Tauromaquia, por un villamelon

 Publicado el 16 de Agosto de 2015 en revista Círculo 360 Domingo, del periódico Vanguardia

   El bisoño turista visita el museo de Louvre en París y se siente estafado al encontrarse de frente al sfumato de la Mona Lisa: Un pequeño cuadro de 77 por 53 centímetros con menos encanto que las pinturas colgadas en su habitación del hotel. Igual sucede con cualquier tipo de arte como el de Rodin o Bernini, de Picasso o nuestro Diego (no el argentino), y un largo etcétera de formas, corrientes y técnicas que se extienden a distintas disciplinas alcanzando hasta los archivos digitales con música de Vivaldi y a los empolvados y repletos estantes de las bibliotecas llenos de literatura esperando a ser descubierta por alguien. Si no leemos a Shakespeare, su obra no pasa de ser un montón de letras que pegadas forman palabras impresas sobre una pila de páginas.

     Así entiendo que la tauromaquia es un arte no descubierto o no apreciado por muchos, y ya con esto tengo para que algunos me recuerden a mi madre, pero antes vayamos con mi abuelo Pepe: fue un apasionado de la fiesta brava cuya imagen recordada por todos es una fotografía de él recargado en el burladero con su boina, con la vista en el horizonte y un cigarrillo sin filtro entre los dedos. Su pasión lo llevó a ser cronista taurino en Monterrey y fue ampliamente conocido y respetado en peñas regiomontanas. Heredó en mi homónimo tío la gallarda valentía de pisar el ruedo y en mi prima Gaby la facilidad para saber acompañar el conocimiento de la escritura; pero en mi padre no hubo rastros de torero. Y si bien mi padre no censuraba a lo que coloquialmente llamamos los toros, tampoco lo procuraba; de manera que crecí con mis propias aficiones alejado de la tauromaquia.

     Y así me pasé los años con esporádicas apariciones en los cortijos y plazas con más intención social que cultural, artística o deportiva. Hasta que un día mi buen amigo Gerardo Treviño me invitó a una corrida en la Plaza Armillita de Saltillo. La percepción de los sentidos me hicieron evocar vívidas memorias de niñez y juventud: El olor a tierra húmeda y seco estiércol me regresó a cuando descornábamos, castrábamos y marcábamos a fuego y hierro el ganado de mi primo en Ciénega de Flores. Escuchar los bramidos de la bestia me llevaron a cuando iba invitado al rancho El Roble en la carretera a Torreón, dónde los trabajadores improvisaban un pretal y nos montaban a jinetear becerros. La vista de salida por los toriles de la imponente figura del toro de lidia irrumpiendo en el ruedo me hizo temblar las rodillas como cuando en el cortijo del Rayito algún domingo de rodeo nos bajamos a participar en el toro-gol, modalidad en que teníamos que pasar por las porterías a una vaquilla, que al momento de embestir era como ser arrollado por la defensiva entera de los Burros Pardos del Tec de Saltillo. La sensación del aire, la tierra y la brisa en la cara, me pusieron de vuelta en los criaderos a dónde solemos conseguir el lechón o cabrito para festejar con cualquier pretexto. Y claro, el gusto de pasar por la garganta el licor que llevaba en la bota de vino, fue la cereza en el pastel de todo el preámbulo para disfrutar de la fiesta.

    Pacientemente, como quien le habla a una persona de diferente idioma, Gerardo me instruyó de todo lo que iba pasando en el ritual y el porqué de cada cosa: El paseíllo y el saludo, el tercio de varas o de quites y la razón de los puyazos, el tercio de banderillas y el porqué de las mismas, y finalmente el tercio de muerte y la muleta. Todo salpicado de explicaciones para apreciar lances de verónica, gaoneras, lances naturales o de derecha; luego de todo eso, la calificación o trofeos concedidos al matador por el juez de plaza. De no haber sido por Gerardo, aquello habría sido como turista queriendo apreciar a la Gioconda sin conocer el contexto e historia que la acompañan.

    Y si, ya sé que al debate que nos inventan ahora nuestros políticazos habrá que ponerle el asunto de la crueldad hacia los animales y todo aquello que se piensa políticamente correcto aunque sea científicamente inexacto. Pero antes habríamos de procurar y garantizar humanidad y dignidad para los humanos. Insisto a nuestras autoridades para que revisen el tema de la inseguridad pública dónde nuevamente la modalidad de extorsión está a la orden del día.

