La falsa lluvia y los secos lirios

Publicado el 30 de Marzo de 2014 en Revista 360 de Vanguardia

      Aún con la falsa lluvia los lirios morían junto al estanque, ¿Sabrían aquellos hombres, mujeres y niños que todo aquello podría ser un espejismo? Solo a la distancia alguien sabrá si lo era, pero era lo que les tocó vivir en su época.

     Los niños se mojaban felices bajo el majestuoso torrente de agua sin reparar en que aquello era una falsa lluvia. Mientras tanto, algunos de los varones adultos merodeaban cerca de ahí, reconociendo el terreno en esa práctica inscrita con fuego en el ADN masculino que ha acompañado al humano desde que adquirió conciencia tras la escisión con otros primates: La caza. Y aunque las presas escaseaban y quizás no tenían ellos el conocimiento o concepto de lo que era el edén, se sentían en lo que otros dirían que es el cielo.

    Más allá estaban algunas mujeres que salían de lo que se podría considerar un hogar en busca de mejores o nuevas oportunidades para su vida, y porque no, también cazaban; La liberación femenina ya estaba dentro de su genética. Había otros grupos de hombres y mujeres también guarecidos de la falsa lluvia bajo una especie de tejaban, daban cuenta de lo que podían comer en aquel paradisiaco sitio: Gruesos y jugosos trozos de carne roja con la sangre escurriendo, piezas de aves desplumadas sin más condimento que lo que unas brasas puedan dar, y los menos, consumían incluso pescado.
   Por supuesto, nunca hay nada nuevo bajo el sol y los niños jamás acudían al llamado para comer sabiendo que más tarde sus estómagos lo reclamarían. Todos sentían que eso era disfrutar y vivir la vida, nadie en su sano juicio podría cuestionarlos. Pero en algunos existía un vacío muy difícil de explicar. ¿Todo aquello podría ser un espejismo?

    Todos confluían en torno al pequeño estanque donde extrañamente los lirios morían a su alrededor a pesar de la humedad de aquella forma de presa y aún con la falsa lluvia que sin falta aparecía en algún momento del día.

    Las mujeres tenían la sensibilidad para apreciar cierta belleza en aquel ambiente pero no escapaba a sus sentidos la sensación de que aún donde hubiera alimento, agua e incluso un puñado de árboles, la naturaleza se extinguía. Los hombres difícilmente se daban cuenta del entorno en cuanto a estética, la configuración de su cerebro hacía prácticamente imposible apreciar cualquier cosa que no estuviera en los rasgos más característicos de su género: La caza como ya lo dijimos antes y la seguridad de los suyos.  

     Terminaron de comer un hombre y una mujer al tiempo que volvía a caer la falsa lluvia. Tres niños acudieron al llamado de su madre cuando de repente, el cielo se encapoto tornándose más gris que azul y en cuestión de segundos la verdadera lluvia caía sobre los cuerpos de niños y adultos despojados ya de falsas poses.

     La falsa lluvia que expulsaba cronométricamente la moderna fuente ya no era necesaria y los lirios que morían junto al estanque no sobrevivirían ni con la lluvia del cielo porque no eran nativos de esa zona. Mientras corrían hacia su auto, de pronto la madre se quedó parada para disfrutar y sentir la lluvia junto a la pila de agua artificial rodeada por las mesas del restaurante, su pareja hizo lo propio alzando la cara al cielo permitiendo que las gotas cayeran sobre su rostro. Ambos se dieron cuenta de que ahora si, efectivamente aquello podría parecerse al  paraíso.

     Los miraban perplejos bajo el techo los demás comensales y los varones que estaban de cacería se sonreían con las mujeres que buscaban también algo más en su vida. Algunos de ellos se conocieron en esa tarde de verdadera lluvia, otros seguirían su periplo persiguiendo la razón de una vida.

