Madre, ¿Solo hay una?

Publicado el 06 de Mayo de 2014 en revista 360 de Vanguardia

     Fue la canción de los Beatles “Lucy in the sky with diamonds” la inspiración para su nombre. Y es que eso era lo que escuchaban los paleontólogos cuando encontraron los huesos fosilizados de Lucy, restos de un tipo de australopiteco de los que dieron origen a la especie humana.

    ¿Pero a dónde va esto con el día de la madre? Bueno, es que desde los tiempos de Lucy y hasta nuestros días, gracias al género femenino hemos logrado que nuestra raza evolucione hasta las posibilidades que tenemos hoy como especie. Y no se trata de utilizar ese recurso de retórica romántica, sentimentaloide y gratuita de odas a la mujer por quedar bien o ser políticamente correcto, son en realidad datos duros y científicos que algún día leí en un interesante libro, autoría de un médico y no un paleantropologo como cabría suponer: La cadera de Eva.

      Ahí, con un accesible estilo y sencillo lenguaje que podemos comprender quienes tenemos algún interés en la evolución humana sin ser profesionales en el tema, José Enrique Campillo da cuenta de cómo fue que las adaptaciones físicas y sociales de la mujer fueron vitales desde que las especies posteriores a Lucy tuvieron que engendrar y dar a luz a seres con una masa encefálica cada vez mayor, cosa que las hembras antecesores no podrían físicamente hacer; ese cerebro mayor fue el responsable de nuestra inteligencia para dominar el mundo sobre otras creaturas más fuertes que nosotros. Ese fue solo el principio de innumerables ajustes y cambios que la mujer ha venido haciendo a través de millones de años en su cuerpo y en sus hábitos para ser la columna vertebral de la humanidad. Y estos cambios siempre han estado ligados a un rol específico de la mujer e imposible para el hombre: Ser madre.

    Por supuesto que actualmente el entendimiento de lo que es una madre va mucho más amplio de las cuestiones puramente biológicas, la misma adaptación social que la mujer ha desarrollado propició que la definición de madre abarque cada vez más debido a relaciones filiales sin que necesariamente existan vínculos genéticos.

     Así es que como herederos y reyes de la creación de Dios no podemos decir que madre solo hay una, ya que somos hijos de una larga historia y sucesión de mujeres cuya capacidad de cambio y adaptación a las nuevas circunstancias nos han llevado como especie desde ser primitivas víctimas de los depredadores hasta llegar a ser conquistadores de la luna. Y si nos adentramos en temas de religión, encontraríamos que la idiosincrasia universal cuenta con múltiples figuras maternales. No, madre hay más de una.

     Pero como entes particulares, quienes tenemos la bendición de contar con una madre vemos que en esa relación madre-hijo existe una forma de microcosmos dónde en nuestra madre encarnaron todos los tipos de mujeres desde la época de Lucy hasta hoy: La mujer que sufrió cambios en su cuerpo, la mujer que paso frío para que yo no lo sufriera, la mujer que salió en busca de alimento para mí, la mujer que enseñó los dientes a las fieras, la mujer que aprendió a tejer, la mujer que hace la mejor sopa de fideos con jugo de carne, la mujer que me obligó a bailar, la mujer que me enseñó un oficio, la mujer que dibujó la línea entre lo moral y lo incorrecto, la mujer que me compraba botas para hacerme crecer, y la mujer que me llevó al psicólogo para crecer aún más, la mujer que me reprendía en casa y la mujer que presumía a su hijo en la calle, la mujer que se ofreció a buscar cirujano plástico para mis cicatrices de la frente, y la mujer que siempre buscará como cicatrizar la heridas del alma.

     Así es que, a pesar de todo lo que escribí dos párrafos arriba, he de decir que madre, solo hay una.

    Gracias Mamá ¡¡  
   cesarelizondov@gmail.com

La felicidad de un niño

Publicado el 27 de Abril de 2014 en revista 360 de Vanguardia

      Padre y madre estaban felices. Pese a la difícil situación económica en que se encontraban desde hace años, habían hecho un gran esfuerzo para que su hijo disfrutara de un día del niño inolvidable: Lo llevaron por la tarde al cine, después por un helado y finalmente, en casa, le obsequiaron ese juguete de moda que tanto anhelaban regalarle. Antes de ir a la cama, su padre le explico con qué felicidad habían hecho ellos el sacrificio para festejar ese día. Le dijo que mañana sería otro día y que habría que volver a la rutina cotidiana, donde la vida dictaba que habían de ser en extremo disciplinados. Pero por momentos como ese, -decía el papa – bien valía la pena el sufrimiento. Le dijo también cuan orgullosos eran de ver como su hijo maduraba más rápidamente gracias a una realidad que sus padres no querían ocultarle: La vida es dura.

      Muy lejos de ahí y bajo otras circunstancias, una madre le explicaba a su hijo como su abnegado amor era la piedra angular que aglutinaba a una familia dónde el padre pasaba la mayor parte del tiempo en el trabajo. Claro que eso les permitía llevar una vida cómoda, aún con el alto precio que la madre tenía que pagar por vivir con la responsabilidad de llevar prácticamente sola la administración del hogar. Le decía como era que su padre también sufría al estar lejos de ellos en ocasiones especiales pero que él era afortunado al conocer desde tan joven como es que una familia sorteaba las dificultades para salir avante y continuar unida. Ser una buena madre y una esposa ejemplar era bueno para el padre y el hijo, pero la madre sufría una soledad que le dolía hasta el alma. Ese abnegado amor, libre de la hipocresía del sentimentalismo y muy lejos de lo que se compra con dinero, era el regalo para su hijo en el día del niño. Y él era consciente de cuanto sufrían sus padres por manejar lo mejor que podían ese malabar llamado familia, siempre haciendo hincapié en esa verdad que le mostraban a su hijo día tras día: La vida es dura.

