México, D.F.

Publicada el 17 de Agosto en 360 La Revista, de Vanguardia

    Aun cuando soy tan mexicano como un mariachi, como el tequila o como el Compayito, y aunque tengo un estomago más curtido que diputado en Puerto Vallarta, fui víctima de “La Venganza de Moctezuma”. Cierto, el mexicano es mestizo y quizás por eso hemos perdido mucho de herencia Azteca en cuanto a fortaleza física.

    Antes de salir a las vacaciones familiares hube que prepararme para el vía crucis que me platicaron: Papeles del auto en orden, licencia vigente, verificación vehicular, tipo de sangre de mis abuelos, nombre y pedigrí del perro así como monedas de distintas denominaciones distribuidas en diferentes bolsillos para sortear imprevistos. Todo fue inútil como descubrirás en el siguiente párrafo.

    Y es que decidí por mi cuenta investigar un poco y me encontré con una exención para el turista que viaja por tierra al área metropolitana del DF, se trata de que los visitantes foráneos puedan circular en sus vehículos sin someterse al programa “Hoy no Circula”. Luego de un pequeño trámite virtual imprimí mis permisos, los coloqué en el cristal delantero del auto y nos fuimos de vacaciones. Primera sorpresa: Jamás, ni siquiera cuando me metí en contra en un túnel de Santa Fe, fui advertido, molestado, frenado o infraccionado por ningún agente de tránsito.

    Rápidamente entendí que el programa para limitar la circulación fue brillantemente consensado como una cuestión ecológica siendo su verdadero fondo una aspirina logística para las vialidades de la gran ciudad. Segundos pisos, sistema de metro, autobuses, taxis y peceras siguen siendo insuficientes para trasladar eficientemente a más de 20 millones de personas, más un buen de población flotante.

   
Entonces descubrí que tenían por muchas partes estaciones con bicicletas en horarios 24/7; es decir que están disponibles para el capitalino todos los días y a todas horas. Recordé mi tierra y no pude resistir la insana costumbre humana de hacer comparaciones. Entre programas y acciones definidas desde la necesidad de invertir recursos en aras de aliviar el tránsito y otros que se implementan desde el mexicanísimo recurso del Copy-Paste, no pude sino sacar una conclusión: Dichos programas deben obedecer en primera instancia a una necesidad de transporte, no de ocio.

     Viví una especie de Ruta Recreativa en la avenida más emblemática del país: Reforma. Con la diferencia que la naturaleza de dicha calle hace posible el tránsito por laterales así como el acceso vía metro sin restricciones. Una vez más, primero la necesidad de una ciudad, después el ocio.

     Y un Centro Histórico donde los mismos negocios que en mi ciudad hacen malabares para omitir las disposiciones arquitectónicas, allá se someten a lo que la autoridad diga. Por supuesto que el visitante debe pensar que es una broma el que nombremos algo como Centro Histórico desde el momento en que accede por el paso a desnivel donde se funden bulevar Carranza con calle Allende y recibe la bienvenida de una obra con vivos rojos adosada al puente, obra modernista y ajena a parámetros coloniales.

     Pero vuelvo al tema original de Moctezuma. Luego de saltar de la estirada cocina de La Imperial a la comida corrida adyacente a la Basílica, de la Casa de Don Toño a la diversificación de la Zona Rosa, y rematando con unos impulsivos y democráticos Dori-Locos en Chapultepec, buscaba por enésima vez un baño y mi vista dio con un letrero que me pareció sarcástico: Los Baños de Moctezuma. Segunda sorpresa: No eran sanitarios, sino el sitio dónde el monarca chapoteaba.

    Al fin llegué a un baño, y nuevamente una sorpresa: Estaban impecables, igual a los que había visitado en otros lugares. Entonces entendí que tantas gratas sorpresas descubiertas en mi visita a la ciudad de México poco tenían que ver con sus gobiernos, eran más bien fruto de una población que ha ido creciendo culturalmente a la par que demográficamente.

     No vi por ningún lado al estereotipo provincial del Chilango, en su lugar encontré mexicanos que han sabido convivir en y con la gran ciudad. Encontré mejores caras y servicio que en turísticos destinos de baja densidad poblacional.

   Sé que nunca será igual la percepción del visitante desde el matiz turístico frente al laboral. Pero ahí está el detalle, me traigo no lo que descubrí como turista en el DF, sino lo que vi en su gente y que sería genial implementar en nuestras pequeñas ciudades: Una sabia relación gobierno-pueblo dónde uno hace lo que le corresponde, y otros aprendemos a respetar sitios, programas y personas.


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