Leer. Mágicas palabras

Publicado el 24 de Agosto de 2014

     Durante mucho tiempo me pregunté si los cines que exhibían películas de contenido sexual le hacían algún pago por sus servicios a los mentores de las escuelas católicas en Saltillo. Y es que estos se convertían en los máximos promotores de las cintas prohibidas con simples y  mágicas palabras que nos decían: No se les ocurra ir a...

     En muchas ocasiones, ni siquiera nos habíamos enterado de lo que pasaba en la ciudad y las inocentes advertencias nos arrastraban imantados hasta cines, conferencias, teatros, conciertos y cualquier tipo de evento censurado desde el manto protector del conservadurismo.

    Me quedo clara la infinita estupidez del proteccionismo dictado desde el sentido doctrinal cuando finalmente y después de años vi uno de los filmes más atacados de Martin Scorsese: La Última Tentación de Cristo, cinta que, aunque no es la intención original del libro, se convierte en un auténtico llamado para apreciar positivamente a las religiones cristianas.
La película prohibida de Scorsese

     Y por supuesto que Scorsese no hizo más que llevar al séptimo arte la obra escrita de un impronunciable autor griego que solo quería decirnos que no existe tentación más grande que ser un hombre común, negado a su destino y en una existencia sin sacrificios.  Pero ya voy desvariando, para variar.

        Entonces volviendo (o iniciando) con el tema original, durante la semana que termina, nos encontramos con una nueva campaña de Vanguardia: Leer. Vimos anuncios en el periódico, habrá otros en las paradas de autobuses, espectaculares en diversos puntos de la ciudad y otro adosado a la fachada del edificio de Carranza y Chiapas. Ingeniosamente, Vanguardia acuñó con grandes letras cosas como “Leer mata”, “Leer engorda”, “Leer destruye”; seguidas de frases simples en letras pequeñas como el aburrimiento (para mata), la inteligencia (para engorda) o el analfabetismo para destruye.
Campaña de Vanguardia
       Son palabras que inmediatamente captan nuestra atención. Una vez enganchados con la propuesta, se nos invita a leer lo que queramos, a leer más. Y ahí es donde finalmente me pregunto qué pasaría si los adultos de hoy hacemos algo parecido a mis mentores del ayer, es decir, deslizar en charlas casuales las mágicas palabras de la censura. Puedo imaginar en su rebeldía a las adolescentes por la noche, cobijadas sobre su cama con la lámpara del celular enviando luz sobre el libro maldito, hojeando Las Sombras de Grey en lugar de estar viendo el torso desnudo del nuevo galán de la vieja fórmula de las telenovelas; imagino a jóvenes varones devorando clásicos que antes no quisieron leer porque recién escucharon que ahí el sexo es tan explícito como en la pornografía de la red; imagino adultos leyendo libros del tipo Código Da Vinci o México Negro para dar rienda suelta a sus cuestionamientos, reclamos y orgullos, religiosos o patrioteros. Como bien dice Vanguardia en su campaña, leamos lo que sea, pero leamos más.


     Si pudiésemos despojarnos de falsas poses y ataduras, o si pudiéramos entender que la juventud es curiosa por su edad y naturaleza más nunca por maldad, si aceptásemos que es mejor morir sabiendo que vivir ignorando, y si lográramos convencernos que una mente abierta es una mente más sana, seguramente podríamos jugar a soltar las mágicas palabras no con la finalidad de la censura, sino con la esperanza de despertar la lectura.

    Y es que cuando la gente descubre que existe más sexo en un escueto libro de su casa que en una apasionada luna de miel, cuando ve que las enfermas relaciones descritas en los libros de García Márquez son más torcidas de lo que terceros ventilan en Facebook, Twitter o el diabólico Secret, cuando sigue un razonamiento de Conan Doyle, Agatha Christie o Allan Poe para que sus detectives capturen al asesino en lugar de seguir la sección policiaca del noticiero local, cuando se entera que el personaje de la historia escrita siempre tiene muchos más matices que el protagonista de la película, o cuando se identifica ante una situación planteada por el autor, o cuando se sorprende a sí mismo yendo al fondo de las cosas en lugar de conformarse con lo que siempre le han dado, es ahí, es entonces que el lector queda para siempre atado, enamorado, de las mágicas palabras.

cesarelizondov@gmail.com

México, D.F.

