De Pi a Poe y de Unicable a Gabriel García Márquez

Publicado el 07 de Diciembre de 2013


       Aquello fue el paraíso: Mis tíos se habían hecho del local de Librería Excélsior en la calle de Aldama para expandirse en el rubro zapatero; antes de las obras de remodelación, había que vaciar el edificio para los contratistas, así que en hordas de 3 a 6 personas fuimos invitados los cercanos para escoger de los atiborrados anaqueles aquellos libros que quisiéramos leer. Como borracho en barra libre, escogí más volúmenes de los que podía cargar, pero como siempre fue y ha sido, la tía Rima se esmeró en la forma de como sí hacer que las cosas sucedan sin mirar el cómo no se pueden hacer, y encontró la manera de enviar todo a mi casa.

    Así como pasaba las páginas de aquellos libros, pasaba también de la niñez a la juventud entre historias tan disímbolas que iban del Colmillo Blanco de London a toda la bibliografía de Sherlock Holmes escrita por Conan-Doyle; de la Operación Jesucristo de Mandino al Copo de Nieve de un desconocido Sagarin y de la Rebelión en el Desierto al sugestivo título para un adolescente de Quo Vadis?

    Ese gusto por la lectura lo había sembrado inteligentemente mi madre (pedagoga de profesión) al poner en mis manos desde muy pequeño toda clase de publicaciones que tuvieran que ver con mi gran pasión de la infancia: El fútbol americano. Así es como una persona migra de las noticias de su equipo en el periódico a las revistas deportivas, de ahí a publicaciones de temas variados, luego a libros de fácil lectura y de ahí espero algún día saber digerir las grandes obras.

 
El Richard Parker de la novela de Poe. Se comió a los otros naufragos.
Años después la historia sucedió en la vida real con muchas similitudes,
 incluyendo el nombre de Richard Parker.
 Pero luego emerge brutalmente la comunicación de la mano de la tecnología y pone cualquier contenido al alcance de un click, de una suscripción satelital para TV o de una sala de cine. Entonces descubre uno que La Rebelión en el Desierto no es otra cosa que Lawrence de Arabia y que Winona Ryder es más atractiva que Josephine. Se deja uno caer en la comodidad de los 24 cuadros por segundo que narran en una imagen más que mil palabras y los puristas comienzan a acusar a una sociedad que prefiere la integralidad de vivir más experiencias a la curiosidad de profundizar en contenidos.

      Y ahí se la lleva uno hasta que es envuelto por El Silencio de los Inocentes por enésima ocasión, el magistral filme me deja una vez más fascinado con la personalidad de Hannibal Lecter y en cosa de unos meses esa fascinación me lleva a devorar toda la saga de Thomas Harris sorprendiéndome en varias ocasiones despierto por pesadillas que nunca sufrí al ver las películas. Lo mismo me pasa con El Padrino de Mario Puzzo y con otras películas que me han arrastrado a los libros al quedarme con ganas de más. Hace poco, vi en una misma semana los filmes del Atlas de la Nubes y La Vida de Pi; en la primera sospecho (y luego compruebo) que la obra escrita debe profundizar mucho más en los nudos de la original historia mientras que en la segunda me asaltan dos incógnitas: ¿Porque el protagonista lee algo tan bizarro que ha tenido gran influencia en mí como es El Extranjero de Albert Camus?, y me pregunto también si la escondida referencia a la obra de Edgar Allan Poe en el nombre de un tigre de bengala es abordada en el libro como una casualidad, como una deliberación, o simplemente es ignorada.
El Richar Parker de la novela de Yann Martel. Un tigre de bengala
que no se pudo comer al naufrago Pi.

      Me doy cuenta entonces de cómo es que el cine puede convertirse en un estupendo promotor de la lectura. Seguro existen miles de adolescentes que empiezan a descubrir al verdadero Sherlock al ser enganchados por el personaje de Downey Jr., otros se transportan a fantásticos mundos gracias a Harry Potter y algunos más se adentran en las penumbras del Crepúsculo. Y claro, ahí vienen atrás los contenidos de televisión que pueden provocar lo mismo.