    En otra realidad y otro lugar. Un niño miraba por la ventana como se alejaba su padre de la casa de su madre. Habían pasado el día juntos y había sido como tantas otras veces: Risas, diversión, buena plática y el sentimiento inequívoco del amor que se tenían. Al despedirse su padre le dijo lo que en ocasiones similares había comentado: La vida no es fácil para nadie, y aun cuando a veces parece que todo está resuelto, existen sombras como la separación de una pareja, la muerte de un familiar, o la enfermedad que podría aquejar a alguien cercano. Pero siempre habría forma de resarcir los faltantes porque era preferible la calidad sobre la cantidad de tiempo, un niño bien podría comprender porque eran mejor así las cosas.

       Y ya tarde por la noche, los cuatro niños que vivían tan distanciados por múltiples cosas, se unían en un mismo pensamiento hacia sus distintos padres: No me sirve tu sacrificio, tu sufrimiento no me hace más feliz, y claro que con dinero no compramos felicidad y tú reloj no mide el tiempo igual que el mío. Todo lo que pido es que el mundo me permita soñar como un niño, que no me hagan mayor cuando soy menor, que no me pidan que comprenda lo que los mayores no han comprendido.


cesarelizondovaldez@prodigy.net.mx

No es la Navidad, es la Pasión

Publicado el 20 de Abril de 2014 den revista 360 de Vanguardia

       Caso de la vida real: Luego de una niñez y gran parte de la juventud en una escuela católica, un compañero de alguna generación mayor, de quien no diré sus generales pero si diré que es zurdo, salió con tremenda duda: Y a todo esto- preguntó- ¿Qué fue del niño Jesús?

      Clara muestra no de la incapacidad para aprender de los alumnos sino de los garrafales yerros de los docentes sometidos a una forma de enseñanza dogmática y plana que no daba tregua para formarse una opinión propia, ni espacio para cuestionar y menos para disentir.

      Y es que de la alegría y el gozo de la navidad la instrucción religiosa bien se podía pasar al primo literario de Aquiles el del talón: El bíblico Sansón cuya fuerza perdía junto con su cabello. De ahí podrías pasar sin respetar cronologías al temido apocalipsis que luego entenderías como guion de película de Disney al compararlo con el 11/9, el Tsunami o la visita del cobrador de cuotas.
      De ahí, como en una máquina del tiempo y tele transportadora, abordabas el Arca de Noé y por ningún lado veías a la malvada serpiente que aparecía en la primera parte del dogma y que por alguna razón había sobrevivido hasta nuestra época porque la sentías arrastrarse bajo los nopales cuando ibas al rancho o escuchabas su cascabel en algunas conversaciones. Los saltos hacia adelante y atrás se sucedían hasta que por algún miércoles de febrero pasabas en otro ritual a tomar la ceniza y a hacer promesas que duraban lo mismo que la mancha sobre la frente.

      Finalmente llegaban las vacaciones intermedias y por otra extraña razón siempre coincidían con la Pasión de aquel Cristo que nos decían, había dado la vida por nosotros. ¿Por qué las cosas eran así? ¿Por qué tenía uno que sentir culpabilidad si se pasaba las vacaciones sin sufrir como ese Cristo?
     Cosas de adultos, pensaban unos; cosas de curas, pensaban otros; cosas de locos, pensaban otros más; y los menos, pensaban que eran cosas de Dios. Pero luego a cada quién le va llegando el momento de carecer de medios terrenales para afrontar sus situaciones y es entonces que volteas al cielo en busca del ser supremo.

      Y resulta que si deseas que exista un Dios y que su hijo haya sido sacrificado por y para nosotros cuando ves que el doctor y las enfermeras que atienden a tu hija en terapia intensiva son por mucho más jóvenes que tú; y haces un pacto unilateral esperando ser escuchado por aquellos de quienes renegabas. Y luego, en otras circunstancias rezas por que la promesa fundamental de la biblia católica sea verdadera cuando ves de cerca la muerte y quieres con toda tu alma que no termine aquí todo para quienes ya se han ido. Y también, aun cuando los problemas estén lejos, a veces te asalta un vacío que poco a poco vas entendiendo debe ser llenado por algo más grande que lo que cualquier otra persona pueda ser o tener.


    Y llegas otra vez al domingo de resurrección haciendo recuento de ese niño Jesús que se transformó en Cristo. Y caes en cuenta que para nacer no ponemos nada de nuestra parte, nacíamos en una fecha aleatoria escogida por la naturaleza tras un proceso de maduración y hoy las fechas de nacimiento son agendadas en función del calendario del doctor o de la próxima letra a pagar de su automóvil. Y agradeces entonces a tu religión no por una navidad llena de regalos y promesas de la venida de un salvador, sino por la certeza de conocer cómo fue que un hombre vivió su Pasión para cumplir con sus creencias, y encuentras que, aun con letras minúsculas, tus pasiones también te llevaran a morir y revivir una y otra vez en esta vida. Por lo menos en esta vida. 
   cesarelizondov@gmail.com