pocos segundos cada quien cumplió con su tarea: Uno daba pequeños golpes en las salpicaderas checando que no estuvieran rellenas, otro revisaba el equipaje, un tercero inspeccionaba cada centímetro de las vestiduras; todo mientras quien dirigía la operación no dejaba de tener la vista clavada alternativamente en cada miembro de mi familia.



Una vez terminado el escrutinio aquel joven agradeció nuestra actitud a la vez que nos deseaba un feliz viaje. Ya en territorio tamaulipeco volvimos a pasar lo mismo en otro puesto de comando y antes de abandonar el país repetimos el proceso por tercera vez. Cruzamos a los Estados Unidos donde los agentes norteamericanos nos parecieron menos intimidantes que como los recordábamos.



Días más tarde regresamos y prácticamente repetimos la rutina en cada puesto aduanal. Reflexionando que hace años una revisión de este tipo la habría calificado de prepotente y excesiva, caí en cuenta de una dolorosa realidad en la que identificar a la delincuencia ha encontrado peligrosas aristas: Los civiles cometen delitos, y es entonces que se etiquetan como fugitivos.



Después de esa experiencia empezó a parecerme ridícula la forma en la que opinión pública, comunicadores, académicos, políticos y líderes empresariales han venido calificando la actuación de nuestras fuerzas armadas (todas ellas) en el combate a la delincuencia. Escucho constantemente la implacable condena a nuestros soldados que han cometido el error de confundir civiles que hacen caso omiso a un mandato de inmovilización con civiles que realizan delitos mayores. Hace tiempo que el estereotipo caricaturizado por Paco Calderón en importantes medios nacionales y retratado por Luis Estrada en su película ha dejado de ser el perfil del crimen organizado. Solo con imaginar que uno de nuestros hijos estuviese enfundado en uniforme militar ó de policía nos daría la razón para que disparase contra todo lo que se moviera, entendiendo en un principio que civiles agrupa a todos los que no somos fuerzas armadas: Delincuentes e inocentes, no existe el traje de civil ni el atuendo de criminal.



Por todo lo anterior y por lo sucedido la madrugada del domingo pasado en nuestro Saltillo decido hoy escribir esta columna. Mucha pena me ha dado leer en las redes sociales y en los medios electrónicos como se lanzan acusaciones contra gobiernos federal y estatal en una estéril guerra de palabras entre simpatizantes y detractores de ambos regímenes. No me parece inteligente ni justo aplicar moralmente la prueba de balística a gobernantes y fuerzas armadas cuando esa culpa recae totalmente en el crimen organizado. Dos hechos reconocidos oficialmente por la fiscalía en las últimas semanas nos indican claramente que el sureste de Coahuila ya no esta aislado. Es hora de sumar fuerzas armadas, logística y voluntad entre niveles de gobierno; es hora de restar enconos y posturas partidistas ó electoreras. Pero sobretodo, es hora de darle todo el respaldo moral de la sociedad a nuestras fuerzas armadas para resolver tan grandes problemas. Yo si creo en nuestro ejército y en los buenos policías.
 cesarelizondovaldez@prodigy.net.mx