Los ladrones no dejan dormir

Publicado el 23 de Marzo de 2014 en Revista 360 de Vanguardia


    Eran las tres de la mañana. Estaba profundamente dormido seguramente soñando con un México mejor cuando me despertó mi hija. Me dijo que no la dejaban dormir los ladrones. Apenas escuche la palabra y me levante de inmediato,- ¿Qué dices?-, le pregunté tratando de no evidenciar el pánico que sentí. -Ya te dije- respondió,- no puedo dormir por culpa de los ladrones, los acabo de oír por la ventana de mi cuarto-.

    Dentro de todo el shock que yo sufría me di cuenta de la tranquilidad que mi hija demostraba ante tales circunstancias y no supe si lo que sentí fue orgullo de comprobar que confiaba ciegamente en su padre o miedo de corroborar que los niños no miden el peligro en el que pueden verse inmersos aún sin darse por enterados. Le pedí que se quedara junto a su madre mientras yo iba a dar un vistazo.

   Como usualmente sucede en las películas, me pasó lo que tantas veces hemos visto en esa forma de humor tan eficaz que es la parodia: Como en casa no guardamos armas, estuve de un lado a otro en lo que pareció una eternidad buscando algo que me sirviera para intentar defenderme. De la cocina corría a la lavandería, de ahí a una repisa de un corredor y regresé de nuevo a la cocina; pase del bate de béisbol a un pisapapeles, de eso preferí una escoba y finalmente me decidí por un cuchillo cebollero al que muy tarde recordé que le faltaba filo.

     Siguiendo el manual para emergencias que algún día leí y que debería ser más difundido que el manual de Carreño, encendí algunas luces para hacerle ver a quien estuviera afuera que adentro nos habíamos percatado de su presencia. Esto siempre será más eficiente que el tradicional e inocente “¿Quién anda ahí?”, y como la teoría dice que la mayoría de los ladrones de casa son personas con un bajo sentido de auto confianza además de estar en territorio ajeno, se dice que les basta saber que han sido descubiertos para desistir de sus planes.
    Encendí luego los focos exteriores para tener la claridad de visión necesaria y entonces apagué nuevamente todo el interior de la casa para aventajar en el conocimiento del terreno y por supuesto en la visibilidad. No pude ver nada raro, no escuche nada fuera de lo común tampoco; solamente estaban esas auténticas caricaturas de lo que es un guardián del hogar, nuestros perros Goliath y Burbuja.

     Volví entonces a la cama convencido de que no había nadie ni nada que amenazara a mi familia. Mi hija ya estaba dormida en mi cama y no daba muestras de haber escuchado ruidos perturbadores minutos antes. Me calme pensando en la dificultad que alguien tendría para llegar hasta alguna ventana de la casa. No vivíamos en un fraccionamiento privado, pero la casa se encontraba rodeada de propiedades individuales que a su vez colindaban con más predios particulares, todo en terrenos rústicos que hacían que la privacidad fuese posible por una cuestión de urbanismo (falta de) y no de bardas o guardianes. Así me dije que para acceder hasta mi hogar se tenía que pasar por varias viviendas que contaban también con sus respectivos canes, que si bien no son los mejores celadores al menos hacían las veces de alarma sonora.

     Por supuesto que el sueño, al igual que lo que hubiera despertado mi hija, se había ido. Intente leer un poco pero no pude concentrarme y no tenía humor de hojear uno de esos libros ligeros que algún maestro bautizo como de cuarto de baño. Ya con el alba, empezaron los gallos a cantar y enseguida los perros se pusieron a ladrar.

    Despertó de nuevo mi hija y me dijo: -Ya lo ves, ahí están otra vez esos perros ladrones-.
   -No se dice ladrones- la corregí, - lo correcto es decir ladradores-.
   -Es lo mismo, de cualquier forma me entendiste- respondió ella con ese tono que usan los hijos para hacer olvidar a un padre cualquier noche de insomnio. Ella volvió a dormir. 
      Y yo volví a soñar.


