Me Niego a ser Pesimista

Publicado el 03 de Agosto de 2013 en el Diario de Coahuila y El Heraldo de Saltillo


   
Primero se vaciaron las botellas de buen vino. Luego las lociones se terminaron, y finalmente aquellos zapatos que me quedaban grandes se fueron desgastando hasta que los deseché. Jamás supe dónde quedaron los discos de vinilo y acetato; y, por no ser mi padre cinéfilo, nunca hubo películas que heredar.

   Otras formas de herencia poco tienen que ver con identificarse entre personas y son más bien bienes prácticos. Y así es que a varios años de la muerte de mi padre, las únicas cosas tangibles que conservo para acercarme a él son los libros de su biblioteca. De cuando en cuando, al regresar a lecturas pasadas de moda pero con temáticas vigentes (vaya paradoja, lo vigente no pasa de moda) como el célebre libro del Doctor Viktor Frankl, me encuentro con pasajes subrayados que me indican pensamientos, conceptos, ideas o creencias que me revelan más de la persona ausente que los mismos testimonios de quienes lo conocieron.

    E irremediablemente paso a la reflexión de los tiempos modernos. Vivimos una época en la que las pequeñísimas y desapercibidas costumbres de consumo que vamos adquiriendo devalúan esa valiosa herencia que antes recibíamos: Objetos depreciados económicamente pero que nos develaban mucho de los individuos a quienes habían pertenecido.

    Empezando con los libros, pasando por las películas, para llegar finalmente a los discos, era una buena forma de intentar trasmitir algo a través de cosas físicas dejadas en un estante para ser tomadas por las próximas generaciones cuando fuese el tiempo correcto. Ya hablemos de Cien Años de Soledad, de El Ciudadano Kane o Las Cuatro Estaciones de Vivaldi, son obras para digerirse en un momento dado de la vida, no necesariamente cuando lo impongan los planes de estudio.

    Y he aquí que los hijos de mi generación recibirán por herencia un nombre de usuario y una contraseña. Y bueno, no es que esto sea malo, es solo que refleja perfectamente la despersonalizada manera de vivir que demandan los hábitos de consumo actuales. Amazon, Apple Store, Netflix y un sin número de empresas acercan a un click de distancia lo mejor de la literatura, la música y el séptimo arte, pero también parecería que alejan a años de luz de nosotros el poder transferir a las próximas generaciones la esencia de nuestros pensamientos, gustos, filosofías, creencias, miedos y demás características y rasgos de personalidad que a menudo ni siquiera quienes conviven con nosotros conocen.

   Y aunque quienes venden archivos digitales llevan puntual registro de nuestros consumos y tienen intrincados algoritmos para conocernos mejor, evidentemente sus fines van por el lado comercial más que fraternal.  Pero… Me niego a ser pesimista.


    Quiero creer más bien que la herencia en forma de archivos digitales donde también se incluyen las fotografías, serán mejores referentes de lo que fuimos en nuestro paso por el mundo que las cosas del pasado; y es que, al no existir un objeto de adoración o nostalgia como lo son el libro o el disco en su entidad, nuestros deudos habrán de encontrar en el contenido de los mismos esas particularidades de nuestra personalidad que no siempre pudieron conocer. Si creemos verdad que somos lo que comemos, habremos de admitir que nos nutrimos de lo que leemos, de lo que escuchamos y de lo que vemos.     
cesarelizondov@gmail.com 

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