20 años

Publicado el 20 de marzo de 2016 en Círculo 360 Domingo, de Vanguardia.

       ¿Cómo fue que pasé de ser Superman a ser el Chapulín Colorado? Han pasado veinte años. Tenía la intención de tragarme solito el mundo a grandes mordidas y ni el tiempo ni mis oportunidades parecían limitantes. Hoy que en mi almanaque existen más hojas destinadas para ser arrancadas por la madura y larga vejez que por la fugaz y para mí, precaria juventud, mis preocupaciones han cambiado: ya no me preocupo tanto por cómo habría de comerme al planeta entero, hoy, lo primero que me ocupa es como evitar ser engullido de un solo bocado por este fiero mundo de tantas caras y largas garras.

      Dentro de esos veinte años, junto con el primer pañal que deposité en la basura se fueron yendo a dónde mismo los sueños de tener un yate atracado en alguna playa mexicana, la urgencia de presenciar en primera fila los mejores espectáculos, la necesidad de vestir con las mejores ropas de las más novedosas marcas, la voracidad de frecuentar los más caros restaurantes y la temeridad de visitar los más recónditos y extremos lugares del mundo.

       No es queja. Y no es que abandone uno sus más caros anhelos, es que los cambias por los más valiosos momentos. Y te das cuenta de que a veces lo mejor de la vida es rentar una pequeña panga que hace agua para salir a pescar en compañía de tus hijos con cañas y anzuelos prestados, así como ver una cursi y vieja película en un rincón del hogar acompañado de tu más pequeña hija, o que ir a comprar ropa en cualquier tienda de descuento culmina invariablemente en la sala de tu casa o la habitación de un hotel con la infantil pasarela de tus dos niñas; o que terminas por ser un condecorado aunque desconocido parrillero porque es en la paciencia de una tarde de domingo ante el asador, y no en el desenfrenado gasto de un sábado por la noche, dónde mejor punto se le da a la carne; o que un simple paseo en una oxidada bicicleta a la orilla de una playa te transporta mucho más lejos de lo que pueda llevarte el grandioso Airbus 380 en primera clase.

       Entiendes que has aplicado en la vida real algo de lo que habías aprendido en las aulas, aquello que te habían enseñado tus maestros de la universidad en los cursos de contabilidad: todo lo que acomodes en un lado, tiene que afectar en otra parte. Igual lo dijeron quienes te dieron clases de ciencias políticas: Si pones algo aquí, tendrás que quitar algo más allá. Pero como eterno aprendiz de contable y político, vas entendiendo el porqué.

       Y así es cómo pasa uno de percibirse un héroe tipo Superman para figurarse a uno como el Chapulín Colorado; sin duda que la nobleza continúa siendo algo inherente a tu ser, pero encuentras que tus capacidades heredadas, adquiridas o cultivadas, no han sido suficientes para alcanzar todo lo que te habías propuesto. Y entonces la vida parecería ser monótona y a veces absurda cuando los grandes proyectos personales ceden a los pequeños desafíos de la cotidianidad. Y a la frustración de estar arando en el mar en lo referente al plano profesional se suman las canas, el cansancio y toda la debacle física que el desgraciado espejo insiste en recordarte cada que te asomas en él.

       Pero pasa que de repente un buen día y mientras arrastras tu cuerpo hasta la cocina a primera hora de la mañana, te encuentras con la misma mujer que ha compartido contigo todo lo anterior durante los últimos veinte años, y con una gran sonrisa te felicita. Recuerdas de inmediato que es tu aniversario de bodas y todo, en automático, vuelve a cobrar sentido. Y el tiempo parece detener su marcha dentro de unos preciosos minutos dónde, entre dos distintas tazas de café y una misma historia en común, damos cuenta de media vida unidos en matrimonio. Un momento más tarde escucho a mis hijas bajando por las escaleras y el tiempo de pareja se interrumpe para dar paso al tiempo de familia. Hay que llevarlas a su escuela, a su futuro.

      Una vez que dejo a mis hijas a la puerta del colegio sigo mi camino hacia el día a día con la promesa de festejar por la noche con mi esposa. Y pienso en todo, y vuelvo a ver el mundo como un pañuelo mientras reconozco que mi esencia no ha cambiado y que el brillante futuro ahí sigue estando con algunas estupendas adiciones a mi plan original, siempre al alcance del trabajo, siempre rodeado de una familia, y siempre bendecido por Dios. Queda mucho del día por delante para llegar a esa noche prometida, y concluyo que al final de la jornada, será preferible terminar como Roberto Gómez Bolaños, que como Christopher Reeve.    


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Triste navidad en Marzo

Publicado el 13 de marzo de 2016 en Círculo 360 Domingo, de Vanguardia.