      No desviemos a la fiesta brava la atención de lo que realmente importa. Igual que los animales de consumo humano, se pueden criar, sacrificar y desangrar los toros de lidia, especie rebasada por la selección natural de Darwin para subsistir sin los cuidados del hombre y que los anti taurinos no van a criar; pero que por favor, que no se desangre la afición de tantos amigos míos, ni desangren la memoria de Armillita, ni de mi abuelo.

cesarelizondov@gmail.com

El Acuerdo

   Publicado el 09 de Agosto de 2015 en revista Círculo 360 Domingo, del periódico Vanguardia.

  Versión feminista ampliamente difundida para establecer el tono de esta historia: Se dice que si los cerebros pudiesen rescatarse como otros órganos y luego venderlos a quien los requiera, sería más caro comprar un cerebro de hombre que uno de mujer, dicen ellas que porque el de los varones estaría sin usar, nuevecito pues.

    Pues la historia es la adaptación de un tipo de acuerdo que quizás hayas visto en películas y series de televisión. Parejas que podríamos calificar de amplio criterio, de mente abierta, liberales le llaman otros, se dan la oportunidad de soñar despiertos con una especie de permiso para darse la libertad de cumplir sus fantasías: Cada quien hace un listado de cinco personas con las cuales podrían tener una aventura de darse la ocasión, con la anuencia de su contraparte para no reclamar nada si el improbable caso se hiciese realidad. ¿Machista? ¿Feminista? ¿Enfermo? Socrático me considero para responder esas preguntas.

    Él, tiene una vida interesante. La naturaleza de su trabajo lo pone constantemente en situaciones ventajosas para el acuerdo: Pasa mucho tiempo en esos remansos de anonimidad que se prestan para ser quien no eres, los aeropuertos. Igual tiene una gran cuenta para viáticos que lo ponen en las mejores mesas de los más reconocidos restaurantes, también se hospeda en los mejores hoteles y sus juntas de trabajo son en las zonas más exclusivas de las ciudades a las que viaja. Él piensa que se merece lo mejor, lo inalcanzable; piensa también que en algún momento, una afortunada casualidad pondrá en su camino la ocasión de hacer válido el acuerdo.

   Ella, parecería vivir en la época de la postguerra: Ama de casa, dedicada a los hijos, sus relaciones sociales se limitan a cuando su marido está en casa y es voluntaria en un par de fundaciones. Claro, vive lejos de su tierra, por lo tanto de su familia. La buena vida la ha llevado a dejar de lado el desarrollo profesional que pudo haber tenido con los estudios que cursó en su juventud, pero se sabe realizada porque ha elegido por su cuenta, sin presiones, sin imposiciones. Sabe que para disfrutar la vida hay que valorar lo que se tiene al alcance.

     El acuerdo, claro está, fue a petición de él. Ella pensó en un principio que no cambiarían mucho las cosas; presentía sin tener bases para creerlo, que su pareja tenía sus escapes de cuando en cuando y que el acuerdo lo vería él como un permiso de lo que ya hacía más que como una nueva modalidad. Sin nada que perder, pensó ella, accedió al acuerdo que no acababa de entender bien. Total, el hecho de ser una mujer que respetaba las convenciones sociales no la convertía en una monja enclaustrada; ponerle sabor a la vida le podría sentar bien.

      Por su lado, él estaba aburrido de las insípidas aventuras que Master Card puede comprar y la idea del acuerdo le dio la ilusión de poder moverse con cierta libertad en las junglas de luces y asfalto, todo en busca del tipo de trofeo que todo hombre cazador quiere, trofeo que tiene que ver con un instinto de millones de años y especies que lucha contra la evolución de miles de años de una sola y superior especie. Iluso, con la arrogancia y el ego del hombre, y pensando con el órgano que algún@s dicen pensamos los hombres, le dio la lista a su mujer, una lista bastante universal e inalcanzable, diría yo: Angelina Jolie, Scarlett Johanson, Halle Berry, Barbara Morí, y, supongo que también por instinto de empoderamiento, a Hillary Clinton.

   Ella vio la lista y se quedó sin habla. Él supo que algo había entendido mal y pensó que su esposa estaría por echarse para atrás. Por primera vez en su vida la presionó para hacer algo, la urgió a seguir con el acuerdo e insistió en ver la lista de ella. Ella solo le dijo que si se empecinaba en ver su lista, tendrían que honrar el acuerdo. Él accedió a seguir el acuerdo hasta las últimas consecuencias, según su óptica, era casi como un juego. Pensaba que si él la tenía difícil para hacer realidad alguna de sus ambiciosas fantasías, para ella sería imposible concretar una aventura con los nombres de su lista.

     Pero esta fue la lista de ella, bastante original y a la mano, diría yo: El joven jardinero, el gerente del banco, el compadre que levantaba pesas, la vecina Susy, y, supongo que por un instinto de empoderamiento, el Pastor con acento extranjero del oficio dominical.