Nenikékamen Chivita

Publicado el 16 de Marzo de 2014 en Revista 360 de Vanguardia

   La Chivita puso su parte. Y si Dios quiso y puso la suya, ayer sábado, Don Alfredo Castillo Solís (alías La Chivita) debió completar la increíble hazaña de completar 64 maratones en poco más de dos meses corriendo alrededor de la Alameda de nuestro Saltillo. ¿Qué es lo que motiva a un hombre para emprender tan descomunal reto?

   Pongamos primero las cosas en perspectiva. Aunque la historia oficial nos cuenta distintas cosas, el romántico mito dice que cuando los Griegos vencieron a los Persas en la batalla de Maratón en 490 a. C., Filípides fue el encargado de llevar la buenas nuevas hasta Atenas para evitar un suicido masivo, recorrió cerca de cuarenta kilómetros sin parar y cuando llegó, solo alcanzo a decir nenikékamen (hemos ganado) y cayó muerto. Así fue que cuando los griegos organizaron los primeros juegos olímpicos modernos a finales del siglo XIX, encontraron en la leyenda de Filípides el gran evento que remitiría a la antigua Grecia las nuevas olimpiadas. Entonces tenemos que la prueba del maratón consta originalmente de correr cuarenta mil metros –a partir de los juegos olímpicos de Londres 1908 se agregaron dos mil 195 metros para que la carrera iniciara en el Castillo de Windsor para que la Reina pudiese presenciar la salida sin abandonar sus aposentos-.

     Luego de esos virtuales viajes en el tiempo y el espacio hasta Atenas y Londres, regresamos nuevamente al Saltillo de La Chivita, este hombre que durante medio siglo se ha ganado el pan construyendo miles de casas con sus propias manos y que durante cerca de cuatro décadas a avanzando kilómetros suficientes para darle sobradamente la vuelta a la tierra impulsado por un gran corazón y por sus propias piernas. Tuve el privilegio de acompañar a Don Alfredo el miércoles pasado durante un rato de su largo compromiso esperando entablar una buena plática que me ayudase a entender los cómos y porqués de su epopeya; pero, con veinte años de diferencia en edades a mi favor, la diferencia en capacidades atléticas era aún más ancha en favor de él y no pude aguantar el impresionante paso que llevaba. Poco pude hablar con él pero fue suficiente para entender su sentir.

       Aquejado por el desempleo, coincidiendo con su cumpleaños y en agradecimiento a Dios por una vida dónde ha podido convivir con su familia por tres generaciones ascendentes y otras tantas descendentes, La Chivita resolvió enviar un mensaje de esperanza a quienes habitamos un planeta sobrepoblado dónde las oportunidades se evaporan ante la feroz competencia en cualquier campo, dónde las circunstancias de ascendencia y relaciones influyen más que las de capacidades para acceder a esas oportunidades, y es por eso que personas como La Chivita se vuelcan en asombrosas proezas para conseguir por pura voluntad y de forma unilateral algo único que nos demuestra de lo que somos capaces, dejando pasmado a un mundo que a muchos niega un futuro al enviar distintas y duras pruebas sin más armamento para combatirlas que nuestra mente, cuerpo y espíritu.

    Desde mi entender, la heroica gesta de La Chivita reivindica los esfuerzos de todos aquellos que se suben a un escenario y no han recibido un Oscar, a quienes ingresaron a la política por ideología y pareciera que su misma convicción los aleja de la posibilidad de aparecer en una boleta, a los que han emprendido negocios y ven sus esfuerzos vanos para convertirse en el próximo McDonald´s, a los que dejan todo su entusiasmo cantando en un Karaoke porque no hay más espacios, a los cientos de miles obreros saltillenses que día tras día y durante años despiertan antes que el sol para llegar a sus trabajos, a los que juegan fútbol llanero sin esperanzas de pisar jamás el césped del estadio Azteca y claro, a quienes participamos en carreras de fondo bajo la filosofía de José Alfredo Jiménez: No hay que llegar primero, pero hay que saber llegar. En fin, a todos los que son movidos por sus pasiones más que por sus razones.