         Me supongo que así debe ser Londres. Ante esa pesadilla del escritor conocida como la terrible hoja en blanco, me encuentro temprano, de madrugada, escuchando la terca lluvia golpetear sobre el tejado. Luego la oigo caer sin pausa a borbotones por las canaletas de las paredes para finalmente imaginarla escurriendo con lento y perene paso por la banqueta hasta llegar a la calle, ahí donde se mezcla con la misma materia que viene corriendo hacia abajo en nuestra caprichosa orografía saltillense pero avanzando hacia el norte de acuerdo a la convencional cartografía acatada por la humanidad, donde Europa se encuentra arriba y el África abajo por el simple decreto de quienes trazaron los primeros mapas.

     Amaneciendo, miro por la ventana en busca de tema o inspiración y observo que aun estando en pleno mes de marzo, la espesura de la blanca niebla que ha descendido hasta el suelo, así como la parcial vista de un grisáceo cielo encapotado, cargado y amenazador, me recuerda que también de acuerdo al calendario, el invierno no ha terminado. Cobijado y enfundado en telas de algodón, adivino que allá afuera el clima no solo es húmedo, sino también frío.

      Me preparo un café descafeinado porque así lo indica la maldita y opresiva dieta para que luego mis fosas nasales busquen proustianamente ante los bordes de la taza algún olor que me transporte a otros mundos, a otros tiempos o a distintas dimensiones para que me ayuden en mi tarea semanal. No encuentro nada más que la nula fragancia de lo superfluo y el inmediatismo del cual me he rodeado. Enciendo entonces mi computadora en busca de temática y con agrado compruebo que gracias a dios no estoy solo, que si funciona el internet.

      Las notas de los diarios electrónicos dicen, entre otras noticias más triviales como legalizar el consumo de mariguana, más cotidianas como la falta de medicamento en los hospitales y clínicas de seguridad social y magisterial, o más sorprendentes como que otra demócrata y el mismo republicano lideran la carrera por dirigir al mundo occidental, que ha nevado copiosamente en la sierra de Arteaga, que los fuertes aires provocaron daños y pérdidas considerables en algunas zonas del país, que en diversas partes de la ciudad se vieron grandes árboles caer burdamente sin la artística gracia de la nieve o lo poético del viento; que el agua rodada caída del cielo, como siempre, se abrió paso a la fuerza por la lógica de la física ahí dónde la lógica del dinero entre el bueno, individual y noble hombre, en contubernio con el sucio, anónimo y oscuro sistema, ha insistido en cerrar sus cauces naturales sin entender todavía que por acciones como esas, algún día esta especie nuestra desaparecerá, pero su madre naturaleza prevalecerá.

      Y la terrible hoja en blanco empieza a tener bosquejo. Aún sin encontrar aroma en el insípido café, todo lo demás parece transportarme a meses atrás, a las fechas en donde a pesar del crudo y despiadado clima del último mes del año, algo existente en nuestra cultura que nos convierte a todos en seres más solidarios y cálidos con los demás, quisiera brotar de mí. Quisiera tomar el teléfono para donar dinero al teletón como hacemos los ingenuos pero bondadosos mexicanos a principios de diciembre, quisiera salir a la calle para darle unas monedas al menesteroso que no tiene para comer, quisiera llegar hasta los cinturones de miseria y los ejidos más pobres para llevar alimentos y chamarras, quisiera visitar asilos para dejarles cobijas a los ancianos y a los desamparados, quisiera ser voluntario para apoyar a quienes sintieron caer la lluvia dentro de su casa, quisiera darle palabras de aliento a los presos, quisiera acompañar a los enfermos en los hospitales, quisiera darle más tiempo a mi familia, quisiera…  

     Pero no funciona. Rápidamente caigo en cuenta de que la sensiblería, la compasión y el sentimentalismo de la época navideña tienen mucho que ver con aguinaldos y evangelios, con usos y costumbres, con tendencias y borreguismo. Descubro que soy incapaz de hacer por mí mismo las cosas que hago movido en conjunto por imitación, por sentido de pertenencia, por una postura social, por costumbre o porque es lo que se espera de mí. Parecería ser que, junto con el aguinaldo y las posadas, se me acabaron también las buenas intenciones, la solidaridad, la piedad, el altruismo y hasta el apetito.

       Todos hemos dicho en alguna ocasión que, bueno sería que siempre fuese diciembre. Y sí, me gustaría que durante todos los meses del año nos asistieran las fraternas emociones de la navidad para estar más cerca de los demás, para humanizarnos más, para dar más, para entendernos mejor. La terrible hoja ya no se encuentra vacía, pero siento que mi alma aun lo está.



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Los medios y la rumorologia

Publicado el 06 de Marzo en Círculo 360 Domingo, de Vanguardia.