    Por lo pronto, quien esto escribe se acerca finalmente a leer Cien Años de Soledad gracias a que la serie del Patrón del Mal transmitida por Unicable lo motivó a leer la Noticia de un Secuestro, del gran Gabriel García Márquez. 


cesarelizondov@gmail.com

El Consumista

Publicado el 19 de Octubre de 2013 en El Diario de Coahuila y El Heraldo de Saltillo

   
Paralela a la famosísima Ocean Drive en Miami Beach se encuentra Collins Avenue, calle que alberga a las tiendas con las marcas más famosas de ropa, calzado y accesorios. Fue ahí donde reconocí por primera vez a aquel pobre y manipulado tipo. Lo descubrí mientras él creía que nadie lo observaba mirándose al espejo y reflejándose a través de los cristales de los aparadores. 
    Vi  cómo se colgaba una y otra prenda buscando en todas ellas un satisfactor o aprobación que por alguna extraña razón le faltaría a su existencia. Se veía a todas luces como un turista: Lentes oscuros, bermudas debajo de las rodillas, una guayabera pasada de moda y la cámara fotográfica colgando del cuello. Se notaba entusiasmado, observaba boquiabierto todo lo que aquellas firmas de diseñadores tenían para ofrecerle; a pesar de aparentar cierta madurez en su físico, la mirada al quitarse las gafas era la de un niño ante el árbol navideño repleto de regalos.

     Años después tuve oportunidad de visitar diversas ciudades de Estados Unidos y de nuestro país. Las agendas de trabajo siempre dejaron espacio para conocer las zonas comerciales, los viajes de placer todavía más se prestan para lo mismo y durante las vacaciones familiares es prácticamente obligado repetir el ritual. Sin importar el lugar a dónde pude ir, indistintamente volvía a ver a aquel pobre tipo de hombre transformado en un ser al que tradicionalmente asociamos a la mujer: El consumista. 
     Lo mismo lo vi en la 5ta avenida de Nueva York que en el Paseo Andares de Guadalajara; en la costa oeste norteamericana en Rodeo Drive de Beverly Hills y Market Street de San Francisco o en el centro de nuestro país en Polanco por avenida Masarik. A orillas del lago Michigan en la Magnificient Mile de Chicago o en el Caribe mexicano dentro del centro denominado La Isla de Cancún; en los escaparates de los hoteles de Las Vegas así como por toda la zona de San Pedro en el estado de Nuevo León. 
     Con mínimas diferencias, aquel pobre tipo de hombre era el mismo en el Mall de Gallería de Dallas que a quien también frecuentemente me he topado en Galerías Saltillo, Plaza Sendero y La Nogalera. Y más aún, los dependientes de las tiendas parecían el mismo en cada local del mundo, la mercancía en todas partes era igual y las fotos de los modelos que adornan las paredes eran simples copias repartidas en cada sucursal dispersa a lo largo y ancho del planeta.

     Y cada vez que lo veía, no dejaba de importunarme un sentimiento de culpa por conocer desde las mismas entrañas la forma en que se manipulan los mercados para el consumo comercial. Mis años en la universidad estudiando mercadotecnia y más de dos décadas dedicándome al comercio habían formado en mí una idea muy clara de cómo es que las grandes corporaciones manejan la psicología humana para llevar al consumidor a dónde ellos quieren en vez de ir ellos a dónde el consumidor diga. Diversa bibliografía sobre casos empresariales (la más recomendable sobre el tema: Deluxe, de Dana Thomas y editorial Tendencias) no había más que acentuado mi convicción de la triste forma en que al consumidor se hace sentir especial cuando compra una prenda que se produce por cientos de miles para un tanto igual de personas que también buscan sentirse dueños de un artículo único y original.

    Y así llegue durante mi última salida al hotel dónde me hospedaba. Preocupado, desanimado y decepcionado de la forma en que el consumo de aquel tipo de hombre que tantas veces había visto era dirigido a su antojo por individuos que sí conocían el verdadero lujo, por personajes que jamás usarían los artículos que sus tiendas ofrecían, por empresarios que vivían en una escala económica muy superior a lo que el consumidor apenas pueda imaginar.
      Ingresé al cuarto de baño. Harto de ver tanto consumismo abrí el grifo del agua y la dejé correr hasta que salió bien fría, entonces me lave la cara, y cuando levante la vista, ahí estaba en el espejo, otra vez aquel pobre tipo de hombre que tantas veces había visto reflejado en los espejos de las tiendas y en los cristales de los aparadores.


      cesarelizondov@gmail.com

Ganar perdiendo

Publicado el 14 de Septiembre de 2013 en El Diario de Coahuila y el Heraldo de Saltillo


     A mis amigos Jorge, Jorge, Rubén, Rubén Jr., Gerardo, Ramiro, Ricardo, Jesús, Daniel, Tomás, Hugo, Roy, Gilberto, José Luis, Héctor. Y a mis sobrinos Ricardo C. y Diego M.