     Y no creo equivocarme al decirle a Don Alfredo “La Chivita” Castillo Solís que a nombre de todas aquellas personas que en nuestros corazones queremos pero que en nuestras realidades no podemos, que su esfuerzo bien ha valido la pena porque hoy muchos nos sentimos inspirados por su titánico logro y bien podemos  decir que gracias a La Chivita, nenikékamen (hemos ganado).

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Y después de la fiesta, ¿Qué?

Publicado el 09 de Marzo de 2014 en Revista 360 de Vanguardia

      En memoria del tío Lalo, colega cursillista.

     Era una fiesta dónde bien valía la pena estar y tenía una cava espectacular que más tarde te detallaré. Pero yo no podía disfrutar como quisiera porque sabía que en algún momento me tendría que ir a dormir y mis pensamientos eran dominados por una vieja y recurrente angustia: No sabía si tendría agradables sueños en paradisiacos lugares, ignoraba si sufriría de infernales pesadillas, o peor aún, me martirizaba pensar que quizás al estar dormido simplemente caería en un aburrido y oscuro estado de inconciencia.

     Tenía entonces un buen rato en esa fiesta. ¿Quién me había invitado a esa fastuosa y atractiva celebración?, no lo sabía ni me importaba mucho saberlo. Además de la cava, había una especie de barra libre que ofrecía todo tipo de brebajes, y, sabiendo que tendría que ir a dormir más tarde, no tuve empacho en probar y mezclar diferentes bebidas acompañadas todas ellas de suculentos platillos. 

     Mi primo Rodolfo abandonó temprano el lugar; luego mi padre, quien ciertamente disfrutaba de la fiesta, tuvo que irse antes de lo que todos pensábamos por una indisposición. Un rato después se fue mi tío Jorge y le siguió el tío Lalo, a quien solo al despedirse supe que me unía un vínculo muy especial.

    Entre todo eso la fiesta continuaba siempre repleta de familiares, amigos, y por supuesto, gente desconocida que le daba color a todo aquello. Como en toda reunión de ese tipo, hablar con gente embriagada por sus elecciones tenía una doble vertiente en la que uno mismo habría estado en ocasiones: Admirar la pasión con la que algunos te hablaban y tolerar en otros el mal aliento que por sus bebidas despedían.

    Repentinamente me di cuenta que a pesar de estarla pasando bien, sentía que algo me faltaba para disfrutar más de la noche y para alcanzar ese buen dormir que más tarde necesitaría. Necesitaba hacer una elección.

     Decidí acercarme a un pequeño grupo dónde había personas que parecían disfrutar de lo que hablaban, o al menos se notaban bien contentos. Eran conocedores y disfrutaban de un excelente vino. Ahí, entre otros más, Javier me inició en cómo era que se debía tomar aquella bebida, Luis me explicó la diferencia entre tomar el vino en un simple vaso o en una copa de cristal para degustarlo mejor. Mi amigo experto en el tema, Mario, se ofreció a guiarme para que la experiencia fuera trascendental. Por supuesto, me emborraché.

    Y en medio de la fiesta, totalmente embriagado y rodeado de gente, me di cuenta que ya no temía por lo que pasaría cuando diera la hora de dormir. Esperaba que la fiesta se prolongara un buen rato más y por todo lo que había ingerido no sabría decir si en mis sueños cuando durmiera estaría en paradisiacos lugares o en infernales pesadillas, pero tenía la absoluta certeza de que el estado de aburrida y oscura inconciencia no existiría.    