       El relato es real. Durante esta agonizante semana, una señora llegó hasta la ventanilla de un banco en Saltillo y pidió que le liquidaran el saldo total de su cuenta. No era una cantidad menor y tuvo que intervenir el gerente de la sucursal bancaria. Luego de mucho argumentar, la señora terminó por decir que el dinero era suyo y que podía hacer con él lo que le viniera en gana, a lo que el ejecutivo no tuvo más remedio que cancelar la gran cuenta de la señora, dejarla en ceros, y entregarle un cheque de caja para que pudiese abrir otra cuenta en diferente institución bancaria.

      Podría haberte dicho que le hicieron su pago en efectivo y que saliendo del banco la esperaban unos maleantes para despojarla de los ahorros de toda su vida, pero no, el sentido de mi columna va precisamente en contra de la forma en cómo afectan los rumores esparcidos en internet y otras formas de comunicación sin miramientos para difamar el nombre de personas, organizaciones, empresas, religiones, movimientos y cualquier cosa que alguien quiera machar o destruir sin importarle que de alguna forma, también afecte a quienes lo leen. El venenoso boca a boca social de antes se convirtió en el ponzoñoso reenviar electrónico de hoy.

     El rumor de una inminente quiebra de HSBC desatado irresponsablemente por whastapp a principios de semana, resultó en una estampida de cuentahabientes por todo México que se llevaron su dinero a otros bancos tal como lo hizo nuestra amiga saltillense. Quienes hayan trabajado en algún tipo de organización cuyos ingresos provengan de la promotoría de sus productos o servicios saben de lo que habló cuando digo que es un golpe bajo y perverso echar a perder así el trabajo de tanto tiempo y tantas personas. Por supuesto, escarbando un poco nos damos cuenta que el rumor de HSBC no fue con la mala fe de algún competidor o malqueriente, este se originó tras una deficiente comunicación entre una dependencia chiapaneca y sus trabajadores, que por una cuestión técnica tuvieron que sacar sus cuentas de dicho banco.

      Pero todos hemos visto o escuchado las historias de cómo las grandes compañías como McDonalds o Kentucky Fried Chicken tienen sus criaderos de animales que son bultos sin cabezas ni patas, de que Brad Pitt y Selena Gómez ya le aplicaron la misma a Angelina y que sostienen un apasionado romance, de que en algún recóndito y secreto lugar del mundo descubrieron gigantescas cabezas humanas de dos metros que la ciencia no quiere reconocer y que en Roswell siguen cayendo aliens del cielo como confeti en carnaval, que Tommy Hilffinger odia tanto a los latinos como Donald Trump y que la ropa de Calvin Klein es fabricada por niños de 6 años en condiciones de esclavitud, que los dueños de las compañías de internet quieren apropiarse de nuestras identidades y contenidos, que el teletón es tan nocivo como ir a misa y que es mejor mandar a un hijo a prepararse para la vida dentro de un Cereso que dentro de una escuela católica; y un largo etcétera que culmina con la clásica ola de robos de automóviles en el estacionamiento de un centro comercial, de dónde una semana más tarde viene la respuesta a la campaña negra: en el otro centro comercial se están robando a los niños.

       Y nos vamos como gato al bofe sobre las sensacionalistas notas de los más oscuros personajes de redes sociales y las más dudosas páginas que se ostentan como medios de comunicación. Y en una gigantesca ola de desinformación podemos extender desde el inofensivo rumor de una sirena pescada por un barco tiburonero, hasta la mala leche vertida sobre la competencia política o comercial que en no pocas ocasiones trunca los caminos de nobles proyectos.

     No enseñamos a nuestros hijos a consultar las fuentes de la información ni a leer las notas completas para no irse con el puro encabezado porque ni siquiera nosotros lo hacemos. En más de una ocasión he sido excluido de una conversación por cuestionar la fidelidad del origen de lo que un tercero está diciendo, y ya sabemos que el máximo y peor pecado de nuestra época es ser segregado de un grupo, valga o no este la pena. Estamos en una pobre cultura dónde importa más la elocuencia de lo que se dice que la verdad y las bases de lo que se comenta.

      De ahí la gran responsabilidad de los medios de comunicación serios, dónde uno puede consultar con toda confianza cualquier nota, editorial o comentario. Quizás sea tiempo de que periódicos, estaciones de radio y televisión, y todos aquellos quienes sobre la plataforma de la red suben contenidos noticiosos o de opinión, consideren incluir en sus publicaciones un espacio de ratificación o desestimación de rumores para consulta de sus lectores y audiencias, dónde sea la calidad moral y el trabajo reporteril de la fuente de información lo que dicte la veracidad de las notas, y ya no el sensacionalismo de un encabezado.

cesarelizondov@gmail.com

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