      Cierre de la última entrada, casa llena y dos fuera; el equipo a la ofensiva pierde por una carrera y con un batazo el juego daría la vuelta. El pitcher se aleja del montículo dirigiéndose hacia la segunda base. Ampáyeres, anotadores, jugadores y el escaso público que observaba el partido se veían unos a otros preguntándose qué es lo que estaba pasando. Llegando el lanzador a la base, hace algún comentario acerca de lo sucio que esta la almohadilla y le pide amablemente al corredor que se mueva para limpiarla, este entiende el gesto como una cuestión de buen orden en el juego y se despega. El lanzador lo toca con la pelota y lo pone fuera. Fin del juego.

    Es una escena que, dado el conocimiento de reglas  que un profesional debe tener, jamás veremos en el béisbol de las grandes ligas ni en una liga triple “A”, dónde el nombre del juego es, como bien lo bautizaron en una película, Moneyball.  Pero en los torneos llaneros, los del aficionado cervecero, los de grupos de amigos o gente que comparte algún tipo de trabajo, profesión, escolaridad o club, la forma en que fuimos sorprendidos por alguien que si sabe del juego de pelota es algo que quizás sea común de presenciar en un alarde del conocimiento del juego sobre la capacidad atlética y el espíritu deportivo.

   Pero todo hay que ponerlo en perspectiva, en la práctica ocasional de lo que algunos podrían calificar como un apéndice de las ocupaciones cotidianas, ganar o perder pasa de ser una cuestión de competencia deportiva para alcanzar conclusiones filosóficas. Las lacónicas charlas que siguieron al episodio fueron trasladándose desde la impotencia de sentirnos despojados injusta, pero legalmente de la oportunidad de ganar en buena lid, hasta la preocupación por una juventud propensa a confundirse entre hacer honor a las canas y arrugas de sus ancestros actuando de acuerdo a principios o imitar a la generación intermedia, que más allá de cualquier fin escoge los más cómodos y marrulleros medios para allegarse satisfactores.

     Y de la misma forma que sucede en muchos grupos con intereses y gustos similares, los vocablos utilizados en la plática banquetera que se extendió a las redes sociales privadas electrónicas al día siguiente fueron mutando del sustantivo colectivo llamado equipo al abstracto llamado amistad, y entonces el verbo llamado perder cedió para conjugar divertir y aprender; los adjetivos para señalar culpabilidades fueron omitidos por los que denotan reconocimiento. Y así es como creo que se llega a prescindir de la incesante búsqueda de las calificaciones para terminar privilegiando los valores.

   En un mundo que nos ofrece más de lo que quisiéramos ver de ejemplos llenos de absurda competencia, resulta reconfortante encontrar espacios y grupos dónde sus miembros entienden que la filosofía para ganar en el deporte bien puede ser impuesta por Vince Lombardi, Yogi Berra o hasta por Lance Armstrong; pero que la filosofía para la vida no puede sino ser dictada por conceptos que abarquen más allá de los efímeros resultados, preceptos que nos lleven a forjar un verdadero carácter en el cual no exista cabida para los atajos hacia la victoria final. 


     cesarelizondov@gmail.com

Porque el pudiente no debe ir a la escuela pública

Publicado el 06 de Septiembre en El Diario de Coahuila y 07 de Septiembre en el Heraldo de Saltillo

     ¿Quién no ha escuchado al padre de familia acomodada decirle a su hijo que si sale mal en clases lo enviará a una escuela pública? Es como decirle que viene el Coco, es una amenaza. El ultimátum es entendido por padres e hijos como el fantasma de un castigo de índole emocional más que académico.

     Por otro lado, hemos visto pasar aceite a nuestros políticos cuando se les pregunta porque si sostienen que el estado es tan buen educador, tienen a sus hijos en escuelas privadas.

     Pienso que ambas cosas denotan una pobre cultura en materia educativa, pero no de tipo oficial o general, sino individual.