     Ahhhh si, me olvidaba de la cava: Aunque no estaban ahí todas las bebidas del mundo, la selección era bastante generosa y popular. Había distintos y excelentes vinos de mesa como el vino Siddharta, el vino Abraham, el vino Mahoma, el vino Jesús y el vino Vedas o Karma. Por supuesto que en la barra libre también estaba la cerveza Money, el licor del Poder, Tepache Mi mismo, el brandy Hedonismo, una bebida energizante llamada Body-Sport y no podían faltar los botellines de la simplista, incolora, inodora e insípida agua de marca Ateo, muy confundida por su indiferente naturaleza al agua endulzada Agnóstica.

 Decidir entre tantas opciones no fue una cosa tan complicada para continuar la fiesta y seguirla cuando me vaya a dormir, mi elección se fue por lo más obvio: Lo que había visto un poco en mi hogar y que durante mi paso por la escuela estuvo siempre al alcance de la mano, el vino Jesús.
  

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La Película al Revés

Publicado el 02 de Marzo de 2014 en Revista 360 de Vanguardia

     En la primera escena de la película aparece Rita llorando amargamente mientras sostiene el cuerpo inerte de su hijo que ha sido baleado, asemeja a la imagen de La Piedad. Caos total cuando cientos de personas no saben a ciencia cierta lo que ha pasado en un evento para toda la familia dentro de un sitio público, han atestiguado la muerte de varios inocentes.

    Los sicarios no iban por ellos, pero estaban en el lugar y era el momento incorrecto; las sorpresivas ráfagas fueron repartidas indiscriminadamente ya que para liquidar a quien debían era imposible hacer tiros de precisión en medio de tanta gente. El fin justifica los medios. Una sola bala cuyo precio en el mercado negro cuesta un poco más de un dólar fue suficiente para acabar con la vida del hijo de Rita.

    La película corre hacia atrás, y entonces vemos como la bala abandona limpiamente el cuerpo del niño y regresa hasta el cargador del rifle automático entrando por el cañón. De la mano del asesino pasa a una caja llena de municiones que le fue entregada antes de abandonar su guarida.

    Dentro de su escondite, las armas y consumibles salieron de una pequeña bodega llena de granadas, perdigones, equipos de comunicación y demás artefactos utilizados por el crimen organizado. Contiguo a ese cuarto se encuentra una pequeña habitación habilitada como oficina de cuyo escaso mobiliario sobresalen un viejo escritorio de lámina y algunos gabinetes repletos de fajos de billetes. Por esa oficina se cruzan macabras historias, confluyen muchas que tienen distintos orígenes a la de Rita, y terminan otras con similitudes en la tragedia final.

    Semanas antes y sentado ante su también oxidado escritorio, el encargado de la lúgubre oficina tomó varios fajos de billetes de los gabinetes para hacer el pago de las balas a quien se las consigue. De ahí, nuestra película toma otro rumbo hacia el pasado y deja de seguir a una bala para continuar su decurso con el fajo de billetes que la pagó.

     Ese dinero llegó a aquella casa procedente de la calle, entre el fajo iba un arrugado billete de veinte pesos marcado con una cita bíblica: Quien se opone a la autoridad se rebela contra un decreto de Dios, y tendrá que responder por esa rebeldía. San Pablo, Rom 13, 2

     El maltrecho billete fue recolectado unos días antes a un comerciante que tiene algún tipo de sociedad con los moradores de la casa. Este es un distribuidor de películas y discos piratas que a su vez tiene una red desde dónde atiende a pequeños puesteros y a comercios establecidos para que hagan llegar hasta los consumidores su mercancía. No hacia mucho, había reñido con uno de sus clientes que le había entregado aquel billete marcado, pues corría el riesgo de que nadie le aceptara ese dinero como pago.

    Ese penúltimo eslabón mantiene el contacto con el consumidor final. Y unas horas antes de hacer el pago por lo que debía, el último vendedor había recibido ese billete de la mano de un comprador que había adquirido un cómico filme de Walt Disney. Ese consumidor final de la piratería, del contrabando y de los giros negros, era Rita.


