Porque el pudiente no debe ir a la escuela pública

Publicado el 06 de Septiembre en El Diario de Coahuila y 07 de Septiembre en el Heraldo de Saltillo

     ¿Quién no ha escuchado al padre de familia acomodada decirle a su hijo que si sale mal en clases lo enviará a una escuela pública? Es como decirle que viene el Coco, es una amenaza. El ultimátum es entendido por padres e hijos como el fantasma de un castigo de índole emocional más que académico.

     Por otro lado, hemos visto pasar aceite a nuestros políticos cuando se les pregunta porque si sostienen que el estado es tan buen educador, tienen a sus hijos en escuelas privadas.

     Pienso que ambas cosas denotan una pobre cultura en materia educativa, pero no de tipo oficial o general, sino individual.

     Luego, como en toda sociedad, la pirámide dicta que la mierda de los de arriba salpica a los de abajo; y en el caso de la educación mexicana, las decisiones, filosofías, introyectos, filiaciones, complejos, carencias y culpas de los que manejan este país política, económica y culturalmente, terminan por afectar las oportunidades de los que menos tienen de una forma que ni siquiera hemos pensado. 
   El círculo vicioso donde el sistema educativo gratuito ha estado durante décadas secuestrado por un mal sindicalismo que ha contado con la anuencia de los demás poderes fácticos del país, termina por dejar a todos los pudientes en un pedestal de ciega suficiencia que no les permite responder inteligentemente al porqué de tener a sus hijos en colegios privados si se es político o a realizar estúpidas y jamás cumplidas amenazas de cambio de escuela si se vive fuera del presupuesto.

   Pasa que sin darnos cuenta, esos políticos sin respuesta y esos jefes de familia autosuficientes, tácitamente están siendo cómplices de los vicios en la educación de los mexicanos cuando montan a sus hijos en la tabla de la formación privada con el único y pobre argumento de que debe ser mejor que la gratuita, sin mediar convicciones y razones de igualdad, humanitarismo, patriotismo o bien común.

   Y es que, en un México Utópico, tanto para el político cuestionado como para el hombre acaudalado, la razón de no tener a sus hijos en escuelas públicas debería ser la de ceder el espacio gratuito a personas que no tengan los medios para acceder a las instituciones privadas, lo que desde las perspectivas humanitarias, patrióticas y sociales sería los más correcto, aunque políticamente pudiera no ser así.

  El saber que sus hijos no tomarán la educación gratuita, ha llevado a un estado de complacencia a políticos y contrapesos del gobierno que prefieren hacerse de la vista gorda ante los abusos del sindicalismo mal encausado. 

   Por lo anterior parecería que no hay forma de cambiar las cosas cuando se trata de exigirles también a los maestros; pero quizás, si nuestros hijos hoy perciben que la educación gratuita no es opción para ellos por cuestiones de igualdad de oportunidades, el día de mañana como mexicanos con mejor cultura social que nosotros, serán solidarios con aquellos que no tengan medios para pagar educación privada y en consecuencia tendrán solvencia moral para saber exigir al sistema educativo mejores condiciones no solo para los maestros, sino también para los alumnos. Algo que en nuestra generación, no hemos sabido hacer.


   cesarelizondov@gmail.com

Si no haces la masa, no juzgues a la juventud

Publicado el 24 de Agosto en El Diario de Coahuila y El Heraldo de Saltillo

  ¿A dónde llegara esta juventud? Dice mi madre que en su niñez era cotidiano tener una gran mesa destinada a amasar en cada hogar. Aprendían desde pequeños a utilizar el rodillo para elaborar tortillas de harina y maíz, galletas, pasteles y principalmente los diversos tipos de pasta para las recetas diarias de cocina. Luego durante mi niñez, aun cuando mi madre era excelente en la cocina, la industrializada pasta seca empaquetada fue el rápido y económico sustituto a la titánica tarea de mezclar, extender y cortar la masa sobre la mesa.

  Y hoy en día, la magia de las economías a escala y el frenético estilo de vida que llevamos hacen que sea común la práctica de comprar la comida preparada como alternativa barata en más de un sentido a meterse en la cocina. Mi abuela decía que a mi madre le toco una vida fácil porque a principios del siglo XX desde los huevos hasta la harina eran de producción casera; por supuesto que mi madre pensaba que la industrialización hizo de nuestra generación una sociedad acomodaticia; y claro, hoy nos quejamos de que los jóvenes no sepan ni preparar un café. Pero, ¿Es realmente eso importante?

    Si todos somos honestos, y perdonando la irreverencia a cada generación ascendente, habremos de reconocer que nuestras madres superaron a la abuela al saber cómo llevar una transición de cerrazón y machismo hacia la incorporación de la mujer en los quehaceres productivos formales; habremos de ver que la mujer de nuestro tiempo ha perfeccionado el rol femenino al despojarse de la llamada discriminación positiva para reclamar su lugar al lado y nunca más detrás del hombre. Y lo mismo pasa con los varones: Aunque nadie sabe llevar una serenata y la caza dejo de ser una necesidad para convertirse en deporte, los jóvenes de hoy encuentran nuevas formas de ser más completos que nosotros.

   Escucho una y otra vez a los adultos quejarse de la juventud. ¿A dónde llegarán pegados a sus gadgets? Pues yo no sé si aprenderán a producir la pasta casera o a tocar bien la guitarra, pero los he visto desplazarse por los intimidantes aeropuertos de países extraños con absoluta soltura para ordenar un spaghetti en Sbarro´s y encima ligarse a la cajera, cosa que nuestros abuelos jamás soñaron; los he visto entenderse con gente de todo el mundo en un dialecto que carece de reglas, cuando a nuestros padres, su perfecta ortografía y trabajada caligrafía no les alcanzaba más que para comunicarse por el lentísimo servicio postal con una persona a la vez; los he visto realizar increíbles creaciones artísticas apoyados en lo que la tecnología les ofrece, luego perfeccionarlos y finalmente imprimirlos para ocupar en la pared el lugar de aquel infantil bosquejo firmado por alguien que si sabía utilizar pinceles, pero que vivió en la época de producir sin error. Los veo logrando aquello que todas las generaciones anteriores anhelaron y que jamás alcanzaron: Ser los dueños del mundo.

    Es tiempo de reconocer en nuestros jóvenes esa capacidad de prescindir de lo que no les sirve del pasado para allegarse un mejor futuro. Dejemos ya de quejarnos de las limitaciones de nuestros hijos para enfocarnos en sus capacidades, ya que por más que el mundo hoy parezca girar más rápidamente que antes, no deja de rodar igual que siempre.

 Quien no entienda esto y pretenda que la juventud de hoy es menos que la de ayer, que salga a conseguir su comida con piedras y palos si es muy hombre y que coseché el trigo para producir la harina si es mujer.

 cesarelizondov@gmail.com