     Luego, como en toda sociedad, la pirámide dicta que la mierda de los de arriba salpica a los de abajo; y en el caso de la educación mexicana, las decisiones, filosofías, introyectos, filiaciones, complejos, carencias y culpas de los que manejan este país política, económica y culturalmente, terminan por afectar las oportunidades de los que menos tienen de una forma que ni siquiera hemos pensado. 
   El círculo vicioso donde el sistema educativo gratuito ha estado durante décadas secuestrado por un mal sindicalismo que ha contado con la anuencia de los demás poderes fácticos del país, termina por dejar a todos los pudientes en un pedestal de ciega suficiencia que no les permite responder inteligentemente al porqué de tener a sus hijos en colegios privados si se es político o a realizar estúpidas y jamás cumplidas amenazas de cambio de escuela si se vive fuera del presupuesto.

   Pasa que sin darnos cuenta, esos políticos sin respuesta y esos jefes de familia autosuficientes, tácitamente están siendo cómplices de los vicios en la educación de los mexicanos cuando montan a sus hijos en la tabla de la formación privada con el único y pobre argumento de que debe ser mejor que la gratuita, sin mediar convicciones y razones de igualdad, humanitarismo, patriotismo o bien común.

   Y es que, en un México Utópico, tanto para el político cuestionado como para el hombre acaudalado, la razón de no tener a sus hijos en escuelas públicas debería ser la de ceder el espacio gratuito a personas que no tengan los medios para acceder a las instituciones privadas, lo que desde las perspectivas humanitarias, patrióticas y sociales sería los más correcto, aunque políticamente pudiera no ser así.

  El saber que sus hijos no tomarán la educación gratuita, ha llevado a un estado de complacencia a políticos y contrapesos del gobierno que prefieren hacerse de la vista gorda ante los abusos del sindicalismo mal encausado. 

   Por lo anterior parecería que no hay forma de cambiar las cosas cuando se trata de exigirles también a los maestros; pero quizás, si nuestros hijos hoy perciben que la educación gratuita no es opción para ellos por cuestiones de igualdad de oportunidades, el día de mañana como mexicanos con mejor cultura social que nosotros, serán solidarios con aquellos que no tengan medios para pagar educación privada y en consecuencia tendrán solvencia moral para saber exigir al sistema educativo mejores condiciones no solo para los maestros, sino también para los alumnos. Algo que en nuestra generación, no hemos sabido hacer.


   cesarelizondov@gmail.com

Si no haces la masa, no juzgues a la juventud

Publicado el 24 de Agosto en El Diario de Coahuila y El Heraldo de Saltillo

  ¿A dónde llegara esta juventud? Dice mi madre que en su niñez era cotidiano tener una gran mesa destinada a amasar en cada hogar. Aprendían desde pequeños a utilizar el rodillo para elaborar tortillas de harina y maíz, galletas, pasteles y principalmente los diversos tipos de pasta para las recetas diarias de cocina. Luego durante mi niñez, aun cuando mi madre era excelente en la cocina, la industrializada pasta seca empaquetada fue el rápido y económico sustituto a la titánica tarea de mezclar, extender y cortar la masa sobre la mesa.

  Y hoy en día, la magia de las economías a escala y el frenético estilo de vida que llevamos hacen que sea común la práctica de comprar la comida preparada como alternativa barata en más de un sentido a meterse en la cocina. Mi abuela decía que a mi madre le toco una vida fácil porque a principios del siglo XX desde los huevos hasta la harina eran de producción casera; por supuesto que mi madre pensaba que la industrialización hizo de nuestra generación una sociedad acomodaticia; y claro, hoy nos quejamos de que los jóvenes no sepan ni preparar un café. Pero, ¿Es realmente eso importante?

    Si todos somos honestos, y perdonando la irreverencia a cada generación ascendente, habremos de reconocer que nuestras madres superaron a la abuela al saber cómo llevar una transición de cerrazón y machismo hacia la incorporación de la mujer en los quehaceres productivos formales; habremos de ver que la mujer de nuestro tiempo ha perfeccionado el rol femenino al despojarse de la llamada discriminación positiva para reclamar su lugar al lado y nunca más detrás del hombre. Y lo mismo pasa con los varones: Aunque nadie sabe llevar una serenata y la caza dejo de ser una necesidad para convertirse en deporte, los jóvenes de hoy encuentran nuevas formas de ser más completos que nosotros.