      Lo más triste de la película de Rita es aparecer en ambos extremos de la historia, mientras que la mala suerte de unos pocos inocentes es estar solo en el trágico final. Pero el pecado de la mayoría de nosotros es ser quien inicialmente suelta ese arrugado billete en cualquiera de esos oscuros pero muy populares caminos que confluyen antes de la tragedia final en ese viejo escritorio de esa habilitada oficina.    

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Los Juguetes del Sicariato

Publicado el 23 de Febrero de 2014 en Revista 360 de Vanguardia

      Plática que algún día escuché entre jóvenes padres de familia haciendo gala de ignorancia en una faceta de esa mexicanísima práctica que intenta medir hombría a través de los hijos: Ja,ja,ja,ja, compadre -dijo el primero-, ponle atención a tu hijo porque está jugando con una Barbie, se ve que le gustan las muñecas. Por supuesto que le gustan las muñecas –contesto el otro alterado-, lo más natural del mundo es que a un hombre le guste el cuerpo de la mujer, malo sería que jugase con figuras masculinas como el tuyo, señal de que le atraen los hombres.

     Claro que es una exageración cargada de homofobia y cultura machista descalificada desde un mínimo análisis pedagógico, docente o psicológico. En la temprana infancia un niño juega con cualquier objeto porque sus sentidos están ávidos de descubrir nuevas cosas y todo lo que cae en sus manos es caso de estudio. Pero el ejemplo sirve para ilustrar la inocencia de autoridades y sociedad cuando se piensa que los juguetes son precursores de una realidad.

     Si los juegos infantiles fueran indicios de lo que el futuro depara, no andaríamos tras el autógrafo del Chicharito porque nuestro primo habría sido la estrella del Real Madrid; el grandote de la escuela habría usado el cuerpo más que su cerebro para lograr el éxito que alcanzó; la vecina pesaría 150 kilos porque le gustaba jugar a las comiditas y la verdad es que hoy sufre de anorexia. Y por supuesto que sí, todas las que de niñas jugaron a ser mamas tendrían que dar largas y penosas explicaciones a sus padres durante algún momento de la juventud conforme los meses avanzaran.

     Pero no se trata de descalificar los intentos de distintos gobiernos por impulsar campañas cuyo espíritu nadie podrá cuestionar al ser política y socialmente correctas, pero si debemos señalar la anuencia de una sociedad que le endosa al Estado la responsabilidad y método para hacerse cargo de una tarea que al democratizarla o generalizarla como política pública, se convierte en un tipo de paternalismo ideológico en el que desgraciadamente termina por quedar arrumbado el mejor esfuerzo  que debería hacer la gran diferencia: La formación dentro de la familia.

    No puede –ni debe- un gobierno entrar en tu casa para darle formación a tu familia. No puede una política pública evitar que nuestros hijos hagan sentir cómodos a quienes facilitan y propician la decadencia social cuando “likean” sus publicaciones en redes sociales y cuando los adultos los recibimos con los brazos abiertos en las mismas entrañas de las escuelas, iglesias, clubes sociales, gremios, centros de trabajo, hogares y otros grupos.

    Los juguetes del Sicariato no son las pistolitas de plástico ni los violentos videojuegos que a pesar de todo los podemos entender tan lejanos a la realidad cuando comprobamos en el boliche que las horas invertidas jugando con el Wii no han acrecentado en nada nuestras limitadas habilidades físicas.

    No, los juguetes del Sicariato se llaman dinero fácil, alcohol a menores de edad, cerveza clandestina, padres que no saben dónde ni con quien duermen sus hijos, hijos que no saben en que trabajan sus padres, culto al poder en cualquiera de sus manifestaciones. Pero sobre todo, la receta para formar delincuentes se cocina cuando tanto educadores como familiares y amigos solapamos y en ocasiones incluso aplaudimos los pequeños abusos, vicios y delitos de los menores escudándolos en la torpe creencia de que si los demás lo hacen, debe ser imitado para no ser marginado.


