Campañas Ad Hominen


Publicado el 28 de enero de 2018 en Círculo 360, de Vanguardia



Por César Elizondo Valdez


    Se me calificó de chairo, señoritingo, pirruris, come-lonches, júnior, naco, comparsa y clasista. Resulta que se me ocurrió hacer un experimento:

    En distintas reuniones de trabajo, de amigos, familiares, y otros grupos, en los muros de contactos de cualquier ascendencia e ideología, en diferentes ocasiones y conociendo bien al grupo con el que convivía o interactuaba en determinado momento, cuando se llegó al tema de las pre-campañas electorales, dije sin reservas cual sería mi intención del voto para las elecciones presidenciales de 2018. Mi opinión fue contraria a la que esperaba de cada grupo según el perfil de sus miembros.

   A unos les dije que votaría por MORENA y a otros por el PAN, en un grupo dije que mi voto será para el PRI y la última vez me decante por algún independiente.

    Y en cada ocasión se vino la avalancha de eso que en lógica se llama argumento ad hominem: se descalifica cualquier tesis, idea o concepto, desacreditando la fuente de donde provenga, no a la afirmación en sí. O sea, si ponemos en entredicho a quien dice algo, lo que él diga será falso, así sea cierto.

    Nadie me preguntó porque votaría de una u otra forma. A nadie le interesaron los motivos que podría tener para inclinarme por la opción que indiqué. Todos tomaron mi dicho como una declaración de guerra hacia sus preferencias y desencadenó en todas las formas de desacreditación que venimos utilizando los mexicanos durante las campañas políticas.

    No es diferente a lo que pasa en las calles, en redes sociales, en mítines, en donde sea. No importa lo que mi candidato tenga que decir, importa la descalificación del tuyo… destruyendo para eso tu credibilidad con los calificativos enunciados en el primer párrafo. Me hubiera gustado que alguien argumentase a favor de sus candidatos. Pero no, colgaron toda clase de denostaciones a mi persona y a mi supuesto favorito en lugar de explicar porque su elección sería la correcta.

     Y será difícil tener un debate de opiniones válidas con aquellos que piensan que por simpatizar con alguien soy un chairo, o con los que me llamaron pirruris por decantarme por el otro, o con los dijeron que soy come-lonches, o peor aún, comparsa del sistema dónde se engloban todos los anteriores prejuicios.

     ¿Qué hacer entonces, ante la urgencia de participación que nos jala para un lado y el desencanto por el nivel de participación política del mexicano que hace fuerza en sentido contrario? Ponerles la muestra a los participantes, quizás.

     Igual que médico y sangre, mecánico y grasa, o agricultor y tierra, ningún político llega a posición alguna sin manchar con algo sus manos y vender una porción de su alma al diablo; por eso, primero, habremos de admitir que nadie dentro de una boleta tiene un perfil inmaculado. Es tiempo de hacernos a la idea de que, para que exista la utopía de una nación perfecta, primero habría de existir alguien llamado Utopo, y ese no existe en ningún movimiento político, en ninguna religión, ni en la literatura. Vaya, ni siquiera Marvel, Disney o Del Toro lo inventaron.

     Pongamos pues como ciudadanos, la muestra a quienes participan como candidatos: dejemos de denostarnos unos a otros entendiendo que no hay candidatura, plataforma, ni ideología ideal. Escuchemos los argumentos de los demás sin caer en la descalificación ad hominem que destruye, pero no propone. Dejemos de likear, escuchar y seguir a quienes utilizan esos términos peyorativos que, intentando decir cómo son los otros, nos gritan como son ellos mismos. Te invito a participar en el debate con civilidad.  

