Chango viejo


publicado el 29 de abril de 2018 en Círculo 360, de Vanguardia
Por César Elizondo Valdez

De manera coloquial decimos y aceptamos el concepto del hombre como descendiente del chango, soslayando un reproche del rigor científico: no todos los primates son monos. La realidad habla de un parentesco entre la especie humana y otros animales con los cuales compartimos casi el 99 por ciento de la dotación genética, tal es el caso del chimpancé y el gorila. Pero no somos sus padres, tampoco somos sus hijos; primos, podríase decir. Es en esa minúscula diferencia entre el ADN de unos y otros primates, donde encuentra cabida el aforismo del doctor Rama: “Cualquier mono puede alcanzar un plátano, pero solo los humanos pueden alcanzar las estrellas”. ¡Pum! De ahí entendemos al hombre como encargado de también, crear un abecedario, luego juntar letras para formar vocablos, y después, darle acomodo, puntuación y forma a esas palabras en obras tan bellas, profundas, reveladoras y abstractas como un poema, una novela o un cuento; un ensayo o texto académico; una columna de opinión o un reportaje.

Larguísima introducción, más larga que la cuaresma dirán algunos, sirva para contextualizar en el tema de la escritura a este aprendiz de prosista, quien, en la búsqueda de hacerse de técnicas, conocimientos y otras formas de bagaje para avanzar en su modo alternativo de profesión, atendió el año pasado la invitación de la Universidad Iberoamericana en su centro de extensión Saltillo para cursar un Diplomado en Estudios y Creación Literaria.

De la mano del referente en nuestra región para estos menesteres, el Maestro Alejandro Pérez Cervantes, hice mi mejor esfuerzo para no desmerecer ante un variopinto y competente grupo de hambrientos estudiantes compuesto por caracteres tan disímbolos como ocupaciones y edades, estilos, sueños y grandes ideales hay; para encontrarme con conceptos tan extraños para mí como rizomas, diégesis, prosopopeya, ucronía, écfrasis... para conocer a teóricos como Genette, Barthes, Perec, Minto, Gombrich; todo para aterrizar apreciando a los familiares Bolaño, Ibarguengoitia,  Pizarnik o Auster, a monstruos como Vargas, Gabo, Borges y Rulfo,  claro, a las nuevas caras como Carlos Velázquez, Mendoza, Luiselli, Fernanda Melchor o el mismo Alejandro, así como a los desperdigados Chesterton, Bernal, Kerouac, Serna. Si, aprender a leer para saber escribir.

Pude aprender que, en la novela, el poema o el cuento, podemos (debemos) anhelar encontrar fondo sin perder las formas; así como en el periodismo o lo académico, se puede aspirar a la estética de la sangre en el estilo sin abandonar la fría ética en el apego a los hechos. Aprendí de un impresionante racimo, a diferenciar entre distintas figuras retóricas. Aprendí también que, aunque en la literatura y el arte concurren solo un puñado de temas con verdadero sentido trascendental para el hombre y por tal todo esta dicho, siempre existirán abundantes recursos literarios, manejos del tiempo y el espacio, estilos y vanguardias, percepciones, avances tecnológicos y nueva información, para abordar cualquier tópico desde nuevas dimensiones, ampliando así los horizontes tanto del lector, como del mismo escritor.

Por supuesto, cualquier forma de proverbio viene cargado de una fuerte dosis de sabiduría, pero, aun y cuando compartimos con el mono ese gran porcentaje del genoma, nuestra diferencia se torna tan abismal en ese poco por ciento de ADN distinto, que así, yendo en contra del expertiz del aforismo, este chango opinador, sigue y seguirá intentando, nuevas formas de hacer maromas.  
cesarelizondov@gmail.com