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Matrimonio Gay y Adopciones

Publicado el 16 de Febrero de 2014 en Revista 360 de Vanguardia

         Hipotéticamente, ¿A quién confiarías la formación de tus hijos? ¿A un ludópata, al alcohólico, al que consume drogas, a un sacerdote, al macho, al homosexual, al güevon? Por supuesto que son estereotipos sujetos a mediciones, pero en mayor o menor grado cada uno de nosotros tiende a distintas debilidades.

    ¿A dónde vamos a parar? Se preguntan los conservadores. ¿Por qué no? Preguntan los liberales. Habría que partir del hecho de que ambos extremos tienen sus buenas y poderosas razones para inclinarse por una u otra vía en el tema de matrimonio entre personas del mismo sexo y el derecho (o responsabilidad) de adoptar por parte de los mismos. Meternos al detalle de las leyes y reglamentos que norman estas acciones sería ocioso desde el punto de vista social, ético o moral; esos pormenores son cuestiones meramente legales.

     En una visión moralista habrá quienes desechen cualquier tolerancia desde el argumento de la anti naturalidad de la unión sexual entre el mismo género, y por ende, la falta de credibilidad o valores para educar. Y desde el lado liberal otros dirán que en muchísimas más ocasiones de las que desearíamos, el matrimonio convencional ha sido un auténtico calvario para las parejas y el peor de los infiernos para los hijos.

   Pero, ¿No es antinatural también la forma en que procesamos y conseguimos los alimentos? ¿Es siempre natural la forma en que engendramos un nuevo ser o como negamos a otros la posibilidad de la vida? ¿El matrimonio gay es garantía de no caer en los mismos errores que la unión entre diferentes sexos? ¿Es la homosexualidad una condición que evita caer en los vicios y problemas de los heterosexuales?

     El problema con quienes no aceptan la diversidad por cuestiones religiosas, filosóficas, naturales o de posición social, es más parecido a la forma de Hitler que a la forma de Cristo, por citar ejemplos de hombres que cambiaron el rumbo de la humanidad y que ciertamente tenían seguidores. El problema con quienes ejercen su sexualidad más allá de la libertad que las costumbres tradicionales aceptan, es que exigen los derechos que por su condición no deben de perder, pero se niegan a aceptar que socialmente su condición debe ser tratada de forma tan especial como la del alcohólico, del drogadicto, del ludópata, del macho, del sacerdote, del güevón. No se les  excluye de la sociedad, pero se les exige no contaminar ambientes.

    Es un estilo de vida escogido en dónde merece ser reconocida su existencia con los derechos que esto conlleva, pero también habrían de aceptar que no hay porque reconocer virtud en algo que no es visto con buenos ojos por una aplastante mayoría cuando la ciencia ha establecido que la homosexualidad es cosa de elección y no de nacimiento.

   La unión entre dos personas de edad adulta no tiene por qué afectar a la colectividad siempre que respeten los códigos sociales establecidos, para lo cual desde un principio, y por más dudas o prejuicios que alguien tenga, les asiste el beneficio de la duda.


  Pero la adopción implica a una tercera persona que no tiene opción de elegir (al igual que para una adopción convencional), y ahí es donde la más conservadora ala de la sociedad le pide a los liberales que también ellos extiendan el beneficio de la duda a los matrimonios convencionales. Y que si su deseo es dar amor y protección incondicional a un ser indefenso, empiecen por aceptar que lo mejor siempre será ser el niño común de la escuela, rodearlo de ambientes propicios, darle una infancia normal, con un hogar convencional, en una familia no disfuncional. 