Publicada el 17 de Agosto en 360 La Revista, de Vanguardia

    Aun cuando soy tan mexicano como un mariachi, como el tequila o como el Compayito, y aunque tengo un estomago más curtido que diputado en Puerto Vallarta, fui víctima de “La Venganza de Moctezuma”. Cierto, el mexicano es mestizo y quizás por eso hemos perdido mucho de herencia Azteca en cuanto a fortaleza física.

    Antes de salir a las vacaciones familiares hube que prepararme para el vía crucis que me platicaron: Papeles del auto en orden, licencia vigente, verificación vehicular, tipo de sangre de mis abuelos, nombre y pedigrí del perro así como monedas de distintas denominaciones distribuidas en diferentes bolsillos para sortear imprevistos. Todo fue inútil como descubrirás en el siguiente párrafo.

    Y es que decidí por mi cuenta investigar un poco y me encontré con una exención para el turista que viaja por tierra al área metropolitana del DF, se trata de que los visitantes foráneos puedan circular en sus vehículos sin someterse al programa “Hoy no Circula”. Luego de un pequeño trámite virtual imprimí mis permisos, los coloqué en el cristal delantero del auto y nos fuimos de vacaciones. Primera sorpresa: Jamás, ni siquiera cuando me metí en contra en un túnel de Santa Fe, fui advertido, molestado, frenado o infraccionado por ningún agente de tránsito.

    Rápidamente entendí que el programa para limitar la circulación fue brillantemente consensado como una cuestión ecológica siendo su verdadero fondo una aspirina logística para las vialidades de la gran ciudad. Segundos pisos, sistema de metro, autobuses, taxis y peceras siguen siendo insuficientes para trasladar eficientemente a más de 20 millones de personas, más un buen de población flotante.

   
Entonces descubrí que tenían por muchas partes estaciones con bicicletas en horarios 24/7; es decir que están disponibles para el capitalino todos los días y a todas horas. Recordé mi tierra y no pude resistir la insana costumbre humana de hacer comparaciones. Entre programas y acciones definidas desde la necesidad de invertir recursos en aras de aliviar el tránsito y otros que se implementan desde el mexicanísimo recurso del Copy-Paste, no pude sino sacar una conclusión: Dichos programas deben obedecer en primera instancia a una necesidad de transporte, no de ocio.

     Viví una especie de Ruta Recreativa en la avenida más emblemática del país: Reforma. Con la diferencia que la naturaleza de dicha calle hace posible el tránsito por laterales así como el acceso vía metro sin restricciones. Una vez más, primero la necesidad de una ciudad, después el ocio.

     Y un Centro Histórico donde los mismos negocios que en mi ciudad hacen malabares para omitir las disposiciones arquitectónicas, allá se someten a lo que la autoridad diga. Por supuesto que el visitante debe pensar que es una broma el que nombremos algo como Centro Histórico desde el momento en que accede por el paso a desnivel donde se funden bulevar Carranza con calle Allende y recibe la bienvenida de una obra con vivos rojos adosada al puente, obra modernista y ajena a parámetros coloniales.

     Pero vuelvo al tema original de Moctezuma. Luego de saltar de la estirada cocina de La Imperial a la comida corrida adyacente a la Basílica, de la Casa de Don Toño a la diversificación de la Zona Rosa, y rematando con unos impulsivos y democráticos Dori-Locos en Chapultepec, buscaba por enésima vez un baño y mi vista dio con un letrero que me pareció sarcástico: Los Baños de Moctezuma. Segunda sorpresa: No eran sanitarios, sino el sitio dónde el monarca chapoteaba.