   Escucho una y otra vez a los adultos quejarse de la juventud. ¿A dónde llegarán pegados a sus gadgets? Pues yo no sé si aprenderán a producir la pasta casera o a tocar bien la guitarra, pero los he visto desplazarse por los intimidantes aeropuertos de países extraños con absoluta soltura para ordenar un spaghetti en Sbarro´s y encima ligarse a la cajera, cosa que nuestros abuelos jamás soñaron; los he visto entenderse con gente de todo el mundo en un dialecto que carece de reglas, cuando a nuestros padres, su perfecta ortografía y trabajada caligrafía no les alcanzaba más que para comunicarse por el lentísimo servicio postal con una persona a la vez; los he visto realizar increíbles creaciones artísticas apoyados en lo que la tecnología les ofrece, luego perfeccionarlos y finalmente imprimirlos para ocupar en la pared el lugar de aquel infantil bosquejo firmado por alguien que si sabía utilizar pinceles, pero que vivió en la época de producir sin error. Los veo logrando aquello que todas las generaciones anteriores anhelaron y que jamás alcanzaron: Ser los dueños del mundo.

    Es tiempo de reconocer en nuestros jóvenes esa capacidad de prescindir de lo que no les sirve del pasado para allegarse un mejor futuro. Dejemos ya de quejarnos de las limitaciones de nuestros hijos para enfocarnos en sus capacidades, ya que por más que el mundo hoy parezca girar más rápidamente que antes, no deja de rodar igual que siempre.

 Quien no entienda esto y pretenda que la juventud de hoy es menos que la de ayer, que salga a conseguir su comida con piedras y palos si es muy hombre y que coseché el trigo para producir la harina si es mujer.

 cesarelizondov@gmail.com  

Me Niego a ser Pesimista

Publicado el 03 de Agosto de 2013 en el Diario de Coahuila y El Heraldo de Saltillo


   
Primero se vaciaron las botellas de buen vino. Luego las lociones se terminaron, y finalmente aquellos zapatos que me quedaban grandes se fueron desgastando hasta que los deseché. Jamás supe dónde quedaron los discos de vinilo y acetato; y, por no ser mi padre cinéfilo, nunca hubo películas que heredar.

   Otras formas de herencia poco tienen que ver con identificarse entre personas y son más bien bienes prácticos. Y así es que a varios años de la muerte de mi padre, las únicas cosas tangibles que conservo para acercarme a él son los libros de su biblioteca. De cuando en cuando, al regresar a lecturas pasadas de moda pero con temáticas vigentes (vaya paradoja, lo vigente no pasa de moda) como el célebre libro del Doctor Viktor Frankl, me encuentro con pasajes subrayados que me indican pensamientos, conceptos, ideas o creencias que me revelan más de la persona ausente que los mismos testimonios de quienes lo conocieron.

    E irremediablemente paso a la reflexión de los tiempos modernos. Vivimos una época en la que las pequeñísimas y desapercibidas costumbres de consumo que vamos adquiriendo devalúan esa valiosa herencia que antes recibíamos: Objetos depreciados económicamente pero que nos develaban mucho de los individuos a quienes habían pertenecido.

    Empezando con los libros, pasando por las películas, para llegar finalmente a los discos, era una buena forma de intentar trasmitir algo a través de cosas físicas dejadas en un estante para ser tomadas por las próximas generaciones cuando fuese el tiempo correcto. Ya hablemos de Cien Años de Soledad, de El Ciudadano Kane o Las Cuatro Estaciones de Vivaldi, son obras para digerirse en un momento dado de la vida, no necesariamente cuando lo impongan los planes de estudio.

    Y he aquí que los hijos de mi generación recibirán por herencia un nombre de usuario y una contraseña. Y bueno, no es que esto sea malo, es solo que refleja perfectamente la despersonalizada manera de vivir que demandan los hábitos de consumo actuales. Amazon, Apple Store, Netflix y un sin número de empresas acercan a un click de distancia lo mejor de la literatura, la música y el séptimo arte, pero también parecería que alejan a años de luz de nosotros el poder transferir a las próximas generaciones la esencia de nuestros pensamientos, gustos, filosofías, creencias, miedos y demás características y rasgos de personalidad que a menudo ni siquiera quienes conviven con nosotros conocen.