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Mis Pecados y mi Fracaso

Publicado el 09 de Febrero de 2014 en Revista 360 de Vanguardia

    Sucedió hace algunos años y aún no sé cómo llamarlo. Me desperté, y lo primero que vi fue al segundo de mis hijos mirándome fijamente con esos gigantescos y oscuros ojos que cuando quieren se tornan bondadosos y cuando quieren taladran hasta tus más profundos pensamientos. Esperaba a que mis parpados se abrieran para anunciarme, triunfal, que se le había caído un diente. El primero en su corta vida. Me lo enseñó como quien presume una joya y me dijo que por la noche lo pondría debajo de la almohada, que con seguridad el famoso Ratón Pérez le traería algo. 

     Luego durante el día, tuve múltiples ocasiones de elegir mi estado de ánimo. Lo primero que uno ve cuando sale de casa es algún vehículo de reciente modelo que no podría darse el gusto o el lujo de pagar, y es entonces que surge la envidia, la que por más que queramos matizar con adjetivos como buena o sana, llanamente es envidia. Pero, como cualquier otro clase mediero me digo que soy afortunado por tener en que moverme y que la finalidad de cualquier vehículo es transportarnos. Escojo sentirme bien con la vieja camioneta que conduzco y a la que le faltan más letras de las que tiene el alfabeto para que pase a ser mía. Pero no me siento fracasado. 

    Más tarde en el trabajo fui víctima de la avaricia. Esta me lleva a hacer cosas a favor del capital sin apenas reparar en la humanidad  y carente de sentido social; me escudo en el pensamiento de que para eso recibo un salario y con eso queda saldada la deuda moral.
    En el mismo horario de labores me persiguió la pereza disfrazada de virtud. Buscando siempre la manera de hacer más rápido las cosas, no en un afán positivo de avanzar más, en realidad buscando la manera de terminar más temprano para irme a casa y descansar. Con todo y eso, nunca me sentí fracasado, pues soy de naturaleza humana.

     Durante el almuerzo y casi sin darme cuenta me rendí a otros dos pecados: A pesar de estar excedido en peso y de haber hecho un pacto para mejorar, el antojo me ganó. No solo llene mis necesidades, me excedí como ninguno, sucumbiendo claro, ante la gula. Ahí mismo, hojeando el periódico me enteré de más ejecuciones de inocentes por todo el mundo perpetradas en nombre de la libertad, la religión, la política o más estúpidamente, el dinero;  y fue entonces que experimenté ira. Pero no soy culpable directo de lo que pasa en el mundo, esa no es mi culpa, es un fracaso global. Y por el lado de la gula, unos kilitos de más no me hacen un fracasado.

     Por la noche, antes de dormir rezamos en familia. Cada quien pidiendo por lo que necesita y cada uno agradeciendo por lo que se tiene. Mi hijo, por supuesto, rogándole a Dios para que el Ratón Pérez encontrase nuestro hogar y le dejase algún regalo. Mi esposa suplicando porque la plaga de ratones del vecino no encontrase nuestra casa.

      Una vez en la cama y justo antes de quedar dormido, reflexioné sobre mis acciones de ese día. Como cada noche, no pude dejar de sentirme satisfecho por haber cumplido con los deberes desde mi muy particular, endeble  e incompleta escala de valores; apareció por supuesto, la soberbia. Y fue tanta la soberbia, que fui incapaz de prever el fracaso.

     Si usted realizó las cuentas sabe que aún falta un pecado, ese detalle lo guardo porque soy un caballero, pero debe usted saber que probablemente lo hice, claro que con mucho amor,  y con eso salvé el pecado.

     Y al otro día por la mañana, al despertar, lo primero que vi fue al segundo de mis hijos mirándome fijamente con esos enormes y oscuros ojos que a veces se tornan tristes, esperaba que abriera mis parpados para anunciarme decepcionado que el Ratón Pérez había olvidado pasar a dejarle algo a él. Y fue en ese momento que pude sentir como el gran fracaso invadía todo mi ser, y desde entonces me sigo preguntando: ¿Cómo nombro a ese pecado?  


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