    Al fin llegué a un baño, y nuevamente una sorpresa: Estaban impecables, igual a los que había visitado en otros lugares. Entonces entendí que tantas gratas sorpresas descubiertas en mi visita a la ciudad de México poco tenían que ver con sus gobiernos, eran más bien fruto de una población que ha ido creciendo culturalmente a la par que demográficamente.

     No vi por ningún lado al estereotipo provincial del Chilango, en su lugar encontré mexicanos que han sabido convivir en y con la gran ciudad. Encontré mejores caras y servicio que en turísticos destinos de baja densidad poblacional.

   Sé que nunca será igual la percepción del visitante desde el matiz turístico frente al laboral. Pero ahí está el detalle, me traigo no lo que descubrí como turista en el DF, sino lo que vi en su gente y que sería genial implementar en nuestras pequeñas ciudades: Una sabia relación gobierno-pueblo dónde uno hace lo que le corresponde, y otros aprendemos a respetar sitios, programas y personas.


cesarelizondov@gmail.com

Doble mal

Publicado el 10 de Agosto de 2014 en Revista 360, de Vanguardia

     Esperaba el cambio de luz ante un semáforo cuando lo vi. Desde la ventanilla del auto parado unos metros adelante de mi avanzo resuelto hasta donde me encontraba; su complexión, facciones y tez eran como las de cientos de personas que diariamente vemos en los cruceros, pero su vestimenta denotaba algo diferente en este paisaje urbano símbolo de países en desarrollo, por no decir tercermundistas.

    Cuando escuche su voz y su petición supe que se trataba de un extranjero: -Una ayuda para llegar al norte- me dijo con inconfundible acento centroamericano. – Vengo desde Honduras y quiero llegar a los Estados Unidos-.

      En una adaptación del Aleph Borgiano (Borgeano diría Jorge Luis)  en tiempo y no en espacio en que todo cabe entre el terminar de la frase de una persona y la respuesta de su interlocutor, se agolparon en mi mente toda clase de razonamientos e historias, recuerdos y prejuicios, consejos y sentimientos que uno pueda experimentar en una situación cuasi normal como esa:

     Primero me di cuenta de que me podría convertir en otra víctima más de una leyenda urbana por traer las ventanillas bajas y ser despojado hasta de herencias no recibidas. De un verdadero legado de psicosis social pasé inmediatamente a mi lógica convencional y al instante comprendí que además de una cajetilla de cigarros, poco podría perder porque no cargaba un centavo.

     Por supuesto que vino a mi mente algo que en alguna parte leí: No existe el altruismo puro. Detrás de cada acto de bondad, solidaridad, compasión o generosidad, se esconde la gigantesca necesidad de cubrir propios vacíos de quien hace un acto bueno.

      Igual repasé rápidamente otra coartada perfecta para desentenderse de la caridad de aquellos que somos de corazón correoso: No regales el pescado, mejor enséñalos a pescar. Y es que de verdad que no hay mayor ayuda que dignificar la vida de los demás a través de oportunidades de superación en lugar de la piadosa limosna… Pero también es verdad que fuera de tu entorno careces de las cañas para pescar y por lo general ni un manantial existe donde arrojar un anzuelo.

      Recordé el dolor de mi madre muy cerca de navidad cuando la embistieron a unos metros de llegar a la Casa del Migrante con las viandas que mes con mes les prepara a estos nómadas contemporáneos. Volteaba yo de un lado a otro entre policías, centroamericanos, religiosos, voluntarios y mirones, y no sabía si lo que más le dolía era el abdomen o las costillas, o el ver su vehículo totalmente destruido o… el hambre que pasarían aquellos hermanos al haber quedado desperdigado entre fierros y calle todo el alimento que ella llevaba.

      En eso se encendió la luz verde y pude ver en sus ojos un mucho de mí. Ante su interrogante mirada recordé haber estado en el pasado en la posición de pedir algo que alguien más pudo haber concedido por pura voluntad. Solo atiné a preguntarle si es que fumaba y me contesto que sí. Entonces le regale mis cigarros, y fugazmente mientras aceleraba pude ver en su rostro la más grande muestra de agradecimiento y buenos deseos que pueda un hombre encontrar.

