El Buen Fin, un buen principio

Publicado el 26 de Noviembre de 2011 en El Diario de Coahuila y El Heraldo de Saltillo


   El petróleo es a la economía venezolana lo que el corazón al cuerpo humano. Para India lo es la industria de la informática, los chinos son maquiladores mientras en Noruega existe la pesca, en Japón la electrónica y en Francia generan gran riqueza alrededor de sus atractivos turísticos. Desde esta simplista percepción, podemos entender que, colgados de un determinado clúster de negocios, los países ó regiones prosperan macroeconómicamente gracias a ventajas competitivas únicas, naturales ó desarrolladas. Bien por la macroeconomía, esa palabrita que tanto usan los tecnócratas cuando tienen que justificar en parámetros generales las carencias de los particulares dentro un orden mundial que gira alrededor de los mercados.

    Pero, ¿Que pasa cuando las naciones alcanzan las mediciones macroeconómicas saludables pero sus habitantes no obtienen la satisfacción que esas calificaciones parecen garantizar? Ahí surge la necesidad del flujo de sangre en esa primer analogía entre sistemas económicos y cuerpo humano: El comercio, dependiente del mercado interno. Así llegamos a la conclusión de que si es cierto que nuestro metabolismo deja de funcionar cuando el corazón falla, también es verdad que para que éste siga latiendo debe tener un constante movimiento de sangre a través de él y por todos los demás órganos del cuerpo.

   Así nos encontrábamos en México al finalizar este año 2011, después de más de veinte años de una estabilidad macroeconómica que ha podido sortear asesinatos de candidatos, errores decembrinos, cambio de régimen, crisis económica mundial y violencia en las calles. Dos décadas de recibir en la frente la estrellita que el Fondo Monetario Internacional y diversos organismos e instituciones mundiales nos ponían como país mientras que como ciudadanos seguíamos añorando que alguien nos acercara todos esos beneficios que informe tras informe, un Presidente y otro nos parecían decir que podíamos obtener.

   Finalmente, alguien externo al sistema político encontró una iniciativa que buscaba traducir a los consumidores y empresarios de cualquier nivel las bondades de una disciplinada conducción fiscal que pocos habían visto reflejada en su economía doméstica. Fue nuestro paisano Jorge Dávila Flores en su calidad de dirigente de CONCANACO quien visualizó como desde el gobierno, pasando por instituciones financieras, cámaras empresariales, productores y comercializadores, pudiéramos hacer una cadena que en su último eslabón fuera capaz de poner al alcance del consumidor las virtudes microeconómicas de una política monetaria establecida por el gobierno emanado de un partido y continuada por administraciones de distinta ideología.

    El experimento lo conocemos: El Buen Fin. Una campaña de suma de voluntades para dinamizar la actividad comercial de cara al cierre de año, apoyada desde la misión que cada ente participante manifiesta como doctrina, que por regla general apunta hacía el bienestar del cliente final. El resultado también hoy lo conocemos: Un fin de semana de noviembre que solo había conocido el sector comercial en épocas navideñas; una diversidad de oferta de bienes, descuentos y facilidades que el consumidor tampoco había visto antes, la tangibilidad en el beneficio individual de una nación responsable en su manejo fiscal.

    Espero como comerciante, como consumidor y como mexicano, que la iniciativa de Jorge sea punta de lanza para que México encuentre a partir del Buen Fin un buen principio de creatividad económica que nos permita ver como nación tantas áreas de oportunidad que existen, para así fincar parte de nuestro desarrollo en el mercado interno, la sangre que mueve a todo país.

cesarelizondovaldez@prodigy.net.mx