   cesarelizondov@gmail.com    

El abuelo y la carambola

Publicado el 21 de enero de 2018 en Círculo 360, de Vanguardia


Por César Elizondo Valdez


    Luego de checar el pronóstico del clima en diversos portales, y antes de proceder a revisar las tuberías forradas de periódicos, los autos con anticongelante, llenar el tanque de gas y dejar goteando un grifo de agua, le hice una llamada al abuelo: saber como estaban sus reumas y si sus huesos le dolían, fue más una cortesía a su lugar jerárquico dentro de la familia, a una lírica confirmación de la helada que azotaría a Saltillo un día después.
    Cualquiera con un abuelo o conexión a internet supo lo que había de hacer durante la semana que culmina para prevenir el hielo…bueno, menos las autoridades. Y no faltaron los bulleadores-aplaudidores a sueldo, chayoteros pues, quienes, con un micrófono y una cuenta de Facebook, twiter o Instagram, se dedicaron a recoger la imagen de un novel (con v) alcalde que, apenas pasados treinta días de la anterior contingencia similar, y dentro de los indicativos cien días de inicio de administración pública, no quiso responsabilizarse de una cuestión tan básica, elemental y obvia como cerrar unos puentes ante las también, conocidas, predecibles e implacables leyes de la física.
    “No puede un gobernante subirse a manejar el auto de cada saltillense que pase por los puentes”, es el tipo de argumento que los noveles (también con v) “periodistas” (así, entrecomillado) estuvieron publicando como respuesta a los airados comentarios de sus seguidores luego de los patéticos intentos por desviar del ejecutivo municipal la responsabilidad por la carambola de tantos coches como días tiene la cuaresma. Flaco favor a quien quieren echarse al bolsillo, o que les llene los mismos; habrían de distinguir entre culpabilidad y responsabilidad: no tiene la culpa uno de lo hecho por los demás, pero uno es responsable de lo sucedido en sus dominios.
    Y si no, pregúntale al industrial si él es culpable del accidente dentro de la planta, lo negará; pero pregúntale luego si él se responsabiliza de lo mismo, lo aceptará. Tampoco será culpa de un empresario los impuestos mal calculados, pero si son su responsabilidad las consecuencias. No puedes culpar al médico por tu dolencia, pero si tiene responsabilidad por la receta.    
     Urgidos estamos de políticos que puedan salir a dar la cara y aceptar la responsabilidad de los problemas que nos aquejan. A nadie le queda duda: estamos buscando soluciones, los culpables están señalados con claridad desde hace tiempo.
    Esperemos pues, que nuestros gobernantes conserven como un valor el honrar a su familia, así como todos brindamos esa cortesía a la experiencia del abuelo; pero esperemos que sus oídos sean para escuchar a la población como todos escuchamos al meteorólogo y le hicimos caso, porque las reumas del abuelo, no siempre van con la necesidad del pueblo.
cesarelizondov@gmail.com








Once hostias


Publicado el 14 de enero de 2018



Por César Elizondo Valdez




     ¿Por qué este hombre comulga tanto cada día? Cuando lo imagino en repetidas ocasiones recibiendo la comunión durante una jornada, consulto en la web y confirmo de distintas fuentes la misma norma: puede una persona comulgar dos veces, en diferentes oficios.

    Pero, ¿doce veces?

    A primera hora, puntual asiste a misa de siete en el Santuario, la única que atiende completa; baja a las ocho a Nuestra Señora del Carmen y llega tarde a Catedral para el oficio de las 8:30 am. A medio día comulga en San Esteban y antes de las nueve de la noche recibe por última vez la comunión de nuevo en la Iglesia del Carmen, ya con otro sacerdote. Se las ingenia para averiguar horarios en El Calvario, Nuestra Señora de la Luz, San Francisco de Asís, San Juan Nepomuceno y también, a las cinco de la tarde toma la hostia en la parroquia del Santísimo Cristo del Ojo de Agua. Identifica a los párrocos y sus horarios para no repetir al mismo, repite algunos templos, pero nunca al oficiante.

    Vaga de un lado para el otro durante el día por el centro de la ciudad. No trabaja, su única preocupación es llegar a tiempo para la comunión. Parecido a un bono, en casamientos y misas de quince años, por defunciones o cualquier tipo de acción de gracias, aprovecha y asiste, y puntual se forma en fila luego de la antífona de la comunión. No se le permite ingresar a los restaurantes que frecuenta la gente acomodada, pero nadie le impide asistir a los mismos templos. Sábados y domingos son para él como para todos los demás: un banquete de lugares y de horarios.

     Imagina su aspecto y añade una aportación al lugar común del vago: Ropas viejas, harapientas y hediondas; barba cana y larga, ensortijada en un engrudo de grasa, polvo e indescifrables fluidos; ojos tristes, profundos, oscuros y cansados, carentes de un brillo que no extrañan, y es que jamás lo tuvieron. Su piel, que ayer fue brillante y grasa, hoy calcárea y quebradiza, la tiene pegada al hueso.

     Con todo, un aire de dignidad parece cernirse en él, o al menos así lo siente.

    ¿Qué busca este hombre, una y otra vez en misa? ¿Qué necesidad satisface con esa hostia, pedazo de pan, que escucha de forma hueca once veces decir, es el cuerpo de Cristo? Al hombre que nada tiene, ¿Qué le puede ofrecer una Iglesia de la que él se sirve, pero en la cual no cree? Porque, estarás de acuerdo conmigo, hay quienes pueden ser religiosos y seguir un dogma, sin por ello creer en su Iglesia.

    Por la noche camina hacia el poniente, hasta el arroyo, más allá de las vías del tren.  Ahí es donde tiene una guarida que consta de un techo de lámina amarrado a unos altos arbustos, ahí donde la autoridad le dice una y otra vez que no puede asentarse en definitiva por su propia seguridad, pero donde el contubernio permite a cientos de familias vivir en modernos desarrollos habitacionales cuyas bardas sirven para aislarles de los vagos del arroyo, pero no del riesgo de vivir junto al caudal.

    Antes de dormir, agradece a su dios porque recibió a Cristo en la primera misa de la mañana; con ello subsiste su alma. Enseguida, da gracias por haber sobrevivido un día más con la dignidad de no pedir limosna para comer… y es que once hostias, le son suficientes para apaciguar el hambre; con eso subsiste su cuerpo. Los miércoles duerme ansioso, porque en algunos lugares, los jueves la hostia es remojada en vino; con eso subsiste su espíritu.