   Y aunque quienes venden archivos digitales llevan puntual registro de nuestros consumos y tienen intrincados algoritmos para conocernos mejor, evidentemente sus fines van por el lado comercial más que fraternal.  Pero… Me niego a ser pesimista.


    Quiero creer más bien que la herencia en forma de archivos digitales donde también se incluyen las fotografías, serán mejores referentes de lo que fuimos en nuestro paso por el mundo que las cosas del pasado; y es que, al no existir un objeto de adoración o nostalgia como lo son el libro o el disco en su entidad, nuestros deudos habrán de encontrar en el contenido de los mismos esas particularidades de nuestra personalidad que no siempre pudieron conocer. Si creemos verdad que somos lo que comemos, habremos de admitir que nos nutrimos de lo que leemos, de lo que escuchamos y de lo que vemos.     
cesarelizondov@gmail.com 

Los Harbaugh y los Manning; ¿Genética ó ética?


Publicado el 26 de Enero en el Diario de Coahuila y El Heraldo de Saltillo

     Por mucho, las estadísticas dicen ser más factible que una persona gane el premio mayor de la lotería a que sea mariscal de campo en un Súper Bowl. Más difícil aún, que dos hermanos ganen ese juego en años consecutivos y sean además declarados como jugadores más valiosos del partido. Y como final planteamiento de que la realidad supera a la ficción, aún más improbable es presenciar lo que sucederá el primer domingo de febrero en el campeonato del fútbol americano profesional: Un orgulloso padre vera como sus dos hijos dirigen como entrenadores principales a los equipos que disputan el trofeo.

      Entre más de 300 millones de norteamericanos, ó entre 7 mil millones de seres humanos sobre la tierra, ¿Usted piensa que no hay gente con más aptitudes naturales para entrenar a un grupo de atletas que los hermanos Harbaugh? ¿Será posible que los hermanos Manning sean una especie de superdotados para practicar el deporte de la tacleadas? Luego de un interesante intercambio de ideas con decenas de amigos conocedores de este deporte así como hombres de éxito, me inclino a pensar que para ambas cuestiones la respuesta es la misma: Deben existir montones de personas por ahí dispersas que tienen mejores genes que ellos para realizar esos trabajos, pero la diferencia estaría entonces en que unos supieron como hacer las cosas mientras que otros no.

     Desde identificar si una habilidad es compatible con las pasiones de un niño, pasando por la elección de organizaciones en dónde un joven pueda desarrollar mejor sus capacidades, metiendo en la ecuación las variables académicas para cubrir imponderables y futuro (existe un tercer Manning que abandonó el deporte por lesiones), para luego llegar al profesionalismo buscando ahora sí los resultados que van más allá de la recompensa económica. Y en medio de todo eso, la formación de una estricta ética de trabajo personal en dónde los mentores son reemplazados conforme el alumno va ascendiendo a mejores estándares, razón por la que desde muy temprano habrían de contar con una férrea disciplina que más tarde nadie podría inculcar, pero sí muchos agradecer.

      Pero tampoco se pueden soslayar algunas realidades. Por más empeño que le pongamos al prodigio que nosotros vemos en casa, la posibilidad de que se convierta en el próximo "Chicharito" son menos que mínimas, reconociendo que al igual que nosotros, innumerables familias ó maestros estarán haciendo sus mejores esfuerzos para que las destrezas de sus pupilos les ayuden a encontrar un modo de vida; pero precisamente ahí está el quid: Alrededor del Chicharito, hay toda una industria apasionada por el soccer en dónde millones de personas se ganan la vida como administradores, contadores, abogados, médicos, periodistas, agentes, utileros, comentaristas, boleteros y hasta vendedores de cerveza que semana tras semana disfrutan de su deporte favorito al tiempo que se ganan la vida. 
    
Lo mismo vemos en la industria del cine donde por cada Oscar a mejor actor se da otro para mejor fotografía, por cada premio para actriz hay uno para maquillaje… Igual, cada grupo de rock se acompaña de un séquito de profesionales anónimos que nadie conoce pero sin los cuales ninguna nota musical saldría por bocina alguna. Y podríamos seguir con cada tipo de trabajo observando la misma constante: No solo las luminarias se apasionan por su trabajo y no es exclusivo de los famosos dedicarse a lo que aman.