    Entiendo que gran parte de nuestra sociedad piensa que ayudar a la gente que está en las calles es fomentar el conformismo, solapar la economía informal y darle oportunidades a la delincuencia. Si así fuera, hice un doble daño porque además le regale a ese pobre hombre algo que produce cáncer.


    No sé, pero si a él le hice un doble mal, a mí me hice un doble bien al deshacerme de unos cigarros y aplacar mis vacíos por medio de la caridad. Nada importa lo que los demás piensan cuando lo imagino por la noche encendiendo un cigarrillo sentado en lo alto de un tren, observando la galaxia, la luna y las estrellas, y dando gracias a Dios por un mundo lleno de esperanza. 

  cesarelizondov@gmail.com

Mini cuento: El Secreto de la Abuela

Publicado el 27 de Julio de 2014

    Ella guardaba ante el mundo un secreto que el abuelo parecía ignorar: Las virtudes artísticas de la nieta que todos creían heredadas del abuelo, ella sabía que genéticamente no eran posibles. Pero él encontraba satisfacción en su vejez y se mostraba orgulloso de los logros de la nieta, que en parte se los adjudicaba a sí mismo. La abuela sabía que aquello no podía ser, pero, ¿Tenía derecho a arruinar la felicidad del abuelo?

    Bastante sufría el abuelo por vivir distanciado de su hijo desde aquella estúpida pelea. Muchos años habían pasado y primero la distancia geográfica había sido la causa y con el tiempo la fría relación fue causante de la nula influencia del abuelo sobre la nieta. Pero él se sentía feliz al pensar que en aquella joven que llevaba su apellido estaba inscrito un ADN con facultades para el piano que él habría iniciado gracias a su pasión por ese instrumento.

    El abuelo presumía de los conciertos de su nieta alrededor del mundo, y se convertía en pavorreal cuando amigos y conocidos le decían que había legado cierto virtuosismo natural. Claro que la tardía devoción y el amor del abuelo hacia la música, como enamorado no correspondido de una Dulcinea, jamás fue retribuido con cualidades o habilidades más allá del promedio; pero ciertamente había sido estudioso y había adquirido, si no pericia, al menos técnica. Pero la abuela sabía que en aquella relación musical abuelo-nieta algo no era como todos los demás pensaban.

    Ese único hijo que tuvieron los abuelos nunca se acercó a un piano. Paso una generación que solo vio como el gusto por tocar aquel instrumento anidaba y crecía en el padre mientras la vida familiar pasaba con más ruido que música. Durante su niñez y juventud, aguantaba pequeños recitales con más respeto al jefe familiar que admiración al artístico padre en las fiestas familiares o cuando algún despistado caía en el error de ofrecerle el asiento para tocar fuera de casa. Por aquella estúpida pelea nunca regresó a al hogar y después de estudiar anduvo por diferentes rincones del mundo dónde hizo una vida lejos de sus padres y de aquellos forzados recitales. Se casó y tuvo una hija que resulto tener un don para tocar el piano, ella creció, se hizo mujer y pianista. Finalmente en la familia había un artista.

        En ocasiones la abuela no soportaba la petulante arrogancia de su marido cuando presumía los logros de la nieta jactándose de haber sido la semilla que había trascendido generaciones en forma de un ADN con facultades para el piano, y no pocas veces había querido gritarles a todos esa verdad que ella conocía. Pero también sabía que no podría hacerle eso al hombre de su vida, quizás no sería injusto, pero si humillante e innecesario.

     Y sucedió que un buen día vino la nieta a visitarlos. Solo la habían visto en un puñado de ocasiones y aquel hombre viejo disfruto como nada en el mundo alternar con aquella aún joven mujer. Durante el brindis que tuvieron más tarde con sus allegados, el abuelo no perdió oportunidad de continuar martillando a todos con sus ínfulas de artista trascendido.


