Y después de la fiesta, ¿Qué?

Publicado el 09 de Marzo de 2014 en Revista 360 de Vanguardia

      En memoria del tío Lalo, colega cursillista.

     Era una fiesta dónde bien valía la pena estar y tenía una cava espectacular que más tarde te detallaré. Pero yo no podía disfrutar como quisiera porque sabía que en algún momento me tendría que ir a dormir y mis pensamientos eran dominados por una vieja y recurrente angustia: No sabía si tendría agradables sueños en paradisiacos lugares, ignoraba si sufriría de infernales pesadillas, o peor aún, me martirizaba pensar que quizás al estar dormido simplemente caería en un aburrido y oscuro estado de inconciencia.

     Tenía entonces un buen rato en esa fiesta. ¿Quién me había invitado a esa fastuosa y atractiva celebración?, no lo sabía ni me importaba mucho saberlo. Además de la cava, había una especie de barra libre que ofrecía todo tipo de brebajes, y, sabiendo que tendría que ir a dormir más tarde, no tuve empacho en probar y mezclar diferentes bebidas acompañadas todas ellas de suculentos platillos. 

     Mi primo Rodolfo abandonó temprano el lugar; luego mi padre, quien ciertamente disfrutaba de la fiesta, tuvo que irse antes de lo que todos pensábamos por una indisposición. Un rato después se fue mi tío Jorge y le siguió el tío Lalo, a quien solo al despedirse supe que me unía un vínculo muy especial.

    Entre todo eso la fiesta continuaba siempre repleta de familiares, amigos, y por supuesto, gente desconocida que le daba color a todo aquello. Como en toda reunión de ese tipo, hablar con gente embriagada por sus elecciones tenía una doble vertiente en la que uno mismo habría estado en ocasiones: Admirar la pasión con la que algunos te hablaban y tolerar en otros el mal aliento que por sus bebidas despedían.

    Repentinamente me di cuenta que a pesar de estarla pasando bien, sentía que algo me faltaba para disfrutar más de la noche y para alcanzar ese buen dormir que más tarde necesitaría. Necesitaba hacer una elección.

     Decidí acercarme a un pequeño grupo dónde había personas que parecían disfrutar de lo que hablaban, o al menos se notaban bien contentos. Eran conocedores y disfrutaban de un excelente vino. Ahí, entre otros más, Javier me inició en cómo era que se debía tomar aquella bebida, Luis me explicó la diferencia entre tomar el vino en un simple vaso o en una copa de cristal para degustarlo mejor. Mi amigo experto en el tema, Mario, se ofreció a guiarme para que la experiencia fuera trascendental. Por supuesto, me emborraché.

    Y en medio de la fiesta, totalmente embriagado y rodeado de gente, me di cuenta que ya no temía por lo que pasaría cuando diera la hora de dormir. Esperaba que la fiesta se prolongara un buen rato más y por todo lo que había ingerido no sabría decir si en mis sueños cuando durmiera estaría en paradisiacos lugares o en infernales pesadillas, pero tenía la absoluta certeza de que el estado de aburrida y oscura inconciencia no existiría.    

     Ahhhh si, me olvidaba de la cava: Aunque no estaban ahí todas las bebidas del mundo, la selección era bastante generosa y popular. Había distintos y excelentes vinos de mesa como el vino Siddharta, el vino Abraham, el vino Mahoma, el vino Jesús y el vino Vedas o Karma. Por supuesto que en la barra libre también estaba la cerveza Money, el licor del Poder, Tepache Mi mismo, el brandy Hedonismo, una bebida energizante llamada Body-Sport y no podían faltar los botellines de la simplista, incolora, inodora e insípida agua de marca Ateo, muy confundida por su indiferente naturaleza al agua endulzada Agnóstica.

 Decidir entre tantas opciones no fue una cosa tan complicada para continuar la fiesta y seguirla cuando me vaya a dormir, mi elección se fue por lo más obvio: Lo que había visto un poco en mi hogar y que durante mi paso por la escuela estuvo siempre al alcance de la mano, el vino Jesús.
  

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