    Por todo lo anterior, la próxima vez que nuestros hijos lleguen hasta el sillón para decirnos que quieren ser el próximo Manning y participar en un Súper Bowl, evitemos romper el sueño recitando las dificultades que tienen para ser deportistas elite debido a la genética, pensemos mejor que sin abandonar sus pasiones, existen muchas posibilidades más para consagrarse a lo que les gusta, y ayudémosles a fincar un carácter de conocimiento, de disciplina y ética, para que se den una oportunidad de participar en cualquier evento del calibre de un Súper Bowl, como los hermanos Harbaugh.
cesarelizondovaldez@prodigy.net.mx

El verdadero legado de Lance


Publicado el 19 de Enero de 2013 en El Diario de Coahuila y El Heraldo de Saltillo


Lance Armstrong
     Virulenta en redes sociales fue la reacción a la entrevista concedida (¿ó vendida?) por Lance Armstrong a Oprah Winfrey. En horario triple A, Discovery Channel entregó el pasado jueves la primera parte de la plática en la que el ciclista admite haberse dopado para mejorar su rendimiento. Siete títulos del Tour de Francia son los laureles más reconocidos que le han sido arrebatados en los últimos meses. Para ponerlo en contexto, los triunfos de Lance son equivalentes en su especialidad a Wimbledon para Roger Federer, El Masters para Tiger Woods, el Campeonato Mundial de Pilotos de Fórmula 1 para Michael Schumacher y el Súper Bowl ó la Serie Mundial para deportes de conjunto.
    Seguidores y detractores aparecen por doquier. Los argumentos de los primeros son básicamente dos: Luego de vencer al cáncer hizo una impresionante fundación altruista y por el lado deportivo la justificación es que sus contrincantes también ingerían sustancias prohibidas. Quienes lo censuran parecen hacerlo desde el pedestal de esa moralina que es fácil mantener cuando se carece de tentaciones: Es sencillo ser honesto ante la caja cerrada, la fidelidad es más factible cuando no hay con quien pecar y ser un deportista íntegro para el amateur es una finalidad, pero habremos de conceder que para el profesional el propósito es otro.
      Lo que desde mi entender estamos atestiguando con el caso Armstrong, es la gota que derrama un vaso que a través de los años ha sido llenado por asuntos como el de Maradona en el mundial de 1994, por la devolución del puntaje ganado en Roland Garros del 2005 por el tenista Mariano Puerta igual que Martina Hingins tras Wimbledon 2007 luego de salir positivos, por un salón de la fama de las grandes ligas que ante la sospecha de dopaje decide ignorar los números de Barry Bonds, Roger Clemens y Sammy Sosa dejándolos fuera de la inmortalidad. Y la lista es larga en cientos de casos donde la presión por los resultados llevó a los deportistas a caer en, no necesariamente conductas inmorales, sino simplemente fuera de las reglas.
     Y en esa gota que derrama el vaso esta el legado de Lance. Y es que el vaso deportivo fue rebasado por un torrente de líquido llamado negocio. Si nos permitimos un poco de imaginación para comparar disciplinas, podremos aceptar que las artes nunca han sido regidas por aspectos que tengan que ver con la salud; de hecho, es creencia popular que las grandes obras clásicas así como las comerciales han sido concebidas bajo los influjos de alucinógenos, desde la pinturas rupestres de Lascaux hasta los bocetos de Dalí, incluyendo claro está, a virtuosos como Mozart ó contemporáneos compositores como Freddy Mercury.
    Por supuesto que por su misma naturaleza, una disciplina como el deporte deberá observar al menos en la etapa formativa y de aficionados el cuidado del cuerpo humano, con lo que finalmente llegamos al triste legado de Lance: En poco tiempo veremos como el deporte profesional, ante la avasallante realidad de su lado comercial, tendrá que definir estrategias para desligarse de las prácticas amateurs y formativas en el sentido del dopaje, eliminando en el profesionalismo las pruebas clínicas para que cada deportista compita bajo su propio riesgo. Porque de lo contrario, ¿Quién querrá ver una etapa del tour de Francia pensando que más tarde le quitarán el título al ganador? ¿Quién comprara un boleto para un partido de beisbol sabiendo que el cuadrangular que vea podrá ser cuestionado más adelante? ¿Quién utilizará los artículos cuya marca fue patrocinadora de su ídolo caído? ¿Quién pagará sus lujos?
cesarelizondovaldez@prodigy.net.mx