     Y una vez más la abuela guardó silencio y selló el secreto. Y prefirió que el abuelo siguiera diciendo que había transmitido destrezas a su nieta a través de sus genes. Pero igual que siempre, le asaltaba aquella duda: ¿El abuelo había olvidado o prefería fingir para seguir manteniendo la quimérica ilusión? Porque tanto ella como él debían recordar que el piano no había estado siempre en sus vidas y que había llegado a la familia tiempo después de engendrar a su único hijo, el abuelo no había conocido un piano hasta después de ser padre. Así que era imposible que hubiese transmitido genéticamente una pizca de pianista. 

 cesarelizondov@gmail.com        

El ciclo escolar más largo

Publicado el 03 de Agosto de 2014

             ¿Por qué tan cortas las vacaciones? ¿Es que empiezan más tarde o terminan más temprano? No lo sé, pero solo recuerdo que en mi juventud eran largas, más que la cuaresma o discurso de político ochentero. Apenas se va uno acostumbrando a las calles transitables cuando nos sorprende Agosto con la inevitable noticia del regreso a clases con todo lo que ello significa en gasto y logística del Estado y doméstica. Decisiones colegiadas tomadas en función de una realidad social de las familias mexicanas más que desde la eficacia formativa.

     Las decisiones colegiadas son impopulares porque todos los afectados quedan con una muy pequeña porción de su interés. Jamás hay un responsable directo y en muchas ocasiones ni siquiera se discute abiertamente el porqué de una disposición, se disfrazan los porqués con justificaciones políticamente correctas. Son siempre un mal engendro de disímbolas visiones, pero en aras del bien común es lo más justo que se puede hacer. Por eso las democracias tardan tanto en rendir frutos, es largo y sinuosos el camino para unificar criterios por los motivos correctos en la dirección correcta.
    Por supuesto que poco más de un mes es suficiente para suplicar que alguien más se haga cargo de los hijos cuando las casas han quedado semi destruidas, las alacenas vacías y los hogares un poquito más unidos. Pero…

    Somos malabaristas tratando de agradar al dios cronos. Buscamos la cuadratura de acomodar 24 horas de un día con siete días de la semana ante un sinfín de obligaciones, actividades y recreos. Y en medio de esa cultura nos han vendido y hemos comprado gustosos aquello de que es mejor calidad a cantidad cuando hablamos del tiempo que dedicamos a los hijos, pero por otro lado permitimos que en lo referente a la educación académica nos digan algo incongruente con esa idea: Más días y horas en las aulas significa mejores estudiantes y más preparados. Mentira, pienso yo.

      Creo que está más que discutido por profesionales que la atención que podamos prestarle a lo más interesante o urgente que exista tendrá que estar supeditada a las condiciones que nuestro organismo presenta. Lo mismo la alimentación como la estabilidad emocional, igual la estimulación intelectual como el descanso, se limita mucho un ser humano en sus capacidades si en alguno de estos rubros presenta deficiencias. De ahí que una carga excesiva de trabajo siempre termine por ser ineficiente en un grado proporcional al descanso negado.

   Claro que para el tema de educación (como para todo) no faltan los malinchistas con sus conceptos de lo que hacen en países ajenos a nuestra idiosincrasia y realidad. Ojala por un momento entendieran que no todo lo que viene de afuera es lo mejor solo porque lo dice un extranjero de nombre raro, ojala creyeran que de los cerebros mexicanos pueden surgir valiosas opiniones.

    Y de esas propuestas inspiradas en pueblos sometidos por regímenes totalitarios surgen fórmulas que se presentan políticamente correctas como pasar una eternidad en las aulas para justificar la garantía constitucional del derecho a la educación. Pero…


    Pienso en la penosa realidad de una decisión colegiada dónde se habla de estirar los ciclos escolares en busca de un mejor nivel educativo, cuando la verdad es que el Estado hace lo que puede para cubrir con horas aula lo que la madre trabajadora no alcanza a cubrir por la necesidad de un ingreso: El cuidado de sus hijos. 

cesarelizondov@gmail.com